Escrito por Jorge Carrión
1ro de febrero 2017.-El libro 1984 de George Orwell, una novela distópica que se publicó por primera vez hace 68 años, llego al primer puesto de los libros más vendidos en Amazon durante la primera semana de Trump como presidente de Estados Unidos. Credit Justin Sullivan/Getty Images
El gran oponente de Donald Trump, el presidente tuitero, el gran antiintelectual de nuestra época, no es Hillary Clinton, ni Bernie Sanders ni Barack Obama, sino George Orwell, el escritor y reportero y librero y soldado antifascista que murió en 1950 pero está más vivo que nunca.
Cuando en 2013 se reveló que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA por sus siglas en inglés) de Estados Unidos nos estaba espiando de un modo indiscriminado, las ventas de la novela 1984 se multiplicaron por siete en Amazon. Y en pleno proceso actual de transformación de la distopía en realidad, como siempre a través del lenguaje (desde los tuits sobre Corea del Norte hasta la firma de la orden ejecutiva para construir un nuevo muro), la expresión “hechos alternativos” en boca de Kellyanne Conway —que en pocos días pasó de dirigir la campaña electoral a asesorar en el Despacho Oval—, ha situado el libro sobre el Gran Hermano y el Ministerio del Amor y el doblepiensa en el más vendido del megasupermercado online.
No es La conjura contra América, de Philip Roth, una ucronía de estilo realista que fabula el ascenso a la Casa Blanca de un presidente fascista, aliado de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. No son los Diarios de Victor Klemperer, el filólogo que anotó y desmenuzó, sabia y maniáticamente, cada una de las palabras que eran adulteradas y envenenadas por la retórica nazi.
Se trata de una novela futurista sobre la censura y la vigilancia, sobre el nacionalismo y el totalitarismo, que anticipa la omnipresencia de los helicópteros como vehículos de biocontrol y de las pantallas panópticas, y que da por descontado que, en un futuro en guerra, la gran alianza de Gran Bretaña sería con los Estados Unidos y no con Europa. Una novela sobre el lenguaje como un líquido viscoso que se filtra por los poros de los pliegues del cerebro: es la neolengua la que permite el doblepiensa, una disciplina mental que logra que creas simultáneamente en dos verdades contradictorias.
“Lo que vi en España no me ha vuelto escéptico, pero me ha convencido de que el futuro se presenta muy negro”, escribió Orwell en una carta al escritor y productor de radio Rayner Heppenstall el 31 de julio de 1937. A partir de ese momento, Homenaje a Cataluña (1938), Rebelión en la granja (1945) y, finalmente, 1984 (1949) comparten la obsesión por desenmascarar el estalinismo. En unos años en que todos escribían contra Hitler, Orwell lo hacía contra Stalin. En unos años en que todos veían la paja en el ojo ajeno, Orwell —quien era británico— publica el artículo “Antisemistismo en Inglaterra” (1945). No obstante, sus tres obras mayores constituyen un testamento que supera las encarnaciones históricas del totalitarismo. El Fascismo es una fuerza superior que se metamorfosea y sobrevive. Él creía y defendía un socialismo democrático que, si llegó a existir, fue enterrado por el capitalismo huracanado y de ficción.
Tal vez haya dos tipos de clásicos, esos textos ajenos a los spoilers, esos textos que nunca pasan de moda: los que invitan a ser reimaginados y los que invitan a ser reactivados. La novela 1984 pertenece a esta segunda categoría. Durante las últimas décadas su crítica política ha provocado tanto adaptaciones directas (televisivas, cinematográficas, radiofónicas) como versiones libres (del film Brazil de Terry Gilliam al cómic V de Vendetta de Alan Moore y David Lloyd), porque pocos libros contienen tantas ideas perturbadoras que hayan logrado ir cobrando formas familiares, opresivamente inmediatas.
Que la presidencia de Trump haya sido recibida con una compra masiva de 1984 se puede interpretar como una gran performance colectiva: como una manifestación de la incipiente resistencia civil, que activa un título talismán, para usarlo como arma de la polis contra el tirano que atenta contra el periodismo y contra la literatura y contra el mero pensar.
Pero eso, por supuesto, es una lectura humanista de un dato revelador. Toda cara tiene su cruz: que en un mundo con decenas de canales de telerrealidad, en que son grabados todos y cada uno de nuestros pasos físicos y materiales, midamos en los términos que propone Amazon conceptos como la resistencia no puede más que significar el triunfo final de Gran Hermano. La moneda está en el aire: ¿Qué eliges, cara o cruz?