Larissa, o el olvido permanente que nunca llega.

Escrito por: José –Dorín- Cabrera.

Santo Domingo, sábado 04 de noviembre 2017.- Porque cuando se ama con el corazón el olvido nunca llega. He vivido estos veintitrés largos años como las letras de un bolero que se resiste al olvido, y cuyo sentimiento lame las remembranzas en párrafos de sombras y de dolor grande, por tu inexplicable ausencia cual velero que navega sin rumbo en las aguas profundas de los surcos de mi memoria, que no quiere llegar al puerto definitivo de los adioses. Mi alma también te recuerda ya casi muerta en el luto del aroma de tu cabellera cuando todos los relojes del país paralizaron tus dos manos dormidas, mientras mi angustia y la de tú mamá caminaban por los senderos del susurro de la medianoche en el tránsito hacia la madrugada y la fatalidad. No obstante, entre brumas, mi imaginación me hace pensarte en lejanía con la sonrisa triste de una mariposa posada en tú inerme rostro, acostada en una oscuridad infinita como la morada en que habitas, hecha del seco crujir de las raíces de la tierra y de los recuerdos hundidos en la hondura de la cárcel de mi ser, como cartelera de las nostalgias de los mejores días de tu infancia. Ahí, en esa morada, me acerqué a tus sepultados párpados en lo infinito de la nada y de los testigos de la penumbra de las esperanzas idas, como si fueran clavos perpetuados en tu vestido de madera. “…Tu sepulcro cubre mi gratitud como el rocío…jamás olvidaré tu nombre…El cielo te bendiga en la tierra donde yaces…”. W. Wordsworth, no esperó que le externara mi agradecimiento por su extraordinaria poesía y ayer se marchó asido de la armonía de los pasos del acordeón, en esta misma madrugada, cuando vino a visitarme después que él conversara contigo en el mismo lugar donde residen ustedes dos. Escuché la voz queda y alucinante del poeta que dormía en las almohadas oníricas de las quimeras de mis cohobas.

2

Olvidar es difícil si se tiene corazón. Nada muere mientras no se olvida, y al recordar el regreso a tus lindos días, mi memoria se agranda cual cauce de los ríos que vuelven a discurrir por donde siempre lo hicieron, en ocasiones sublevados por intensas lluvias de aguas furiosas y sinfonías de miedo. Después de tú partida, junto a ti deposité mis ilusiones como las que vivía Don Quijote el caballero de la fantasía y del candor. He llorado tanto por ti, a solas, que ya son mis escasas lágrimas que lloran por mí, esas lágrimas que te oculto para que tú no sufras, porque nunca sabrás que cuando un cinco de noviembre de 1994 tu mamá y tu tía te vistieron de madera con hilos y encajes blancos, tejieron la permanente desesperanzas de la soledad de mi pecho. Es la muerte un sueño o es un sueño la realidad. Porque la muerte lo que suprime no es a los seres cercanos, lo que ella intenta llevarse para siempre son los recuerdos. Por eso te escribo hija mía para que nomeolvides. A pesar de que éstos veintitrés años de tu ausencia nos dicen que estás lejos, te sentimos presentes entre nosotros, hablamos de ti cada día, recordamos tu forma optimista de ser y cuánto nos querías.

Te llevamos y te llevaremos en el corazón. Te queremos y te querremos hasta el fin. Tu familia jamás te
olvida. Ni te olvidará. Tu nombre Larissa, de frescos y delicados aromas de rocíos recién llegados a la ribera de los besos, como dos
olas blancas que surgen de aguas intensamente azules que se levantan detrás de una luz enorme que solo yo veo, tocadas por el murmullo de las comisuras de tus labios. Y pronto cuando Lucas José, Liamm y Louiex tengan uso de razón, nos encargaremos de enseñarles, como una religión, lo grande de su tía Larissa. Lo inconmensurable de su bondad y de sus afectos. Decía don Luis Cernuda, “Recuérdalo tú y recuérdalo a otros”, porque la memoria es la condición necesaria entre el ser y el estar. Si hay olvido es difícil nuestra identidad.

3

Eres la huella que vive en mi alma ya cansada sobre una hoja ocre de otoño que la mece el tiempo que llevo dentro, mientras cae destruida otrora
vigorosa espiga de laurel, arrodillada por vientos y lluvias desojadas que duermen para siempre en la nobleza de los manantiales de tú inocencia. Anhelo tu presencia con insoportables desvelos de este galopar repentino de mi corazón ingobernable, ante esta fotografía tuya que me observa despiadada como un espejo, y no se ya distinguir la tristeza y la congoja del júbilo, al verme en esa foto junto a ti con nuestros dedos abrazados por gemidos apoyados en la perfumadas letras poéticas de don Héctor Inchaustegui Cabral, “…envueltos por la muerte con mis dedos largos fríos…y este amor que sin resignación se escuda en la palabra que levanta un mundo en que sólo entrarán los que designe esta hermosa sed de sueños que me salva…”.

Le he suplicado al olvido una larga amnistía. Y el cielo sólo me ofrece un largo bostezo con la impasible piedad de su indiferencia. Entonces, allá, en lo alto, solo alcanzo a ver el secreto de tus ojos como la sangre eterna de mi herida que no cesa. Ya mis ojos no se encuentran con los tuyos que peleaban las auroras del crepúsculo, pero cuando te fuiste tu mirada se quedó con la mía prodigándole consuelo a mi dolor prendido de sollozos, junto a la ventana de tu despedida que ve hojas de otoño que caen desde mi alma, llorando como llora el agua de la lluvia cuando cae minuciosa, triste y solitaria como una muchedumbre. Honoré de Balzac me mandó a preguntar “… ¿Es que se acaba de amar alguna vez? Hay gente que han muerto y que yo siento que aún ama…”. La muerte elimina lo vivido. Ella llega con sus alas de cenizas y sus pasos de recuerdos. Pero no puede invalidar lo vivido, porque la vida es lo que tú tocas. Qué fácil fue quererte hija mía y que difícil es vivir sin tus pródigos afectos. Mi vida es la que tu insistente ausencia le arrancó corolas de alegrías y mi cabeza empezó a poblarse de canas como las de un bohío en un desierto de almas desplazadas.

4

Para burlarme de mi locura converso con mi voz que es mi otro espejo. Y sólo encuentro palabras rotas estrelladas contra estrellas. En aquella madrugada en que te fuiste con el alba, me bebí entonces desgarradoramente la última copa de esperanza, que ya era de amargura y pena, golpeando la pared de aquella aurora y mirando al sol que me traía su bohemia amarilla, después de escuchar el silencio del último pétalo que caía sobre el ataúd que te llevó a las esencias del destino.

Homenaje a la Santa Larissa Alexandra Cabrera Almonte, de su mamá Milagros Almonte, de sus hermanas Liza y Melissa Cabrera Almonte, de su cuñado Luís Castillo, de sus sobrinos Lucas José, Liamm José, Louiex José Castillo Cabrera y de su papá José-Dorín-Cabrera,  5 de noviembre 2017

 

 

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