Escrito por: Enrique Cabrera Vásquez
Nota: este trabajo de crítica literaria se encuentra desde la página 87 hasta la 104 en mi libro titulado, Freddy Gatón Arce, vuela en arcoíris de palabras
San Pedro de Macorís.- miécoles.- 19.- junio.- 2019.– Pero así como Vlía lo identificó y proyectó poéticamente La guerrillera Sila Cuásar y La Canción de la Hetera se convirtieron en dos instrumentos de letras y párrafos que en caminos distantes y cercanos dieron a conocer a un Freddy Gaton Arce empinado sobre imágenes como novelista. Una muestra de su capacidad para incursionar en diferentes géneros de la literatura. La primera novela fue publicada en 1991, narra la peripecia de una mujer que desde su infancia enseñó cuál sería su camino, la de andar con rapidez oliendo pólvora y sudando trajines de sangre. La guerrillera Sila Cuásar es una novela corta y con escenas bien conformadas y cuyas caminatas podría convertirla en un corto cinematográfico. La segunda, La Canción de la Hetera, publicada en 1992, robustece esa iniciación en el campo novelesco. Sigue el mismo lineamento epífano de la primera: concisión. No hay desperdicio de espacio, todo está estructurado dentro de un esquema escueto.
La guerrillera Sila Cuásar amplía su hilera productiva. Su contentivo resalta la errabunda de una sicalíptica mujer de rustico modales que por deseo de venganza se convierte en parte de la historia al enrolarse con los coludos de Horacio Vásquez. Porque el día que asesinaron a su padre “fue tiempo de juicio en casa y en su ingenio. Y cuando era una jovencita y mi marido estaba fuera, una primanoche, un hombre me arrinconó preguntándome mi nombre y me tumbó de una galleta. Yo juré vengarme, volverme macho, revolucionar, lo que fuera, con tal de vengar la ofensa, y la vengué. Pero luego, rezando en su tumba lo perdoné, aunque ya le había cogido el gusto a los tiros y a la política”.
Así se hizo guerrillera Sila Cuásar. Así se hizo famosa y celebre hasta la obscuración de sus años llevados de fatiga en fatiga, de emociones en emociones, hasta el languidecer de su sentir de dos sexos. “Y que fue varias veces mujeres y varias veces hombres, según pasión, crianza y coyuntura. Y dicen que fue leída como su abuelo y guapa como su padre, pero que como que reencarna y juzga cómo marcha lo que hizo y cómo hablan lo que dijo y lo que en tinta y papel. De estos misterios no sobra ni falta para su figura embrumada y rica en aconteceres…”.
“Sila regresa cada vez distinto personaje, diferente aura. Nadie sabe de cual allá, en cual acá, en todas partes y en ninguna. Quizás Bernabé, intrigante y labioso, lo supo uno que otro día, pero esto no se puede asegurar ni en altar de brujo”. “Así que esta Sila que ustedes ven nació en el 74 del siglo pasado, en Azua”.
“Cuando ella se oye decir sin abrir los labios: Soy de los Cuásar de Venezuela, de Azua, de no se sabe dónde. Hembra de llano y de subida. Me crié en Guayaban, el abuelo revolucionando, escribiendo, y papá, matado tan joven, el general Gavino. Ese muerto es de Benito Mención. Esas son las cosas que hacen que uno apueste a la vida y se juegue con la muerte comoquiera”.
(Foto del poeta, novelista, periodista y abogado Freddy Gatón Arce).
Sila como guerrillera, como combatiente; la que creció en Guayabín, la que dejó su tiempo en los espejos, la que nunca olvidó sus razones para el combate y el desafío; abrazada a su tozudez, agradecida de su procedencia biológica, caminó sobre lodo de sangre, entre aullidos de dolor y rabia y juramentos de venganza. Enseñando odio y amor, desprecio y gratitud. La que clavó sus uñas en la carne de los hombres y acarició excitada vientres de mujeres. Y cuyo galopar guerrero y lleno de coraje personal motivó e inspiró la imaginación creciente de Freddy Gaton Arce. Su epifanía que encajó en el remanso literario haciéndola renacer en esas páginas de peligro, asechanzas, supersticiones, confesiones inauditas, maldiciones, conversaciones de disparates, bravura, respeto a la hidalguía, la llegada de los cocolos por Puerto Plata, el dialogo de voces en el cafetín de Ezequiel, bostezo de melancolía, conjuras para asesinar, y la revelación de los espejos. Es una obra pimentosa y divertida.
Sila Cuásar ahora es letras y es historia, y su nombre se da a conocer contada en prosas y en bellezas etiquetas de aceites de cártamo, canola, nuez, aguacate, onagra, chía, coco y maní. Porque ella no tuvo fragancia de juventud ni adulto olores de dinero, su vida fue sudor de fuego, gotas saladas surgidas de su esotro, mujer de combate y de estrella, abierta a la posteridad.
La novela nos describe los sucesos históricos de la batalla del 30 de marzo de 1844; la batalla de Sabana Larga, en 1856, la lucha heroica de Juana Saltitopa; la batalla en la Línea Noroeste, la actitud valiente y digna de la esposa del general Antonio Duvergé, cobardemente fusilado por el anexionista Pedro Santana, en el Seibo, las escaramuzas del gobierno de Mon Cáceres, los pleitos del general Alfredo Victoria, la presidencia de Bordas, los enfrentamientos armados entre Bolos y Coludos, el gobierno de Cesáreo Guillermo, la hazaña del poeta general Fabio Fiallo, las torturas padecidas por el general Ciprián Bencosme, de manos de los interventores del “norte revuelto y brutal “; el coraje de los alzados de Mon Natera y Vicentico Evangelista, contra los yanquis, en la región este, durante la intervención armada de 1916 al 28, el asesinato de Enrique Blanco, y otros acontecimientos luctuosos y lúgubre de nuestro pasado histórico.
A través de La guerrillera Sila Cuásar nuestra memoria viaja y repasa una cronología de crónicas de las lucha fratricidas de principio del siglo XX, teniendo “características de lances personales colectivos, pues los contendientes se enfrentaron por lo general cara a cara, a pocos metros de distancia unos de otros, o parapetados en templos, azoteas, arboles cercano”.
(Foto de Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo), autor del presente ensayo).
La novela muestra de manera patética aquel tiempo de nuestra historia, cruda, cuando los hombres se devoraban en la irracionalidad de sus ambiciones.
La segunda novela: La Canción de la Hetera, publicada en 1992, nos presenta un anagnórisis de imágenes cantaradas entregándose su pasión, su deseo carnal, sus sentimientos y entrega hetairas e imprudente, disfrutando el fuego de sus cuerpos en noches prolongadas y abrazados jadeos, estremecidos, absorbiendo la insatisfacción de no conseguir en sus mojadas sacudida la concretización de la imaginación fantaseada en sus descanso, visiones iridiscentes venida del ocio y el pensar que las ansias de placer anida.
Esta novela hace un recorrido, el de una mujer devota con su responsabilidad y la de un hombre atormentado en su afán de superar el ambiente de pobreza y necesidades imperante en su hábitat marginal.
De entrada llama poderosamente la atención el término hetera incluido en el título del libro. Esto, nos obliga a indagar, a auxiliarnos del diccionario para entender correctamente su definición y significado. Viene del griego, un nombre femenino que simboliza una cortesana, una prostituta; «una gastada hetera de lujo que vivió como las cigarras y no guardó para la vejez», según el diccionario Wikipedia y enciclopedia digital que se encuentra disponible a través de Internet.
«Heteras o hetairas o hetairai era el nombre que recibían en la antigua Grecia las cortesanas. Se sostiene que, según las distintas fuentes, tenían diversas funciones, como Aspasia, maestra de retórica y logógrafo, y otras eran damas de compañía (o prostituta refinada). Gema oval griega antigua con escena erótica, periodo Clásico tardío, finales del 5to – principios del 4to siglo a. C.»
«Eran mujeres independientes y, en ciertos casos, de gran prestigio social; estaban obligadas a pagar impuestos. El colectivo estaba formado principalmente por antiguas esclavas y extranjeras, y eran célebres por su preparación para la danza y la música, así como por su aspecto físico. Existen evidencias de que, al contrario que la mayoría de las mujeres de la época, recibían educación. Hay que resaltar también que eran las únicas que podían participar en los simposios, siendo sus opiniones y creencias muy respetadas por los hombres.»
«Mientras que las mujeres decorosas se ponían prendas de lino o lana, las hetairas utilizaban prendas transparentes, generalmente de color azafranado, si bien solían desenvolverse completamente desnudas. Se maquillaban con polvo de albayalde, lo que daba a entender que no tenían necesidad de trabajar expuestas al sol. Sus peinados, como los de las mujeres de clase alta, eran enrevesados y llenos de postizos. Para la eliminación del vello púbico utilizaban una especie de pasta depilatoria, denominada dropa, compuesta a base de vinagre y tierra de Chipre». Explica Wikipedia.
Y aquí viene la duda e interrogantes cáustica, pues, Nieves, aunque era la amante pública y conocida de Miguel y dormía todas las noches junto a él en la misma cama y bajo el mismo techo, disfrutaba con emoción la fidelidad que le profesaba hasta el más alto sacrificio y cansancio. Privona, no le coqueteaba a ningún otro hombre. Lo respetaba con orgullo y vanidad de mujer enamorada.
Nieves vivía de su trabajo como costurera o modista dándole pedal hasta el agotamiento a una máquina de coser. Les trabajaba a personas pudientes. Se ganó el respeto y la consideración de los lugareños. Se le distinguía. Entonces, a ella, Nieves la de Mao que llegó a Santiago y luego se trasladó a la Capital, no le cabe este título deshonroso. Pero esta novela tiene un caminar variopinto. Es la fructífera imaginación de un autor capaz. Mezcla de recuerdos y transe de la historia vivida por el autor, una historia que anduvo entre curvas, recovecos y acentos indescifrables. Nieves, la Nieves incluida como principal personaje de estos relatos y narrativa elegante del extraordinario poeta Freddy Gaton Arce, no le pega lo de heteras o hetairas o hetairai. Era una mujer de pueblo, de Mao, de origen humilde, de gente de bien, incapaz de cometer dolo o agravio alguno. Nieves era una mujer honesta. Su gran pecado, enamorarse perdidamente de su Miguel. «Estaba en la Normal de Santiago cuando lo vi y me gustó. Y papá murió sin que él pidiera mi mano y empecé a coser para buscarlo y mantenerme. Y aquí estoy de modista, es verdad. Y ya nadie me dice Nidia sino Nieves, doña Nieves. Esto no es pecado». Fabuloso.
Nieves, presurosa, se inclinó ante el primer palpitar sentimental de su corazón. Se enamoró angustiosamente de Miguel. Buscó su aliento, sus brazos y su calor. Entregada asumió aquello como un designio imperturbable.
El afán y afectividad de los amantes provocó miradas egoístas; la morbosidad circundante le imprimió cierto ruido a aquel romance desbordado. Contaminaron sus pasos con envidiosa chismografía lesiva. La razón, ella, Nidia. Nieves. Paloma, era espontáneamente bella. Los machos las deseaban. La soñaban en la cama abierta, entera. Sus pasos y caminar, su molde de hembra, levantaba instintivamente la antena de sus entrepiernas.
Esta historia comienza en el Santiago de 1938 y la Capital de ese mismo año y mundo. Y he aquí contada como canción para que el que la lea o escuche la tenga presente. Sepa de Nieves y de Miguel y el mundo social en que se desenvolvieron, los hombres y mujeres con lo que intimaron, y cayeron en infidencia; como hicieron alguna amistad. Porque cada persona que se le cruzó en el camino tenía su propia historia y su propio sueño y sus decires y confabulación e interés particular sobre lo que se decía y especulaba en torno al amor de estos dos amantes criollos, seguidos por incontables comentarios. «Los recuerdos comparan unos con otros sin anularse; los olvidos también. Pero aquellos y éstos guardan independencia, y se complementan sinembargo. ¿Cuándo?».
Con coraje ejecutó lo planeado. «Iba por las quimbambas de su hogar cuando en la soledad de su aposento temprano hizo un atado con sus mejores ropas y enseguida se fue como quien no quiere las cosas como si las llevara a planchar y prontamente volvió el rumbo hacia las calles céntricas de Santiago de los Caballeros y después de kilómetros y kilómetros de viaje una guagua de Palé la deja frente al mercado de la Capital». Así inició su estadía y su andar amoroso la Nieves que sería de Miguel y de nadie más.
Freddy Gaton Arce enlaza y desenlaza en un ir y venir los tropiezos, promesas, anhelos, búsqueda de mejor suerte y del hombre ya visto, escogido, que un día se marchó inesperadamente, se extravió entre gentíos, bisagras, caminos polvorientos y carreteras añadidas; así como, provocaciones y tentaciones de nalgas sexis floreteándole a la vista, incitándolo, convocándolo, ofreciéndosele; nalgas voluptuosas presta y dispuesta a recular hacia su bragueta flamante y caprichosa, pegársele de espalda enseñada, nalga vistosa, mostrada intencionalmente, para llegar hasta él y conseguir y sentir la penetración maravillosa del animal andante que al final es doblegado por su instinto de caza. Es la lujuria enfebrecida de los sentidos levitando en el éxtasis de los genitales poseídos y entrecogidos; locura de dos cuerpos atraído automáticamente por ese impulso de sangre que nubla la razón y desafía consecuencias.
«Y esto fue lo que ella sabe. Y lo que enseña todavía. No conservo otra impresión de destino; en el hadar y el cálculo se anda siempre al desnudo, en tierra y aire intransferibles, o en el enigma y la certidumbre. Ella quizás vino desde edades y lugares remotos o de improviso, o a lo mejor por etapas y entrega como los folletines».
«Son los desenfrenos que no acabo ni debería buscar comprender. Porque ciertamente que ningún macho nunca, en la desesperación o el decaimiento o la entereza, nunca, espero, nunca digo, acepte que tal solicitud va, intima, para él; o si no hacia algún dios confuso en el reino y el paroxismo de los ayuntamientos y los desafíos, o en la memoria».
La narrativa va describiendo situaciones significativas de un pasado cuyos recuerdos proyecta la nostalgia. «La zona cercana a la desembocadura del Ozama era en 1938 campo de marineros, portuarios, nocherniegos, mujerzuelas, sarasa, viragos, tahúres, donde ésos y otros seres de carne y viento y mar y tierra negociaron, discernían, apasionábanse, vivieron junto a familias modestas y honorables de ambas orillas». Aquel que vivió esa época, que lo oyó y oye contar, que la escucha como historia de un pasado de hazaña, gloria y miedo, se ve forzado a respirar hondo, a buscar en la imaginación aquellos hechos que siempre se cuentan con la piel erizada.
En La Canción de la Hetera hay pinceladas sobre la paranoia de una dictadura enloquecida, que, temerosa, les prohibió a los jóvenes estudiantes de la universidad estatal, la única que exista, que estudiaran de noche en los pasillos bien iluminados después de pasadas las horas de clase. De cómo los pueblos del Este se congregaron en el trayecto de Higüey a la Capital para vitorear a viva voz a la Virgen Madre de los creyentes católicos como respuesta a los letreros ofensivos «Dios y Trujillo», y las encerronas y emboscadas a una juventud que comenzaba a despertar del letargo entumecido de la postración y el temor; y a reaccionar con fervor a riesgo de su vida.
La Canción de la Hetera es más que el relato fresco del sentimiento de una mujer profundamente enamorada, cerrada a una sola banda hacia su Miguel insustituible, es también formas enmarañadas de normas impuestas por la gobernabilidad absoluta cuyas ejecuciones limitaban la libertad de sentir la plena cobija de un amor de protección, de solidaridad, confidencia y acompañamiento en las buenas y en las malas, como demanda, exige e indica el amor autentico y resuelto a afrontar padecimientos e incuria resultantes de la precariedad del orden desordenado, por la férrea disciplina nefasta de un régimen prolongado en su delirio de megalomanía.
Porque si bien Nieves «fue criada en el respeto a la ley, pero no en su terror ni en su aparato, debilidad e injusticia. Ni sus padres ni ella la conocieron textualmente; en cambio, amaron vivir en armonía con ellos mismos, con sus conciencias, y con los demás».
«Y así la epopeya, como en otros casos, sigana vuelo de corta ala pierde época. Y por esto de La Atarrazana ya pocos mencionan su esplendores primigenios, ni presumen hablando de recientes agravios como el pretencioso cabaret París, el burdel de Chea Cabo Prieto, el Manhattan Dancing Club, El Dorado, de los ventorrillos, las vorágines, los remansos, los ciclones, las pleamares, de cuando arrástrase por los bajos fondos; tampoco de las hidalguías y solidaridades de las pobrezas limpias, de cuando ya no enredan en lonas de goleta y veleros los navegantes y carpinteros de los astilleros del Ozama, así como las almas de los audaces y aventureros que se esforzaron e imaginaron durante siglos por ésas y otras aguas antillanas. Porque son los pasados, como con los presentes, acontece que todo será dicho y puede decirse otra vez decenio, pero quizás se rehaga y narre de otro modo lo que estuvo y ya no está, lo que ha de venir y no se aproxima ni presume todavía».
Freddy Gaton Arce con dominio de los personajes y del ambiente novelesco de la obra nos cita al recuerdo y la remembranza; a revivir episodios para que se mantengan frescos y sean cruzadas en la reconstrucción de los sueños. «…Parece que ignoran que hoy no es ayer, ni la memoria y la experiencia ajena merecen crédito y premio de copia. Pero los deambulantes creen que si y vibran. Al conjuro de sus palabras, de sus acentos perentorios, en sus anhelos avistan que el pasado laberintos tórnase revelación, promesas, actualidad. Y digo quien escribo que los enamorados tienen razón en iniciar su propia conquista».
Con destreza constructiva indica. «Ráfaga o sombra, cara nueva subrayada por su atractivo porte, sin proponérselo Nieves rebasa la fábrica de hielo La Marina, los tugurios, la puerta de Las Atarazanas, el muelle hasta la entrada por Don Diego, las ruinas del Alcázar, y aunparada ante La Bodega retiene pegados a su cuerpo los ojos de los que moran y afanan por esos rincones».
Destaca el atrevido pensar de un hombre decaído por su avanzada existencia de años cuando apareció ante sus ojos esta Nieves mujer y hembra a la vez, con una torva rapidez, y que lo hizo suspirar perturbado y recordar automáticamente su pasado tiempo de energía juvenil y disfrute de su obscena cultura, por lo que exclamó con aire de resignación, vencido, «cuándo fue que esta muchacha dejó de venir por aquí que no me había dado cuenta. Y algún memorista habría registrado que a diario ella desaparece en cualquier bocacalle con su rastro, y se la considera por eso una desolación cotidianamente repuesta».
«Cuando ella muda y trasmuta lugares y criaturas, contornos, sin dejar de ser tal y como es, probablemente el lector se cuestione si esas relaciones crean nostalgias o no, si tales pasajes arraigan en lo huido o no, si esa figura que pisa tierra y actúa como quien busca negocios y ofrece su nombre y dirección a fámulas y otras féminas, se cuestione el lector si Nieves, con su cabeza alteada y la sonrisa inminente y la oferta de géneros y modas recientes y vistosas, con sus humores primarios de hembra; si el lector ve en ella una rastrera reliquia ardorosa o una marca y visión de espíritu transportador que aliña al mundo y la vuelve saludable y digna de criptografía».
Así acaramelada en su oficio de sastra. Cautiva. Sin producir prodigios algunos «en su trayecto mañanero», se da a conocer meticulosamente y en detalle. «Aumentan sus visitantes, y la señora de la casa le cede una habitación más amplia para sus trapos y clientas, y la presenta en la agencia en donde le venden a plazos una máquina de coser que hace de todo. Y he aquí, en tres jueves, Nieves convertida en modista y confidente de una y otra y la de más allá. A las mujeres les toma las medidas, las lenguas y los dineros, pero calla, sonríe, y su mirada brilla, negra, en el fondo de su discreción y su elegancia. Imanta».
«Atenta y recogida en su halago, Nieves espera a Miguel cada primanoche para abrazarlo y entregarle la magia de su reposo y su bondad, para él más reparadores que el baño y la cena. Pero hoy ha tardado y lo recibe con mimos que disimulan su tensión; estruja sus mejillas contra su pecho y las manos por lo alto y lo bajo de la espalda del amado».
«La firmeza y el ánimo de Nieves exceden las puntillosas normas puritanas. Nada más austero y erguido para ella que la conciencia y el amor. Lo ingenuo y guapo de su ir hacia Miguel sin otro miramiento que la entrega y la fidelidad».
«A partir de esa mañana la llaman doña Nieves, tratamiento que recibe con afable dignidad. Para Miguel no. La nombra Paloma, por el zureo y la conmoción de ella al estrecharla. Ahora más, porque abre los brazos y la arranca de sus labores; _Nidia Y hacen el amor hasta quejarse de amor».
«Este fuego puede durar mucho o poco, y no quiero, cuando se prolongue, sea en recuerdos y olvidos. Todavía insaciados de besarnos y estrujarnos, y una anguila cayó sobre la corriente y dijo que el himen puede consagrarse, y yo, quemada como un infierno en la transparencia tejida de sombras del pubis, y una reventazón me henchía los pezones como una noche antigua y se mojaron mis muslos como con un río oculto codicioso y codiciado, y mi pétalo, oh, yo quería entonces que entrara en mi por la primera vez, y ajustarlo, a todos él, como si mi naturaleza fuera un guante para su mano, y yo estaba remota, pero no perdida, y me sequé como con esas securas que azotan a La Línea cuando se ansía la cosecha».
La construcción de este texto novela coincide con la definición que hace Ricardo Garibay al señalar que. “La literatura no es ficción de mundo, como creen personas de poca fe y obligadamente inocentes y académicas. Es mundo vivo, que se ve, se oye y se tienta”. “Hacer del periodismo literatura es un reto esencial que han ejercido ya varios escritores de renombre y que de alguna manera es necesario seguir haciendo». Y así es. La composición de La Canción de la Hetera viaja en ese sentido. Nieves representa una situación real. La situación social y premuras económicas padecidas por Miguel, Nieves y sus hermanas, la vida de los prostíbulos en la Capital, la misas en el templo de Santa Bárbara, los callejoncitos de piedras, Chencho hablando con el Diablo, Maquibrá, La Foca, Lilón, el viejo Acosta, Luisito sufriendo frío en Nueva York, los pensionistas en la casa pensión de la señora, la zona colonial, la calle El Conde, la inscripción obligatoria en el Partido Dominicano de Trujillo, la crónica en el Listín Diario de Diódoro Danilo, «sobre las mañanas frías de noviembre», el sepelio de Chencho y Vinicia, convertido en pasto de los recuerdos y los olvidos, la amistad entre los ancianos y Nieves, la reseña del canónigo criollo Luis Jerónimo Alcocer en su «Relación sumaria del estado presente de la Isla Española en las Yndias Occidentales hasta el año 1650», constituyen narraciones formidables . Son veintinueve capítulos breves condensados en 78 páginas.
Esa historia que marca destino y traza futuro; que altera el pensamiento y produce insomnio. Que se mezcla entre el tránsito y se pasma en la intención. Vuelo y remolino a la vez, viento tibio y frio, laderas de humos tiñendo la visión del horizonte; la historia repetida y contada en letras dibujadas en el pisé de los pies descalzo, en la sonrisa que surge de la espontaneidad. La vida avanzando, caminando entre abrazos y besos, caricias y ternuras. Sometida al vaivén de los intrusos, a la obligación de la subsistencia. Escrita y contada para que todos las cuenten, para que todos la oigan. Condimentada según la emoción de la vivencia; según la mitomanía del hablante. Ahora transformada en la belleza de un lenguaje cincelado en parsimonia ceremonial, con sus ingredientes picaresco, edulcorado, para que no se olvide la Hetera. Esa narrativa de aposento cantada en silbido de jilguero para que todos las sepan. Envuelta en sudores extraños de hombres y mujeres que descifran las miradas que lo bañan y la candidez que lo embriaga en la inocencia de una cultura de bien, amor y solidaridad con el prójimo.
La Nieves de Freddy Gaton Arce no perece se prolonga en la imaginación del deseo de todo hombres apetitoso de carne hembra. Pero más. La Canción de la Hetera es un parto literario brilloso, breve, sabroso, cuyas páginas muestran una narrativa del sentir de una generación que se sobrepuso a las razones de obediencias automáticas para encontrar caminos propio, limpios insospechado, luchando de manera denodada por subsistir y vencer y alcanzar el anhelado futuro luminoso. Una generación amante de la humanidad, con deseo de libertad, sensible, solidaria, sincera, forjada en el mérito del trabajo y la honradez cultivada.
La Guerrillera Sila Cuásar y La Canción de la Hetera son dos novelas cortas cuyas páginas tienen una intensidad vibrante. Dos obras de menos de cien páginas cada una pero cargada de una grandeza literaria atractiva; tienden a subrayar las letras dominicana como referente epífano. Epífanos que lo asemejan a las producciones inigualables de Joyce, Hemingway, Kafka, Dickens, Wilde, Borges, y Cortázar: la adrede limitación circular de los diálogos. Difunden un multifacético escenario de emociones sugestiva. Su brevedad y estilo discursivo situado dentro de un orden preciso les confieren estas categorías. No hay duda.
Contrario a Hemingway que sentía desprecio y era indiferente ante la crítica literaria, Freddy Gaton Arce la estimaba, respetaba y le ponía atención reflexiva, quizás esta fuera una de sus principales razones y motivos para escribir con esa pulcritud envidiable.
La calidad y el nivel literario exhibido por Freddy Gaton Arce en estas dos novelas breves lo llevan a que se le compare con los renombrados autores indicados en el párrafo anterior. Les confiere el honor de situarse en el listado de esa artística creación de Joyce, y que desarrollarían exitosamente los escritores que han caminados sobre sus huellas.
Lo epífano está en la captura genial de esos instantes que se suceden en las dos novelas, el transcurso corto de la ficción en espacio tiempo. Más que los personajes se destacan los detalles, los diálogos, las situaciones que rodean a los personajes. No hay instantes especiales sino un correr de imágenes que se sitúan por encima de los presuntos personajes centrales, llevando al lector por sendas abigarrada; presentándoles momentos exclusivos. Ese pensamiento dubitativo, esa esperanza en duda, esas señales enigmáticas, esa devoción y ese culto a lo desconocido. La fidelidad religiosa y la dependencia de estereotipos culturales dominantes. Todo transcurre dentro de una argumentación carente de adornos convencionales. Todo está expuesto de manera precisa y sin tintes agotador. Hay en ellas una prosa limpia, magnética y majestuosa. ¡He aquí su grandeza imperturbable!