Ecrito por: Mohamad Ali Harissi
BAGDAD, 27 Dic 2013 AFP. – Un busto de Sadam Husein con la cuerda que lo ahorcó alrededor del cuello preside la oficina de Muafak al Rubaie, testigo de los últimos instantes del exdictador iraquí ejecutado el 30 de diciembre de 2006. Este exconsejero de seguridad nacional considera que Sadam Husein merecía mil veces la muerte, pero reconoce que fue valiente en los últimos momentos de su vida.
“Tenía un aspecto normal y estaba relajado, no he visto ninguna señal de miedo. Claro que a algunos les gustaría que dijese que se derrumbó o que estaba drogado, pero esta es la verdad histórica”, cuenta a la AFP en su oficina de Kadmiya, en el norte de Bagdad, cerca de la cárcel donde se produjo la ejecución.
¿Era un criminal? Lo era. ¿Un asesino? Cierto. ¿Un carnicero? Cierto. Pero fue fuerte hasta el final (…) No escuché un ápice de arrepentimiento de su parte, no le escuché implorar misericordia a Dios, o pedir perdón”, dice. Presidente de 1979 hasta la invasión estadounidense en 2003, Sadam Husein fue condenado y ejecutado por crímenes contra la humanidad por la muerte de 148 chiitas en Dujail en 1982.
Más allá de las fronteras iraquíes, algunos árabes tienen en alta estima a este hombre que libró una guerra contra Irán (1980-1988), plantó cara a Estados Unidos, atacó a Israel (1991) y actuó con dignidad ante la muerte.
“¿Se comporta así un hombre?”, contestó el exdictador. Rubaie cuenta que luego levantó la palanca para ahorcar a Sadam Husein, pero, como no funcionó, otra persona, cuya identidad no ha querido precisar, tomó el relevo. Justo antes de morir, Sadam Husein comenzó a recitar la profesión de fe musulmana: “Soy testigo de que no hay más Dios que Alá y que Mahoma…”. No tuvo tiempo de pronunciar las últimas palabras: “… es su profeta”.