En el actual contexto del sistema capitalista a escala global los únicos que parecen que no se enteraron del fin de las luchas revolucionarias por el cambio de sistema son los teóricos y dirigentes de la «nueva izquierda».
Y la conclusión es simple: No hay luchas revolucionarias sencillamente porque no hay pensamiento ni acción organizada revolucionaria orientada a sustituir (a cambiar) al capitalismo por otro sistema.
Todo lo que existe como lucha de «cambio social» es meramente reivindicativa («reformista») dentro de los marcos del sistema capitalista y los objetivos que se buscan ya no son colectivos (transformar de raíz a las sociedades y al mundo) sino individualistas y sectoriales, y no avanzan más allá de querer «humanizar» al capitalismo, hacerlo más digerible y menos injusto (ecología, «derechos humanos», «calidad de vida», etc).
Es más: Ya no hay rebeldía ni revolución porque el «orden» y el «desorden» (paz y conflicto) están pensados dentro de las reglas de integración al sistema sin que exista ninguna idea o intención de cambiarlo por otro.
Y la conclusión es simple: No hay luchas revolucionarias sencillamente porque no hay pensamiento ni acción organizada revolucionaria orientada a sustituir (a cambiar) al capitalismo por otro sistema.
Todo lo que existe como lucha de «cambio social» es meramente reivindicativa («reformista») dentro de los marcos del sistema capitalista y los objetivos que se buscan ya no son colectivos (transformar de raíz a las sociedades y al mundo) sino individualistas y sectoriales, y no avanzan más allá de querer «humanizar» al capitalismo, hacerlo más digerible y menos injusto (ecología, «derechos humanos», «calidad de vida», etc).
Es más: Ya no hay rebeldía ni revolución porque el «orden» y el «desorden» (paz y conflicto) están pensados dentro de las reglas de integración al sistema sin que exista ninguna idea o intención de cambiarlo por otro.
En resumen, «izquierda» y «derecha» son conceptos ideológicos antitéticos solo en términos de mayor o menor «progresismo» dentro del mismo sistema, pero ninguna de las dos opciones busca terminar de raíz con el capitalismo al que se lo presenta como el «único sistema posible» siguiendo el «orden natural» de las cosas.
Y aunque el orden «natural de las cosas» esté controlado y pensado en función de la propiedad privada, de la explotación del hombre por el hombre, y del interés de los grupos capitalistas que han convertido el planeta en un «gran mercado» para hacer negocios y reciclar dinero y riqueza concentrada a expensas de la pobreza y sufrimiento de las mayorías, ya nadie pelea para cambiar este sistema, sino por «humanizarlo» lo más posible.
En el mundo ya no hay revolución ni pensamientos revolucionarios, entre otras cosas, porque lo que hoy se llama «izquierda» ya no lucha (ni plantea una ideología de cambio y de toma del poder) contra el sistema, sino que pelea contra la «derecha» como expresión de la «injusticia» a la cual hay que combatir para que haya justicia para todos.
En el mundo ya no hay revolución ni pensamientos revolucionarios, entre otras cosas, porque lo que hoy se llama «izquierda» ya no lucha (ni plantea una ideología de cambio y de toma del poder) contra el sistema, sino que pelea contra la «derecha» como expresión de la «injusticia» a la cual hay que combatir para que haya justicia para todos.
La izquierda (asimilada a la filosofía del «único mundo posible») ya no piensa el mundo en función de la guerra a muerte para terminar con el sistema capitalista (el dueño del mundo), sino en función de terminar con la «derecha» dentro del marco del mismo sistema.
Y el asunto desembocó en que lo que debería desembocar: La izquierda (sin vocación de cambiar el sistema) se volvió potable y «políticamente correcta» para conformar una «alternativa de gobierno» a la «derecha neoliberal» dentro de las coordenadas de poder implantadas por las trasnacionales y el sionismo financiero que controlan el planeta desde la Reserva Federal y los bancos centrales, con el Pentágono como garantía suprema de «orden».
Y así se inventó la moda de gobiernos que hablan con la ideología de la «derecha» o de la «izquierda» en términos del discurso formal, pero desde el punto de vista práctico ejecutan un solo programa: El capitalismo. Y sus agregados funcionales de explotación y concentración de riquezas: La sociedad de consumo y la conquista de mercados.
De esta manera, y sin ninguna contradicción, Chávez puede decir que está realizando la «revolución socialista» en Venezuela, mientras ese país reviste la categoría de principal «socio comercial» de EEUU en la región y se configura dentro de una estructura económico productiva capitalista dominada por la sociedad de consumo.
En términos estadísticos y verificables, el sistema capitalista ha subvertido el significado histórico y funcional de la palabra «revolución»: Hacer la revolución ya no es cambiar el sistema, sino cambiar el discurso.
Izquierda y derecha son complementarias y se articulan como una «alternativa» dentro de los mismo. Por lo tanto, la única diferencia existente entre un «gobierno de izquierda» como el de Chávez, y otro de «derecha» como el de Uribe, es el discurso.
El sistema económico productivo y la sociedad de consumo de Colombia son los mismos que rigen en Venezuela, y, en general, los bancos y transnacionales capitalistas, que los controlan, salvo excepciones, son los mismos en ambos países.
Con la «izquierda revolucionaria» en los gobiernos, América Latina continúa teniendo 200 millones de pobres e indigentes, mientras las economías del «modelo» crecen en la misma proporción que las fortunas personales y los activos empresariales.
Con suerte variada, la izquierda está integrada dentro de las reglas de «competencia» político-electoral burguesa orientada a controlar el Estado capitalista con una mayor dosis de «revolución discursiva» pero sin alterar el «orden natural» del sistema controlado por los bancos y corporaciones del capitalismo trasnacional.
Por lo tanto, y con una izquierda que ya no diferencia entre «gobierno» (eventual y transitorio) y sistema de dominación capitalista (real y permanente), la «revolución» se ha convertido en marketing discursivo para conquistar corazones y mentes ansiosas de aventuras turísticas con «justicia social».
Con el mundo sin revolucionarios ni pensamientos revolucionarios, el sistema sacó a la palabra revolución del ostracismo (de la marginalidad y la ilegalidad) y la convirtió en agregado complementario del sistema de dominación, así como convirtió al Che Guevara en una remera y a Cuba en santuario turístico de la «revolución».
Hoy la revolución ya no es un objetivo a conquistar por medio de la lucha y la organización clandestina para cambiar el sistema, sino una escala de prestigio social buscada para integrar el sistema desde la percepción de lo «diferente».
Ser de izquierda» o «revolucionario» hoy no significa vivir en la ilegalidad y en la lucha armada para cambiar el sistema, sino vivir en la legalidad aceptada convertida en «pensamiento alternativo» pero sin transformación posible del orden capitalista que controla el planeta.
Hoy la izquierda «revolucionaria» solo pelea contra la «derecha» política y económica, pero no pelea contra el sistema capitalista que genera alternativamente a la derecha y la izquierda como alternativas de «gobernabilidad».
La izquierda, en general, y como durante la Guerra Fría, sigue peleando contra la derecha y los militares, sin visualizar que las estrategias del control político y social del Imperio capitalista ya no se ejecutan con represión militar y dictaduras, sino con sistema «democrático», gobiernos constitucionales y medios de comunicación como los nuevos gendarmes de la represión.
Al no pelear contra los nuevos agentes estratégicos activos de la dominación capitalista (el sistema «democrático», los medios de comunicación y la «sociedad de consumo») la izquierda sobreviviente de la Guerra Fría se convierte en potable para generar «alternativas de gobernabilidad» dentro del mismo sistema.
Al no pelear contra los nuevos agentes estratégicos activos de la dominación capitalista (el sistema «democrático», los medios de comunicación y la «sociedad de consumo») la izquierda sobreviviente de la Guerra Fría se convierte en potable para generar «alternativas de gobernabilidad» dentro del mismo sistema.
Hoy la «izquierda» (con Chávez a la cabeza) pelea contra el «Imperio» y contra el «dólar» USA, pero no pelea contra el sistema de poder capitalista que controla el mundo con la «democracia», los medios de comunicación y la sociedad de consumo como formadora de los valores del individuo masa solo destinado a votar y a consumir productos.
Lamentamos informarle a la izquierda que el mundo no está en revolución, simplemente porque las economías, los gobiernos y los programas y sistemas operativos cerebrales a escala masiva (salvo excepciones) están controlados por las estrategias funcionales del sistema capitalista globalizado a través del sistema democrático, los medios de comunicación y la sociedad de consumo.
Los grupos sionistas de la Reserva Federal y los bancos centrales (salvo contadas excepciones) ya no dominan con tanques y soldados de la «derecha», sino con entretenimiento, cultura, moda y música fashion, deportes, e información incorporada por microchip cerebral, en donde la única «revolución» posible la protagoniza la tecnología del sistema de poder imperial.
Lamentamos darles esta «mala noticia»: El sistema no se cae, solo entra en crisis y se auto-regenera, y la «revolución» solo es un entretenimiento de la Guerra Fría jugando en la cabeza de la izquierda asimilada al sistema.
Para que surja otra posibilidad (una alternativa revolucionaria real), hay que dejar la «ideología» y empezar a utilizar el cerebro en tiempo completo.
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