Escrito por: Inés Alzpún
Martes 11 de abril 2016.- La censura previa al video del PRM es una metida de pata extraña en un PLD tan acostumbrado a pelear campañas electorales.
Un video anunciado y no emitido en dos canales de televisión multiplicará por miles su visionado en las redes sociales. Un canal no tiene la audiencia que la curiosidad de los internautas dispara ante un hecho así.
Es el llamado efecto Streisand. En 2003, la actriz exigió una indemnización de 50 millones de dólares y el retiro de una foto de su casa que se había subido a una web. La extravagancia de la cifra y el intento de censura hicieron que el tema despertara el interés que sin ese alarde de control, el tema no tendría.
La censura previa es antigua, casposa, denota un trujillito interior que el PLD no logra sacarse. Y esta vez se le ha pegado. Es una ingenuidad en tiempo de Internet y demuestra una inseguridad injustificada en un partido que se siente ganador por goleada.
El control de la prensa no se ejerce con censura previa. La difamación se demuestra en los tribunales, no mostrándose alarmados (“¡Viene una campaña sucia!”) con anterioridad. Como si no las hubiera siempre, en todos los torneos electorales.
El PLD tiene una maquinaria propagandística fabulosa, imponente. Cara, muy cara. Organizada y militante. Más incluso que la que utilizaba Leonel Fernández y mucho mayor que la de Hipólito.
(¿Le difamaron? Vaya a los tribunales. ¿Cómo?… ¿que no se fía usted de los tribunales? Ahí le entendemos, los demás tampoco.)