(A propósito del repentino fallecimiento de la diputada Inés Bryan
Escrito por: Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo).
SAN PEDRO DE MACORIS.- lunes.- 30.- diciembre.- 2019.- La muerte debe servirle de lección a aquellos seres fastuosos, petulantes, egoístas y canallas. A los que se caracterizan por una actitud odiosa, inhumana, cruel y despótica. A los que ejercen la política encaramado en su YO y nada más Yo, en los mío sobre los demás, menospreciando y subestimando la capacidad, la inteligencia, el talento y el aporte de los otros. A los carente de solidaridad para con sus amigos y su prójimo, ignorando a sus vecinos; viviendo una vida de derroche y corrupción. Humillando a los amigos con su falta de humanidad solidaria, protagonizando un individualismo egocéntrico y narcisista, donde su dinero y su riqueza están por encima de toda inclinación de altruismo y cooperación filantrópica. En cada ser humano que muere deben verse ellos mismos dejando un legado de odio, incidía, maledicencia, maldad, y perversidad. Dejando su familia dividida en la repartidera de la herencia de sus bienes e inmuebles al estar preñando mujeres callejeras o amantes de ocasión traicionando la fidelidad de la esposa, mujer entregada a ellos con pasión, devoción y espíritu de sacrificio familiar, al tiempo de venderse ante los demás como jefes de familia ejemplar en una contradicción de vida que tiende a llenarlo de vergüenza ante sus hijos, la familia y la sociedad. El arrompimiento de conducta bochornosa no es una pose de complacencia pública y social porque en definitiva los seres humanos no somos lo que decimos de nosotros mismos sino la suma de nuestros actos. Hablamos en la práctica con nuestra conducta y actitudes. Una vida noble, digna, decente, de solidaridad plena y sincera es lo único que nos engrandece y prolonga en un sentimiento de respeto y gratitud prolongada en tiempo y espacio despues de la verdad absoluta de la muerte.
La muerte será siempre un acontecimiento estremecedor, desgarrador, su entorno de dolida solemnidad luctuosa conmueve y aflige sentimientos. Sobre el llanto desconsolado de los deudos asoma fugaz alguna brizna de silencio impertinente demandando acaso atención compasiva frente a ese dolor único e irrepetible que taladra el sentimiento humano, importantizando la vida y rescatándola del desdén de la insensibilidad individualista; de la atención de esa cotidianidad rutinaria que rapta el tiempo de la reflexión y la compasión humana. Más sobre esta intromisión que desvía el sentimiento humano, la muerte como hecho impactante reafirma nuestra condición protagónica en el universo como ente histórico y social capaz de enfrentar exitosamente los avatares imprevistos de la vida. Éxtasis instantáneo y trascendental de nuestra existencia y que nos reencuentra con nuestras raíces ancestrales y biológicas. La muerte es la única verdad realidad que dimensiona los colores de la vida.
Nunca, por más lapidaria que parezca, la muerte debe ser motivo de miedo, terror o maldición, entendiéndola como la última jornada eficaz, el último acto de entrega irrenunciable que posibilita la redención humana; apropiado vehículo que nos conduce por los senderos de la perpetuidad.
La muerte consume sin conciencia la suma de virtudes que adornan el espíritu humano. Un mágico misterio copa el sentimiento de los deudos, y entre interrogantes de estupor estremecido la vida continúa su curso acentuando su belleza. Valorizado su importancia histórica, adquiriendo un esplendor de necesidad vital, desafiando ese envoltorio de oscuridad que siempre se nos impone con certeza, a veces de manera fortuita, inesperada, otras, desde dolencias acumuladas, de células degastadas y rendida en su propio ciclo; en su reproducción molecular hasta alcanzar el inexorable tiempo de la consumación de la existencia física.
Con la muerte nos remontamos por rutas insólitas e inciertas, sin embargo, dependiendo de las circunstancias y condiciones del ocaso, podemos tomar un camino de vida que apuntale sobre el silencio lúgubre de la sombra el significado histórico y filosófico de nuestra realidad biológica y social dentro del género humano, liberándonos de cualquier atadura pecaminosa. Ya lo dijo Víctor Hugo, «Sólo viven aquellos que luchan».
La verdad absoluta de la muerte; certera y precisa en su designio, condujo al hombre a crear divinidades y deidades procurando con ello obtener su eternidad. Al tenor con este temor creó los dioses en su imaginación emocional, y, en consecuencia, le rindió culto, plegarias, sacrificios humanos y respeto. Todo en la búsqueda de la perpetuidad de la vida. Desde una concepción filosófica interpreto la vida y la muerte, más todo ha resultado en vano, pues la muerte continúa haciendo su estrago sin miramiento alguno, reyes, emperadores, ricos, sacerdotes, y líderes, son sucesivamente tomado por la muerte. Ante el fracaso de los dioses por garantizar la eternidad y perpetuidad surgió en su mente agobiada, desesperada e impotente la idea genial de un solo Dios único, omnipotente, piadoso, un dios con mayúscula, absoluto, dominante, magnánimo; una figura mística con poder y fuerza superior a todas las divinidades anteriores, con un aura de trascendencia celestial, de dimensiones galáxica. Más la muerte no cesa su labor quita vida, de manera desalmada, impiadosa, a veces con signos de crueldad e injustica abominable. No hay poder de riqueza que valga, caudillismo mesiánico, ni fatuidad vanidosa, ella, la muerte, acecha y llega de manera implacable. Desde la lucidez de la conciencia humana se recurre a la ciencia y toda forma posible que posibilite la prolongación de la vida más allá del tiempo signado de la existencia humana. Solo la limpieza de sentimiento, la entrega a causas justas y altruistas, la dedicación apasionada a una obra de bien; la ideología de la solidaridad como practica de vida posibilita un legado de honra y honor; de gratitud y reconocimiento póstumo e histórico.
Ante esta amarga posibilidad del devenir tenemos que apoyarnos en nuestra conciencia lúcida para transformar nuestro reposo finito en un baúl de legado altruista, cual eterna presencia tangible, catapultando los valores humanos concebidos desde una filosofía de vida; no importa el volumen de las cosas alcanzada sino la perspectiva de su objetivo; y si el fruto de la faena emprendida traspasa nuestra rutinaria frontera personal entonces afianzamos con creces nuestras presencia existencial en la faz de la tierra; es la calidad y profundidad de nuestra conducta, y la intensidad de nuestro accionar social lo que le dará sustancialidad y legitimidad moral y filosófica a nuestra obra de vida insertándola inmensamente en el espacio tiempo del proceso dialéctico e histórico en que nos desarrollamos dentro de un contexto de vida social organizada. Cuando se vive con conciencia del valor de la vida la muerte tiende a reproducir nuestra vida en la profundidad de los corazones conscientes, queridos y agradecidos. Cultivar desde una conducta decente y diáfana claramente definida una hombría de bien asienta la premisa onírica de la inmortalidad histórica y humana.
Porque como escribiera el ruso Nikolái Ostrovski (29 de septiembre de 1904, 22 de diciembre de 1936: «Lo más preciado que posee el hombre es la vida. Se le otorga una sola vez, y hay que vivirla de forma que no se sienta un dolor torturante por los años pasados en vano, para que no queme la vergüenza por el ayer vil y mezquino, y para que al morir se pueda exclamar: ¡Toda la vida y las fuerzas han sido entregadas a lo más hermoso del mundo, a la lucha por la liberación de la humanidad!”
Paz a los restos de la amiga Inés Bryan…
Con respeto de ustedes, Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo), correo internet, coloso23@gmail.com.
Telf.: 829-756-9227, y 809-529-9357.