Allí quedó ahogado en el remolino de sus lágrimas crecidas y esparcidas como río desbordado el soberbio y cobarde jefe Pempén, víctima de él mismo, de sus aspavientos paranoicos, dislates y mediocridad repulsiva. Sucumbió envuelto en el aluvión de dolor, oprobio, mezquindad, y maldad devenida de la traición e ingratitud de su existencia reticente y azarosa.
Escrito por: Enrique Cabrera Vásquez
Nota de inicio: “El Maco, sapo o Anuro, es el nombre dado en República Dominicana a un anfibio que se caracteriza por no tener cola, por presentar un cuerpo corto y muy ensanchado, y por tener las patas posteriores más desarrolladas y adaptadas para el salto». Cualquier parecido físico con algún personaje de la academia filosófica es una simple coincidencia de hechos acontecidos.
San Pedro de Macorís, 12-junio-2018.-Todo ingrato es traidor. Todo traidor es ingrato, estos términos van entrelazados, unidos, constituyen una alianza funesta. Quienes practican este comportamiento abominable se merecen las peores condenas morales. Nadie debe respetarlo como persona, todo lo contrario, aislarlo en su madriguera de hampón irreductible. El ingrato y traidor, desarrolla una cultura de ventajismo empecinado, no se detiene ante nada, carece del más mínimo escrúpulo y se cree poseedor de alguna inteligencia al considera su práctica inmoral como resultado de su supuesta habilidad personal supina para subsistir. ¡Vaya subestimación de su propio yo!
Dentro de ese tipo de individuo nos encontramos con el ingrato y traidor de Pempén. He aquí la moraleja:
Quizás la semejanza de su fisonomía corporal con la de un maco (el Maco Pempén), condicionó su instinto social, impulsos paranoicos y reflejos psíquicos–social. Lo cierto es, que Pempén desarrolló un delirio persecutorio ridículo. Su condición timorata lo llevaba a desconfiar hasta de la bondad. Recelaba de todo viviente humano y no humano. Esta patología lo traicionaba constantemente; no era firme ni en propósitos ni metas anheladas; cuando entablaba alguna amistad, alguna relación social, éstos, al descubrir su naturaleza ambivalente se espantaban, huían de él, retrocedían rápidamente al destaparse su real personalidad, esa que se le yuxtaponía de manera intrusa e imprudente cuando confrontaba la realidad social que se daba en su entorno de manera dialéctica. Y entonces, comenzaba a trastocar todo lo conseguido. La ira, la rabia, la cólera; los anatemas y maldiciones llena de furor, se apoderaban de manera explosiva de su ser, de sus labios brotan palabrotas prosaicas, descompuestas e incendiarias. Sobresalía su verdadero YO. Afloraba su esencia asustadiza. Perdía los estribos y con ello los amigos y amistades que había logrado en sus acomodaticias pulsaciones sociales quienes se replegaban, se distanciaban perplejos ante su agresividad verbal amenazante. Su incapacidad social se la atribuía a los otros, a esos que se negaban a aceptar sus argumentos deformes con que demolía a aquellos que les habían servidos favores, que lo apoyaron y protegieron para que pudiese alcanzar un espacio de dignidad y respeto en la seccional de la academia. La ingratitud, apostasía, y traición, dominaban su psique personalidad. Y desde el esputo de su conciencia maleada se lanzaba a conjurar la razón de los demás. Maquinaba, blasfemaba, injuriaba, mentía y maldecía de manera frenética. El odio surgido de su mediocridad evidenciada mutilaba cualquier asomo de humanidad posible. Desde su arsenal de indecencia deformaba los hechos. De victimario impulsivo se esforzaba ardidamente intentando presentarse como víctima, más sus agravios acumulados lo delataban. No tenía donde esconderse. Todos conocían su catadura. Estaba condenado al fracaso. De sus adentros contaminados por su yo enfermo, y agazapado en su lúdica mentalidad irracional, urdía trampas y encerronas tendentes a someter a su obediencia a los subalternos desafectos que osaban desafiar su poder de autoridad nefasta. Cada vez que un empleado esgrimía algún argumento basado en los estatutos y normas organizacional de la institución de altos estudios, reaccionaba molesto, respondía de manera colérica, consideraba la defensa de las reglas como una falta de respeto a su autoridad, cegado en su ego narcisista generalizaba y la emprendía con insultos contra todo el personal; vociferaba que eran lumpenes, ingratos, malos agradecidos, carente de cultura, y que no valoraban quien era él; extendía su discurso de odio y desprecio hacia el personal docente al que llamaba incapaz y falto de visión; proclamaba a todo pulmón que él pertenecía al único grupo pensante y de intelectuales que existía en la academia conocido como Los Chiflados, que los restantes eran insignificantes, estúpidos, y parásitos sociales; llegaba al extremo de atribuirles a sus colegas docentes las respuestas que le daban algunos de sus subalternos más atrevidos a sus actitudes irrespetuosas. Ofendía y agraviaba olímpicamente con saña pavorosa, buscaba siempre cualquier pretexto para adornar su retahíla de ultrajes pensado y calculado a sangre fría durante su reposo de maldad. Siempre procuraba aparentar y representar lo que no era, se vendía como un hombre noble y bueno cuando en realidad era todo lo contrario. Eso sí, era un buen farsante; escudado en la falacia de su nueva vida de teólogo creyente, de predicador pentecostés, logró ocupar un puesto de mando en la congregación eclesiástica. Al poco tiempo se vio forzado a renunciar ya que la viscosidad de su impudicia era tan promiscua que no tenía donde guarecerse. Los hermanos religiosos descubrieron quien era él en realidad; entró en contradicción con éstos, y como era en su naturaleza, les atribuyó a ellos la culpa del desafecto provocado por su temperamento explosivo. No entendía que su tosca formación delataba su artificialidad solapada.
Llegó a la Casa de Altos estudios esperanzado en superar el medio abyecto en que transcurrió su vida. Allí encontró un laborantismo de ideas disímiles, pugilatos políticos y debates maratónicos. Reflexionó que debía alinearse en unos de los bandos para evitar pasar desapercibido. El carecía de trayectoria relevante, el proceso biológico y social de su existencia transcurrió en bajo perfil, su misma naturaleza timorata le dificultaba escalar espacio importante. Vió en el ambiente académico un vehículo ex profeso y apropiado para situarse en un lugar de atención. Sin embargo, su personalidad apocada lo delataba, recordemos su semejanza con un maco, el Maco Pempén, y esta condición iba en su contra. ¡Intrínseco problema!
Por lo tanto, debía ingeniársela, “buscársela”. Así que recurrió a las poses, se convirtió en un taimado individuo cuya actitud confundiría al entorno, de aquí que cosechara algunas relaciones de interés que sirvieron a su propósito de ascenso. Ya sabemos que era experto manipulador; un simulador profesional. Todo encajaba en su estrategia auto-promocional. Fingir, embaucar, allantar, traicionar, eran recursos que utilizaría en su ambición por subir peldaños.
Maco Pempén era un pusilánime energúmeno. El temor acompañaba sus pasos; dada esta realidad se agenció aliados. Buscó cómplices y asociados en la seccional académica, ello encajaba en su pecaminosa brega de indecencia continuada.
En el escenario había un Lagarto medroso que siempre estaba al acecho de cualquier coyuntura para arrimarse al poder de turno, era un reptil inescrupuloso, tan simulador como Maco Pempén, parecían proceder de los mismos bajos estratos de marginadad social. Coincidían levitando en las bajas pasiones. La especialidad de este lagarto era la intriga, la delación, mejor digámoslo con palabras criolla, era un vulgar chivato. Era un lagarto camaleónico, y como tal, actuaba movido por su repugnante olfato oportunista.
Judas, así le llamaban los empleados a esta lagarto acémila; puso su habilidad en movimiento, lo primero que hizo fue explotar las debilidades de Pempén, descubrió que a éste le gustaba las lisonjas, los halagos, que lo colmaran de distinciones inmerecidas, en consecuencia, utilizó esas debilidades para manipularlo. No lo soltaba. Era un adulador experimentado. Lo monitoreaba constantemente, se pasaba horas en su oficina indisponiendo los empleados de la seccional académica, en particular aquellos que no le eran afines a sus intereses malsanos, cuando el jefe Pempén no estaba en el área lo saturaba llamándolo por teléfono, siempre contándoles chismes, calumnias o cualquier cosa inventada por él. Sabía de la vocación ruin de Pempén, y le metía miedo advirtiéndole de la presunta peligrosidad de determinado empleado. Era celoso en su relación con Pempén, torpedeaba a todo aquel que se le acercara diciéndole que se cuidara de ese empleado, “ese es enemigo suyo, lo está allantando, no confié en él”, le señalaba con insistencia.
Pero la alianza estaba coja faltaba alguien que afianzara la estructura de comunicación psicológica, emocional y de autoridad intimidante. Lagarto (Judas) tenía una amante que también era empleada de la seccional academia, ella respondía a él de manera incondicional, y, por lo tanto, la incluyó en la estructura de dominio coercitivo. Aragua, que era el nombre de esta empleada, había logrado escalar la jefatura gremial de los empleados; él la puso ahí y luego Pempén la ratificó al llegar a su jefatura, utilizó su cargo administrativo para manipular y chantajear a los empleados para que la “eligieran” cabeza sindical. Pero a veces Aragua por si sola se agenciaba alguna influencia a su favor, disponía para ello de su cuerpo, no vacilaba en entregárselo a cualquier jefe de la capital con tal de conseguir protección, promoción y favores especiales. Incluso utilizaba sus servicios sexuales para conseguir las notas en la carrera que cursaba en la misma seccional académica, tenía fama de pésima estudiante, era frecuente su reprobación de asignaturas, y para pasarla recurría a su influencia, al chantaje y hasta la entrega de su cuerpo en una cama cualquiera. Es más, en los pasillos algunos profesores y empleados se hacían eco de rumores capciosos que indicaban que Aragua también lo hizo con Pempén para que le pasara su asignatura. Era la explicación sonora en el ambiente a ese trato privilegiado y de celosa protección que le dispensaba el despótico Pempén.
Aragua tenía en el Lagarto Judas a su amante preferido, él la utilizaba, ambos se utilizaban. Los tres, Penpen, Lagarto Judas y Aragua, conformaron un trío despiadado de control y dominación casi absoluta.
Así que se movían a sus anchas dando órdenes, imponiendo sus voluntades, maltratando, abusando, humillando. Tenían que demostrar que ellos eran el Poder y que contra el Poder nadie puede, esa era su máxima operacional.
Aragua tenía una aliada de nombre Roberta quien era encargada de matriculación, ambas habían hecho una sociedad discreta, los empleados decían que Roberta “tiraba la piedra y escondía la mano”, ésta aparentaba no interesarles los problemas que ocurrían en la seccional académica, engañaba a todos con su sonrisa de azabache. Por lo bajo orientaba a Aragua, fraguabas con ésta planes de control, y ésta, la entrelazó con el director Pempén, así que Roberta se convirtió en uno de los tentáculos de vigilancias y sometimiento de la empleomanía.
Roberta tenía la característica de esas solteras fracasadas, se movía de incógnito como si nada le interesara. Empero el egoísmo competitivo del ambiente la atraía, Además, Aragua, su amiga y aliada, no tenía ningún miramiento en sus andanzas. Y como suena el decir, «dime con quien anda y te diré quién eres. Y esto delataba a simple vista a Roberta. No era confiable. Era parte del engranaje pernicioso de la triada dominante.
Pero el ambiente de acoso, humillación y asechanza requería de más aliados, la empleomanía era numerosa y creciente, había que sumar más malvados al séquito de paniaguados. Así que en el área había un cerdo, un cerdo glotón, conocido por su ingratitud consuetudinaria, éste se ufanaba diciendo que era un animal del poder, alardeaba “yo soy del poder, no puedo estar fuera de él”. Este cerdo tenía un nombre. ¡Válganos la vida! Es que los humanos les ponemos nombre a los animales domésticos. Y este cerdo fue llamado Broto. Tenía una característica peculiar era pseudo humano, mitad gente mitad puerco, con la negativa cualidad de que no era leal ni con el mismo. Al primero que traicionó fue al fraile que por su condición de ex regente de la academia interpuso su liderazgo e influencia con el gobernante de entonces para que Broto fuera nombrado, le consiguió el empleo, posición que buscó con desesperación y afán ya que se encontraba sin trabajo y pasando penurias y limitaciones personales agobiantes. Broto con su despacio y perezoso andar por el peso de su cuerpo, siempre estaba sobrepeso por su glotonería, apoyaba su personalidad engañifa bajo su duplicidad de farsante; asaltaba la buena fe de las personas de buen corazón, no obstante, su disfraz de inofensivo su autenticidad personal quedaba al descubierto por el tipo de alianza que realizaba y los intereses negativos que defendía. Su condición de ingrato, traidor y desagradecido lo ponía en evidencia. Así que Broto, cual cerdo de orca procedencia, se integró alegremente a esa asociación de canallas y perversos liderada por Pempén. Y lo hizo con gusto, placer y adrede. De inmediato consiguió algunos privilegios que les permitieron mayor interactuación con los estudiantes. Se caracterizaba por enamorar a las estudiantes, había desarrollado algunas artimañas para moverse entre ellos; así que negoció con Pempén para que le colocara a una de sus novias al frente de los programas asistenciales de los estudiantes de la seccional. También que a él lo designaran encargado del área deportiva a pesar de que era ordenanza de acuerdo con las especificaciones establecida en la nómina del personal. Broto con su cultura de aprovechador de ocasiones sabía sacarle partida a su ingratitud asquerosa.
En el armazón de sometimiento y control había que integrar a más empleados para que hicieran la labor de espías, de soplón y calié, así que para esta indigna y repulsiva tarea Pempén y su grupo contaron con Radiola (la bateyera), Merilla (la chismosa y soplona de los pasillos), y Tigrón. Este último se ufanaba en decir que él no era de ningún bando, pero algunos testificaban que le soplaba a el Lagarto Judas, es más, en una ocasión el Lagarto Judas tuvo un altercado verbal con un vecino del local de la seccional académica y Tigrón vociferó que si él hubiese estado allí en ese momento hubiese habido sangre. Este simple pronunciamiento en interés de congraciarse con el poder que representaba éste lo puso claramente en evidencia.
La seccional de la academia fue sometida a los caprichos y veleidades de Pempén. Su enfermiza conducta egocéntrica unida a su megalomanía paranoica había enrarecido todo el ámbito estructural y social del lugar. Se comportaba como si nunca concluiría el periodo de cuatro años y seis meses para el que fue electo. Era irónico, burlón, provocador y desafiante. Alardeaba de su poder de autoridad. Era el símbolo del disparate.
Durante cuatro años y seis meses Pempén actuó a sus anchas, disfrutó con morbosidad ostensible su mandato de sumisión con extrema crueldad; reía a mandíbulas batientes el ejercicio de su poder riguroso, no había descanso en su labor de acoso, todo lo contaminaba con su férrea actitud. A los ojos critico esto era chocante ya que se ufanaba de haberse graduado recientemente en Teología, había estudiado la Moral Cristiana, recordemos que era pastor de una congregación evangélica pentecostés, creada por él mismo.
Pempén mantenía a la maestra Leonora, quien había sido su compañera de boleta en las elecciones en la que el mismo fue electo, en un hostigamiento constante. Èl y su grupo desconocía la legitimidad y legalidad de su presencia como segunda ejecutiva de la seccional académica. Su radicalismo llegó al colmo de cancelarles el personal de apoyo que le correspondía según las normas, reglamentos y estatuto orgánico. Incluso cuando era indispensable asignarle a alguien para que la asistiera en sus funciones previamente se reunía con la misma y le decía con ánimo increpado que debía mantenerlo informado de todo lo que ella hablara o hiciera o de lo contrario sería destituida. Así eran las cosas. ¡Vaya descaro!
Pero de qué forma y en qué circunstancias llegó Pempén a ostentar esa posición gerencial. Conocer esta historia daría más fuerza a su condición de ingrato y traidor.
Añas atrás, en el periodo eleccionario para elegir nuevas autoridades, Pempén presentó su candidatura. Desde que llegó allí como docente exhibió su aspiración a ser regente. En principio decía que aspiraría a ser segundo a bordo, que no le interesaba la primera posición, es lo que reiteraba constantemente. Pempén era un simulador experimentado, había desarrollado el arte de disfrazar sus reales intenciones con poses aparentemente inofensivas. En eso entabló amistad con Egro, un erudito servidor de la seccional académica cuyo carisma lo hacía merecedor de respeto y alta estima. Tenías acumulados méritos atractivos. Era una figura pública de la comunidad, un luchador social de dilatada presencia que no escatimaba medios ni esfuerzo en favor del interés de los necesitados y oprimidos.
Y como Pempén era profesor de filosofía y Egro era un enfermo devorando libros, se había leído en más de una ocasión a Aristóteles, Platón, Sócrates, Descartes, Spinoza, Nietzsche, Kant, Rousseau, Montesquieu, Leibniz Spinoza, Auguste Comte, Albert Camus, Thomas Hobbes, Louis Althusser, Jean-Paul Sartre, Erasmo de Rotterdam, Nicolai Gogol, Mijaíl Bakunin, Pierre-Joseph Proudhon, Víctor Afanasiev, Georges Politzer, Anton Chejov, Antonio Gramsci. Adam Smith, José Ortega y Gasset, Leon Tolstoi, Voltaire, Afanasi Nikitin, Vladimir Nabokov, Víctor Hugo; Máximo Gorki, el materialismo histórico de Konstantinov; a Marx, Engels, Lenin, León Trotski, Mao Zedong o Mao Tse Tung, Josef Stalin; a Marta Harnecker, José Martí, Che Guevara, Fidel Castro, y Juan Bosch. También libros de política, sociología, antropología, psicología, economía, historia, biografías, ciencias, novelas, cuentos, y variadas literaturas, entre otros muchos. Era periodista y escritor. Era un intelectual a toda vista. Incluso Pempén le había puesto algunos de los escritos de Egro a sus estudiantes como práctica de clase; sobre estas bases hicieron amistad.
Apoyado en la capacidad intelectual y los conocimientos librescos de Egro, quien por lo demás gozaba de un prestigio y autoridad ética por su larga y limpia trayectoria de militante revolucionario, pusieron Pempén y Leonora sus aspiraciones para dirigir en ese momento la seccional académica. Fue éste su ideólogo, asesor y jefe de campaña.
Los caminos de la aspiración de Pempén para alcanzar su objetivo tenía varios obstáculos, el principal aspirante nacional del conglomerado, al cual él se le había sumado en apoyo, recelaba de su persona, decía que no confiaba en los filósofos, igual opinión tenía el arquitecto líder del movimiento grupal conocido como Confín, quien estaba abiertamente inclinado a que Leonora fuera la candidata del grupo para dirigir la seccional académica.
Pero Egro estaba firme en su decisión de apoyar a Pempén y en ese sentido interpuso su influencia y liderazgo para que las altas instancias del equipo lo favorecieran. Es más, Egro fue mandado a buscar a una reunión a la capital donde trataron de convencerlo para que le retirara el respaldo a Pempén y se lo endosara a Leonora, pero éste no cedió, le dijo que ya él había asumido ese compromiso y que no daría marcha atrás. Además, Egro convenció a Leonora para que no aceptara otra candidatura que no fuera la de segunda de Pempén.
Leonora se mantuvo leal a Egro en su posición. En este sentido jugó un papel importante. Ignoró las presiones de Confín y mantuvo su apoyo a Pempén.
Ante la firmeza de Egro y Leonora en favor de Pempén las altas instancias de Confín no tuvieron otra opción que aceptarlo, a regañadientes, como candidato,
Pero todavía faltaba convencer a la matricula docente que se negaba a votar por él, había una desconfianza casi generalizada hacia su persona. Entonces Egro interpuso su liderazgo y capacidad de persuasión para convencer a cada uno de ellos para que le dieran su voto. Fue una terea difícil, hubo que hacer varias reuniones, almuerzos, cenas y encuentros en aras de su candidatura, es bueno constar que Pempén no puso ni un solo centavo en esas diligencias capta votos.
Y, así las cosas, vino otro nuevo periodo electoral para elegir a las nuevas autoridades, cada cuatro años convocan elecciones, y Pempén cual ingrato y traidor se olvidó que había alcanzado la cúspide de la seccional académica gracias al liderazgo de Egro y al desprendimiento de Leonora, y, en consecuencia, asumió una actitud egoísta y mezquina contra ella, mientras despotricaba a Egro en cualquier oportunidad.
En la medida que se acercaba la fecha de las votaciones Pempén arreciaba su odio y malquerencia contra los que no comulgaban con su forma de actuar. Su iracunda actitud era irritante, pero a la par aumentaba el desprecio de docentes y empleados sobre su persona. Una docente de la conducta humana y animal, alarmada, dijo que Pempén estaba desquiciado y que ameritaba un rápido tratamiento para evitar que empeorara.
Sus improperios tomaron mayor fuerza, ahora dirigía sus ofensas de manera directa contra Leonora, una maestra llena de nobleza, buen corazón y demostrada capacidad de trabajo, quien, por su actitud de solidaridad militante, había sido escogida por la plantilla profesoral para sustituir a Pempén, el hartazgo contra éste era evidente.
Por su lado el Lagarto Judas se comportaba de manera parecida o peor, no daba tregua, indisponía a los empleados con Pempén, lo sometía a cuestionamientos innecesarios solo para demostrar su Poder, revisaba las firmas de éstos buscando siempre alguna justificación para ponerle rojo, recorría los pasillos en actitud amenazante, presionaba constantemente, su acechanza era aviesa, demostraba su incapacidad a todo el nivel.
En medio de la crispación y la tensión predominante apareció un pasquín que hacía duras acusaciones contra el Lagarto Judas, la autoría le fue achacado a Egro, aunque nunca se presentó prueba de ello.
El pasquín que circulo vía WhatsApp entre docentes y empleados decía lo siguiente:
“El hombre de cuyo último empleo fue cancelado por ladrón, cual acémila, continua a la carga, salta, suelta su mirada de rufián, grita el sentir de su «jefatura», acompañado de su rictus mueca que desencaja sus facciones adulterada por la ínfula que desborda su torpeza, idiotez y estupidez consuetudinaria. Es que los ruines nunca piensan ni calculan, su impulso patológico le embota el cerebro. Su condición de subalterno ahora aterrado por los cambios que se aproximan, imaginando el precio que tendrás que pagar por su actitud de chismoso, intrigante, calumniador, mentiroso, ingrato, traidor, mezquino, injusto, arbitrario, pelafustán, engreído, maledicente, lumpen, latrofaccioso, degenerado, perverso, malvado, abusador, cobarde, truhan, mafioso, despiadado, conocido vicioso de estupefaciente, (aquí todos nos conocemos y todo se sabe), parejero, simulador, analfabeto funcional, inculto, iletrado, político de oído e intriga fraudulenta. El carguito le quedó demasiado grande y lo sustenta con su condición de alcahuete al servicio de lo de arriba, entregándole su íntima amiga y compañera a un jefecito en la capital, por cuya inmoral y asquerosa práctica ha logrado ascenso y privilegio que jamás podría alcanzar por mérito propio ya que su mediocridad e incapacidad personal se lo impide. Pobre de esa mujer degradada y negociada en cada ocasión que la necesita para escalar y tener protección. A la que usa para abrir puerta, despacho, para situarse en la línea de la atención superior y saciar su hambre de poder abominable. Todo le iba bien al capataz de oficina, tenía a su alrededor sumisión, obediencia pusilánime, servilismo abyecto, confabulación de sus iguales; todo seguía según lo previsto. Vulgar irresponsable. La mayoría de sus compañeros de labores lo desprecian y aborrecen por su inconducta nefasta. Desesperado, acorralado en su propia debilidad emocional susurra entre su sequito perverso que acudirá a sicarios para que le den una paliza o asesinen a ese atrevido que lo ha puesto en evidencia y desenmascarado. Sigue de torpeza en torpeza, no pega una. Todo ha cambiado en el panorama, pues, apareció un “loco” dispuesto a dañarle su festín de inmundicia cortejada a riesgo de lo que sea. Un “loco» revolucionario que no claudica, un patriota que exhibe una historia de lucha social y comunitaria con decoro y orgullo que desde la edad de 14 años tiene definido el concepto de la vida y la muerte, con una conducta rectilínea; se le respeta, tiene credibilidad, nunca ha sido chantajista ni extorsionador como él, nunca ha engañado a nadie; un periodista apegado a la ética; que levanta la lealtad como estandarte de vida en un medio putrefacto y gangrenado por la corrupción; el pueblo lo quiere y valora, le reconoce sus méritos, trayectoria histórica, y porque ha hecho de la dignidad humana y la vergüenza personal una constante de su vida. Aquí no se rinde nadie” …
La denuncia contenida en este pasquín panfletario estremeció el ambiente. A partir del mismo los empleados comenzaron a perder el miedo y asumieron una conducta contestataria resuelta, en consecuencia, convocaron a los medios de comunicación y le entregaron una nota denuncia de protesta contundente que decía lo siguiente:
«Una tensa situación predomina en la seccional de la academia a pocos días para elegir sus nuevas autoridades, ante denuncias del personal subalterno, que alegan son víctimas de atropellos, maltratos, acoso, hostigamiento, persecución, intimidación, amenazas y terror psicológico de parte de Penpen y su asistente el Lagarto Judas.
“Los acusan de mantener una situación de fuerza persecutoria contra ellos”
“Denunciaron que Pempén y el Lagarto Judas, mantienen una política de hostilidad, odio y encono contra Leonora debido a que cuenta con el apoyo de la mayoría de los docentes y empleados para ser la nueva regente de la seccional académica”
“Calificaron de irracional y egoísta la actitud Penpen y el Lagarto Judas”
“Acusaron a Pempén y a Lagarto Judas de desinformar y manipular a su conveniencia a la superioridad capitalina, indisponiendo, calumniando, mintiendo, chismeando y distorsionando los hechos en los cuales han estado involucrado algunos empleados”.
“Los acusaron de sacan situaciones que se dan en la seccional académica fuera de su real contexto para desinformar y confundir adrede a la superioridad, y con ello presentar a los subalternos como desobedientes, indisciplinados, malcriados, de no cumplir con sus obligaciones y ser irresponsables, cuando es todo lo contrario”.
“Casi a diario envían algún expediente lleno de mentiras a Recursos Humanos contra algún empleado que no esté de acuerdo con su posición”.
“Recordaron que cuando el Lagarto Judas llegó a la seccional académica los antecesores de Pempén nunca les dieron funciones al notar que éste no tenía capacidad para tan importante posición”.
“Es más Lagarto Judas traicionó a quien lo puso en el cargo y ahora lanza venenos contra su persona”.
“Recordaron que cuando Pempén aspiraba a dirigir nadie lo quería y que fueron Egro y Leonora quienes lo defendieron y convencieron a los docentes para que votaran por él”.
“Egro y Leonora fueron quienes lo llevaron a esa jefatura y le has pagado con la ingratitud y la traición”,
“Y lo peor es que dicen las cosas, vejan, atropellan, insultan, desconsideran y luego niegan los hechos, incluso han llegado a pedir perdón en algunos casos, se venden como víctimas, como angelitos, lo que evidencia su pérfida conducta y doble moral”.
“Lo que está ocurriendo aquí nos sorprende a todos, pues la Academia se ha caracterizado históricamente por ser un ejemplo público de democracia, tolerancia, pluralismo, respeto de las ideas y compartir en compañerismo dentro de la diversidad sin sectarismo ni resentimiento mezquino”.
“Denunciaron que el Lagarto Judas ha demostrado carecer de capacidad para el puesto, por lo que demandaran con energía de las nuevas autoridades su inmediata sustitución, “Ese Lagarto Judas es un perverso, y no pude continuar ahí”.
“Dijeron que lo grave de la situación es que la delegada del gremio se ha confabulado con ellos a cambio del pago de compensaciones, sobresueldos, promoción, y otros beneficios colaterales irritantes”.
“Una docente que pidió reserva de su nombre calificó el discurso agresivo y cargado de agravios enarbolado por Penpen contra Leonora, Egro, docentes y empleados, propio de un esquizofrénico por lo que aconsejó someterlo a un tratamiento psicológico, » su actitud es la de un loco», dijo.
“Indicó que aparentemente Pempén luce una persona equilibrada pero sus reacciones repentina, rabiosa e iracunda, sacan a flote su personalidad bipolar, y eso es peligroso en un jefe”.
Esta fuerte denuncia salida en la mayoría de los medios de comunicación produjo un amplio debate y comentarios en los medios locales, los programas interactivos duraron varios días con este tema en su agenda.
La embriaguez de Poder de Pempén lo transformó, se consideraba mesiánico. Así que un día en uno de esos aventones que les daba a algún docente hacia la capital, le dijo al favorecido con aire dominante, “yo a los de abajo lo aplasto, lo pulverizo, a los del medio lo hostigo y acorralo, y, con lo de arriba, negocio y pacto, esa es mi filosofía, la practico y me va bien, usted lo ve profesor, aprenda de mí, cópieme para que puadas llegar lejos, ji, ji, ji”. El ejercicio desaprensivo del poder lo condujo a una decadencia ética y moral execrable.
El maestro lo escuchó estupefacto, no podía creer que esas expresiones vinieran de un docente de una academia que había forjado su prestigio y autoridad histórica defendiendo y promoviendo valores democráticos y éticos, la justicia social y el respeto de la condición humana. Sintió asco por Pempén. Desde que llegó a su domicilio comenzó a llamar a algunos maestros amigos y lo puso al corriente de la manera de pensar de Pempén.
La secuela de las conductas despótica de Pempén y el Lagarto Judas era el distanciamiento personal entre los empleados, la mayoría, un 94 por ciento, repudiaba sus acciones, en cambio lo que les apoyaban era claramente contado, Aragua, (quien era amante del Lagarto Judas y de otros más), Roberta, Radiola (la bateyera indecente), Merilla (la chismosa y soplona de los pasillos), Tigrón y el cerdo Broto. Estas sabandijas y bazofias se movían por los pasillos sembrando cizañas, olfateando el ambiente para contar a su manera y con ello mantenerse congraciado con el poder, paraban sus oídos bien atentos para escuchar conversaciones y raudo ir a informar a los malvados jefes.
Los días de agobios y malquerencias llegaron a su término con la escogencia de Leonora como nueva regente de la seccional académica. La votación que recibió junto a Fiorensia, su compañera de fórmula fue aplastante. La euforia y la alegría se apoderó del ambiente. El reinado de Pempén y el Lagarto Judas, así como de su sequito de lambones que le respaldaron, Aragua, (quien era amante de Lagarto Judas y de otros más), Roberta (la azabache), Radiola (la bateyera indecente, Merilla (la chismosa y soplona de los pasillos), Tigrón (el que no era de nadie y lo informaba todo), y el cerdo Broto (un rufián de orca procedencia). había epilogado. ¡Y de qué manera! Toda la maldad e inmundicias que sembraron dejó una estela de resentimientos traumáticos. Fueron cuatro años y seis meses de zozobra, tensión y angustia inolvidable.
Pempén ilusionado en que ejercía algún liderazgo sobre la matricula docente llamó a votar en blanco en rechazo a las candidaturas de Leonora y Fiorensia, su ridícula propuesta solo obtuvo cuatro votos. El restante 96 por ciento favoreció con su voto a las dos candidatas.
Con Leonora y Fiorensia volvió la paz y la armonía a la seccional académica.
Leonora era una maestra consagrada y visiblemente sensible a los problemas humanos, sin ser una religiosa apegada exhibía una conducta de plena identificación con las necesidades sociales de los más necesitados. Era meticulosa en sus formas convencionales, sincera y leal, cuando abrazaba una causa lo hacía con devoción e interés integro. Tenía cierto parecido con Teresa de Calcuta en vista de que siempre manifestaba preocupación por la gente marginada, indagaba sobre ellas y acudía solidaria en su auxilio. Esa forma tan humana y solidaria le molestaba al jefe Pempén, entre las razones del alejamiento que éste inició con ella estaba esa vocación de sensibilidad humana que encarnaba Leonora, además, ella era muy generosa, desprendida, solidaria, y él, Pempén, era un símbolo de cicatero, tiñoso, avaro y hambriento. No compartía lo suyo con nadie, Era un individualista exigente. Incluso se distanció de compartir con los docentes porque por lo regular había que cooperar económicamente, hacer alguna colecta o sumarse a poner para alguna comida o almuerzo en colectivo.
El Lagarto Judas y su amante Aragua no sabían que hacer, habían apostado a la continuidad y perdieron de manera humillante.
La despedida de Pempén
¡Las victimas organizaron una despedida de justicia a Pempén, mandaron a confeccionar un afiche valla con la inscripción! ¡Ingrato Traidor de Marca Mayor! Colocaron altoparlante para perifonear con fuerza su consigna y difundir por las bocinas un popular tema musical alusivo a la despedida de cualquier funcionario tiránico parecido a Pempén. Consensuaron que el más apropiado para el momento era el que decía “Agarra tu maleta satanás, y vete de aquí”,
Agarra tu maleta de pecado, y vete de aquí.
Agarra tu maleta de la Envidia, Y vete de aquí.
Y vete de aquí, Y vete de aquí, Y vete de aquiii…
En el Nombre de JesoooOoooo.!
Písalo, «MACHACALO».
Pisalo pisalo, debajo de lo’ pie.
pisalo pisalo, debajo de lo’ pie…
Pisalo
Pisalo
Pisalo…
Lo tenemos’ pisaoo…
Písalooo… Pisalooo…
Con entusiasmo prepararon una merecida “despedida” para el despótico jefe Pempén, había llegado el momento del desquite, de pasarle factura a sus groserías y estulticia imbecilidad
“Con el moño hecho” se agruparon y caminaron en formación hacia el despacho de Pempén, El Maco Pempén, al frente de la comitiva justiciera iban Egro, Felino, Octavio, Luminia, Albaca; seguidos por el grueso del personal de nómina., a Viva voz el grupo exclamaba con alegría, ¡Ingrato Traidor de Marca Mayor! El alto sonido de sus voces retumbaba entre las vetustas paredes, los vecinos y transeúntes al escucharlas acudían curiosos, estudiantes, docentes, la gente del pueblo, y cada uno que llegaba, se sumaba al conglomerado de voces con acento lapidario, que gritaban eufóricos la expresión llamativa, ¡Ingrato Traidor de Marca Mayor!
Pempén con su característica apocada semejante a un Bufo marinus, corrió y se encerró en su oficina a dar gritos espantosos, rugía, se agitaba, bramaba, chillaba, amplificaba sus gritos con cada jadeo, embestía la pared, se estremecía consternado, maldecía al mundo, sobre su piel segregaba todo el sudor de odio acumulado en sus jornadas de maldad. Sus aullidos pusilánimes sobresalían con estupor esparcido. Había sido derrotado, vencido, disminuido, arrinconado, aislado; convertido en pestilencia descompuesta y esta condición implicaba una agonía aterradora y prolongada; un sufrimiento implacable que se prolongaría más allá del resultado electoral, más allá de la toma de posesión de la Doña, Leonora y Fiorensia, acareándole sus despojos por rutas de amargura, sufrimiento, y las miradas éticas de docentes y empleados que con parsimonia esperaron el desenlace de su trágica jefatura de escarnio. En medio del dolor de su derrota moral y emocional trató de sobreponerse, pensó que todo lo que estaba ocurriendo era mentira que se trataba de un sueño o una pesadilla, pero no, al otro lado de la puerta escuchaba clarito las voces de justicia de los que fueron sus subalternos institucionales, lo oía pronunciar su nombre cargado de reclamos; exigían reparación moral a su afrenta incendiaria. ellos habían ganados doblemente pues la Doña triunfó y él que se la pasó vituperándola, restándoles méritos y credenciales a la Doña, ahora se veía forzado a recoger todo lo vertido. ¡Oh la vida! Gritó desesperado. Y comenzó a llorar, a sollozar a raudales desenfrenados, y la intensidad y volumen de sus lágrimas se esparcieron por el piso, comenzaron a inundar el área, anegaron la alfombra, y fueron subiendo en altura, mientras él lloraba inconteniblemente, y las lágrimas subían y subían, y él trataba de frenarla, de aguantarle, más no podía, toda su ingratitud y traición lo ahogaba, en vano insistía en querer parar el torrente de lágrimas, lloraba y lloraba imparablemente; miró hacia las pequeñas aberturas de las hendijas de la puertas y persianas y vio que inexplicablemente se habían cerrados de manera hermética, no había espacio para que el rio de lágrimas pudiesen escabullirse, y entonces pensó en el Lagarto Judas, Aragua, Roberta, Radiola, Merilla, Tigrón, el cerdo Broto; y hasta en un familiar cercano que había nombrado contraviniendo normas y tradiciones, también en un nuevo cochero que llegó de traslado y que espontáneamente se había sumado a la asociación de canallas que él encabezaba, y comenzó a llamarlo a todo pulmón, vociferaba sus nombres, para que vivieran en su auxilio y lo rescataran, derribando la puerta, y lo salvaran del río de lágrimas producidas por su dolor de derrotado. Nadie lo escuchaba, sus aliados y cómplices no estaban, ellos al igual que él, estaban acorralados en su maldad y también gritaban y lloraban provocando inundaciones de lágrimas en sus respetivos espacios funcionales. Todos estaban en los mismos, dando gritos, clamando piedad, perdón, por todas las ofensas acometidas y daños infringidos.
Múltiples pensamientos vinieron a la mente del acorralado Pempén en aquel instante catastrófico en que su vida corría peligro; recordó cómo murió el Judas de la leyenda bíblica, símbolo de la traición universal, de cómo murió Nerón el último de los emperadores romanos de la dinastía Julio-Claudia, que violó a su madre y forzaba el sexo con las mujeres de su entorno imperial y cuya imagen de tirano despiadado, narcisista y megalómana personalidad, lo llevó a cometer atrocidades escalofriantes y cuyo repulsivo gobierno de sangre y asesinatos ha quedado grabada en la historia universal, pero diferente a éste perseguidor y asesino, él, Pempén, recordó que el único crimen que llevó a cabo fue su traición e ingratitud para con Egro y Leonora que lo elevaron a la regencia de la seccional académica, y entonces se dijo que tampoco había seducido sexualmente a las mujeres de los amigos, pero aquí se detuvo, y recordó lo fácil que Angora se le entregó a cambio de la nota de su asignatura, ella se lo dio, él no se lo pidió, no la forzó, por lo que no podía culpársele por ello, y como dice el refrán popular a quien que no le dan que no coge.
Y mientras las lágrimas de Pempén convertidas en torrente rio seguían subiendo de espacio, volvió y pensó en Judas el traidor del Nuevo Testamento, recordó en la forma como éste murió, ahorcado, y se asustó aún más y meditó si ese sería también su destino final en caso de la turba de empleados enardecidos lograra penetrar en su oficina , y entonces, miró hacia su escritorio que estaba a poca distancia y al que no podía llegar por la fuerza de sus lágrimas convertidas en torbellino de agua , miró hacia el archivo, a todos lados, y recordó una tijera que guardaba en una de su gavetas, para tomarla y suicidarse, no podía morir a manos de sus víctimas, ni tampoco ahogado en sus propias lágrimas de terror y cobardía, más no podía moverse, todo se había convertido en un fuerte rio de lágrimas incontenible, avanzando en crecimiento impetuoso.
Toda su maldad brotada, fabricada, se había convertido en un boomerang que se devolvía en su contra con precisión inalterable.
Pempén siguió en su griterío infernal, los que se fueron debilitando, apagando, en la medida que sus lágrimas subían de nivel. Sus escalofriantes gritos desgarradores, surgido de su angustia, sacudían las viejas paredes del edificio. El río provocado por sus lágrimas pasaron de la cintura, subieron más arriba de sus hombros, alcanzaron el nivel del cuello, intentó sacar los brazos, alzarlo, más el ímpetu de sus lágrimas convertidas en un río tempestuoso se lo impedía, no podía seguir gritando por el riesgo de que le entrara agua por la boca y se ahogara, tampoco podía jadear pues la fuerza de su respiración atraería las aguas de sus lágrimas por la nariz y anegaría sus pulmones, desesperado intento darse un sacudión para saltar en razón de que tenía las característica de un maco, El Maco Pempén, pero en realidad aunque él parecía un maco no lo era. Las fuerzas no les respondieron, se sentía extenuado, abatido, desfallecido; no veía medios alguno para salir de aquella agónica encerrona donde su estupidez lo metió, se había encerrado en su oficina asustado, huyendo, escondiéndosele de aquellos a lo que había infringido tanto daños y maldad. Y entonces. Un manto de silencio lo cubrió todo, ya no se escuchaban los gritos y chillidos estentóreos de Pempén. Un misterio fúnebre invadió el entorno de la oficina extendiéndose hasta el exterior. Afuera, docentes, empleados, estudiantes, curiosos, vecinos, gente del pueblo, que se habían unidos bajo la consigna de castigo, ¡Ingrato Traidor de Marca Mayor! repentinamente y de manera automática entraron en trance de omisión sepulcral, pasados algunos segundos que parecieron largo, reaccionaron compasivos y se lanzaron a la tarea de rescate, trataron de abrir la puerta para averiguar el porqué de los gritos trepidantes y despavorido que salían del despacho de Pempén; todo esfuerzo fue inútil. Sorpresivamente el lúgubre silencio fue roto por el estruendo de la puerta al desplomarse por sí sola, todos se miraron a la vez atónitos. Les sorprendió que todo estaba seco, no sabían explicar el sonido de aguas que retumbaba en la oficina en medio de los gritos angustiantes de Pempén. ¿Acaso era que el grito de los asustados no provoca lágrimas? ¿Era que la justicia sin ojo había actuado ejemplarmente y el regente soberbio, engreído y petulante había sucumbido en el río de felonía que él mismo construyó?
Allí quedó ahogado en el remolino de sus lágrimas crecidas y esparcidas como río desbordado el soberbio y cobarde jefe Pempén, víctima de él mismo, de sus aspavientos paranoicos, dislates y mediocridad repulsiva. Sucumbió envuelto en el aluvión de dolor, oprobio, mezquindad, y maldad devenida de la traición e ingratitud de su existencia reticente y azarosa.
Nota: las imágenes fueron bajadas de internet.
Leer el libro: Pempén, traidor e ingrato de marca mayor
Escrito por: Enrique Cabrera Vásquez
Allí quedó ahogado en el remolino de sus lágrimas crecidas y esparcidas como río desbordado el soberbio y cobarde jefe Pempén, víctima de él mismo, de sus aspavientos paranoicos, dislates y mediocridad repulsiva. Sucumbió envuelto en el aluvión de dolor, oprobio, mezquindad, y maldad devenida de la traición e ingratitud de su existencia reticente y azarosa.