Dejan sus países con la promesa de una vida mejor y terminan víctimas de redes de explotación sexual. La cifra de mujeres se incrementa cada año, pero el temor a la denuncia invisibiliza un negocio aún más lucrativo que el narcotráfico.
Escrito por: Nazaretn Balbás
09 mar 2017.– Una mujer fue hallada casi desangrada en una casa en el Reino Unido. La habían violado justo antes de dar a luz y abortó.
«Cuando llegó la policía, la encontraron colgada: así era como la violaban y así fue como abortó. Estaba siendo violada mientras estaba pariendo. Estaba desangrada», contó a la BBC Yenny Aude, quien trabaja en una organización de ayuda a inmigrantes latinoamericanas en Reino Unido.
El caso fue reseñado este jueves por el medio británico, pero encarna una realidad aún más profunda: un lucrativo negocio que pasa por debajo de la mesa y genera ganacias de más de 39.000 millones de dólares, según cifras de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc, por sus siglas en inglés). Es la trata de personas.
El testimonio de algunas víctimas entrevistadas muestra que el denominador común de las mujeres latinoamericanas que migran a Europa es que -por miedo o temor a exponerse- se abstienen de denunciar a los agresores, no aparecen en las estadísticas oficiales porque ingresan al continente con pasaportes falsos y son rápidamente vulneradas por la precaria situación económica en la que quedan al salir de sus países de origen.
El más reciente informe de la Unodc, publicado el año pasado, muestra que menos de 5% de las víctimas que se van a Europa son detectadas por las autoridades, razón por la que se dificulta ponderar la magnitud del drama que viven mujeres provenientes de centro, Suramérica y el Caribe.
Encierro y engaño
Según Naciones Unidas, hay elementos diferenciadores entre el tráfico ilícito de inmigrantes y la trata de personas: las víctimas generalmente son llevadas bajo engaño, sometidas a algún tipo de explotación y no necesariamente cruzan fronteras.
En Sur y Centroamérica, 57% de los casos reportados de trata son por explotación sexual. Así le pasó a Ana, una joven que contó como una prima la invitó a Londres y ella no dudó en ir. Lo que vino después fue su propio infierno: la encerraron en una casa y la obligaron a prostituirse junto a otras chicas latinoamericanas provenientes de Colombia, Venezuela, Bolivia y México, con la amenaza de «pagar una deuda» con su familiar.
«Hay muy poca información en nuestros países. (Las mujeres) no se imaginan lo que les puede pasar. Yo era muy joven, no conocía nada, me dejé llevar por un sueño, una ilusión, por escapar de mi realidad (…) Es un tráfico del que no te das cuenta», narró la víctima, quien logró escapar de sus captores gracias a la ayuda de un tercero.
Sin información
Sin embargo, no todas corren la misma suerte. Aude también conoce casos de mujeres que después de haber sido explotadas sexualmente, contrajeron sida y fueron usadas por sus traficantes como narco mulas. La mayoría de ellas jamás admite que llegó a Europa bajo la modalidad de trata y alegan que iban a visitar a un «novio».
«Ninguna mujer llega a LAWRS diciendo: ‘Soy una víctima de trata’. Ellas nunca se ponen ese sello y es porque no tienen información sobre lo que es la trata», sostiene Aude. Por lo general, quedan en manos de sus captores bajo la promesa de mejorar su situación económica o, incluso, una expectativa amorosa.
«Son mujeres que salieron de sus países porque iban a visitar a su novios, incluso a casarse, y la sola idea de contar lo que pasó es impensable», agrega. La segunda razón que tienen ellas para no acudir a las autoridades es el temor a ser deportadas.
Naciones Unidas estima que, entre 2012 y 2014, el delito de trata afectó a 63.251 personas, de las cuales 51% eran mujeres. De las 23.000 víctimas detectadas por explotación sexual, 96% eran de sexo femenino y buena parte de ese porcentaje provenía de Latinoamérica.
Pero la pesadilla no termina allí. Mujeres recluidas en centros penitenciarios, luego de haber sido víctimas de trata para narcotráfico, a veces no quieren regresar a sus países de origen. La razón ni siquiera es la estigmatización o la vergüenza de contar lo que les pasó, sino el temor a una suerte de «pena de muerte» aplicada por las mafias que controlan el lucrativo negocio de trasegar con la vida de otros más vulnerables.
«Es una realidad en nuestra comunidad, en nuestros países. Es una realidad que no queremos ver, que no queremos afrontar. Pero que está ahí», dice Aude. Cerrar los ojos, sin embargo, no impide que -de acuerdo al último estudio de la ONU- a cada hora ingresen tres personas a una brutal estadística.
Nazaretn Balbás