Este debate me deja con más preguntas: ¿cómo va a defender el próximo presidente de México los derechos de quienes vivimos fuera del país? ¿Cómo ir más allá de lograr que Trump “nos respete”? ¿Si regreso a México, podré encontrar un trabajo?
Foto.- Los cuatro candidatos a la presidencia de México, Jaime Rodríguez Calderón, Ricardo Anaya, José Antonio Meade y Andrés Manuel López Obrador, antes de iniciar el segundo debate presidencial el domingo 20 de mayo de 2018 Credit Reuters
Fuente: The New York Times
NUEVA YORK, 24-mayo-2018.- — Hace unos días recibí por primera vez una boleta electoral. Como un joven mexicano indocumentado que vive en Estados Unidos desde hace trece años, fue un momento emocionante: estas elecciones serán la primera vez que ejerza mi derecho al voto. Pero la emoción se desvaneció el domingo 20 de mayo, cuando concluyó el segundo debate presidencial a 41 días a las elecciones. Ahora mi única certeza es la incertidumbre: no sé si alguno de los cuatro candidatos merece mi voto, o más bien, si alguno de ellos será el líder que pueda defender a los millones de mexicanos que vivimos sin documentos en Estados Unidos.
El drama de los dreamers y de los 5,6 millones de mexicanos indocumentados que vivimos en Estados Unidos no estuvo presente en Tijuana. Estos mexicanos hemos estado en un limbo entre ambas fronteras, con la desgarradora convicción de que no somos tomados en cuenta ni en el país en el que hemos hecho nuestras vidas ni en nuestro país de origen.
En un momento del debate, mi nombre apareció. Uno de los moderadores, León Krauze, contó mi historia y planteó una pregunta mía a los candidatos: “¿A qué se comprometen con los dreamers mexicanos que luchan a diario para cumplir sus metas y ser reconocidos en un país que no los acepta?”. No pude plantear yo mismo esa pregunta, porque ahora no puedo salir de Estados Unidos. Las respuestas de los candidatos fueron vagas y vanas.
Soy uno de los 800.000 dreamers protegidos —hasta ahora— por el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por su sigla en inglés), que nos da un permiso de trabajo, un número de seguro social y, lo más importante, impide que se nos deporte de Estados Unidos, al menos por dos años.
Al igual que muchos otros migrantes, llegué a Estados Unidos con mis padres en busca de una mejor educación y un mejor futuro en el “país de las oportunidades”. En 2012, mis padres tuvieron que regresar a México y desde entonces vivo con mi mejor amigo y mis tíos en Queens. Fue entonces que nació mi pasión por convertirme en un organizador comunitario y que empecé a luchar no solo por mis derechos, sino por los derechos de todos los inmigrantes.
Uno de los cuatro candidatos que debatió el domingo será el próximo mandatario de México, que no solo tomará decisiones por los ciudadanos dentro del país, sino también por los que vivimos fuera de él. Al igual que muchos otros electores primerizos, esperaba con ansiedad el segundo debate. Esperaba respuestas a las preguntas abiertas del primer debate. Pero para los que vivimos de este lado del muro que quiere construir Donald Trump, este debate dedicado —además de las relaciones comerciales con el exterior y la seguridad fronteriza— a los derechos de los migrantes era la oportunidad para conocer las ideas y proyectos de los aspirantes sobre la comunidad de mexicanos que vivimos en Estados Unidos y cuáles serían sus plataformas para defendernos de los constantes ataques del presidente Donald Trump.
El domingo, ninguno de los candidatos parecía entender una postura que muchos dreamers compartimos: no queremos ser una nota al pie del gobierno mexicano, queremos ser incluidos en la mesa de las negociaciones, queremos tener una voz en el futuro de nuestro país. Muchos de nosotros y nosotras hemos hecho una vida en Estados Unidos, hemos decidido estudiar, trabajar, pagar impuestos y ser una fuerza política del país al que llegamos siendo niños. Pero como mexicanos, queremos contribuir también a la economía y política de México. Queremos ser, pues, ciudadanos.
Foto.- La organización Madres Soñadoras Internacional el 13 de mayo de 2018 en un evento en la frontera entre México y Estados Unidos en Tijuana Credit Guillermo Arias/Agence France-Presse — Getty Images
Fue descorazonador ver con claridad que los candidatos no tienen conocimiento de los problemas que se viven fuera de México. Por poner un solo ejemplo: la falta de ayuda financiera a los jóvenes indocumentados. Si no es por el Instituto de Estudios Mexicanos Jaime Lucero y DreamUS, instituciones que creyeron en mi potencial, hoy no estaría a una semana de graduarme y ser el primero en mi familia en obtener una licenciatura.
En el debate hubo un exceso de ataques y una escasez de propuestas. Cuando alguno de los candidatos se atrevió con tibieza a proponer una idea, fue tan ambigua que resultó en vano. Cuando Andrés Manuel López Obrador, el candidato de Morena y puntero en todas las encuestas, anunció que piensa trasladar el Instituto Nacional para la Migración a Tijuana, no explico qué ganaríamos con esa mudanza: ¿seguirán dando, pero ahora desde Tijuana, más costales para sus pertenencias —como el que mostró el candidato del PAN, Ricardo Anaya— a los que regresan?
Paradójicamente, los costales —una bolsa que otorga generosamente el gobierno a los mexicanos que vuelven al país— son una de las pocas cosas que México les da a quienes regresan. Tampoco es suficiente el panfleto de “Bienvenido, paisano”, escrito en español, pues muchos de los repatriados vienen de comunidades donde el español es el segundo idioma.
En lugar de buenos deseos y promesas tan enigmáticas como “defender nuestra dignidad” los mexicanos en Estados Unidos necesitamos con urgencia mecanismos en México que ayuden a los deportados a reintegrarse a la sociedad mexicana, necesitamos psicólogos, seguro médico y escuelas. Pero más que nada necesitamos seguridad y la garantía de nuestros derechos humanos.
Recordemos la historia de Guadalupe García de Rayos, una mexicana que vivió en Arizona por más de veintiún años y fue deportada a México y dejó así a sus dos hijos menores en Estados Unidos. Su delito fue cruzar la frontera. También recordemos al dreamer Daniel Ramírez, quien fue detenido inocentemente y acusado de ser parte de una red de pandillas, pero que después de un año en batallas legales un juez federal dictó que el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE) había cometido irregularidades al deportarlo. Estas son solo dos historias que se repiten a diario y que el gobierno mexicano necesita empezar a ver. En un momento en el que estamos siendo atacados por el presidente de Estados Unidos con un discurso proteccionista, necesitamos proyectos concretos.
Este debate me deja con más preguntas: ¿cómo va a defender el próximo presidente de México los derechos de quienes vivimos fuera del país? ¿Cómo ir más allá de lograr que Trump “nos respete”? ¿Si regreso a México, podré encontrar un trabajo?
Acaso lo único rescatable de este debate, aunque abordado más por los moderadores que por los candidatos, fue que se reconoció el trato denigrante por parte de las autoridades mexicanas a los inmigrantes centroamericanos que recorren México. Es hora de implementar leyes nacionales que ayuden a castigar a los que abusan de los centroamericanos que pasan por el territorio mexicano. Nuestros hermanos centroamericanos, al igual que los mexicanos, van en busca de un mejor futuro en Estados Unidos, fuera de la violencia de las pandillas o el crimen organizado o de más oportunidades económicas. Si queremos que Estados Unidos haga justicia, debemos liderar con el ejemplo desde México.
El domingo, después de escuchar a los cuatro candidatos esquivar preguntas y esgrimir lugares comunes sobre los migrantes, quedé con la convicción de que nuestros derechos están más vulnerables que nunca. El presidente Trump nos seguirá insultando y todo parece indicar que el próximo presidente de México no nos dará certezas a los que estamos a la deriva en un país extranjero, aunque propio. Al margen de dos gobiernos que nos ignoran, los mexicanos que vivimos en Estados Unidos debemos seguir defendiéndonos los unos a los otros.
Antonio Alarcón es un activista “dreamer” que vive en Estados Unidos desde hace trece años.