Monseñor Oscar Romero; Arzobispo y mártir

El asesinado obispo salvadoreño fue canonizado el pasado domingo 14 de octubre.

Ver iideo de la última homilía de Monseñor Orcar Romero

Escrito por: José Gómez Cerda

16.- octubre- 2018.- Oscar Arnulfo Romero nació en Ciudad Barrios, departamento de San Miguel, República de El Salvador, el 15 de agosto de 1917. Su familia era humilde y con un tipo modesto de vida. Desde pequeño, Oscar fue conocido por su carácter tímido y reservado, su amor a lo sencillo y su interés por las comunicaciones.

Su padre era telegrafista y su madre de oficios domésticos. Al terminar sus estudios básicos se dedicó al aprendizaje de carpintería y a la música.

Ingresó al Seminario Menor de San Miguel Oscar avanzó en su idea de entregar su vida al servicio de Dios y del pueblo.

Estudió con los padres Claretianos en el Seminario Menor de San Miguel desde 1931 y posteriormente con los padres Jesuitas en el Seminario San José de la Montaña hasta 1937.

Fue elegido para ir a estudiar a Roma y completar su formación sacerdotal y seguramente su elección se debió a la integridad espiritual e inteligencia académica manifestada en el seminario.

Fue ordenado sacerdote a la edad de 25 años en Roma, el 4 de abril de 1942. Continuó estudiando en Roma para completar su tesis de Teología sobre los temas de ascética y mística, pero debido a la guerra, tuvo que regresar a El Salvador y abandonar la tesis que estaba a punto de concluir.

Regresó al país en agosto de 1943. Su primera parroquia fue Anamorós en el departamento de La Unión, poco tiempo después fue llamado a San Miguel donde realizó su labor pastoral durante aproximadamente veinte años.

Dada su amplia labor sacerdotal fue elegido Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador y ocupó el mismo cargo en el Secretariado Episcopal de América Central.

Oscar difundió centenares de sermones emotivos y espirituales a través de la radio a lo largo y ancho del país, ganándose así el respeto de la comunidad católica.

En El Salvador la situación de violencia avanzaba, con ello la Iglesia se edificaba en contra de esa situación de dolor, por tal motivo la persecución a la Iglesia en todos sus sentidos comenzó a cobrar vida.

Luego de muchos conflictos en la Arquidiócesis, la sede vacante de la Diócesis de Santiago de María fue su nuevo camino.

(Con el papa Juan Pablo II)

El 15 de octubre de 1974 fue nombrado obispo de esa Diócesis y el 14 de diciembre tomó posesión de la misma. Monseñor Romero se hizo cargo de la Diócesis más joven de El Salvador en ese tiempo.

En junio de 1975 se produjo el suceso de «Las Tres Calles», donde un grupo de campesinos que regresaban de un acto litúrgico fue asesinado sin compasión alguna, incluso a inocentes.

El informe oficial hablaba de supuestos subversivos que estaban armados; las «armas» no eran más que las biblias que los campesinos portaban bajos sus brazos.

En ese momento, los sacerdotes de la Diócesis, sobre todos los jóvenes, pidieron a Monseñor Romero que hiciera una denuncia pública sobre el hecho y que acusara a las autoridades militares del siniestro, Mons. Romero no había comprendido que detrás de las autoridades civiles y militares, detrás del mismo Presidente de la República, Arturo Armando Molina que era su amigo personal, había una estructura de terror, que eliminaba de su paso a todo lo que pareciera atentar los intereses de «la patria» que no eran más que los intereses de los sectores pudientes de la nación. Mons. Romero creía ilusamente en el Gobierno, éste era su grave error. Poco a poco comenzó a enfrentarse a la dura realidad de la injusticia social.

En medio de ese ambiente de injusticia, violencia y temor, Mons. Romero fue nombrado Arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977 y tomó posesión el 22 del mismo mes, en una ceremonia muy sencilla.

Tenía 59 años de edad y su nombramiento fue para muchos una gran sorpresa, el seguro candidato a la Arquidiócesis era el auxiliar por más de dieciocho años en la misma, Mons. Arturo Rivera Damas: «la lógica de Dios desconcierta a los hombres».

El 12 de marzo de 1977, se dio la triste noticia del asesinato del padre Rutilio Grande, un sacerdote amplio, consciente, activo y sobre todo comprometido con la fe de su pueblo. La muerte de un amigo duele, Rutilio fue un buen amigo para Monseñor Romero y su muerte le dolió mucho: «un mártir dio vida a otro mártir».

Su opción comenzó a dar frutos en la Arquidiócesis, el clero se unió en torno al Arzobispo, los fieles sintieron el llamado y la protección de una Iglesia que les pertenecía, la «fe» de los hombres se volvió en el arma que desafiaría las cobardes armas del terror.

La situación se complicó cada vez más. Un nuevo fraude electoral impuso al general Carlos Humberto Romero para la Presidencia. Una protesta generalizada se dejó escuchar en todo el ambiente.

Sus homilías se convirtieron en una cita obligatoria de todo el país cada domingo. Desde el púlpito iluminaba a la luz del Evangelio los acontecimientos del país y ofrecía rayos de esperanza para cambiar esa estructura de terror.

Los primeros conflictos de Monseñor Romero surgieron a raíz de las marcadas oposiciones que su pastoral encontraba en los sectores económicamente poderosos del país y unido a ellos, toda la estructura gubernamental que alimentaba esa institucionalidad de la violencia en la sociedad salvadoreña, sumado a ello, el descontento de las nacientes organizaciones político-militares de izquierda, quienes fueron duramente criticados por Mons. Romero en varias ocasiones por sus actitudes de idolatrización y su empeño en conducir al país hacia una

Revolución.

A raíz de su actitud de denuncia, Mons. Romero comenzó a sufrir una campaña extremadamente agobiante contra su ministerio arzobispal, su opción pastoral y su personalidad misma, cotidianamente eran publicados en los periódicos más importantes, editoriales, campos pagados, anónimos, etc., donde se insultaba, calumniaba, y más seriamente se amenazaba la integridad física de Mons. Romero. La «Iglesia Perseguida en El Salvador» se convirtió en signo de vida y martirio en el pueblo de Dios.

Este calvario que recorría la Iglesia ya había dejado rasgos en la misma, luego del asesinato del padre Rutilio Grande, se sucedieron otros asesinatos más.

Fueron asesinados los sacerdotes Alfonso Navarro y Luisito Torres, luego fue asesinado el padre Ernesto Barrera, posteriormente fue asesinado, en un centro de retiros, el padre Octavio Ortiz y cuatro jóvenes más. Por último fueron asesinados los padres Rafael Palacios y Alirio Napoleón Macias. La Iglesia sintió en carne propia el odio irascible de la violencia que se había desatado en el país.

El sacerdote salvadoreño Octavio Ortiz, murió cuando un verdugo le había cortado el cuello con un cuchillo. Los grupos paramilitares que respaldaban la dictadura del general Carlos Humberto Romero Mena, lo habían acusado de darle apoyo y de pertenecer a la guerrilla del Frente Farabundo Martí. Con Ortiz, eran cinco los religiosos asesinados en 1979 bajo la consigna: ¡Haz patria, mata a un cura!

Resultaba difícil entender en el ambiente salvadoreño que un hombre tan sencillo y tan tímido como Mons. Romero se convirtiera en un «implacable» defensor de la dignidad humana y que su imagen traspasara las fronteras nacionales por el hecho de ser: «voz de los sin voz».

Durante la guerra civil de El Salvador, que comenzó en 1979, Monseñor Romero se convirtió en “el pastor del rebaño que Dios le había confiado” por su férrea defensa de los derechos de los pobres y marginados.

Muchas de los sectores poderosos y algunos obispos y sacerdotes se encargaron de manchar su nombre, incluso llegando hasta los oídos de las autoridades de Roma. Mons. Romero sufrió mucho esta situación, le dolía la indiferencia o la traición de alguna persona en contra de él.

El 11 de marzo de 1979, Monseñor Romero dijo;

«La Iglesia no puede ser conformista. La Iglesia tiene que despertar la conciencia de dignidad. A esto le llaman subversión.

Esto no es subversión. La conciencia cristiana que nuestras comunidades van tomando a la luz del Evangelio, ante el pensamiento de que un hombre, aunque sea jornalero, es imagen de Dios, no es comunismo ni subversión, es palabra de Dios que ilumina al hombre y el hombre tiene que promoverse.

Esto no es provocar subversión, sino simplemente decirle a todos los que me escuchan, sean dignos, porque la condición del pueblo de Dios: es la dignidad y libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo».

Ya a finales de 1979 Monseñor Romero sabía el inminente peligro que acechaba contra su vida y en muchas ocasiones hizo referencia de ello consciente del temor humano, pero más consciente del temor a Dios a no obedecer la voz que suplicaba interceder por aquellos que no tenían nada más que su fe en Dios: los pobres.

Cuando Monseñor Romero se entrevistó en el Vaticano con el Papa Juan Pablo II, tres meses antes de su asesinato, le contó la historia del origen campesino del cura, la tarde en que lo ordenó, el día en el que fue apresado por el gobierno sólo porque le estaba enseñando a los muchachos de un barrio humilde de San Salvador el evangelio. “Lo mataron con crueldad y hasta dijeron que era guerrillero…”

Monseñor intervino en los conflictos sociales que estaban destruyendo a su país y a su gente. Monseñor Romero recurrió a las palabras de San Agustín y Santo Tomás para justificar a quien se levanta contra las leyes opresoras.

Uno de los hechos que comprobó el inminente peligro que acechaba sobre la vida de Mons. Romero fue el frustrado atentado dinamitero en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en febrero de 1980, el cual hubiera acabado con la vida de Monseñor Romero y de muchos fieles que se encontraban en el recinto de dicha Basílica.

El domingo 23 de marzo de 1980 Mons. Romero pronunció su última homilía, la cual fue considerada por algunos como su sentencia de muerte debido a la dureza de su denuncia: «en nombre de Dios y de este pueblo sufrido… les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, QUE CESE LA REPRESIÓN».

Ese 24 de marzo de 1980 Monseñor Oscar Arnulfo Romero Galdámez fue asesinado de un certero disparo, aproximadamente a las 6:25 p.m. mientras oficiaba la Eucaristía en la Capilla del Hospital La Divina Providencia, exactamente al momento de preparar la mesa para recibir el Cuerpo de Jesús.

Fue enterrado el 30 de marzo y sus funerales fueron una manifestación popular de compañía, sus queridos campesinos, las viejecitas de los cantones, los obreros de la ciudad, algunas familias adineradas que también lo querían, estaban frente a la catedral para darle el último adiós, prometiéndole que nunca lo iban a olvidar.

Tres años de fructífera labor arzobispal habían terminado, pero una eternidad de fe, fortaleza y confianza en un hombre bueno como lo fue Mons. Romero habían comenzado, el símbolo de la unidad de los pobres y la defensa de la vida en medio de una situación de dolor había nacido.

En 1994 su sucesor en la archidiócesis de San Salvador, Monseñor Arturo Rivera y Damas, inició su proceso de beatificación.

En el año 2000 la Congregación para la Doctrina de la Fe comenzó el estudio de todos los discursos de Romero.

En 2005 el postulador de la causa, el obispo italiano Vincenzo Paglia, aseguró públicamente que “Romero no era un obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de los pobres”.

La mañana del 3 de febrero de 2015, el Papa Francisco recibió en audiencia al cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y autorizó a ese dicasterio a promulgar, entre otros, el decreto de martirio del Siervo de Dios Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, arzobispo de San Salvador (El Salvador), reconociendo así, de manera oficial que su asesinato fue por odio a la fe.

ÚLTIMA HOMILIA DE MONSEÑOR OSCAR ROMERO.

Monseñor Romero fue canonizado el pasado domingo 14 de octubre.

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