>
A través de las lágrimas del arzobispo de Ayacucho lloró la humanidad ahíta de sangre y violencia
Escrito por: Enrique Cabrera Vásquez
SAN PEDRO DE MACORIS.– El sentido de humanidad obliga a reflexionar sobre un hecho inhumano y bestial. Como olvidar aquella fiesta de sangre y exterminio; aquel trágico final de aquellos jóvenes lleno de beatitud utópica que de manera osada y temeraria tomaron violentamente una sede diplomática en el Perú de Fujimori.
Si aquel día memorable apresuradamente y de manera competitiva los cables internacionales de prensa dieron cuenta al mundo la tarde del 23 de abril de 1997 del alarmante hecho: tropas elite del gobierno peruano del ingeniero Alberto Fujimori habían iniciado el “asalto” a la residencia del embajador de Japón, ocupada sorpresivamente desde hace 126 días por un comando subversivo del Movimiento Revolucionario Tupac-Amaru-MRTA-, en las que se encontraban 172 rehenes, tomados por la fuerza hasta ese momento.
Tan pronto el mundo fue enterado de los acontecimientos una avalancha de telegramas con congratulaciones y felicitaciones se sucedieron, también competitivamente, de parte de los gobiernos “democráticos” que rápidamente se solidarizaron con la acción emprendida por su homólogo peruano.
La llamada “gran prensa” se sumó al concierto de estribillos lisonjeros regocijados por la retoma de la sede diplomática. Un escandaloso ejército de estentóreas voces universales manifestó sus alegres parabienes para el “héroe” Alberto Fujimori. El cinismo y la hipocresía se imponían contra el amplio sentimiento que abogaba por una salida negociada y pacifica a la llamada crisis de los rehenes del Perú.
En medio de este festín de congratulaciones y felicitaciones paganas vinieron a la luz publicas las lagrimas vertidas por un hombre abatido por la sin razón y el odio de una claque humana perversa y sedienta de sangre que no cesa de rendirle culto a la violencia y al crimen.
El arzobispo de Ayacucho, Juan Luís Cipriani, dejó escapar a través de sus lágrimas su impotencia y su dolor profundo. Dejó correr públicamente sus lágrimas sinceras frente al desolador y escalofriante cuadro de vileza y villanía, de exterminio total ordenado por el presidente peruano Alberto Fujimori.
Los 14 guerrilleros del MRTA murieron. 14 jóvenes cargados de utopía libertarias y sueños irredentos fueron, según las versiones a posteriori de la acción de rescate, sumariamente fusilados. Despiadadamente exterminados.
Alegremente corrió a raudales sangre joven; sangre de un grupo de muchachos que acorralados por un sistema de injusticia y oprobio se ven en la “necesidad” de asumir la violencia como “partera de la historia”. Con premeditada crueldad y bestialidad todos los insurgentes del MRTA sucumbieron en la “heroica” acción comandada directamente por el déspota Fujimori.
Es verdad que los guerrilleros del MRTA jamás debieron tomar por asalto la residencia diplomática. Que jamás debieron poner en peligro la vida de los rehenes ni asumir una práctica cimentada en la violencia.
La acción del MRTA es propia de un grupo desesperados que recurre estúpidamente a lo que los expertos denominan “terrorismo individual”.
Por más cruel y despiadado que sea el régimen de fuerza de Fujimori. Por más explotación, opresión, marginad social, hambre y miseria que protagonice el régimen peruano, jamás la violencia debe ser el elemento a seguir para enfrentar ese conmovedor y lastimero cuadro social y político.
La acción del MRTA es condenable y repudiable desde toda óptica y visión ideológica. El mundo. La humanidad, esta saturada de tanta violencia y destrucción. Por eso lloró valientemente el arzobispo de Ayacucho. Lloro por los jóvenes del MRTA cruelmente asesinados.
Lloró por el régimen del Perú inicuo, perverso, asesino y despótico. Lloró por toda esa iniquidad cebada por las felicitaciones insensibles y cobardes. Sus lágrimas son una protesta responsable contra el terrorismo individual del MRTA y el terrorismo de Estado del régimen de Fujimori.
La matanza que ejecutó Fujimori. Esa estúpida e inhumana sentencia de muerte que le impuso al comando del MRTA trae a colación aquella reflexión compungida, poética y filosófica, de unos de los grandes hombres de pensamiento fresco y sensible de nuestro planeta: León Tolstoy.
Este en su “No puedo callarme” denunció las sumarias ejecuciones del régimen de la Rusia de entonces, lanzó su anatema contra la pena de muerte. Contra la masacre que flagelaba a su pueblo.
“Todo esto ha sido cuidadosamente dispuesto y planeado por unos hombres cultos e inteligentes, pertenecientes a las clases superiores”. No hay duda de la similitud de aquella época en Rusia y el escenario del Perú de hoy en día.
Para esta innoble tarea (la de asesinar a los adversarios) “Se las arreglan para encontrar a los hombres más depravados y desdichados y, al mismo tiempo que les obligan a realizar la obra por ello planeada, todavía logran aparentar que desprecian y sienten horror por ellos…”.
“…Y la ignorancia es llevada a cabo por hombres desventurados, corrompidos, engañosos y despreciados…”.
¡Monstruos! “no hay otra palabra”, dice Tolstoy. “Y no es solamente esta iniquidad la llevada a cabo. Toda suerte de torturas y violencias son a diario perpetradas en prisiones, fortalezas y colonias penitenciarias, con el mismo pretexto y con la idéntica crueldad, a sangre fría”. ¡Cuánta similitud con el Perú de Fujimori!
Unas de las razones que esgrimió el comando del MRTA fue que en las cárceles del Perú se tortura y ejerce todo tipo de violencia contra sus compañeros detenidos. Y como dice Tolstoy “Esto es monstruoso”.
lo más monstruoso de todo, según Tolstoy, es que no se hace impulsivamente, bajo el influjo de sentimientos que se imponen a la razón, como ocurre en las peleas, en la guerra, incluso en los asaltos a mano armada, sino que, por el contrario, se hace en nombre de la razón y con arreglo a cálculo que se imponen a los sentimientos. Esto es lo que hace estos hechos tan particularmente pavorosos.
Pavorosos, porque estos actos cometidos por hombres que, desde el juez hasta el verdugo, no lo desean, prueban más vivamente que nada hasta que punto es pernicioso al alma el despotismo, el dominio del hombre sobre el hombre”.
Eso fue lo que pasó en el Perú de Fujimori. Los hombres de Fujimori vencieron a los hombres del MRTA. Con asechanza y alevosía; con premeditación científicamente calculada, con sofisticadas y técnicas formas de combate se emprendió la indigna y monstruosa tarea de disponer de la vida de los 14 jóvenes guerrilleros asediados en la sede diplomática. Nunca habrá argumento para justificar semejante tropelías.
Siempre habrá espacio para el diálogo y la concertación por la paz. Lo del Perú fue un episodio que afrenta a la humanidad y pone en evidencia la catadura inmoral, sádica, cruel, paranoica de aquel gobierno que solo supo apoyarse en la violencia y la sangre.
Nota informativa: publicado en el periódico semanario EL COLOSO DE MACORIX, semana del 2 al 9 de mayo de 1997, pagina 5.