Itinerario poético de Carlos Roberto Gómez Beras o el cuerpo en la frontera del Ser

Foto del escritor y poeta, Carlos Roberto Gómez Beras

Itinerario poético de Carlos Roberto Gómez Beras o el cuerpo en la frontera del Ser

Su poesía abre un horizonte para la interpretación del texto poético como centro y avenida de lo nuevo en nuestra cultura. Baste por ahora decir que el poeta ha hecho de la poesía, más que un medio de significación, una resistencia del poema ante los distintos embates de la modernidad.

Escrito por: Miguel Ángel Fornerín Cedeño

La invención poética

Santo Domingo, domingo 31 de octubre 2021.– La poesía ha dejado de ser la madre de todas las artes, en la consideración de nuestros contemporáneos. Desde la antigüedad hasta la modernidad, el hacer poético era considerado el punto más alto de la creación humana. También era tenida la poesía como el punto de partida para reflexionar sobre lo que el hombre hace, sea una cama o una oda. Platón y Aristóteles la asociaron a la mimesis y este último le agrega la noción de mímesis creativa. Más tarde en el siglo XX, Heidegger la designa como un espacio en el que se puede analizar la fundación del ser.

No debo de dejar de ver en ella la idea del arte como expresión que funda Benedetto Croce, noción cerca de las ideas de desarrollo del espíritu de Hegel. El mundo que nos ha tocado vivir es contemporáneo a la marginación del poeta que se acentúa en las vanguardias y en el momento en que deja de ser el portavoz de instancias de dominación y convierte su discurso en un sentido ‘demoníaco’, rebelado contra el poder.

La caída del poeta del paraíso en que se le colocó cuando se hizo bufón de corte, nos lo deja en la ciudad o como atracción de café; como un sujeto de rupturas y revueltas en las ciudades que variaron los órdenes la modernidad. El poeta perdió su espacio y encontró otros en los medios de comunicación de masa, hasta que pasó a los partidos políticos como portavoz de utopías y defensor de revoluciones, con las que no tardó en entrar en contradicción.

El poeta ya desflorado de su áulica capa pasó a ser el ser marginal y su arte se convirtió en una cosa extraña en nuestras sociedades. Una minoría lee poesía. Pocas editoriales se dedican a publicarla. Su persistencia se da en las universidades, en los nuevos medios de comunicación y en la Internet o en los socorridos festivales en los que se mezclan, como en el carnaval, don Chicho y Napoleón (para parafrasear el tango “Cambalache” de Enrique Santos Discépolo).

En su trajinar, la poesía ha perdido su “maquinaria” y se ha convertido en un ser plural que nos acoge en un paisaje donde la vida cotidiana puede parecer, por instantes, olvidada. Los amantes del poema viajamos a lomos de metáforas y símbolos en el Pegasus poético de otros tiempos. De ahí que la poesía persista y sea constante como el silencio o maravillosa como la lluvia.

Uno se pregunta, ¿cómo es posible que esto haya pasado? Y la respuesta nos lleva a la filosofía. La contemporaneidad es la presencia omnímoda de lo Mismo. Frente a la alteridad de lo Otro. El mundo que nos ha tocado vivir está basado en la repetición de las máquinas y en la instrumentalidad. Es un mundo donde lo creado es instantáneo, productivo, útil; limitado en su existencia por la ausencia de creación y aparición de lo nuevo. Es justamente el problema moderno que aún nos agobia, frente a la proliferación de cosas, en las que nos encontramos como náufragos, sin poder abrir el horizonte de salida y llegar a la meta de la condición humana.

(Foto del escritor, poeta y ensayista  higueyano, residentes en Puerto Rico donde imparte docencia en dos universisades , doctor  en  literatura, Miguel Ángel Fornerín Cedeño, autor del presente trabajo intelectual).

Es de humano soñar y crear mundos posibles. Es el horizonte utópico el que se ha robado la modernidad. Los poetas han cambiado su lugar y han dejado espacio a un mundo frenético; de ahí que la teoría poética futurista de Marinetti, hace ahora cien años, parece convocarnos a una nueva lectura de las afirmaciones de las vanguardias, como aspiración a la de ruptura con una tradición que se montaba ya en el imperio de lo Mismo contra toda Alteridad. Solo el poeta se dio cuenta y cambió la maquinaria establecida por el mundo clásico y retomada por la modernidad.

¿Qué cosa de lo clásico persistía en las formas poéticas de Les fleurs du mal de Baudelaire? Qué rupturas hacia el nuevo impulsó Rimbaud, cuando el primero imponía que había que ser moderno. Il faut être moderne? ¿Qué balance podemos hacer frente a ese imperativo en el terreno del arte? ¿Cuál es la responsabilidad del viejo Walt Whitman, cuyos vientos azotaron las altas torres de la poesía de José Martí y Rubén Darío? ¿Qué ‘demonios’ crearon para encontrarse con las masas y ser propagandistas de un mundo nuevo en la democracia establecida por la primera revolución industrial en América?
Cierto es que las anteriores reflexiones no podrían ser presentadas y sus preguntas contestadas en este espacio galante de la presentación de un libro de un poeta como Carlos Roberto Gómez Beras. Pero me pregunto si justamente: ¿no es este el espacio para reflexionar sobre el lugar de la poesía y las artes en la sociedad que nos ha tocado vivir?

Me pregunto si la presencia de un autor de asiduas publicaciones y con tantos logros y reconocimientos como Carlos Roberto Gómez Beras no debe justamente ayudarnos a abrir un horizonte para la comprensión de la poesía y su papel en los tiempos que corren. Mi respuesta es que no hay otro espacio ahora mismo en el que podamos, sin caer en las formas conventuales de la Academia, interrogar nuestro tiempo, con el ejemplo de la poesía que sale del horno cual pan caliente a dialogar con los náufragos de la modernidad, que somos nosotros mismos.

Desde 1992, año en que lo conocí en una tarde sanjuanera, nuestro poeta ha venido proponiendo la poesía, una particular lectura de la poesía. Su primer libro “Viaje a la noche”, ganó el premio del Pen Club de Puerto Rico y luego le siguió “La paloma de la plusvalía y otros poemas para empedernidos” (1996), en el que se incluye “La paloma de la plusvalía” (1990), “Poesía sin palabras” (1991) y “Animal de sombras” (1992). En el 2007, luego de un largo receso, Gómez Beras publica “Aún” (tomo extraordinario en el que reúne toda su producción poética). Más adelante, su itinerario de escritor sigue con la antología personal, “Sobre la piel del agua” (2011, publicada por la Editorial Arte y Literatura de La Habana).

En los últimos años ha sido más frecuente la publicación de la poesía de Gómez Beras, quien publica “Árbol” y “Errata de fe” (2017), “Sólo el naufragio” (2018), “Aposento” (2019) y su más reciente obra “Un largo suspiro” (2021).

Hasta aquí un itinerario lleno de reconocimientos con los más connotados premios de Puerto Rico y diversas traducciones.

Roberto Gómez Beras es uno de los poetas caribeños de mayor constancia, reconocimiento y proyección. Su lírica ha ido cambiando desde una poesía luminosa en la que se representa el más acendrado lenguaje poético conformado por las vanguardias del siglo XX, del irracionalismo poético, al refulgir de las metáforas que acompaña la poesía de Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Pablo Neruda… hasta la forma conceptuosa de referente filosófico que lo acercan a la obra de Jorge Luis Borges. En su obra, la máquina de Darío queda desvelada en otras máquinas del significado.

Su poesía abre un horizonte para la interpretación del texto poético como centro y avenida de lo nuevo en nuestra cultura. Baste por ahora decir que el poeta ha hecho de la poesía, más que un medio de significación, una resistencia del poema ante los distintos embates de la modernidad.

 

Deja una respuesta