El carnaval dominicano: el más trascendente libro de Dagoberto Tejeda

El hecho de que los dominicanos tengamos un carnaval basado en la identidad nacional es un logro que se debe a la tenaz insistencia y orientación de Dagoberto en este sector. Por esa razón proponemos que el Congreso Nacional invista a Dagoberto Tejeda como “Padre del carnaval popular de la República Dominicana”.

Un aspecto que deberá tomarse en cuenta para una próxima edición (que de seguro se realizará) es que resulta incómodo en los libros consultar las notas de los capítulos al final de la obra. Hace tiempo ya que eso se resolvió colocando las notas al pie.

Escrito por: Avelino Stanley

Santo Domingo, domingo 09 de enero 2022.- Fue presentado al público el pasado 9 de diciembre el libro El Carnaval Dominicano, antecedentes, tendencias y perspectivas, de Dagoberto Tejeda, (segunda edición, Santo Domingo: Editora Búho, 707 pp). La obra fue auspiciada por el Instituto Dominicano de Geografía e Historia que también publicó la primera edición (Santo Domingo: Amigo del Hogar, 2008, 608 pp.).

En la “Presentación” el director del IPGH, Bolívar Troncoso afirma: “La trascendencia de esta investigación-publicación, fruto de la profundidad, amplitud de la temática, su carácter crítico y la objetividad de los conceptos creados en una estructuración lógica de la obra, sin error a equivocarnos, se convierte en la obra maestra del autor en materia de su tema apasionante, el carnaval.” (p. 13).

Tal y como lo afirma el autor, la obra fue “corregida y aumentada”; esto se constata de inmediato porque en su estructura la primera edición tenía diez capítulos y en la actual segunda edición el contenido se extendió a doce apartados.

Se trata de una interpretación que el autor hace desde una concepción metodológica que toma como punto de partida el enfoque dialéctico. En esta obra Dagoberto Tejeda hace un profuso recorrido por el mundo del carnaval dominicano desde sus orígenes hasta el momento actual. En el mismo se puede percibir que la objetividad hace su recorrido por la realidad de los hechos sin ningún tipo de desvíos a pesar de que va con un ramillete de vejigas al hombro y disfrazada de diversos vestuarios y máscaras.

El primer capítulo lleva como título “Antecedentes históricos del carnaval”. En el mismo el autor proporciona una minuciosa orientación sobre los orígenes del carnaval en la humanidad. Presenta todo un recorrido por los orígenes de las creencias del ser social y sus espacios lúdicos, sagrados y profanos. Se demuestra cómo, producto de la práctica persistente de la gente común, fue necesario que los dogmas cedieran y desde la oficialidad del cristianismo se permitiera las celebraciones del carnaval antes de la cuaresma. Durante el desarrollo de todo el capítulo el autor refleja la erudición de un tratadista experimentado.

En el segundo capítulo, titulado “Antecedentes del carnaval dominicano”, Tejeda Ortiz se remonta a los primeros tiempos de la colonización de la isla. Recorriendo ese sendero, cuyo contenido bibliográfico es agreste, realiza una tortuosa caminata a través de la cual va uniendo fragmentos hallados que le permiten trazar un levantamiento del mapa y de la modalidad de carnaval que existió desde los inicios del periodo colonial hasta que llegó el momento del surgimiento de la nación dominicana. En ese largo recorrido de trescientos cincuenta años sitúa el autor las bases de un carnaval de élite, llegado desde España, en el que siempre hubo una importante presencia de la sátira. Como enjundiosa se percibe cada demostración que realiza el autor para darle validez documental a sus afirmaciones, tal y como lo demanda el rigor científico.

El tercer capítulo titulado “El carnaval colonial” es nuevo puesto que no estuvo en la primera edición. En este aparte el autor traza con precisión las distintas festividades que existían durante ese periodo colonial que exterminó a los indígenas locales y trajo a la isla africanos en masas y los esclavizaron para garantizar la generación de riquezas. Con la participación colectiva en las festividades de la iglesia, según el autor, surgió el carnaval en la isla.

El cuarto capítulo lleva como título “El carnaval: desde la independencia hasta la primera intervención norteamericana”. En el mismo el autor se encuentra con un terreno menos adverso en materia bibliográfica. Por tanto, aquí sus bases demostrativas son más contundentes. Dagoberto Tejeda manifiesta las tendencias que fue tomando el carnaval del país que de manera incipiente se iba forjando. Se percibe la forma en que, en el proceso de consolidación de la nación que comenzó a formarse cuatro años antes, el presidente Santana unió el carnaval y las fiestas patrias en el año 1848. Incluso, aporta datos con claridad acerca de cómo hubo celebraciones con motivo del triunfo de la contienda contra los españoles de 1865 que posteriormente crearon el carnaval de la Restauración. Luego se detiene en el carnaval durante la dictadura de Lilís, el gobierno de Mon Cáceres, y otros. Sitúa en este periodo el verdadero origen de las bases sobre las que se enraizó el carnaval popular dominicano. En el mismo surgieron personajes como Roba la Gallina y los Alí Babá. Es, a mi modo de ver, uno de los capítulos metodológicamente más contundentes del libro.

El capítulo cinco lleva como título “El carnaval en la era de Trujillo”. En esta sección se percibe cómo el tirano se involucró de forma descarada en el carnaval, para servirse de esta manifestación cultural. Incluso, demuestra Dagoberto cómo la dictadura apoyó el carnaval de élite, cuando le convino, en la elección de reinas de carnaval que luego las convirtió en amantes suyas. También da cuenta de la forma en que el dictador mantuvo a rayas estrictas el carnaval popular de la ciudad de Santo Domingo. Tal vez esté allí, pues así lo detalla el autor, el fortalecimiento del recorrido que hacen los habitantes de los barrios detrás de las manifestaciones carnavaleras que se daban en los sectores populares. Práctica que se mantiene hasta el día de hoy en las comparsas del Distrito Nacional y Santo Domingo.

El capítulo seis el autor lo titula “Postrujillismo y carnaval”. En el mismo se nota claramente que, además de que es una época vivida por Dagoberto, el autor se ha involucrado con esta manifestación del folklore desde siempre con pasión, con devoción y con un ahínco poco común en otros investigadores. Se proporciona en este aparte la forma en que surgió la idea del Desfile Nacional de Carnaval y la realización del primero, en febrero de 1983. Esta manera de desfile que integra todo el país, según el autor, es única en el mundo y se ha desarrollado ininterrumpidamente hasta el día de hoy en la República Dominicana. Luego Tejeda hace un recorrido por los temas musicales que han surgido en torno al carnaval, resaltando el hecho de que, para él, el de mayor impacto ha sido “Baila en a calle”, de Luis Díaz. Se detalla en este capítulo la presencia del carnaval en la literatura dominicana, citando incluso innumerables autores, entre ellos poetas que han recurrido al carnaval para dar colorido a sus versos. También destaca el autor la presencia del carnaval en las artes plásticas de país. Por igual Dagoberto aborda, en este aparte, el tema de los afiches que se han elaborado para los desfiles de carnaval y el de la bibliografía sobre el carnaval local. Sobre este último aspecto señala que “La bibliografía sobre el carnaval dominicano está todavía muy dispersa y a pesar de sus limitaciones en cuanto a textos exclusivos sobre este tema, ya tenemos más que varios países del área”. (p. 211). Es otro de los capítulos que, además de los detalles minuciosos, se pueden calificar como enjundioso.

En el capítulo siete, titulado “Personajes, comparsas, carrozas y máscaras del carnaval dominicano”, Dagoberto Tejeda recorre este aspecto del carnaval como agua de río que se desplaza alegre por un cauce conocido y firme. Dagoberto, con su pasión por el carnaval, ha recorrido de palmo a palmo los rincones más apartados del país trás de las manifestaciones menos conocidas que puedan existir sobre personajes y comparsas. Esa es la única forma posible de recoger con un criterio metodológicamente científico los registros que tiene dicho aparte. Sólo este capítulo es un legado de incuestionable valor a la posteridad que, muy probablemente, nadie más pueda hacer, porque pocos habrán de abrazar esta manifestación con la pasión que lo hace el autor de la obra que comentamos.

En el capítulo ocho, cuyo título es “Características de los carnavales locales”, el autor vuelve a dar demostraciones de que su lupa de observador de los fenómenos sociales tiene un gran parecido con el imán, que en su recorrido por los suelos recoge absolutamente todos los contenidos de hierro y acero, sin importar sus formas. Aquí se percibe con claridad meridiana la manera en que se expresan las distintas expresiones de carnaval de todo el país. Se detiene el autor, en este aparte, a discutir el carnaval vegano y el surgimiento del mismo. Por falta de bases demostrativas Tejeda derriba las propuestas de varios investigadores veganos que han ubicado el origen del carnaval de esa ciudad en 1510. El autor da detalles de las manifestaciones de carnaval que existen en todos rincones del país. Enjundioso y con impresionantes detalles, este es otro de los capítulos que, por sí solos, constituye un verdadero aporte a las investigaciones existentes sobre el carnaval dominicano.

El capítulo nueve tiene como título “El carnaval cimarrón dominicano”. En esta denominación el autor incluye al “conjunto de expresiones que se celebran al final de la Semana Santa con motivo de la llegada de la primavera, con música, danzas y máscaras…” (p. 557). En este aparte el autor profundiza en la herencia que le ha legado al país, en materia de carnaval, los africanos traídos a tierras caribeñas y esclavizados en una de las peores formas que haya conocido el mundo en la trata de seres humanos.

Basado en fuentes documentales y en las manifestaciones que existen en la actualidad, Dagoberto recorre, las manifestaciones cimarronas en la cultura dominicana, en el carnaval, y en los tipos de máscaras locales con influencias africanas como son: Las máscaras del diablo de Elías Pila, Tifúas y cocorícamos, Las cachúas de Cabral, Los negros, El gagá dominicano y otras manifestaciones similares vinculadas al carnaval. Entiende que esas manifestaciones deben ser reconocidas, entendidas y revalorizadas como espacios de resistencia y sobrevivencia, porque esa manifestación de carnaval “somos nosotros mismos como país en la construcción de su identidad” (p. 575).

“Tendencias y perspectiva del carnaval dominicano” es el título del capítulo diez. A nuestro entender es el más polémico de todos. Eso suele suceder con los fenómenos sociales cuando se analizan tomando como referente hechos recientes. Aquí se sitúa el carnaval en el contexto histórico del país. Tras señalar el éxito de la comercialización de carnavales como el vegano, el autor resalta dos hechos que merecen la atención de los investigadores y también de los actores de este fenómeno. El primero es la forma en que el carnaval de esta provincia, por su éxito, ha impactado en otros carnavales locales que van surgiendo bajo la influencia de lo que es el carnaval vegano, sin desprenderse de las manifestaciones particulares de lo que se da en el carnaval de la ciudad olímpica. El segundo hecho que resalta Dagoberto Tejeda es el distanciamiento, cada vez más marcado, que llevan los vestuarios del carnaval vegano, de la realidad cultural dominicana que le dio origen. Indica Dagoberto que la comercialización del carnaval es importante, pero que el patrocinio “puede ser mortal para empobrecer, desnaturalizar y frenar el crecimiento cualitativo y cuantitativo” (pág. 600). Señala, además, la importancia de que los carnavales no sacrifiquen su identidad ni su autonomía en aras de la comercialización. Sitúa el tipo de responsabilidad que debe tener el gobierno central y los gobiernos locales en la organización del carnaval. Justifica Dagoberto en este aparte su posición sobre la fecha de celebración del desfile nacional de carnaval y de los desfiles locales dentro de la cuaresma, en contraposición a lo que plantea la iglesia católica. Y, además, con la objetividad que caracteriza su enfoque, señala que “El Desfile Nacional de Carnaval ha sobrepasado las expectativas y ha tenido un crecimiento mayor que su diseño y organización, razón por la cual en los últimos años se ha perdido su brillo y su capacidad de organización, haciendo que independientemente de las intenciones de sus organizadores, se les ha ido de la mano y ha resultado un desastre cada vez mayor” (pp. 617 y 618). Estas afirmaciones se hicieron bastante veraces en los desfiles ocurridos durante los años previos a la pandemia COVID-19.

El capítulo once lleva como título “Carnaval e identidad”. Para Dagoberto el carnaval dominicano se ha criollizado y resalta entre ellos “la fecha de su celebración, los personajes, los temas, el protagonismo en términos de clases sociales, ganando una categoría popular, democrática, de contenido patriótico, de manifestación cultural y de expresión de identidad nacional” (p. 635). El presente aparte se constituye en una necesaria reiteración de opiniones que el autor emite permanentemente, y que compartimos en términos absolutos. Afirma que “El carnaval popular [dominicano] es un patrimonio nacional, es una propuesta de resistencia, de lucha, de posibilidades pedagógicas-educativas de concienciación; es el espacio más importante de la cultura no convertido todavía en mera mercancía de capital, por eso, es todavía “subversivo” (pág. 641).

El capítulo final, el doce, que también es nuevo, tiene como título una interrogación “¿Hacia dónde va el carnaval dominicano?” Se aboca al autor a una evaluación del proceso del carnaval local en los últimos años a partir de lo cualitativo y lo cuantitativo. De forma certera señala la influencia del neoliberalismo en la sociedad dominicana y en todas sus manifestaciones y lo ubica como “responsable de la prostitución de los valores morales” (p. 644). El carnaval no escapa a las influencias de esta manifestación. En ese sentido da luz Dagoberto y alerta a los actores del carnaval sobre los males que les puede crear este fenómeno. Y concluye con que “Es imprescindible una reingeniería, una redefinición para que el carnaval sea realmente un espacio popular, de fortalecimiento de creatividad, de propuestas, de identidad, de esencias populares y sea revalorizado como patrimonio nacional” (p. 668).

Un aspecto que deberá tomarse en cuenta para una próxima edición (que de seguro se realizará) es que resulta incómodo en los libros consultar las notas de los capítulos al final de la obra. Hace tiempo ya que eso se resolvió colocando las notas al pie.

No obstante, entendeos que la obra El Carnaval Dominicano, antecedentes, tendencias y perspectivas, de Dagoberto Tejeda, aborda el tema de una manera que pocos investigadores asumen. El autor muestra permanentemente un compromiso con los protagonistas que son el objeto del presente estudio, los sectores humildes, los que le dan vida a la cultura popular. Esa es una visión metodológica que compartimos con el autor. Comparada con la bibliografía existente en el país, el presente libro se convierte en el estudio más abarcante y acabado sobre el carnaval de la República Dominicana. Desde ya se convierte en una obra obligatoria de consulta. Pasará mucho tiempo para que esta obra pueda ser superada.

Durante cinco años al frente del Desfile Nacional del Carnaval (2005-2009) pude constatar la presencia y el respeto que Dagoberto tiene ganados entre los carnavaleros. Y también me di cuenta de que una parte importante de los carnavales del mundo se inclinan hacia el desenfreno del cuerpo, de la carne y de las orgías; y que, en cambio, el dominicano es un carnaval centrado en las distintas manifestaciones históricas y culturales de los distintos lugares donde se llevan a cabo. Así lo demuestra claramente el libro. El hecho de que los dominicanos tengamos un carnaval basado en la identidad nacional es un logro que se debe a la tenaz insistencia y orientación de Dagoberto en este sector. Por esa razón proponemos que el Congreso Nacional invista a Dagoberto Tejeda como “Padre del carnaval popular de la República Dominicana”

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