El cochero Tintilín.- Escrito por: Enrique Cabrera Vásquez
“El novelista enseña a aprehender el mundo como pregunta, Milan Kundera”.
“Tengo siempre mucho cuidado con las palabras pesimismo y optimismo. Una novela no afirma nada: una novela busca y plantea interrogantes. No sé si mi nación perecerá y tampoco sé cuál de mis personajes tiene razón. Invento historias, las pongo frente a frente, y por este procedimiento hago las preguntas. La estupidez de la gente procede de tener respuesta para todo. La sabiduría de la novela procede de tener una pregunta para todo. Cuando don Quijote sale al mundo, éste se convierte en un misterio puesto ante sus ojos. Tal es el legado de la primera novela europea a toda la historia de la novela que vino después. El novelista enseña al lector a aprehender el mundo como pregunta. Hay sabiduría y tolerancia en esta actitud. En un mundo edificado sobre verdades sacrosantas, la novela está muerta. El mundo totalitario, básese en Marx, en el Islam, o en cualquier otro fundamento, es un mundo de respuestas, en vez de preguntas. En él no tiene cabida la novela. En todo caso, me parece a mí que hoy en día, en el mundo entero, la gente prefiere juzgar a comprender, contestar a preguntar. Así, la voz de la novela apenas puede oírse en el estrépito necio de las certezas humanas”.(Conversación entre Philip Roth y Milan Kundera, Londres y Connecticut, 1980. Milan Kundera: La desprestigiada herencia de Cervantes).
Introducción a la lectura
Esta no es una historia de los coches tirados por caballos, ni de los cocheros de San Pedro de Macorís, no es la intención. Es una narrativa precoz; la de un personaje pintoresco, lleno de anécdotas resaltantes; un aventurero de su propio destino que luchó por alcanzar mejores condiciones de vida y cuyo pasos zigzagueantes lo llevó a ocupar una posición burocrática en la alcaldía, puesto al que llegó sin ser político partidista, favorecido por circunstancias específicas de las relaciones que cultivó en su oficio de cochero; de su capacidad prodigiosa para empantizar con las gentes a las cuales atraía con su virtuosa forma parlanchín con que envolvía a sus clientes a los que servía en su oficio.
Y si ponemos los nombres de los más reconocidos en ese servicio de vehículos de madera cubierto de hule sobre dos ruedas y movido por tracción animal es porque consideramos de obligación referéncialo como tributo póstumo a su oficio y al empeño de seriedad y responsabilidad que asumieron en su labor. Mencionarlo es un homenaje histórico bien merecido para esos hombres que desde esa posición formaron y levantaron familia y pagaron los estudios académicos de sus hijos, algunos de los cuales se han destacados como profesionales de prestigios. Trabajar con honestidad y honradez es una virtud de los hombres responsables. Vaya, pues, nuestro respeto y admiración para los citados en esta ficción y para los que por desconocimiento informativo no pudimos incluir en esta primera edición.
Este relato habla de la vida en brincos y sobresaltos, emociones y tensiones, de un joven que a los veintinueve años abandonó su lar en procura de mejor suerte, atraído por el decir de un pueblo ciudad de cuyas bonanzas se hablaba con referencia indicativa, caracterizada por el desborde de su producción de azúcar, melaza y jugar beisbol.
En esas tierras copadas por inmigrantes nacionales y extranjeros sentó su afán de vida aquel joven de entonces veintinueve años, y que con su habilidad de subsistencia hecho raíces, levantó una familia y marcó con su estilo y jocosidades su nombre; para que a partir de lo que fue y encarnó como figura social se le recuerde con amplitud y sepan todos que Tintilín más que un cochero afortunado y con gracia, fue un hombre de bien y de locura, que se perfiló por decente, honesto, honrado y serio, que hizo de su afán de progresar su molino de viento cuyos giros lo elevaron por peldaños nunca pensado ni imaginado, y que en ese andar de ilusiones llegó ante el gran espejo de la barbería de Papito y que parado delante del mismo vio cómo su imagen se transformó, poniéndole fin a sus padecimientos económicos y lanzándolo hacia una vida nueva, encarnando en su persona nuevos personajes imaginarios, que al caracterizarlo ejecutando maniobras rituales provocarías risas y carcajadas, para unos, y pena y sentimientos compasivos para los suyos. Porque es de cosecha lo que cada quien siembra en su recorrido vivencial y hay que tener conciencia que las oportunidades cualitativas se presentan en coyunturas especiales, y es de sabio aprovechar lo conseguido, comprendiendo que su repetición sería dificil y el tiempo nunca se detiene, y que la vida continua su marcha dialéctica cumpliendo los designios que vamos contrayendo a nuestro paso, separando lo externo de lo interno en la contradiccion permanente de unidad y lucha de los contrarios.
El cochero Tintilín es una narrativa representativa que nos enseña la necesidad de aprovechar al máximo las oportunidades de la vida. Leámosla subido en la imaginación de su intención para tenerla y contarla como una historieta divertida y amena y se vean en el espejo de este Tintilín que no tuvo la armonía de sacarle provecho sustancioso a su capacidad jocosa y trató de ir más allá de sus posibilidades reales. Y todo su esfuerzo quedó plasmado en un espejo de cuya silueta salió una mezcla de personajes de humor y cuya representación lo llevó hasta el psiquiátrico del veintiocho.
El cochero Tintilín
Escrito por: Enrique Cabrera Vásquez
San Pedro de Macorís, 16 de febrero, 2021.- Flotan en lontananzas nostálgicos recuerdos del boom económico que existió y se disfrutó en la referenciada tierra de poetas, escritores, intelectuales, peloteros, caña de azúcar, Guaguavery, y el baile andante de los guloyas por sus calles en tiempo de Navidad y festividad patria; avivada por el trayecto resplandor del equinoccio, y cuyos palpitantes latidos humanos, sociales y económicos, resonaron por toda la geografía nacional; mostrando en la mezcla de sus sudores aquellos elementos que configuraron su progreso bajo el cielo de la patria. Trascendiendo la amalgama de sus mágicos coloridos y glorificando el esplendor que deslumbró los ojos de todos cuantos visitaban la ciudad.
La prospera y agitada ebullición resultante de su descollante proceso productivo; matizado por su endulzada producción material, cuya acentuada prosperidad brillaba con magnetismo, atrayendo con su aura a cercanos y lejanos paseantes, quienes no podían ocultar su embeleso ante aquel pequeño mundo de arquitectónicas realizaciones que se distinguían en el intinerarios de su trayecto.
La fama de su hibrida colectividad motivaba aventurarse en dirección a esa parte de la república para ofrecer allí la transpiración del trabajo, y también beneficiarse del pujante progreso devenido de la verde molienda de sus zafras.
Gentes de todas partes se mostraban interesados en conocer este punto del sureste dominicano influenciados por las crónicas de periódicos y radios destacando el aporte de su economía al país.
El humo de sus factorías azucareras, el trajinar incesantes de centenares de trabajadores afanados en dar su mejor esfuerzo en el atracadero sobre el rio Higuamo, las centenares de mujeres entrando y saliendo de talleres manufactureros, esparcidos y operando en el centro de la ciudad, así como sus creaciones artesanales y gastronómicas, constituían una seducción insoportable que convocaba a visitar ese pueblo del cual hablaban con frecuencia transeúntes, viajeros, visitantes y allegados de pasadas, y destacados por sus cultos hombres de letras en las rapsodias emanadas de su talento intelectual.
Voces en lenguas diversas significaban el valor de su mezcla maravillosa, los que llegaban a este lugar buscaban la forma de ser parte de su activismo productivo, deseando asimismo, tener alguna participación en los acontecimientos sociales, culturales y materiales, que transcurría sobre su superficie terrestre.
El ámbito social de su progreso transitaba entre el sincretismo cultural de sus habitantes y la fértil competencia de su desarrollo social. Cundía la bonanza aparejado con la necesidad de manos laboriosas, la gente del pueblo reflejaba la alegría en sus rostros, evidenciando una actitud receptiva y hospitalaria para con los huéspedes en crecimientos, acostumbrados a la llegada constante de personas en busca de trabajo para mejorar su condición existencial.
(Foto. El otrora ingenio Angelina, fundado en 1876 por Don Juan Amechazurra, “en las tierras de El Higo, a unos 10 kilómetros de lo que se llamó Villa Cayacoa, hoy ciudad de San Pedro de Macorís; en los primeros años de la década de 1880 fue adquirido por Juan Bautista Vicini Canepa y en el 1917 fue constituido con el nombre de Compañía Anónima de Inversiones Inmobiliarias, propiedad de la poderosa familia Vicini, empresarios dominicanos de origen italiano. Su factoría productiva fue cerrada en el año 1983, sus predios y tierras fértiles están sembrados de cañas de azúcar, molida cada año en el Ingenio Cristóbal Colón.
La ciudad crecía con rapidez transformándose en una espiral social conforme progresaba la demografía geográfica de su ensanchamiento; con el levantamiento de nuevos barrios afluían personas y familias que construían viviendas y se asentaban en diferentes áreas de su predio sin esperar autorización de autoridad alguna ni ordenanza municipal, ocupando trechos y zonas reservadas, convirtiendo la que otrora fue llamada Villa Cayacoa, en una urbe multifacética y atractiva. Sus residentes socializaban la diversidad cultural de su procedencia en una sincrética pluralizada interacción.
Abrían sus brazos en acogidas al flujo de inmigrantes que se integraban a su atmósfera sociocultural mostrándoles orgullosos su riqueza arquitectónica, indicándola con énfasis de referencia en la memoria, resaltando su condición de pionera en instalaciones de infraestructuras y cuyos méritos la enalteció con signo histórico.
Su estructura material y composición de realizaciones tangible hipnotizaba los ojos de todo aquel que recorría la ciudad contemplando su belleza material; el humo brotado de chimeneas en competencia de decenas de centrales azucareros, los aceitunados cañaverales en constantes renovación, en sus 1,251.45 kilómetros cuadrados de superficie territorial, que al mecerse traslucían la reverberante movilidad socio-económica ceñida a su historia, indicando la capacidad rentable de sus hombres y mujeres entregados con abnegación y consciente laboriosidad emprendedora al fenómeno de su agitada productividad. Su “boom” económico era impresionante.
A la sombra del ajetreo y hospitalidad de aquella mezcla poblacional se instalaron grandes y pequeños negocios de nativos y extranjeros.
Llegaron y se establecieron etnias diversas compuestas por libaneses, sirios, judíos, (a todos estos les decían árabes o turcos); norteamericanos, puertorriqueños, cubanos, holandeses, japonés, chinos, franceses y hasta de la lejana India, atraídos por el dinamismo de este punto costero enclavado en la ruta del sol.
Dentro del corazón de su economía se establecieron igualmente comerciantes nacionales procedentes de Baní, Azua, Barahona, San Cristóbal; los cibaeños de Santiago, La Vega, Bonao, Moca; de la línea fronteriza, Dajabón, Monte Cristi, Santiago Rodríguez; del sur profundo, Enriquillo, Oviedo y Pedernales; de Elías Piña, San Juan de la Maguana, Bohechío, El Cercado, Las Matas de Farfán, Vallejuelo; del Este lejano, Higüey, Miches, Cabo Engaño, Yuma; del Este cercano, Monte Plata, Hato Mayor, Sabana de la Mar, El Valle y El Seibo. Venían, pues, personas de los más apartados confines interesados en progresar, en ser parte de aquello que marcaba una diferencia competitiva frente a los otros pueblos y ciudades de la parte Este de la isla que originalmente se llamó Bohío. Ese ir y venir de afluencias humanas le imprimía mayor fuerza al motor de su economía.
El conglomerado humano más pintoresco traído por los propietarios de los centrales azucareros y que acaparó la inmediata curiosidad, fue la llegada de unos corpulentos morenos de portes educados, procedentes de las islas caribeñas de habla inglesa, francófonos y papiamentos; Saint Kitts, Saint-Martin, Aruba, Anguila, Montserrat, Curazao, Nevis, Saint Lucia, Martinica, Jamaica y Guadalupe. Asimismo de Puerto Rico y Cuba. A los primeros los popularizaron llamándolos cocolos.
La presencia laboral de estos hombres de color se caracterizó por sus habilidades manuales, diestros como torneros, mecánicos, carpinteros, ebanistas y técnicos especializados en la forja de hieros para las factorías. Ejercían sus oficios con elegancia y capacidad dominante. Eran trabajadores experimentados y serios cuyas tecnificación constituyó un aporte valioso y apreciable al auge radiante de aquella sobresaliente economía.
Los propietarios azucareros también trajeron bajo contrato como braseros a hermanos isleños del vecino Saint-Domingue, la parte occidental de la isla que hoy conocemos como Haití y cuya destreza en el corte de la caña aceleraba la pujanza fabril en que brillaba la ciudad la Sultana del Este.
Esta gravitación llamó poderosamente la atención del entonces joven Vero Emmanuel Ocasio Arellano, quien se encontraba atravesando por penurias asfixiantes en Las Yayas de Viajama, de su Azua querida.
Al oír y escuchar este hombre de veinte y nueve años de las bondades de ese sitio donde picaba con fuerza implacable el sol y era un atractivo mágico el jugar béisbol, decidió poner su brújula personal en esa dirección, y en consecuencia, decidió emigrar de su lar hacia esa famosa ciudad que tanto se mencionaba y que estaba situada al sureste de la costa del Mar Caribe, en la ruta de la Región Este del país.
“San Pedro de Macorís se encuentra en la Región Sureste de República Dominicana. Limita al Norte con las provincias Hato Mayor y El Seibo, al Este con la provincia La Romana, al Sur con el Mar Caribe y al Oeste con las provincias de Santo Domingo y Monte Plata. Es la capital de la Región Este del país y cuenta con la mayor cantidad de ingenios azucareros de la República Dominicana. También llamada La Sultana del Este, la ciudad de los bellos atardeceres, la Tacita de Oro y Mosquitisol, la ciudad de San Pedro de Macorís fue un importante puente económico para Dominicana a finales del siglo XIX y comienzos del XX”.
No podía seguir acurrucado a la esperanza de que las cosas mejoraran en su ancestral comarca, ya su edad avanzaba con rapidez, había llegado a los 29 años, deambulando, buscando la forma de superarse y ganarse la vida con un trabajo donde pudiera devengar un justo pago. El desempleo y la pobreza allí eran penosos.
Su situación empeoraba según le pasaban los años. Por sus dificultades económicas ninguna mujer se interesaba por él, le urgía conseguir una para formar familia.
Vivía solo, sus padres eran envejecientes con edades comprendidas entre 81 años, el padre y 74 su madre, sus muchos hermanos, más de padre que de madre, en razón de que su papá era una especie de varraco que se dedicó a preñar mujeres sin control ni pudor aprovechándose de su buena apariencia física al ser un hombre de tez blanca, nieto de un español y una dominicana nieta, a su vez, de un puertorriqueño. Lorenzo, que era el nombre de su progenitor, había procreado 21 hijos, con diferentes mujeres, 13 mujeres y 8 varones y cada uno estaba en su búsqueda para sobrevivir, las hembras pariendo sin cesar y los varones laborando en plantaciones de café, cacao, arroz, plátanos, maíz y hasta se fueron a picar caña al central Río Haina, de la capital, y al ingenio Catarey, en Villa Altagracia, había que subsistir como quiera, esa era la realidad impuesta por la vida.
Entró en acción y dispuso los preparativos para su viaje de aventura. Actuó con discreción, consideró que si consultaba sus intenciones con algún amigo o familiar lo aconsejaría para desalentarlo y desistiera de su propósito, que según él, le cambiaría su vida.
A partir del momento que concibió la idea de conocer y ver con sus ojos la realidad de lo que se decía con insistencia de esa lejana comunidad, cada noche soñaba con emprender ese viaje en pro de un futuro venturoso.
Escogió un lunes para emprender su éxodo, no soportaría más carga de miseria. Iría hacía aquel pueblo, allí triunfaría o terminaría de joderse.
Llenó el macuto de guano que le había obsequiado su padre con lo imprescindible: tres camisas, dos pantalones largo y uno corto, tres franelas interior con mangas, un cepillo dental con su pasta, cuatro pantaloncillos, una toalla que había perdido su color original por su vejez y constante uso, un par de chancletas destartaladas, y un pequeño cuchillo para cortar frutas en el camino o defenderse ante la posible agresión de un maleante.
Al levantarse volvió a revisar con rapidez el contenido de su pobre equipaje y cerciorarse no le faltaran las cosas que necesitarías. Se bañó, vistió e inició su larga travesía.
Salió de Las Yayas de Viajama con el canto de los gallos con su macuto terciado al hombro. Le dolía en el alma abandonar el hábitat donde nació, se crió y se desarrolló como ente social. Escondió su pequeño ahorro que llevaba en las medias de los zapatos como precaución si era asaltado, estaba consciente que ese dinero no le alcanzaría para mucho.
Al cerrar el candado de la puerta principal de la vivienda donde estaba residiendo en los últimos meses, en calidad de cuidarla, y cuya propiedad era de un compadre de su papá, conformada por una cómoda sala, dos dormitorio, un cuarto de despensa lleno de cachivache, dos viejas sillas de montar caballo, utensilios en desuso y una enramada en la parte de atrás que servía de cocina, comedor y lugar de reunión con familiares y amigos, sintió que un escalofrió invadía su cuerpo. Se lanzaba a una empresa presagiada de incógnitas. Iría hacia un paradero desconocido y a mano pela. El éxito de su viaje dependería de su listeza.
Inició su largo caminar en horas de la madrugada castigada por el calor de verano. No volvió la mirada hacia atrás, no quería que la pena y el amor al suelo que lo vio nacer y crecer, doblegara su decisión emprendedora.
Salió con la oscuridad del cocuyo llevando consigo sus sueños de adolescente, abrazándolo en su intimidad con fuerza de necesidad estímulo para enfrentar la adversidad en su marcha hacia la tierra de la prosperidad.
La variada sinfonía sonora de los pájaros, la humedad del roció en el estío, las crestas flotante de los árboles de pinos, caoba, cedro, palma, coco, mango, tamarindo, los conucos campesinos sembrados de plátanos, aguacates, guineos, maíz, limón, toronja, guanábana, naranja, tabaco, café, cacao, las protectoras empalizadas de mayas y cactus; los inhóspito montes de guasábara y guáyiga silvestre, a orillas del camino, y el ladrido de los perros realengos, iban despidiéndolo en la medida que incrustaba sus pies sobre la tierra en su caminar. Una nostalgia ruborizó su rostro y de sus ojos surgieron gotitas de lágrimas de recuerdos. Dejaba atrás veinte y nueve años de vivencias existencial.
Tenía que ser fuerte y atrevido si quería triunfar, su capacidad verbal y simpatía personal serían vitales para persuadir al momento de solicitar un empleo. Su problema era que no había cultivado ninguna especialidad laboral específica, aprendió pesimamente de barbero, ayudó en labores de carpinteros a algunos amigos, hizo de listero y capataz de los trabajadores de Obras Públicas en el acondicionamiento y limpieza de la carretera; fue cartero del correo, servicios que realizó cuando tenía entre 19 y 20 años, recibiendo por su labor un sueldo de hambre.
Desde los 15 años desarrolló interés por la lectura, si bien solo alcanzó el quinto curso de la educación básica, que no pudo concluir, se aficionó en la lectura de paquitos de cómic haciendo suyo los personajes que protagonizaron los mismos, Chanoc, Supermán, Red Reder, El llanero solitario, Roy Rogers, Risco el buceador, Tarzán, Hopalong Cassidy, Cisco Kid, Mandrake el Mago, Batman y Robin, entre otros, identificándose emocionalmente con sus actuaciones. Les atraían con atractiva particularidad.
También leía las populares novelas del oeste, de Marcial Lafuente Estefanía, Edward Goodman, Silver Kane y George H. White.
Le encantaba y se divertía con los argumentos y dramas narrados y desarrollado sobre los protagonistas de las novelas del Oeste Americano. En su mente se representaban aquellos personajes que caracterizaban las narrativas: el sheriff, que por lo regular era cómplice de los bandidos, los vaqueros arriando las reses, los forajidos, el duelo de pistoleros, el tahúr que siempre acababa muerto al descubrirse su estafa o engaño, los ganaderos defendiendo su rebaño a sangre y fuego, los enfrentamiento entre los criadores de ovejas y los propietarios de reses, los mexicanos con su banda de cuatreros y matones, los indios atacando las diligencias, la guerra civil con el enfrentamiento entre sudistas y nordistas, los buscadores de oro, asaltados por delincuentes cuando encontraban algunas pepitas, los rancheros defendiendo sus predios al precio de sus vidas, el villano todopoderoso contratando pistoleros para intimidar e implantar el terror en su dominio, los charlatanes y timadores vendedores ambulantes de porcinas y jarabes, los predicadores religiosos, las chicas del salón alegrando el ambiente, las manadas de caballos salvajes corriendo a galopes, la guerra con los indios, y el pistolero famoso e imbatible, entre otros episodios dantescos.
Las escenas dramatizadas en el contenido de aquellas novelas moldearon en Vero un espíritu competitivo, valiente, aventurero y audaz.
Más adelante sumó a sus lecturas la reconocida revista clásica Selecciones del Reader’s Digest, y Life en Español, que le prestaba su vecino Clemente Mejía, un maestro pensionado del que se hizo amigo desde la adolescencia. Se culturizaba y aprendía leyendo la sesión de la Reader’s enriquezca su vocabulario.
Un primo que trabajaba en La Tabacalera de San Domingo acostumbraba a enviarles diversos tipos de revistas, entre ellas loa revista cubana Bohemia.
Frecuentaba la barbería de su primo Miguel el gago no precisamente para recortarse el pelo, pues casi nunca disponía de dinero para ello, además su tío Nicolás, hermano de su mamá lo recortaba de gratis, sino para leer el periódico El Caribe, que por lo regular llegaba con uno o dos días de retraso. Lo cogía prestado y se iba bajo un frondoso árbol que estaba justo frente al negocio y procedía a leerlo por todas partes. Se enteraba de la actualidad noticiosa y deportiva, de las actividades sociales de los ricos y de la obra que ejecutaba el gobierno del Jefe. En especial desprendía los crucigramas que llenaba y coleccionaba en sus momentos de ocios.
Así fue desarrollando su afición por la lectura; se culturizaba y aprendía de la vida pública. Acuñaba frases e ideas de su contenido cultural, literario e histórico. Compensaba de esta manera su forzado abandono de la escuela.
Al igual que decenas de personas, también frecuentaba la sastrería de Modesto, que operaba al lado de la barbería, compartían la vivienda cada quien en su negocio, además el local era de la familia y Modesto era hermano del barbero José Tomás; La sastrería se atestaba de personas después de la una de la tarde para escuchar las radios novelas que se difundían, el radio atraía de todos ya que quien disponía de uno gozaba de un privilegio llamativo. Todos les daban seguimientos a las serie de las novelas: “Los tres Villalobos”, del autor cubano Armando Couto, Taguarí, el rey blanco de la selva, Kazán El Cazador, Amo de la Selva, entre otras populares radio novelas de la época. Al común de la gente no le importaba la política, para ellos toda era rutinario y normal, había que obedecer al régimen de turno para evitarse complicaciones personales. Quienes opinaban en contra eran los profesionales o intelectuales que por sus muchas escuelas hacían comparaciones para indicar que lo señalado en la propaganda del régimen era un montaje acomodaticio que ocultaba la realidad de las desigualdades sociales y los privilegios que favorecía a los allegados del gobierno.
Mediante la práctica de estas lecturas pudo desarrollar una cultura muy por encima de su nivel escolar. Casi se convierte en un autodidacta. Los conocimientos obtenidos de esas lecturas le proporcionaron una base cultural competitiva en su comunidad siendo consultado por sus amigos ante cualquier duda de hechos históricos u otros acontecimientos significativos. Se sentía orgulloso de que se valorara su inteligencia intelectual. Recordemos que somos lo que leemos.
Así conformó una actitud extrovertida que le granjeó simpatía en las Yayas de Viajama y otras comunidades cercana. Aunque esos conocimientos no le sirvieron para obtener un buen empleo, por las restricciones y exigencias impuesta por el régimen gobernante, en parte podía realizar algunas tareas que no requerían esfuerzo físico o algo parecido.
Ademas, en el pueblito no había de mucha y para llegar a algo mejor había que emigrar para Azua, Barahona, San Juan de la Maguana, Baní, o la capital, y para eso se necesitaba recursos o tener algún familiar u amigo que lo recibiera, y como la gente siempre sentía temor por el ambiente político de la dictadura se comportaba con recelo frente a los extraños. Se vivía bajo un estado militar y policial de control y vigilancia traumática temeroso.
La muerte de la actriz de cine, modelo y cantante estadounidense, Marilyn Monroe, una de las más populares del siglo XX, considerada un símbolo sexual y un icono pop, lo sacudió internamente, sentía simpatía y atracción por la famosa del mundo de Hollywood, quien falleció el 4 de agosto de 1962, había nacido un 1 de junio de 1926. Leyó su historia y biografía con una comprensión que le permitió hablar sobre ella con un dominio prominente, situación que fortaleció su imagen de persona culta e inteligente.
Un domingo él junto a algunos primos y amigos fueron llevados a Azua a ver un matiné, estaban pasando una serie del entonces popular Buffalo Bill, quedó anonadado por tan estupenda película, y también con las ganas de que lo llevaran los siguientes domingo ya que la misma quedó en suspenso y quería ver su continuidad y como quedaría al final el desenlace de la intriga contra la vida del protagonista. Se quedó con las ganas, pues, no volvieron a llevarlo.
La figura de Buffalo Bill, el creador del Lejano Oeste, quedó grabado en su memoria de adolescente, desde entonces solo pensaba en crecer y desarrollarse para volver a un cine y disfrutar de aquella pantalla gigante que en su primera vista lo impresionó con profundidad imaginaria.
En los últimos años se había dedicado más a trabajo de supervisión en fincas de conocidos durante la temporada de cosecha de plátanos, guineos, maíz y víveres, le pagaban la mitad en dinero y la otra parte en especie de lo recolectado, que luego vendía en el mercado de Azua.
Este viaje hacia la Región Este sería su oportunidad de oro para mejorar su existencia en su tránsito a la vejez.
Caminaba recordando las peripecias libradas tratando de imponerse a los avatares de su orígen: pobreza, miseria, penurias y desamores. Estaban frescos en su historia de necesidades. Los llevaba latentes en cada zancada de su vida.
Como no recordar su infancia escabrosa compitiendo con sus hermanos por el afecto y cariño materno y los saltos cuantitativos de sus edades en un vaivén de incertidumbres y sombrías promesas de mejorías, bregando por encontrar al siguiente día la materialización de los sueños acariciados durante su reposo.
Además del macuto con sus cositas de premuras también llevaba consigo las imágenes intangibles de aquellos añoros adolescentes interrumpidos por la distracción de las juergas de mocedad, cuando en grupo corrían al río Tábara para zambullirse desnudo en sus agua frías, y las excursiones improvisadas que realizaban para bañarse en Las Cuevas, y de cómo trepaban por las lomas cercanas en atrevidas aventuras, buscando el nacimiento de los ríos cuyas aguas disfrutaban. Oh que adorado pasado matizado de alegria y secretos en una juntanza espontánea y sin malicia y que era truncada por las exigencias de los padres llamándolo a integrarse a la batalla productiva. Si no se trabajaba la tierra no habría recursos para afrontar las necesidades domésticas.
Recordaba a Pedrito Recio huérfano a los seis años porque un rayo mató a su progenitor al arriesgarse una tarde bajo lluvia a cosechar un par de ahuyamas para la cena; y cuando Alicia Pérez fue salvajemente violada por su padrino, Agustín Féliz, al tener confianza su madre enviándola con él para que la acompañara a la escuelita de doña Blanca Pujol, y el psicópata luego dijo que fueron atacados y que salió corriendo y no supo más de la desdichada, que luego apareció estrangulada, suceso cruel que estremeció a todos y por el cual lloraron afligidos por ese crimen atroz; y el primer beso que recibió en su boca de Maritza Noboa y que al hacerlo emprendió la huida avergonzada, y cuando se abruzó con Miguel Batista el primer día que su mamá lo dejó en la escuelita cercana y éste comenzó a mofarlo porque sus zapatos estaban obsoletos y rotos, ganó la pelea pero tuvo que abrir ga’, cuando apareció su hermano Israel, mucho más grande y fuerte que él, quien enfurecido intentó agredirlo, y fue impedido ante la aparición de algunos maestros que desapartaron el pleito, y como después al llegar a su hogar su papá lo castigo poniéndolo a cargar leña disque por cobarde.
En la medida que se alejaba del hogar paterno, del abrigo de los suyos, en esa misma proporción afloraban los recuerdos de su vida, una vida zigzagueantes y contradictoria en un ajetreo constante por superar los obstáculos que se le interponían para alcanzar un estadio de vida óptima y agradable.
Episodios de goces y felicidad de una infancia, niñez y adolescencia emotiva, donde reinaba la ingenuidad y la candidez. Lo penoso y lamentable de aquellos momentos estaba en su irrepetibilidad, se evaporaban en los siguientes brincos del tiempo, indetenible en su avance y puntualidad implacable.
El ocio oxidado esperando por una mejor temporada donde pudiese concretizar sus ilusiones viajaban con él, sus huellas le acompañaban y doblegaban el peso de sus pasos según se iba alejando de su comarca, ese ayer de incertidumbres lo empujó a lanzarse hacia la ruta por donde se levantaba el Sol.
Un mundo de sorpresa se abría ante sus pasos, por más incierta que fuera su designio tenía la convicción que sería mejor en comparación con las precariedades prevalecientes en su comunidad. Iba rumbo al Macorís de la prosperidad, y allí algo bueno se le pegaría, por eso caminaba con entusiasmo, optimismo y alegría, que se anteponían a la tristeza por el abandono de su terruño amado.
Y de la profundidad de su adentro surgió una carcajada de ironía, reía con una estridencia inaudita en su personalidad. La paró en seco y miró asustado de sí mismo hacia todas partes. Se detuvo por breves segundos y luego corrió por la carretera hasta agotarse, se detuvo e inhaló el aire de la madrugada, se pasó sus mano por el rostro, miró hacia atrás con atención y reanudó su marcha en pos del éxito o el fracaso de su futuro. La suerte estaba echada.
Corrió con los brazos
abiertos al horizonte,
mostrando al cielo sus
sueños esparcidos en sus clamores
El rocío empapó su rostro
que rojo disfrutaba el estío
de aquella estación calurosa
que impulsaba sus pasos
para liberarlo del hastío
Ya había adelantado cerca de un kilómetros envuelto en su intimista evocación cuando el ruido de un vehículo que venía a su espalda lo sacó de su cavilación, aminoró sus pasos, y giró hacia atrás, y de inmediato hizo seña para que lo favoreciera con un aventón; era una camioneta cargada de frutos que iba por la ruta que llevaba, el chofer frenó y le hizo un ademán para que se montara, subió y se colocó al lado de un hombre de unos 40 años que venía acompañando al chofer como ayudante. Les dio las gracias y se sentó en silencio. Fue la primera de las muchas bolas que abordaría en su largo trayecto para llegar al paraíso azucarero.
En seguida ambos lo reconocieron, oh, pero si es Vero Tintilín, el hijo de Lorenzo, ¿para dónde vas tan tempranito? Le preguntó Atanacio Aybar, quien conducía la camioneta.
Mantuvo un fugaz silencio y reaccionó con buena disposición, — bueno, salgo del suroeste y voy rumbo el sureste.
Atanatacio y Vicente Oviedo, su ayudante, rieron, aunque no sabían nada de geografía tomaron la respuesta como broma.
Tintilín no se inmutó, comprendió que ignoraban el significado de sus palabras y seguidamente agregó, para orientarlo mejor. —Es que estamos en Las Yayas, en el suroeste, y yo voy para San Pedro de Macorís, al sureste.
(Apunte: Región Sur (Suroeste). Esta región está formada por las provincias de San Cristóbal, Azua, Peravia, San José de Ocoa, San Juan, Elías Piña, Barahona, Bahoruco, Independencia y Pedernales. Representa aproximadamente el 35 por ciento del territorio nacional y cerca del 19 por ciento de la población total del país. El mayor número de habitantes se concentra en las provincias de san Cristóbal y San Juan. Es la región más deprimida y hacia ella se han destinado varios programas importantes de desarrollo. Basa su economía en la explotación de las minas de sal, yeso bauxita y mármol. En algunos valles, como el de san Juan, se cultivan café, maní y arroz, entre otros productos.
Ahora fueron sus interlocutores que se quedaron mudos por breves instantes. La pausa la interrumpió Vicente preguntándole, ¿y a que va tan lejos, se te murió un familiar?
—No, voy a ver que se me pega, ustedes saben cómo están las cosas por aquí, los trabajos escasean y la vida es pésima, y se dice que en ese Macorís siempre hay trabajo.
—Bien por ti, le respondió el chofer, de momento yo también cojo la patineta y me largo, agregó.
—Sería buena idea, yo llevo dos años pensándolo y ya me decidí, no se lo he comentado a nadie, respondió Tintilín.
—Y a propósito cuando vean mi gente díganle de mi paradero, seguro preguntaran por mí y se van a preocupar, añadió.
—Descuida, tenlo por seguro, tan pronto regresemos de Azua pasaremos por allá y se lo informaremos, manifestó Vicente.
Al llegar a Azua Atanatacio lo conectó con un camionero amigo que por lo regular salía en horas bien temprano hacia Baní a llevar víveres para su venta en el mercado. Tintilín agradeció su cooperación y se despidió de sus amigos.
Después de Azua su siguiente parada fue Baní, provincia Peravia, desde muy joven conocía esa ciudad. Existía una vieja rivalidad entre banilejos y azuanos que a veces ocasionaban conflictos violentos. Entre los banilejos sobresalían algunos individuos racistas que consideraban inferiores a los azuanos, por ello, durante el tiempo que pernotó en la tierra donde nació el héroe de Cuba, Máximo Gómez, se mantuvo en perfil bajo para evitar provocación.
Aprovechó su breve estadía allí para buscar uno de esos vendedores ambulantes de helados que por lo regular ofertaban desde unos carritos adornados, con unas campanas que sonaban. Le encantaba el Tintilín de ese sonido, es más, su afán por comprar helados era para escuchar esa sonoridad tan peculiar, había algo en su entonación que lo alegraba por dentro.
La primera vez que escuchó ese atractivo eco comercial fue en unas fiestas patronales de su pueblito donde llegaron esos carritos sonando sus campanitas, recordó que lloró con intensidad cuando su padre lo alejó de uno luego de comprarle helado a él y a sus hermanos. A partir de aquel momento ese sonido y esa forma tan especial de vender helados por las calles quedó grabado en su memoria. Y desde entonces era aficionado a los helados en palitos. Le gustaba y lo disfrutaba con un deleite extravagante.
Al llegar a su hogar después de participar en esas patronales repetía y tarareaba con la inocencia de la edad, Tintilín, Tintilín, Tintilín, lo hacía mientras jugaba a la rueda, rodándola por el suelo, empujándola con un palo, y también cuando corría jugando con sus hermanos y amigos. Y eso motivó que sus amiguitos le apodaran Tintilín, a lo primero protestaba y peleaba, pero la insistencia lo obligó a aceptar el sobrenombre con el cual era conocido y llamado.
Cruzó el pueblo de las dunas hasta ubicarse a la salida de la carretera hacia San Cristóbal. Caminó por cerca de veinte minutos hasta que un camión lleno de mangos le dio otro empujón. El camionero lo autorizó a comerse varios mangos, lo complació hasta saciarse, reponiendo los bríos para continuar su jornada.
En su periplo pasó por Baní, San Cristóbal, los limítrofes de Haina; por la Capital y frente a Boca Chica, hasta llegar a su destino.
Duró todo el día hasta la entrada de la noche caminando, encaramándose en diferentes tipos de vehículos que se detuvieron a socorrerlo.
En la tierra del periclito se sentó por largo rato en un banco del parque principal y contempló con mirada entretenida la movilidad de peatones, vehículos, carretas y animales, moviéndose ante su vista.
Al cubierto de la sombra de las matas del parque la añoranza por su terruño ancestral copó de nuevo su pensamiento. Cuantas alegrías, lloros, trabajos, rabias, ilusiones, deseos y sinsabores sumados en sus jornadas de vida en las Yayas de Viajama, allí estaban sus padres, hermanos, amigos e innumerables secretos amorosos y sus travesuras juveniles.
Su pueblito habitado por gentes buenas, humildes, sencillas y de trabajo, labrando la tierra, rindiéndoles cultos a los santos del cielo para que lo ayudaran a liberarse de sus penurias y sufrimientos. Y nada, todo seguía igual, la marginación social era una constante en su existencia.
La rutina del ocio aburría, frustraba, desesperaba, exasperaba, anidando pensamientos nocivos. Y la muerte llegaba sin alterar ni cambiar hábitos arraigados en la resignación de la impotencia y el culto ciego en santerías misteriosas y hasta emocionalmente traumática. Y en el mejor de los casos todo se le atribuía a Dios: las desgracias y la felicidad, el éxito o el fracaso, había una entrega devota hacia ese ser omnipotente y celestial, que según la creencia y lo consignado en la Sagrada Escrituras dirige y determina cada pasos del hombre en la vida. A ese personaje tan especial y único se le atribuye todo lo que ocurre y acontece, es su obra, su mandato, hay que postrarse resignado, desobedecer sería peor, es la creencia impuesta mediante la domesticación desde que lanzamos el primer grito de vida; domesticación contraria a toda civilización cultural. Contra su designio de nada vale luchar, pues ese personaje Todo Poderoso tiene la facultad y el Poder de decidir por nuestra voluntad, y por estas razones cosmogónicas todo los pobres están condenados a serlo por su inclemente decisión; a sufrir miseria, a permanecer en el abandono; es su Mandato Divino y hay que aceptarlo sin protesta.
Desconocía por su limitación académica e intelectual que hubo una época en que el dolor humano creó en su imaginación muchos dioses, que con su creencia y culto lo inmortalizó en su interioridad, transformándolos en su fantasía en efigies sobrenaturales y en constelaciones siderales y en todos los elementos químicos y naturales que conforman la Tierra en su estructura física, y que el hombre, golpeado e impotente ante la realidad de la muerte, se ha aferrado a estas creencias dogmáticas, mitológicas, mágicas y fantasmales, esforzándose mucho más allá de su capacidad humana, intentando evitar la irreversible expiración de su tiempo existencial, hurgando en su agudeza intuitiva la necesidad de prolongarse más allá de lo inevitable.
Las evidencias físicas, químicas y molecular, nos indica que toda Vida procede de la acometida del espacio interestelar cuyas explosiones de vida y muerte, producidas hace más de 15.000 millones de años y de cuyas llameantes intensidades brotaron el hidrógeno, el helio, el carbono, el oxígeno, el calcio y el hierro, su poderosos impactos sucesivos sintetizó el uranio con la contundente amplificación del estallido de las ondas, mostrando a posteriori sus efectos los periodos concluyentes de la energía de las estrellas en el colapso gravitacional devenido de su polvo cósmicos, irradiando fotones de variadas longitudes, zigzagueantes en la agrupación celeste de su atracción maravillosa. Que la conformación material de lo que somos biológicamente parte de esa raíz histórica y cuyo sentido filosófico nos reta constantemente a profundizar en su analogía en la ruta hacia el conocimiento objetivo, en procura de conseguir los conocimientos científicos y profundamente filosófico del mundo en su dialéctica conformación y desarrollo.
El hombre de pensamiento crítico siempre está abierto a la indagación, rebelándose a cualquier limitación científica y filosófica, buscando en su origen histórico algún razonamiento profundo que lo lleve a comprender el origen de la Vida. Tintilín por más vuelta que le daba a la cabeza no atinaba asimilar los fenómenos del mundo, eso para él era demasiado colosal, jamás llegaría a entenderlo, y al no encontrar una explicación clara de las contradicciones sociales que se manifiestan en la interacción dialéctica de vida diaria, y desde el fondo de su interioridad emanó un improvisado discurso para sí llenos de palabras quizás escuchadas en algún programa no recordado, o de la lectura de las revistas que leía. O surgida de su sufrimiento, impotencia y desesperación. Exclamando con fuerte voz:
¡Oh humanidad desesperada por la inminencia de la muerte!.¡Oh humanidad desesperada por la inminencia de la muerte!
¡Oh hombres cegados por la codicias y el sexo y su ego!
¡Oh creyentes embrutecidos por la fe!
¡Oh la cobardía carcomiendo el pensamiento!
¡Oh la ignorancia dirigiendo los incautos que se arrodillan ante los altares, resignados de su tragedia!
¡Oh los ataviados de hábitos lanzando imprecación a los pecadores obstinados!
¡Oh la vida efímera compitiendo con la existencia de milenios de siglos de la Tierra en su edad evolutiva!
¡Y todos los hombres lanzado a la vida en competencia procurando la ambrosía de la felicidad¡
¡Y tanto esfuerzo y lucha para al final dejarlo todo¡
¡Vaya la vida con sus encrucijadas y sorpresas¡
Vaya humanidad débil y arrinconada, postrada ante lo incierto.
Más allá de la muerte queda la vida reproduciéndose, extendiéndose en el legado de la carne, esparciéndose entre dolores y sufrimientos, entre alegría y sueños; afirmándose en cada segundo de aliento de la Naturaleza, en el brillo del Sol, la belleza de la luna, el oleaje de los océanos, el cantar de las aves, las corridas de los animales y las palpitaciones de la Tierra.
Todo eso es vida y esa vida no perece, continua en la contradicción de su contrario expresado en las fuerzas del principio de acción-reacción. Ahí se conjuga y se explica todo.
Ya Álvaro de Laiglesia había establecido en su Prohíbe Llorar: “…Pero la humanidad, valga la filosofía, es igual que una fábrica de Coca-Cola: ni las almas eligen sus cuerpos, ni los medios litros de brebaje sus botellas. Los envases van pasando en filas, mientras un pitorro automático vierte en ellos su dosis de contenido”. Así fluye la aritmética de la vida, con sus altibajos imprevistos.
Y al concluir su auto discurso de sus decires mentales sintió miedo por todo lo que había pronunciado, más se sintió aliviado al darse cuenta que era un monologo en solitario, y por consiguiente no había nada que temer. Y siguió memorizando su pasado.
Y entonces le vino a la mente la afanosa disputa entre Villarpando y Hato Nuevo, por la primacía en la producción haciendo de tripa corazón, sin recursos, al amparo de promesas y esperanzas de los políticos gobernantes. Y junto a Las Yayas de Viajama, simbolizando tres comunidades abrazadas en sus anhelos y golpeadas por los poderosos, exigentes en sus demandas por obtener provecho por su paga miserable.
Y las pobres adolescentes sacrificadas en la distribución y reparto para aliviar la carga del costo familiar, separada de la familia y entregada para ponerla al servicio doméstico de opulentes violadores. La vida malograda ante de remontar su vuelo de sueños, castigada por las carencias y la estupidez de la ignorancia.
Como no lo pensó antes, se dijo, indignado consigo mismo, debió arrancar de allí tan pronto cumplió la mayoría de edad con plenitud de su fuerza vigorosa vigente.
Nunca es tarde para empezar había escuchado de los sabios, y él todavía estaba joven, duro, y allá, hacia donde iba, en la zona de los ingenios azucareros, lucharía denodadamente para alcanzar lo que no pudo obtener al nacer y criarse a 35 kilómetros al noroeste de la famosa sureña ciudad de Azua.
Automáticamente alzo la cabeza e hizo un relojeo visual, repitió la movilidad de sus ojos y se detuvo en una guapa morena cuyo voluptuoso glúteo le sacó una pícara sonrisa varonil, lanzo un suspiro de admiración y le tiro un piropo apropiado, — hey mami llévame contigo a tu gloria. La mujer de unos 25 años, lo miró de soslayo y siguió su camino con indiferencia y tranquilidad. Tintilín siguió con su mirada el taconeo de sus pasos al tiempo de murmurar para sí, que ricas nalgas lleva la dichosa.
Permaneció aproximadamente una hora andando y dando vuelta por San Cristóbal, observando el desplazamiento de transeúntes y vehículos; se detuvo en un colmado y compró tres panes sobao con mantequilla y un mabí para calmar un poco su hambre.
Caminó otros 20 minutos más hasta ubicarse a la salida hacia la capital, vio un camión tipo volteo cuyo chofer se disponía a ponerlo en marcha, corrió a trote para alcanzarlo antes de que despegara, lo logró y éste lo acogió. Se encaramó en el contenedor que llevaba varillas y algunas fundas de cemento. Se agachó y recostó en unos de sus laterales buscando cubrirse en parte del sol, sin lograrlo.
El viaje duró unos 35 minutos. El conductor detuvo la marcha y le voceó, — te puedes quedar aquí, me desvío para Yaguate, cualquiera de los camiones que pasé te dará otro empujón.
Bajó les dio las gracias y se ubicó en un lugar adecuado para ser visto por los camiones de los que le habló el chofer. A poco rato iba subido en la parte lateral derecha de un catarey cuya parte trasera transportaba decenas de braceros haitianos que llevaba para el central Río Haina.
—Agárrese bien de ahí, le gritó el chofer, a no ser que quiera acompañar la carga que llevo atrás.
—Despreocúpese que yo quiero mi vida más que usted, voy bien, le respondió Tintilín. Pero a decir verdad se sentía inseguro, ademas, la brisa y el sol le daban fuerte. Pero tenía que aguantar. Se desesperó no esperó un camión y se gavio en ese enorme vehículo.
El gigantesco camión iba como un bólido, sonaba su bocinota y todos les abrían paso. Era un abusador en la carretera, los conductores de la competencia le temían.
El chofer detuvo el catarey en el desvió hacia la entrada del ingenio, Tintilín se desmontó, agradeció el gesto del buen hombre y se alejó con rapidez ubicándose bajo la sombra de un gran árbol para protegerse del fuerte sol.
Estuvo allí unos veinte minutos, alzo su vista y notó que se estaba nublando, ojala pase un camión pronto para que no me caiga esa agua que viene, pensó.
Al poco rato un camión daihatsu de cama se detuvo ante su señal, con amabilidad el chofer permitió que lo abordara, se sentó a su lado y sonrió agradecido.
De inmediato éste le preguntó su nombre y su procedencia, — me llamo Vero, vengo de Las Yayas de Viajama.
—Huy eso queda lejos, yo me llamó Rafael Hinojosa, llevo esa carga de tomates, huevos, verduras, ajíes y una docenas de gallinas, para el mercado de la Mella en la capital, soy empleado de la finca de Isidro Melo, mi ayudante se quedó, amaneció con fiebre, le dio la gripe que anda, le di una bola a una señora y su hijo, acabo de dejarlo de aquel lado, ella lo lleva para el médico, no me gusta viajar solo, así no me duermo manejando y voy despabilao, aunque tomó mucho café, aquí llevo un termo lleno, si desea puedes servirse, le dijo el amable chofer.
—No gracias, no soy muy aficionado al café, y eso que en mi casa estamos acostumbrados a desayunar vivieres con café con leche o sin leche, pero nunca me he sentido a enviciarme en eso, se lo agradezco.
—Y usted no tiene mujer, hijos, dígame.
— Bueno, las mujeres están difícil, no se van a fijar a un hombre en olla, ademas eso de mudarla cuesta mucho, yo me doy mis féminas cuando cobro los jornales, pero son chiripa de poco monto, no alcanza para mucho, y cuando uno viene a cobrarlo ya lo debe todo, respondió.
— Y no bebe, no se da sus traguitos, yo no le paro, bebo, fumo y me gusta embullarme, eso es lo que uno se lleva, tengo mi mujer, hace seis años, le pegué dos muchachos, pero también tengo mis amiguitas para defenderme y demostrar que soy un macho, en San Cristóbal tengo una morena endiabla, le gusta beber y fiestar, yo cada rato vengo y me la llevó a canear.
— No me considero un hombre de vicios, soy poco religioso, que digamos, me gustan las mujeres, pero soy un poco exigente en eso, tengo miedo de que me peguen una gonorrea o cualquier enfermedad sexual, las bebidas alcohólicas nunca me han gustado por su sabor amargo y fuerte picante, la he probado, es más le confieso que en una ocasión, cuando tenía 19 años, en una patronales me ajumé de anís, fue una juma loca y de vergüenza, pues me cague, vomité, y luego fui la chercha y el hazmerreír de mis amigos, tuvo hasta que pelear y ponerme enemigo de algunos de ellos, y desde ese día juré que no bebería, mi padre me aconsejó, me dijo que yo tenía mala bebida y que en un jumo o borrachera podía perder toda la vergüenza, por eso no bebo, después de aquello he tomado cerveza, pero me cae mal y me marean, decidí no beber nada de eso, tampoco parrandeo, pues hay que complacer a los amigos, dijo el bolero.
— Si a usted no le gusta la gozadera, debió meterse a cura, ja, ja, ja,
Llegaron al Mercado de la Mella en la capital y Tintilín en un gesto de agradecimiento ayudó junto a otros hombres que esperaban, a descargar los tomates, huevos, verduras, ajíes y las gallinas.
Tras concluir la tarea pidió orientación para poder continuar su viaje de aventura. Rafael le indicó que tomara uno de los carritos del concho, pero si quería caminar para conocer parte de la capital, que siguiera avanzando hacia el Este y que preguntara más adelante, que le dirían donde estaba el puente ‘‘Radhamés‘‘, hoy Juan Pablo Duarte.
Se llevó del consejo y se dirigió a paso lento hacia el mencionado puente, llegó a sus inmediaciones y se detuvo en una gasolinera ubicada cerca del mismo, ya el sol se tornaba cada vez más agresivo haciendo fatigoso el caminar y aumentaba el calor corporal de su cuerpo, sudaba y sentía sed y cansancio, con esas condiciones de degaste avanzó hasta llegar al expendio de combustible, al hacerlo pensó que era un lugar ideal ya que algunos conductores se paraban a recargarse del líquido de petróleo .
Su idea fue fructífera, pues, un camión cargado de efectos electrodomésticos destinados a surtir una tienda en Boca Chica, se detuvo para abastecerse, se le acercó al chofer y le pidió una bola, éste lo miró y comprendió su desesperación y acepto llevarlo; lo subieron en el medio de la cabina ya que iba un ayudante con el chofer en la puerta derecha, con una pequeña sonrisa de satisfacción se colocó en el medio de ambos.
(Este puente fue inaugurado el 17 de diciembre de 1955, a un costo de 5 millones 34 mil pesos, construido por la compañía estadounidense American Bridge Corporation. Del nombre de esa empresa constructora surgió la popular expresión ‘‘se hizo a la brigantina‘‘, que significa de manera rápida y descuidada).
— Se nota que usted viene cogiendo lucha, el sudor y su rostro hablan, de donde viene y hacia dónde va, le dijo el chofer sin preámbulo alguno.
—Sí, le digo, salí a las cuatro de la madrugada de mi casa, en Las Yayas de Viajama, voy rumbo a Macorís a buscar trabajo, cuentan que se consigue sin mucha lucha.
— ¿Y nunca antes había usted andado por esta zona?, preguntó Horacio García, el conductor.
— Si. Muy joven visité varias veces Baní y San Cristóbal, hasta a San José de Ocoa he ido a cumplir con uno nueve días del padre de un amigo, y a la capital he venido algunas veces acompañando a mi padre en asunto de legalización de sus tierras, han sido viajes rápidos, de la ida por la vuelta, sin tiempo de conocer nada, ya sabes, respondió Tintilín.
Si se hubiese conseguido una novia de seguro que andaría por estos lados con frecuencia, dijo Sebastián Espiritusanto, alía el chino, quien iba como ayudante en el camión.
—Quizás, pero no creo que haya que andar tan lejos para conseguirse una mujer, allá en mi comarca hay mujeres buenas, atractivas, seria y de trabajo, como la que me agradan, indicó Tintilín.
—No estoy de acuerdo con usted, por lo regular las mujeres privan en que están más buena de lo que son en realidad, a los hombres de su barrio, de su sector, los conocidos, no le hacen caso, yo mismo soy de San José de Ocoa y también me conseguí mi mujer por aquí, mire lo lejos que vine a parar, uno nunca sabe dónde está la suerte, aportó el conductor.
— Oiga, yo conocí Boca Chica en una gira playera por invitación de un primo y unos amigos de él, mi primo estaba embullao con una muchacha de Andrés que conoció cuando ella fue a Ocoa a pasarse unas vacaciones, se enamoraron y él vino y consiguió trabajo en el ingenio y se mudó para acá, de eso hace cuatro años, yo vine a pasarme unos día con él, lo acompañé a una fiesta por estar en el can, y me conseguí la mía, y sin mucha vuelta, me gustó, me mudé con ella y le he hecho dos muchacho, y por suerte conseguí trabajo rápido como chofer en un negocio que vende de todo, muebles, cosas de ferretería, se empeña, su dueño se llama Manuel Solano, tanto él como su mujer, Xiomara Castro, son buenas personas, tratan bien a sus empleados, ademas, mi mujer trabaja con ello, es la cajera del negocio, no puedo quejarme, así que si no consigue nada en Macorís, venga para Boca Chica, que puede aparecer algo bueno para usted.
— Gracias por su oferta, pero ya yo me decidí por Macorís, si no tengo suerte a lo mejor regrese y lo busque, no conozco Boca Chica, oigo hablar de su famosa playa y también de su ingenio, pero Macorís es más grande, y tienes varios ingenios, creo que las oportunidades son mayores, le respondió Tintilín.
— Lo comprendo y le deseo que salga bien, dijo Horacio.
— Hemos llegado, voy a entrar al pueblo, puedes quedarse aquí, de seguro encontraras otra bola, pasan constantemente cientos de vehículos para el Este, y para Macorís.
— Gracias, han sido ustedes muy condescendientes al aceptarme y darme este empujón.
Se desmontó y enseguida miró al cielo y notó que las nubes indicaban que llovería, quizás no caiga por ahora, pensó, y caminó hacia dos árboles bien grande cuyas ramas brindaban amplia sombra, bajo sus ramas habían siete personas disfrutando de su sombra refrescante. Saludo e hizo una rápida excursión con la mirada. De inmediato puso su atención en tres jóvenes que discutían de béisbol, hablaban del campeonato que se desarrollaba entre los equipos de los ingenios y de las posibilidades de que el conjunto de allí saliera triunfador.
Su discusión se tornaba acalorada ninguno quería ceder en sus argumentos, uno criticaba al manager, otro a la administración del ingenio por no darle más recursos a los muchachos para que pudieran competir con mejor posibilidades, y el otro, destacando las buenas jugadas del shortstop.
Un hombre que estaba próximo a él se le acercó y le murmuró en voz baja e intrigante, mire a esos tres manganzones en vez de buscar trabajo, engancharse a la guardia o la policía, lo que están es hablando pepla.
Tintilín lo observó con cautela y le dijo, — cada quien goza su momento, obsérvelo bien, son jóvenes, y a lo mejor es su tiempo de libre, no lo condene de antemano.
El hombre lo bofeteó con la mirada y se alejó molesto sin decir palabras, esperaba una repuesta de complicidad.
Tintilín abandonó la protección que lo defendía de los rayos del astro rey y salió a lo claro a josear su bola. Se sintió ligeramente aliviado al percatarse que se aproximaba a su destino.
Caminó hasta una pequeña pulpería en las proximidades y pidió de favor un vaso de agua, la señora del negocio lo complació, se bebió el primero y pidió más, en total consumió tres vasos del preciado líquido, le dio las gracias a la mujer y se colocó a la orilla de la carretera, para tratar de conseguir otro aventón.
Quince minutos después viajaba subido en la parte de atrás de un camión cargado de mercancías y provisiones destinada a un almacén de la ciudad de Hato Mayor. Eran las cinco medias de la tarde y la briza presagiando lluvia combatía el calor que en ese momento azotaba hombres, animales, aves, y todos los elementos al alcance de sus rayos inclementes.
El viento costero del área movía su camisa y obligó a que se quitara el sombrero y sostenerlos entre sus manos para evitar que la fuerte brisa se lo llevara.
Cuando el camión que lo transportaba corría por la carretera Mella en dirección a la ciudad del progreso sus ojos se iban deleitando y encantando al contemplar aquel paisaje tupido por el fresco verdor de agitados cañaverales que se extendían por extensos caminos lineales y cuyos acentos marcados opacaban los reductos bosques y arboles envejecidos en silenciosa quietud, desdeñados, exhibiendo sus ramajes lujuriantes, testigos de postreras batallas recordadas.
El verdegal reluciente de los campos sembrados de cañas se mostraban ante su vista asombraba con una significación imponente. Había escuchado de como los que transitaban por las carreteras que lo conectaba con el Este del país eran seducidos al oír el mezclado zumbar de avecillas diferentes en sus vuelos persistentes compitiendo con las abejas en su afanosa laboriosidad, extrayendo el néctar del hábitat cañero.
Ahora comprobaba personalmente los decires escuchados. La caña era un oro inagotable, retoñaba del trabajo del hombre sobre la tierra, se multiplicaba en su transformación molecular, creando riqueza y levantando estructuras de acero, cemento, piedra, zinc, madera, acero y hiero, para unir la energía de las maquinas con la fuerza laboral del hombre. Eso era grandioso.
Divisó a lo lejos el humo brotado de las chimeneas de las industrias azucareras y una inmensa alegria embargo su ánimo. Ya se acercaba a su sueño, a una nueva realidad que innovaría su vida y lo conduciría por realizaciones sin precedentes.
La alegría que lo embargaba era tan prominente en su estar anímico que las ráfagas de aguas y brisas que comenzaban a bajar de las nubes eran como un bautizo de las buenas nuevas que presagiaba su presencia en la tierra de la caña y azúcar, no sentía las gorda gotas de agua que caía sobre su cuerpo, su regocijo desapercibía su efecto a pesar de que la parte superior de su vestimenta se mojaba.
Su emoción fue interrumpida por los gritos del chofer voceándole que habían llegado, que se desmontara, que desviaría hacia Hato Mayor.
Al momento que iba a apearse notó que se habían detenido en un cruce de carreteras frente a una estación de gasolina; las intersecciones unían las carreteras que conducían hacia Ramón Santana, Consuelo y Macorís.
Eran aproximadamente las cinco de la tarde y la lluvia aumentaba en intensidad por lo que apuró el paso para llegar hasta la estación de combustibles situada en el kilómetro cinco al norte de San Pedro de Macorís, donde raudo se refugió bajo sus instalaciones.
La gasolinera situada al lado de las desviaciones que indicaban las diferentes rutas de la zona geográfica señalando hacia Ramón Santana, Consuelo y Macorís, era un cruce triangular, allí protegido ya de la lluvia, le preguntó a los empleados que se encontraban despachando el combustible, también habían otros tres hombres que les acompañaban, con ellos se orientó para que le indicaran la manera de llegar hasta su destino, que ya estaba próximo.
Amablemente complacieron su solicitud recomendándole que cuando pasara el agua se situara afuera, hacia el sur, que era la vía para llegar a Macorís, les dio las gracias y permaneció guarecido por una media hora hasta que el el tiempo mejoró. Entonces salió a lo claro y espero por otro empujón. Persistía una ligera llovizna pero la soportaba ya que tenía que ponerse a la vista para conseguir su deseada bola.
Al poco rato iba subido en un jeep Willy del ingenio Consuelo cuyo conductor al verlo parado bajo la llovizna frente a la gasolinera se detuvo y lo subió; venía solo y su compañía le serviría para conversar.
— Hola, saludo al abordar el vehículo con alegria y se acomodó.
— Que tal, respondió Gustavo Griffin, el conductor.
— Lleva mucho tiempo ahí parado, de donde viene, le inquirió a seguida.
— No mucho, entraba y salía bajo el agua de la bomba para que cualquier me viera y me socorrieran con este favor, gracias por detenerse, hace poco me dejó un camión que va rumbo hacia Hato Mayor, yo vengo de lejos, de un pueblito de Azua, Las Yayas de Viajama, salí esta madruga para acá en busca de trabajo, respondió Vero.
— A diario vienen personas de todo lado para Macorís, los ingenios, las fábricas, el muelle, las industrias, atraen a los que como usted desean encontrar un lugar apropiado para trabajar y desarrollarse, lo felicito por su coraje y decisión, usted es Joven, aquí puedes hacer su vida, yo me llamo Gustavo Griffin, laboró en el ingenio Consuelo desde hace once años, soy el chofer del departamento de campo y voy al muelle a buscar unos paquetes que enviaron por barco, en lo que puedas estoy a su disposición.
— Y como es la vida en los ingenios, dígame algo, manifestó un Vero curioso.
— Hay dos etapa, el periodo de zafra y el de tiempo muerto, como ahora.
En esta época se le da mantenimiento a la factoría, se siembra la caña, se repara y se acondiciona todo para cuando arranque la zafra, es decir, cuando se corta la caña, se transporta al molino para su molienda y se procede a convertirla en azúcar, melaza o cualquier otra sustancia. Dependiendo del tiempo se emplean los trabajadores, le explicó Griffin.
— Pero hay otro tipo de vida en los bateyes, allí viven los picadores de caña, los que la siembran, el personal de campo, residen en barrancones, se mueven según la necesidad de la producción, no viven con mucha comodidad que digamos, pero se adaptan y reciben su paga por el trabajo, como todos, continuó orientándolo.
— La mayoría de los que ocupan las viviendas son braseros haitianos traído por contrato, hay dominicano pero muy poco, tu sabes, a los dominicanos no le gusta picar caña, creen que es un trabajo para esclavo, yo difiero, creo que el que no sabe hacer nada tiene que trabajar lo que aparezca, siempre aparecerán gentes inconforme. Agregó.
— Bueno, yo creo que independientemente de lo que cada quien sepa hacer o no, debe haber una relación humana, de respeto a la condición humana, la época de la esclavitud pasó hace muchos años, señaló Vero.
— he oído y leído algo de cómo era la esclavitud, y todavía hay potentados que creen que eso no ha pasado y maltratan y abusan de sus trabajadores, no vayas a pensar mal de mí, pero creo que hay leyes y esas leyes ponen las condiciones de contratos de trabajo, dijo Vero sin sopesar la interpretación que pudiese dársele a sus palabras.
Griffin lo escuchó y notó que su interlocutor hablaba sin medir las consecuencias de lo que decía, a seguida le dijo, — usted como que tiene tendencia sindical, tenga cuidado con eso, pues podría tener problema, es mejor ver, callar y no meterse en nada, hay opiniones que es mejor no decirla para evitar situaciones lamentable, le advirtió de buena fe.
— No estoy diciendo nada malo ni perjudicial que me pueda afectar, oigo a los cristianos hablar de amor al prójimo, oigo al gobierno hablar de derecho laboral, y lo que digo va acorde con esos pronunciamientos, y que conste yo no soy político ni me interesa, lo único que deseo es conseguir un buen trabajo para conseguirme una mujer y formar un hogar, señaló Vero.
— Si, debe entender porque le digo esto, usted acaba de conocerme y me habla palabras que pueden verse como adversa al gobierno, perdóneme porque yo fui que le puse el tema, pero no sabía que tomaría ese camino, es por su bien, tenga cuidado hay cosas que no se deben decir en público, resérvesela y así evitaras problemas, indicó Griffin, quien ahora se notaba nervioso y preocupado, pensando que se había ido de la lengua con un desconocido sin saber si era un espía del gobierno.
— Despreocúpese amigo yo no soy de eso, respeto las leyes y al gobierno y apoyo todas sus medidas, creo en las autoridades pero considero que son ellas quienes deben garantizar que todos vivamos bien, sin problemas, camino por la derecha para no tener inconvenientes. Gracias por su consejo, lo tendré presente ahora que pienso establecerme por estos lados donde no conozco a nadie y lo que más necesito de urgencia es amigos que me puedan ayudar, enfatizó Vero.
— Yo evito inmiscuirme en conversaciones de índole gremial o de carácter político, nosotros los cocolos no nos metemos en na, por eso nunca tenemos problemas. Ademas yo estoy inscrito en el Partido Dominicano y soy leal al Jefe, por eso le hablo de esta manera, soy incapaz de hacerle daño a otra persona, mi papá me ha enseñado que en boca callada no entra mosca, dijo Griffin al tiempo que le mostraba una sonrisa de confianza.
—Vuelvo y le doy las gracias, su consejo tiene un gran valor para mí, lo que pasa es que a veces digo las cosas que me salen, además las digo sin malicia y sin ningún otro propósito oculto, puntualizó Vero.
Griffin comenzó a disminuir la velocidad del jeep hasta detenerse en un cruce de calles en el centro de la ciudad, paró por completo la marcha del vehículo y le dijo con amabilidad, hemos llegado puedes quedarse por esta área, podrás conseguir información y protegerse de la lluvia que parece arreciará, yo sigo para el puerto, es mejor que se quede por aquí.
Le reitero su gratitud y se desmontó con rapidez para correr y protegerse del agua que comenzaba a caer con mayor fuerza e intensidad en ese momento. Por fin había llegado a su destino. Sintió un alivio enervante.
Vero Emmanuel Ocasio Arellano alias Tintilín, nació el 14 de enero de 1929, dos año antes de iniciarse la era del sátrapa, abandonó su lugar de nacimiento la madrugada del 13 de agosto de 1957 y llegó ese mismo día entrando la noche a la ciudad de los bellos atardeceres bajo un crepúsculo lluvioso que luego se transformó en un fuerte aguacero, escuchando desde lo alto del cielo el retumbar de estruendosos truenos y fugaces relámpagos. Lo interpretó como su bautizo de gloria ante la nueva vida que emprendería.
A su llegada aquella tarde-noche, la ciudad estaba siendo azotada por un aguacero cuya presencia quitó de la vista humana la visibilidad de un cromático arcoíris apoteósico que precedió el temporal, la lluvia opacó el brillo fulgurante del sol, adelantando el anochecer, para mostrar el mundo amplio de la noche iluminado por la luna y las estrellas. La ocultación de los rayos luminosos y de vida del Astro Rey sobre la ciudad evidenciaba en ese momento el dominio del aluvión de agua que se desprendía de las nubes, más sobre este acontecimiento llamativo el planeta continuaba su giro del tiempo, indetenible en la traslación y rotación dominante de esta gigantesca orbita monumental donde habitan miles de millones de humanos, animales, bosques, ríos, mares y toda las especies de vida posible; su preciso movimiento dialectico, matiza el vaivén inefable de las horas en su proceso continuo. La oscuridad y la luz compitiendo como fenómeno físico por su prevalencia, se reafirman y repiten en su surgir en la prolongación sucesiva de su realidad, consumiendo tiempos infinitos en su transformadora evolución y en su propia configuración estructural, articulando sus palpitantes conjunción, imponiéndose a cualquier obstáculos, avanzando sin parar en su proceso de modificación y cambio, impulsando toda vida desde su surgimiento.
Y Allí estaba él, Tintilín, mirando con el prismático de sus ojos su nuevo destino, imaginado y soñado durante noches de insomnios, desamor y hambre. Respiro hondamente y sonrió con discreción. A partir de ese momento afrontaría las encrucijadas de cualquier imprevisto, tendría que inspirar confianza, demostrar en el terreno de la competencia sus habilidades y capacidad de subsistencia, su inteligencia acumulada, y sobre todo, concebir un proyecto de consolidación y afianzamiento que lo convierta en un ciudadano de allí; en un serie 23, en un petromacorisano con todos los derechos, respetado y estimando por las gentes. No sería fácil, pero lo lograría, a eso llegó a la ciudad, a competir, a ganarse un espacio que le permitiera desarrollarse como persona en la composición social del conglomerado humano que forjaba con su trabajo el horizonte de su existencia. El reto era grande pero lo asumía.
Durante la jornada se mantuvo viajando, caminando a pie, encaramándose y apeándose de camioneta, un camión, un catarey, un jeep, por las carreteras que lo condujeron a su anhelado objetivo, recorrió en total 258 kilómetros. Estaba satisfecho de su logro.
Tras desmontarse con rapidez del jeep conducido por el amable Griffin corrió a trote hacia un pequeño local donde operaba un negocio de venta de bicicletas, accesorios y repuestos para motocicletas, para protegerse de la precipitación que caía, fue lo más cercano que encontró en su prisa, entró y saludo con la respiración entrecortada por el esfuerzo realizado para ingresar con prontitud, en el lugar había en total cuatro personas, todos hombres, el dueño, su empleado y otras dos, que, al igual que él, tampoco querían mojarse. Más él ya estaba empapado. Se notaba que el negocio estaba a punto de cerrar pero el aguacero lo había retrazado.
Su instinto se accionó de inmediato e hizo una panorámica del ambiente. Todos los observaron en silencio.
Un señor que al parecer era el propietario del establecimiento le dijo en alta voz.
—No pudo evitar mojarse, su ropa está enchumbada, hay que cuidarse de la gripe, anda una que está dando duro, dígame, y perdone, busca algún negocio por aquí, podemos ayudarlo en algo.
Su concentración pensativa lo hizo ignorar los comentarios del emisor que se dirigía a él con ánimo de cooperación.
En los fugaces segundo de su mutismo hizo una retrospección de sus horas de andadas: la larga travesía de su viaje sumando las bolas o aventones que abordó para que el poco dinero que cargaba pudiera rendirle, se subió en unos camiones grandes que le decían catarey y que por lo regular transportaban braceros haitianos; incluso se encaramó en un tractor cuyo conductor se compadeció de su intrincado caminar bajo sol y la lluvia por la intemperie de las carreteras. Aquello fue una osadía temeraria. Se sentía orgulloso de su hazaña.
De nuevo la áspera voz de Emilio Madrigal, el propietario del pequeño negocio, resonó en sus oídos sacándolo de sus preocupantes reflexiones, invitándolo a una tasa de café.
— No desea un poco de café caliente, aquí siempre tenemos, no le costará nada, dijo en tono alto el dueño del negocio.
Tintilín reaccionó con una mirada nerviosa e insegura y tras permanecer breves instantes indecisos le respondió.
— Si, gracias, la necesito; y lo observó con gratitud, le echó una ojeada y contestó,
—vengo de lejos, primera vez que visito este pueblo, soy de Las Yayas de Viajama, en Azua, y estoy por aquí buscando fortuna. Su interlocutor mostró una sonrisa compasiva y amistosa.
—Bueno amigo ha llegado al paraíso dominicano, aquí todos los días llegan muchos como usted en busca de trabajo, se consigue pero eso depende de lo que usted sepa hacer, agregó Emilio Madrigal, el propietario del pequeño negocio.
—Yo trabajo en lo que sea, le respondió un Tintilín ansioso por encontrar un lugar adecuado que lo tomara en cuenta y contratara.
—En los ingenios emplean mecánicos, conductores de locomotoras, carpinteros, torneros, choferes de vehículos pesados, tractoristas y cortadores de caña, en tiempo de zafra, ahora mismo estamos en tiempo muerto, las factorías están en reparación, pero hay oportunidades en el muelle, entran a diario muchos barcos, vaya por allá que podría conseguir de estibador o cualquier otra cosa, le aconsejó Madrigal.
Tintilín lo escuchó al tiempo que meditaba sobre su capacidad física para esos oficios, no sabía ninguno en particular, pero llegó al quinto curso de la primaria y había desarrollado una habilidad de subsistencia que podría serle útil en aquella situación. No picaría caña y no tenía licencia de chofer.
Al cesar el fuerte aguacero le comunicó a los demás su disposición de abandonar el local, le dio las gracias a Madrigal por su amabilidad así como a las otras personas que se encontraban en el local comercial, le pidió alguna orientación para alojarse en un hotel o pensión.
El dueño del pequeño establecimiento le indicó que siguiendo varias esquinas más adelante se encontraría con el parque y que en su alrededor existían varios hoteles y pensión con diferentes precios y gustos.
Cuando ya iba a salir uno de los que estaban dentro del negocio guareciéndose de la llovia, llamado Alfredo Andújar, se le ofreció como acompañante ya que iba en esa dirección. Tintilín aceptó y ambos caminaron en pareja hasta las inmediaciones del parque.
Óigame señor y cómo es eso por allá de donde viene usted, inició el dialogo Alfredo.
— Por mi pueblito las cosas no andan bien, no hay trabajo y la gente como yo se está tragando un cable, y tenemos que estar yendo de un sitio para otro a ver que se consigue, respondió.
— Aquí hay muchas oportunidades, yo mismo trabajo en el ingenio Porvenir, laboro en la centrifuga, le dijo Alfredo.
—Y qué es eso, dijo Tintilín sorprendido, nunca había escuchado esa palabra.
— Es la maquinaria industrial que aplasta la masa en el proceso de separación durante la fabricación del azúcar, la distribuye, llena una parte fundamental del proceso, sin su acción el ingenio no puede convertir la caña en azúcar, respondió Alfredo.
— Funciona combinando gases con abundante agua para mover sensores que al vibrar van separando los elementos químicos en una malla de metal que retiene el azúcar y deja pasar la miel separando las sustancias del azúcar, agregó.
—Al procesar en la centrifuga los cristales, se separa el líquido ya convertido en licor principal, la miel obtenida, es evaporada, refinándola hasta convertirla en alcohol, señaló.
—Del azúcar se sacan varios derivados, miel, melaza, sirope, guarapo, alcohol, melao, furfural, etanol, saccharina, biodiesel, bagazo que se utiliza como fuente de energía, y muchos otros productos, que se procesan industrialmente para su venta, manifestó.
Tintilín escuchaba atónito la explicación, era muy técnica y científica, sitió admiración y respeto por el exponente.
— El ingenio Porvenir es el único del estado que fabrica azúcar refino, puntualizó su acompañante.
— Hasta aquí llego, vivo hacia allá, y señaló hacia el oeste, el barrio El Silencio, le deseo buena suerte y si le interesa trabajar en el ingenio vaya y procúreme, todos me conocen, quizás pueda ayudarlo, dijo quien hasta ese momento le acompañó en ese trayecto, giró en la dirección hacia donde había señalado con su brazo izquierdo. Lugar donde residía en esa zona.
Al distanciarse del técnico experto en centrifuga observó con mayor atención las calles, aceras, viviendas, y todos los inmuebles con su pinturas y adornos contribuyendo a darle una apariencia física alegre y jovial al Macorís del Mar, cuyo nombre eran tan celebrado y mencionado, y donde los colores del tiempo se conjugan en su verde vida sin igual.
Tintilín continuó caminando y observando los locales comerciales, ya estaba oscuro y era cerca de la seis de la tarde, se sentía cansado. Entonces decidió preguntar por un lugar apropiado para pasar la noche.
Se detuvo en un pequeño kiosco y pidió dos cajitas de chicles Adams para aliviar el mal olor bucal, abordó al dependiente preguntándole por un hotel o pensión de bajo precio, éste le indicó, según su criterio, cual debería escoger. Se llevó de su consejo y caminó en esa dirección.
Se apersonó al hotel Brisa del Higuamo y solicitó el costo por dormir, lo encontró demasiado alto para su bolsillo y abandonó el lugar, circuló alrededor de la zona procurando uno que se ajustara a su precario presupuesto, así fue a parar a un destartalado hotelucho cobijado de zinc y lleno de comején, cucarracha, hormigas y el zurrir de mosquitos con sus picadas ardorosas. No tuvo otra opción, lo imponía su pobre economía.
(Imagen del antiguo mercado de la ciudad en los años 1940 al 58).
Con el pequeño ahorro que cargaba pagó las dos primeras noches de hotel el cual estaba ubicado en las proximidades del Mercado Público, luego buscó algo mejor, alquiló una habitación para viajero a un costo de tres pesos mensuales.
A partir del momento que rentó la habitación de viajero su aventura giró por senderos indescifrables, él, un extraño incursionando en tierra ajena, tratando de encontrar un trabajo digno que lo condujera a un horizonte de prosperidad y bien. Debía comportarse con valentía y coraje en aras del triunfo, se dijo.
Al día siguiente decidió recorrer la ciudad con más calma. Anduvo y anduvo deteniéndose por instantes para contemplar las grandes casas de madera de dos niveles, de arquitectura victoriana, los grandes edificios de estilo gótico, con su diseños y fachadas hermosas y atractiva, mostrando llamativos balcones y figuras geométricas, las tiendas de ropas, zapatos, misceláneas, chucherías, y múltiples comercios y negocios que contribuían con el colorido y el bullicio de la ciudad. Salió a las nueve de la mañana de la casa donde tenía la habitación rentada dispuesto a concretizar algo sólido que le garantizara lo más pronto posible acomodarse en un trabajo. Por esas construcciones ostentosas la ciudad recibió en el momento cumbre de su fulgor el nombre de París Chiquito.
Al momento de pisar las calles observó con detenimiento como resplandecía el Sol sobre hierbas y arboles acariciados por la brisa matutina, era un día más, pero había algo novedoso y atractivo, no se vislumbraba asomo de lluvias y la luz solar tendía a prolongarse para darle fortaleza a la vida, y todos, pudiesen disfrutar de su belleza. Al momento de llegar a la Ciudad de los Bellos Atardeceres, estaba brumoso y bajo el azote de la lluvia. En esta nueva mañana la Naturaleza exhibía sus galas primorosas, incluso se le vía la alegría en la mirada de la gente dejando escapar en su sonrisa una inteligencia de versados. Los llamados pudientes se mostraban cooperadores con los demás, socializaban con todo el que lo abordaba sin prejuicio alguno. Existía una voluntad espontanea de servir y compartir ideas. Esta particularidad social le inspiraba confianza a los huéspedes, quienes de inmediato se sentían complacido y se motivaban a quedarse allí a probar suerte por la mejora de su existencia personal y social. Quizás la mezcla étnica que fluía contribuía a esta situación de acercamiento humano. Había una conciencia colectiva de que el medio respiraba una atmósfera de integración social cónsone con su heterogénea laboriosidad industrial, todos se necesitaban en ese esfuerzo común de empujar el crecimiento y desarrollo en auge.
En ese andar se encontró con el famoso puerto vigilando en silencio las entradas y salidas de barcos de diferentes calados rodeados por centenares de muelleros y vendedores ambulantes, puestos de ventas de comidas y numerosas prostitutas haciéndole ojos bonitos a los marinos mercantes. Era un ajetreo de gentes moviéndose frente a los buques y barcos concentradas en buscarse el sustento diario. No había tiempo para compasiones ni lastimas por necesidades ajenas. Todos competían por ganar un espacio productivo y obtener resultados económicos particulares.
Tintilín observó aquello con interés. Era una mezcla de sudores, fatigas, esfuerzos de músculos, chistes, risas, rápidos intercambios de saludos entre los conocidos y la ejecución de variados trabajos de parte de los involucrados. Cada quien dedicado a su faena, y los que gestionaban un espacio, como su caso, estaban obligados a ingeniársela, interactuar, hacer amistades y demostrar sus habilidades competitivas.
Duró varias horas contemplando el dinamismo de las operaciones del puerto sobre el río Higuamo. Notó que la mayoría de las labores más rentables la realizaban estibadores y fornidos hombres que halaban y cargaban sacos de 200 libras de los vagones de máquinas de vapor, y peones cargando y descargando camiones cargando con mercancías. Era un dinamismo asfixiante.
Almorzó un plato de arroz con habichuela roja y carne de res en uno de los varios negocios de ventas de comida existente en el área del puerto y volvió a reanudar su caminar.
Abandonó el lugar meditando sobre sus condiciones físicas y se dijo que las tareas que ejecutaban los obreros en el muelle eran superiores a sus fuerzas por lo que debía buscar algo que requiriera menor esfuerzo.
En su ruta de regreso fue valorando los edificios con sus arquitecturas maravillosas, la circulación de los peatones y vehículos, y sobre todo, la vistosidad de las tiendas y negocios del centro de la ciudad con sus letreros lumínicos, sus escaparates y estanterías repletas de mercancías y artículos ofertándoselos a los pasaban por sus perímetros. Sintió admiración por la ciudad. Se enamoró de su esplendor.
Buscó nuevas informaciones. Preguntó y repreguntó sin agotarse, consideraba que ello significaba reducir sus penurias, y sobre todo, que ya se le agotaba el dinero que había traído. Trató de emplear con mayor eficiencia su psicología al interactuar con cualquiera de las personas que detenía en sus pasos para obtener datos en función de sus necesidades.
De repente notó algo que lo intrigó. Observó con sumo interés el desplazamiento de coches tirados por caballos, la mayoría circulaban conducidos por hombres de color moreno con un acento mezclado entre dominicano e inglés, algunos entrados en edad, sintió admiración por la marcha de los corceles en su trote marcial y el sonido producido por las herraduras al hacer contacto con la talvia.
A poco rato consultó a uno de los tantos ciudadanos que se desplazaban por su cercanía por el sistema de los coches de caballo.
Siguió indagando en torno a los conductores y su lucrativa actividad así como los requisitos que se necesitaba para ejercer esa actividad. Recolectó sus pareceres y detalles concernientes a sus conductores para insertarlo en su estrategia de subsistencia y futuro de vida.
Ese tipo de transporte agudizó su imaginación, se hizo el propósito de averiguar su referente. Este descubrimiento le puso por delante un objetivo claro en su mente.
Luego de recolectar distintas respuestas se dijo yo también puedo ser cochero, pues, se enteró que ganaban bien, cobraban 50 centavos por su servicio más las propinas de algunos clientes generosos o adinerados.
Se fue percatando del desenvolvimiento social, los acontecimientos de la ciudad, y también la forma de agradar y serle simpático a la gente para conseguir un empleo. No podía fracasar.
En su deambular llegó hasta el parque principal llamado Doña Julia en honor y homenaje obligado a la madre del jefe que férreamente gobernaba el país y al que también llamaban por mesiánica imposición por los pomposos títulos: Padre de la Patria Nueva, Benefactor, Generalísimo Invicto de los Ejércitos Dominicanos, Restaurador de la Independencia Financiera del país, Rector Vitalicio de la Universidad de Santo Domingo (USD), Primer Maestro de la República, Primer Médico de la República, Primer Periodista de la República, Primer Abogado de la República, Primer Agricultor Dominicano, Primer Anticomunista de América, Genio de la Paz, Generoso Abanderado de la Paz, Paladín de la Libertad, Líder de la Democracia Continental, Protector de Todos los Obreros, Héroe del Trabajo, Padre de los Deportes, Perínclito de San Cristóbal, Salvador de la Dignidad Nacional, Doctor (declarado por todas las facultades de la Universidad del Estado), Salvador de la Patria y Primero en todo y de todo, en la significación más absoluta de culto a la personalidad.
Se acomodó en unos de los bancos a descansar, aprovechó la auto-tregua para acentuar sus cavilaciones y memorizar los distintos lugares por donde había pasado y confeccionar una mejor idea en su proyecto existencial.
Alcanzó a ver un pequeño carromato adornado de colores dedicado a la venta de helados. Sintió una gran alegría, se paró del asiento y llegó hasta el mismo para comprar un helado. En esta ocasión distinguió que el carrito era halado por un caballo y que tenía enganchada varias campanas que sonaba con fuerza para llamar la atención de la venta. De inmediato le montó conversación al vendedor.
Comenzaba a entender la idiosincrasia de la gente del pueblo, eran amables, sencillos, hospitalarios y siempre prestos a colaborar. No había egoísmo, a todas las personas a la que se había acercado inquiriendo información le respondían con simpatía y prestaban colaboración con gentileza.
Cada vez que avanzaba en su caminar se asombraba de las altas edificaciones y docenas de almacenes atestados de productos y artículos comestibles motivando mediante el perifoneo a los transeúntes a comprarles cualquier cosa. Nunca antes había visto una ciudad aparte de la capital con tanta riqueza material. Estaba anonadado.
Continuó en su meditación ante las interrogantes que se le abrían por delante y el reto de su nueva vida en una ciudad que apenas observaba y de la cual desconocía sus interioridades, era algo muy fuerte para él sin experiencia de andante y sin recursos para afrontar cualquier imprevisto del destino.
Se fijó en su mente ser un cochero más de la ciudad, lucharía por conseguirlo. Sabia de sus limitaciones y orfandad de relaciones pero bregaría en aras de desempeñarse en esa tarea.
La falta de dinero suficiente lo limitaba en todo. No disponía para alquilar de inmediato un coche y mucho menos comprarlo. Instintivamente descubrió que ése sería su oficio, la de cochero. Y de inmediato comenzó a mirarlo con deseo y admiración. En la medida que pensaba su intención de convertirse en cochero se iba sintiendo parte de aquello. Pero cómo alcanzar esa condición privilegiada de cochero. Cómo podría sumarse a ese grupo de hombres fogueados en esa ocupación. Tremenda vaina, pensó.
De inmediato averiguó el precio por alquiler o compra de un coche. Les dijeron que lo vendían a 600 pesos y lo alquilaban a 175 pesos quincenales. Los costos representaban un gran costo para él, pero lucharía, no se amilanaría, la voluntad y disposición tendrían un rol trascendente, se necesitaba tener confianza y fe y él buscaría el método para conseguirlo. Se hizo ese propósito.
Teniendo una idea clara en su pensamiento, la de enfrentar y vencer cualquier obstáculo, decidió hablar con los que se dedicaban a fabricarlo, venderlo y alquilarlo. Dar la cara para ver los resultados. Solo así sabría si podía alcanzar éxito en su deseo de ser cochero.
Caminó hacia el mercado de la ciudad que estaba situado en la calle Duarte frente a la tienda de Clarita Zaglul, entró y se sentó en un pequeño comedor y pidió un cocido de pata de vaca, para recuperar energía; tenía un hambre de loco y se la iba a desquitar. Recordó que los dos días que duró su viaje apenas había ingerido café, chocolate de agua con tres panes sobao con un mabí, masitas de maíz y de harina de trigo, algunos pedazos de dulces , bizcocho y agua, para ahorrar lo más que podía los 20 pesos que cargaba. La comida que ingirió en el puerto el día anterior no le sirvió de mucho.
En el lugar atestado de vendedores y compradores, siguió averiguando sobre su futuro oficio de cochero. Luego de abinbarse el cocido se dirigió al Barrio Lengua Afuera donde residía un hombre propietario de una cochera, y que según los comentarios, era un experto en esos menesteres, lo construía, lo vendía y lo alquilaba.
Mané Santana estaba fajao y sudoroso dándoles los toques finales a un nuevo coche para entregárselo a un cliente. Llevaba más de treinta años dedicado al oficio de hacer coche de maderas aforado de hule, sostenidos por dos ruedas con llantas de goma sobre un aro de hierro, una caja suspendida en correas, dos portezuelas laterales, dos ventanillas de cristales a ambos lado, una capota abatible, sus frenos, dos faroles de aceite para alumbrar su paso nocturno, un asiento al lado del conductor y otro más extenso en la parte de atrás para dos o tres personas, según su volumen físico.
Esa era la vida del viejo Mané Santana quien había llegado a la edad de 72 años y se esmeraba en su trabajo.
Al igual que él operaban otros dos talleres dedicado a lo mismo, la competencia lo obligaba a ser puntual y entregar un trabajo de calidad reconocida. En esos días la lluvia no cesaba creándoles inconvenientes retrasándoles los encargos.
Al estar concentrado en su tarea no se percató que parado detrás suyo estaba un joven observándolo muy calladito, pero el reflejo humano tiende a activarse como instintivo defensivo por lo que Mané Santana se giró bruscamente y cuestionó al visitante, primero con una mirada de dardo y luego diciendo en alta voz.
— ¿Dígame que busca usted aquí, que quiere? Le preguntó al intruso, quien dio un paso a la izquierda al ser sorprendido.
Tintilín lo miró avergonzado, no se esperaba la inesperada y rápida reacción del talabartero.
— Perdóneme usted, no quería perturbarlo, solo miraba su trabajo, lo admiro, tiene usted fama de serio y capaz en eso, respondió Tintilín, quien con su presencia interrumpió la labor que éste realizaba.
El fabricante de coche detuvo su labor y le prestó la debida cortesía a su visitante. Se imaginó que estaría allí para comprarle o alquilarle un coche.
Entre ambos se entabló un interesante dialogo de negocio. Mané Santana seguidamente le presentó su oferta de ventas y alquiler de coches.
Tintilín lo escuchó con atención reverente. Mané le dijo que en ese momento no disponía de ninguno.
—Este que estoy terminando ya está comprometido de palabra para alquilarlo, por lo que debía esperar unos días, le dijo.
Tintilín no se atrevió a proponerle ni compra ni alquiler, no disponía de dinero para hacer ese negocio, por el momento.
Se percató durante el dialogo que le sería difícil obtener un coche en poco días. Por el momento se circunscribió a escuchar cómo funcionaba el negocio del viejo Mané.
Tintilín se despidió dándoles las gracias por sus atenciones y prometiéndole que volvería porque le interesaba alquilar uno.
El apurado y necesitado Tintilín continuó visitando el garaje de coches de Mané. Inició una ardua labor de persuasión y convencimiento buscando la forma de sensibilizarlo. Le daba largas peroratas en aras de persuadirlo y ablandarlo, para que cediera a su deseo. Le contó cuentos e historia para ganárselo.
Una tarde y en medio de su decires fantasiosos le hizo una oferta inesperada al dueño de la cochera. Le propuso: yo se lo alquiló no por el 65% para usted y el 35 restante para mí, no, yo le propongo el 75% para usted y el restante 25% para mí y cubro la alimentación del caballo en la cochera.
El propietario en principio dudó pero la insistencia del ofertante que no paraba de discutir, lo sacó de su postura y finalmente aceptó el negocio que éste le ofreció.
Tintilín lo había conmovido al narrarle su odisea y procedencia lejana hasta arribar a San Pedro de Macorís y el apuro en conseguir un buen trabajo.
En su lucha por la vida se había destapado como un buen parlanchín elocuente, con una verborrea seductora imparable. La necesidad lo había convertido en un experto en eso de hacer cuentos e inventivas para sobrevivir. Asombraba su facilidad fantasiosa, quien lo escuchaba se rendía atraído por sus argumentos envolventes.
No cejaba, hablaba y hablaba, decía mucha caballá sin parar con una elegancia empírica sugestiva, se asemejaba en su expresiva verborrea a Cantinflas o Tres Patines.
El poseedor del negocio de coches cayó rendido ante las historias que le contaba el joven aspirante a cochero, quien ademas decía frases de elogio por su trabajo, nunca antes ningún aspirante a ese oficio lo había adornado de tantos piropos. Entre los dos se inició y desarrolló una amistad profunda y dilatad.
Cuando le alcanzaba el tiempo visitaba el taller de Mané con el cual se desahogaba explicándole las incidencias del billar, diciéndole que su temperamento no estaba formado para bregar con personas escandalosas, ademas, que los cinco pesos mensual que le pagaban no le alcanzaba para nada. Le reiteraba su necesidad de hacerse cochero ilusionado que por esa vía saldría adelante. Su obstinación contribuyó a suavizar el corazón del amigo fabricante de coches de caballo.
Seis meses después ejercía de cochero. Pasaron semanas y meses y su figura y nombre se iba dando a conocer, ya algunos comenzaban por llamarlo el cochero Tintilín.
Previo a los días en que logró su objetivo de engancharse al oficio de cochero desarrolló algunas jornadas de subsistencia, consiguió ser aguatero de un barco en el puerto que cargaba azúcar, ayudante de un nuevo conocido como pintor de brocha gorda en la temporada navideña, recibiendo una recompensa de un peso y medio; hizo de supervisor en la descarga de sacos de arroz y otros artículos alimenticios en un almacén cuyo propietario lo puso a trabajar al verlo visiblemente desesperado por su penuria económica y por último cobraba las jugadas en un billar cuyas discusiones ruidosas y las polémicas entre fanáticos de béisbol lo mareaban y le ponían los nervios de punta, labor ésta que ocasionaba malas noches pues las jugadas y apuestas se prolongaban hasta horas de la madrugada.
Realizó estas tareas obligado por la necesidad de dinero para comer y pagar la habitación que tenía rentada.
Algo que le favorecía era su peculiar forma de socializar con las personas en particular con sus clientes, desde que se le montaba uno en su coche lo involucraba con sus cuentos salpicados de suspensos interpretativos, claro que más del 90 de lo que decía eran sacadas de su imaginación bromista, pero sus usuarios se entretenían y por eso le agradaba contratar su servicio.
Le faltaba algo importante, como hacer empatía con los colegas del oficio, como abrirse paso para conseguir clientes, entre otras características, para adentrarse y desarrollarse de manera competitiva en las funciones de cochero.
Los primeros días hizo una radiografía esquemática de la personalidad social de sus colegas de oficio, así supo los nombres de los más sonados y respetado que se dedicaban a esa tarea de servicios por años: Mazeroski (el que tenía los cojones amarillo, Viejo Willis, quien gozaba de prestigio al ser el cochero preferido del afamado médico alemán Carl-Theodor Georg (Míster Georg), José Caretey, Hipólito Berroa (Polito), José Altagracia Prieto, quien por lo regular les servía a la familia Morey y a un alemán que tenía un negocio frente a la tienda de miscelánea de Tulio Núñez, Bachilá, Moningo, Dolmoré, Perucho, Luis Paludismo, El Primo, Viejo Arrendel, Benechea, Juaniquito Félix, Cirilo el Pelión, Capitán el inglés, Víctor Borrell, Ramón el colorao, Ulises el mujeriego, Santo el pinto, José el calvo, Yural el guloya, los mellizos de Rancho Grande, Vilo el rápido, Esteban el piadoso, entre otros tantos.
Su primera jornada transcurrió sin ningún sobresalto, pues, aunque solo montó una pasajera, le sirvió para tomarle el pulso a su nueva labor. Y le gustó. Llegó donde doña Beatriz, la propietaria de la casa donde estaba la habitación arrendada, entró ufano y echándosela de valioso. ¡Ya era cochero!
Al convertirse en cochero su vida dio un cambio brusco positivo con una ocupación decente y sosegada que ejercía con mayor tranquilidad.
Desde que llegó al pueblo evidenció su obsesión por los helados en palitos, los vendedores callejeros lo pregonaban y llevaban en un gran cajón de madera sostenidos con ruedas, anunciándolo mediante el sonido del Tintilín de pequeñas campanas situados en sus laterales de los extremos exteriores, otros, lo vendían y cargaban en pequeñas cajas de maderas con un interior ensamblado para garantizarle su fría temperatura, lo promocionaban sonando con sus manos un pequeña campanita. El Tintilín aunque no tenía la misma fuerza de sonido de los carritos llamaba la atención y facilitaba la venta.
Vivía atraído por ese sonido que lo motivaba a comprar helados con frecuencias. Al momento de degustar el helado exclamaba alegre para sí, al escuchar el sonido repicando las campanitas. Tintilín, Tintilín, mí helado en palito.
Y desconociendo la gente del lugar que ya en su pueblo de origen le apodaban Tintilín, aquí también sus compañeros de oficios, vecinos y relacionados por coincidencia le apodaron Tintilín, por la exclamación que lanzaba al momento de comprar y consumir helados.
Vero Emmanuel Ocasio Arellano alias Tintilín, tenía la tez clara con una altura de 5 pies y seis pulgada, cabello negro y bueno, un bozo discreto y una dentadura perfecta. No fumaba, no tenía vicio alcohólico, ocasionalmente tomaba una taza de café si lo invitaba un cliente importante o una amiga que le interesaba para algún propósito especial a la que le daba algo de dinero para que hiciera un jugo de limón o toronja. Gustaba de enamorarse para romper la rutina, respondía cuando le cuestionaban.
Desde joven gustaba andar con un sombrero sobre su cabeza, aprendió de su progenitor que representaba respeto. Al entrar a los 40 años se vio precisado a usar lentes; entonces se consideró un hombre notable.
Tintilín fue cogiéndole confianza a su nueva condición laboral, iba ganando espacios entre sus iguales del oficio, en poco tiempo se hizo popular y todo era Tintilín para acá y Tintilín para allá. Es más algunos en señal de respeto les decían don Tintilín. Algo que notó que aunque él no era oriundo del lugar, recordemos que vino de Las Yayas de Viajama, perteneciente a la sureña Azua de Compostela, pocos se interesaban por su genealogía personal, empero comenzaba a simpatizarles a la gente. Su figura y nombre se popularizó con rapidez.
Su competitividad le recomendaba explotar esa condición, sacarle el máximo provecho; así que en el transcurso de su labor de cochero y tan pronto arrancó el despertar político libertario de la población tras el ajusticiamiento del «venerado Jefe” y en medio de la efervescencia emocional, empezó a promover la necesidad de formar un gremio o sindicato de los cocheros; después del ajusticiamiento del tirano el sindicalismo entró en moda, y él debido a que era muy espontáneo en su actitud, se propuso asumir ese liderazgo, su facilidad expresiva contribuía grandemente a facilitarles las cosas.
Así llegó a ser elegido a unanimidad presidente del primer sindicato de los cocheros del pueblo.
Al consolidarse en su labor de cochero se dispuso agenciarse una mujer para hacerla su cónyuge, aunque podría seguir con sus aventuras de paso. Reconocía que al tener a su lado una mujer honesta le daría mayor categoría a su imagen. Ya sabemos que en eso de enamorarse era un experto.
Decidió que económicamente lo mejor era buscarse una compañera que le garantizara fidelidad y respeto y que lo atendiera en todos los aspectos. Meditó y se dijo que lo mejor sería diligenciarse una devota de la iglesia evangélica, él era católico por tradición familiar aunque escasamente entraba a una iglesia católica. Era un creyente tradicional, a su manera y conveniencia. Creía que entre los pentecostés había más aval de confianza.
Comenzó a darse su vueltecita por una de esas congregaciones y así conoció a Carmelia, una mulata de ojos saltones que mostraba una timidez de adivinanzas y cuyas formas y modales de decencia lo atrajo; de aspecto serio y consagrado y tamaño normal, piernuda y media gordita, como era su preferencia femenina, se fijaba más en la carne que en los huesos.
Al principio ni Carmelia ni sus padres y hermanos estaban de acuerdo con el enamorado, pero dado que éste era sumamente hábil e insistente en su propósito, se la ingeniaba para colmarlos de promesas y decires, pudo ganárselos.
La primera que persuadió fue a su pretendida quien creyó en sus promesas, y que ademas comenzaba a desesperarse en eso de conseguir un novio, el radicalismo religioso y exigente de sus familiares le alejaba los galanes. Ya con la enamorada apoyándolo terminó obteniendo la aprobación de los padres y demás familiares.
En su propósito conquistador paseaba cada domingo en la tarde en su coche a los padres y hermanos de Carmelia, eso era una especie de lujo. No mancaba, cumplía con esa tarea con seriedad, se aparecía la tarde del primer día de la semana para montarlo y recorrer en su coche los puntos más atractivo de la ciudad, al ser numerosa la familia se veía obligado a dar más de un viaje ya que ella tenía ocho hermanos, cinco hembras y tres varones, y todos querían figurear y exhibirse en su coche. Es decir, que gracias a su oficio de cochero consiguió ser aceptado como el futuro marido de Carmelia.
(Tintilín contrayendo matrimonio por lo civil con la mulata de cinco pie y ojos saltones)
Programó su casamiento con su novia, lo hizo a lo macho sin solicitarle ninguna colaboración a los padres de Carmelia ni a nadie en particular. Su orgullo era entero. Se hizo de unos ahorros jugando sanes semanales y motivando con sus anécdotas las propinas de los pasajeros que montaba en su coche.
Con estos recursos alquiló una vivienda y se mudó con su querida novia a la que hizo su mujer. Al ser ella de una familia creyente de la fe pentecostés se vio forzado a contraer matrimonio por lo civil, mientras él prometía que cuando el Señor lo tocara se arrepentiría, cosa que nunca hizo.
De inmediato embarazó a su mujer, le hacía una barriga tras otra, en pocos años le hizo seis hijos, y ella dedicada con lealtad a criárselo, cuidarlo, realizar los quehaceres del hogar y atender su esposo como se lo merecía, y quien a veces sacaba algún tiempito para acompañarla a la iglesia. La vida de casada de Carmelia la transformó. Se llenó de hijos y su entrega y dedicación como madre la mantuvo ocupada de manera sistemática. Para ella la vida tuvo un cambio de sumisión y lealtad hacia su marido.
Asumió su deber con una responsabilidad indiscutible. Sus hijos, su marido y la iglesia era su consagración cotidiana. No disponía de tiempo para otra cosa que no fuera dedicarse a su hogar, lo cuidaba y limpiaba con esmero, lo hacía hasta agotarse.
No se quejaba ni expresaba disgusto, realizaba sus jornadas domesticas con amor y entusiasmo. Amaba a Tintilín y ese amor perdonaba cualquier desliz causado por el diablo, que según ella, vivía al acecho para dañarle su matrimonio.
Luchaba por su preservación, evitaba que llegaran hasta ella cualquier rumor malsano que vinculara su amado al pecado callejero. Oraba a diario y le imploraba a su Dios que tocara el corazón de su compañero para que se arrepintiera y fuera sano espiritualmente, para cuando fallecieran poder revivir a la llegada del Señor y tener vida eterna.
Al contraer nupcias con su querida Carmelia Tintilín se ubicó en un barrio recién levantado, era el comienzo de un caserío de gentes de bajo ingresos y que a la carrera ocuparon unos terrenos que durante años estuvieron ocioso. Allí se alojó un conglomerado humano diverso en su procedencia y aspiraciones. Primero llegó Fellé y otros que sin mirarse ni conocerse y nunca y verse quizás muy poco las caras decidieron ocupar los terrenos yermos y deshabitados. Lo ocuparon en nombre de su condición de personas pobres y sin hogar propio y por lo tanto con necesidad de hacerse de una vivienda para vivir junto a sus hijos y mujeres, para aquellos que las tenían.
Eran una decena, no llegaban a diez y con la particularidad de que eran identificados por apodos. A pocos les sabían su nombre de pila, así que les decían los apodos que les acomodaban a su característica y su personalidad. El Peje, le decían a uno que era tremendo pescador y nadador, Cocolo a uno que era de una familia de inmigrantes de las islas de Sotaventos y Barlovento, Pica Pica, al que privaba de Pelión y siempre se mostraba agresivo y provocador, Diablo Pinto, al que tenía la cara llena de manchas rojas inexplicables, Colorao, porque tenía la cara con un color rojizo por las quemaduras del sol al estar en altas mar pescando sin protección, Fello El Cojo, porque un señor le dio un tiro en una pierna al salir huyendo al ser sorprendido brochándole una hija cuando se bañaba, Papá Cintura porque cuando se embriagaba andaba por las calles sin camisa exhibiendo su barriga y meneando la cintura con gesto sexual, Picoteón , porque le gustaba caerles a machetazos a las gallinas que encontraba deambulando por los patios y se las comía sin miramiento alguno.
Tintilín sobresalió por hablar y hablar, contando y repitiendo sus historias inventadas, lo hacía con una seriedad programada, pocas veces se le veía reír, no celebraba sus chistes, lo soltaba y se quedaba con una indiferencia cándida, en ocasiones sonreía o intentaba hacerlo, quizás era por su “profesionalidad” de fabulador y mitómano inaguantable, recordemos que hacías más cuentos que los cuentistas.
Complació a su mujer y le puso un pequeño colmado en la casa para que se entretuviera, pero entonces él, se agarraba de su existencia para achicarle los chavos del sustento.
Se decía que era un derrochador con las noviecitas que se agenciaba por la calle, tenía que sacar del bolsillo para venderse como un elegante caballero generoso con las amigas sexuales. No vacilaba en hacerlo, satisfacía su ego y demostraba su decisión de competir al precio que sus posibilidades pudiesen.
La frecuencia de sus embustes lo quemó con el vecindario, pocas personas ya les creían, los muchachos del barrio cuando discutían o porfiaban un tema le exclamaban al contrario “tú eres más jablador que el cochero Tintilín”. Empero éste no cejaba, siempre se la ingeniaba para lograr su propósito.
La posición que desempeñó al frente del gremio de los cocheros le permitió codearse con personas de más nivel social, cada vez que llegaba a su hogar lanzaba el sombrero de fieltro que siempre llevaba sobre su cabeza y exclamaba: hoy monté al abogado don José Hazim Azar, al Dr. Perozo; y seguía, al Dr. Musa, a los prestigiosos abogados Barón del Giudice, Federico Nina, Emilio Meyer, Peguerito, Galano Canto, Bobadilla, Felipe Rodríguez; a los empresarios don Pedro Justo Carrión, a don Quiquito Ricart, a los farmacéuticos don José Chevalier, don Fello Kidd y don Milongo; a los peloteros Tételo Vargas, Chico Conton, Bell Arias, Rafael Astacio, Ceferino Foy, Sijo Linares, Mickey Nazario; a los Grandes Ligas Pedro Gonzales, El Mulo Jiménez, Elvio Jiménez, Rico Carty, Ricardo Jhosep, José Vidal Nicolás, Santiago Guzmán, y Amado Samuel, entre otros tantos; me he hecho pana de algunos de ellos, exclamaba con alegría desbordad.
Y así cada día le anunciaba a su mujer, hijos y vecinos cercanos el nuevo personaje que había montado como cliente en su coche. Que por cierto, después de pagarle el inicial del crédito de 450 pesos por el coche al viejo Mané degeneró en un mala paga, no pudo cumplir aquel compromiso, las numerosas noviecitas acaparaban la mayor parte de sus ingresos, al final el propietario de la cochera para evitar complicaciones y desoyendo los consejos de sus hijos, decidió dejar el asunto ateniéndose a las promesas que le hacía de que cuando mejoraran las cosas saldaría la deuda. Nunca completó el pago, las numerosas amantes callejeras les chapeaban los pesitos debilitándole su presupuesto y llevándolo a un punto peligroso en sus relaciones interfamiliares.
Pero una tarde otoñal llegó a su hogar nervioso y bañado en sudores de miedo, media horas antes lo abordó un pasajero especial, al momento de montarse en su coche no lo reconoció por la premura, pero tan pronto lo escuchó hablar, lo identificó. Se trataba del dirigente sindical opuesto al gobierno Mauricio Báez, en seguida entró en pánico, temía cualquier consecuencia de los servicios de inteligencia que siempre vigilaban a personas como esa, con un tono de voz quebrado por el miedo le preguntó, no es usted Mauricio Báez, como se atreve a abordarme, eso me puede acarear problemas, por favor desmóntese, y frenó el coche. El pasajero se quedó impávido, ignoró la petición del cochero y le respondió con voz segura, mire señor, pierda el miedo, nadie me vio subir al coche, ademas ando en camuflaje, serénese, por favor lléveme, siga adelante, le pagaré el doble.
Tintilín reanudó la marcha bajo protesta mientras se quitaba el sombrero de la cabeza y se arrascaba la cabeza con evidente nerviosismo. No pronunció más palabras. El pasajero le indicaba el camino, luego de varias cuadras le ordenó detenerse y se apeó, dejándole como pago cinco pesos.
Tan pronto se desmontó Tintilín fueteó el caballo y siguió con rapidez para su hogar, donde llegó visiblemente asustado.
Al dar la información de lo ocurrido todos en el hogar entraron en tensión, su mujer trancó todas las puertas y conminó a todos a arrodillarse para pedirle a su Dios protección.
Pasaron algunas horas de angustias, en tensión y a la expectativas, a la espera de que los famosos carritos del SIN, Servicio de Inteligencia Militar, llegaran de un momento a otros y procedieran a detenerlos para luego someterlo a crueles torturas.
Carmelia le enrostraba a su marido diciéndole que tan pronto se percató quien era ese sujeto debió apearlo y si se negaba gritar con fuerza para que la gente acudieran, y quizás hasta la policía y los caliés; ahora por su cobardía de no reclamarle como hombre que se desmontara del coche, todos corrían peligro de muerte.
Transcurrieron los días después del servicio prestado a aquel cliente fortuito y perseguido por sus ideas sindicales, ninguna autoridad del régimen de muerte y terror representado en los cepillos del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), un organismo de vigilancia, encarcelamiento, torturas y asesinatos, se presentó por el hogar de aquella familia asustada, algo común en esa época de oprobio inolvidable. El atribulado matrimonio se sintió contento al ver que nadie se acercó a averiguar, indagar o reclamarle, por la imprudencia de Tintilín. De su parte, Carmelia atribuyó la tranquilidad e ignorancia de los sicarios a las oraciones y los ayunos que desarrolló tan pronto se enteró del peligro que le asechaba, su Señor los protegió. Entonces le sacó en cara lo grande que era su Dios. Arrepiéntete, conviértete, lo conminaba, que eso fue una prueba que Jehová te puso para que te salve, le reclamaba con vehemencia. La vida familiar continúo su ritmo palpitante y la tensión desapareció.
Al desaparecer la tiranía del «amado jefe», acribillado a balazos por un grupo de conjurados la noche del 30 de mayo de 1961, y al irrumpir el despertar de conciencia manifestado en oleajes de multitudinarias manifestaciones libertarias, docenas de persona se atribuyeron un protagonismo inexistente, se daban loas destacando su supuesta participación en hechos rebeldes, Tintilín estuvo entre esos falsos héroes, ponía como ejemplo de su valor e identificación con la causa desafecta al régimen tronchado, su supuesto comportamiento de protección con el líder sindical asesinado en el exilio por las manos del déspota sanguinario y cruel, se jactaba diciendo que lo había escondido, que le sirvió en su coche sin cobrarle y que en ocasiones le hacía mandado llevando encargos peligrosos. Salía a flote, quizá sin proponérselo, su mitomanía intrínseca, patológica, cuyo ejercicio contribuía a darle relieve a su personalidad, a valorarlo ante los ojos de los demás, a importantizarlo. Lanzaba sus embustes con una naturalidad teatral que confundía y daba la sensación de algo cierto e irrebatible. Así era su personalidad.
Sin consecuencia alguna por haber montado como cliente al histórico gremialista Tintilín continúo en su rutina habitual de cochero y jefe de familia. Ya pasados los días volvió a entrar en confianza propia, su nerviosismo e inseguridad desapareció, volvía a ser él, suelto, bromista, espontaneo y parlanchín.
El primer reto que afrontó como líder de los cocheros del Macorís del Este fue el sepelio del cochero Santos quien pereció en un accidente al desbocársele el caballo que halaba el coche y lo estrelló contra un poste del tendido eléctrico, el impacto le hundió la frente.
Se atribuyó el percance fatal al tamaño del caballo, no estaba entrenado para esa tarea y se descontroló. Fue uno de los ejemplares que importó el jefe para su desfile mesiánico de 1960.
Ante su féretro pronunció un discurso panegírico destacando las virtudes de su colega fallecido.
Queridos compañeros hoy venimos a despedir a un compañero nuestro cuya muerte nos ha afectados a todos con profundo dolor. Santos era un hombre amable y sencillo, dedicado a su labor con seriedad.
Nunca ofendió a nadie ni tampoco traicionó la confianza de los amigos. El diablo se metió dentro del animal y lo mató. Dios nunca se llevaría a destiempo a un hombre tan bueno como nuestro apreciado colega. Eso fue cosa de lo Malo. Por eso nos duele tan hondamente este hecho, más mirando con pena a su hoy viuda doña Misojito, desgarrada en llanto y dolor, una mujer fiel y entregada a su marido.
Como presidente del gremio pido que cooperemos para entregarle a su viuda una contribución que la ayude a enfrentar las deudas y dificultades que una calamidad como ésta produce. Como dicen por ahí, hoy por ti y mañana por mí. Clamemos al todopoderoso para que lo reciba en su morada y le perdone sus pecados y que sepa el amado de las alturas que oraremos por su alma y por su perdón. Gracias.
Al llegar a su casa su mujer e hijos los felicitaron por tan hermosas y bellas palabras. Al otro día sus compañeros cocheros también lo hicieron. Su ego se creció.
Un laborantismo politiquero acompañado de prácticas clientelares rampantes de parte de los policheques se desarrolló al amparo de la apertura de las libertades públicas tras el ajusticiamiento del «perínclito de San Cristóbal «, la presencia de rufianes en los gremios y sindicatos corrompió sus estamentos, Tintilín fue una de sus primeras víctimas.
Aquel acontecimiento le produjo un trauma emocional que ocho años después al ser convocados los cocheros a participar en un desfile de festejo todo su cuerpo se estremeció y de inmediato recordó el celebrado en octubre de 1960 en la era gloriosa, aquello más que una invitación fue una conminación reverente emanada de la autoridad dominante.
El nuevo llamado era distinto, y del pavor pasó a un estado de cooperación, no había que temer, esta comprensión despejó sus dudas aunque llevaba clavado en su memoria lo del desfile aquel. Ahora estábamos en 1968 y en esta ocasión se le convidaba ante el histórico hecho de que el conjunto de los verdes elefantes había conquistado la corona de béisbol 1967-68, al vencer a los rojos capitaleños, un miércoles 14 de febrero del 1968, Día de San Valentín, del Amor y la Amistad; semanas antes, un 21 de enero, el conjunto oriental había ganado la Serie Regular (36 JG, 18 JP, 3 JE, con 667 de average), cuando Larry (León) Dierker (4-1) derrotó al Escogido 5-1.
En ese encuentro, Dierker lanzó 9 entradas, y tuvo el respaldo defensivo del torpedero Ted Kubiak y el antesalista Rigoberto Mendoza, quienes realizaron brillantes atrapadas. Habían transcurridos catorce años del memorable batazo formidable producido por Bell Arias y que le dio el campeonato en 1954.
Con entusiasmo y alegría los cocheros de San Pedro de Macorís acudieron al llamado y se integraron al gran desfile festejo por aquella hazaña deportiva. Gentes de todas las edades, hombres, mujeres, niños, ancianos, algunos llevaron sus mascotas, también participaron centenares de jinetes montados en brillosos y atractivos corceles debidamente entrenados liderado por el popular Kalil Haché y cuya presencia acaparó las miradas de los miles de entusiastas fanáticos. Vinieron personas de localidades cercanas y lejanas a disfrutar de la algarabía y ser parte del jubiloso bullicio del pueblo.
Al frente del desfile iba la reina seguida de los componentes del equipo ganador, su mánager campeón, el cubano Tony Pacheco, los bateadores Ricardo Carty, Harold King, Rafael Batista, Ted Kubiak, José Vidal Nicolás, Chico Ruíz, Rigoberto Mendoza, Félix Santana, Ron Davis, Jaime Davis y Doc Edwards.
Estuvieron también sus lanzadores Silvano Quezada, Jim Ray, Danny Coombs, Larry Dierker, Chichi Olivo, y Mike Cuéllar.
Ese campeonato fue apoteósico y quedó registrado con letras de oro en la conciencia deportiva de la ciudad.
Los cocheros anduvieron todo el trayecto de la caravana del triunfo con sus coches atestados de gentes, fue tan fuerte la carga que al otro día varios de ellos fueron llevados de emergencia a los talleres para reparación. El coche de Tintilín fue uno de los afectados, por eso duró una semana sin laborar hasta que el viejo Mané Santana le entregó su coche reparado.
Apunto. Historia del Estadio Tételo Vargas
(Tres imágenes histórica de lo que fue el estadio o play de béisbol profesional, Tetelo Vargas, que también se utilizaba como hipódromo de carrera de caballos)
“Fue inaugurado el 25 de noviembre de 1959 con el nombre de Estadio Oriental, luego en 1963 el Congreso de la República Dominicana aprobó que llevara este nombre en honor al destacado ex beisbolista dominicano Tételo Vargas. El estadio tiene capacidad para 5,350 personas, siendo el más pequeño de todos. Fué construido por el Ing. Bienvenido Martínez Brea. La foto es del año 1964”.
La intromisión de la política partidista impidió que Tintilín pudiera reelegirse como presidente de los cocheros de La Sultana del Este; los políticos y sus partidos pusieron sus codicias en esa agrupación. Contaminaron el ambiente distribuyendo dinero y comprando los delegados en su interés malsano de controlarlo a su favor, cuales granujas sin escrúpulos.
Bajo esas condiciones fue derrotado; él carecía de recursos para competir en un escenario de compra y ventas de votos. Y en caso que se hubiese atrevido quedaría arruinado. Ya inmiscuirse o interesarse en esos asuntos requería de mucho dinero, artimañas, trampa y fraude, a las que él por su naturaleza y formación familiar no se prestaría. Así que abandonó el sindicalismo.
Recordó su participación obligatoria al ordenársele a los cocheros participar en un gran desfile convocado por el Jefe y su partido de la palmita y que llamaron el desfile del millón, fue el 24 de octubre de 1960, Día de San Rafael, fecha de celebración del cumpleaños del “Benefactor”, aquel ajetreo fue todo nerviosismo. Los cocheros asistieron con temor, desconfianza y mudo, cualquier expresión de inconformidad se pagaba con una delación que producía detención, torturas y el asesinato.
(Imagenes de la inauguración de la Feria del Jefe, en 1955).
Mientras iban en el barco que vino al puerto local a llevar los coches, los caballos y sus conductores, uno de ello, al que los demás no le tenían confianza, decían que era calié, comenzó a hablar de la inauguración de los edificios de la Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo libre cinco años atrás, en 1955, en cuya inauguración se celebró otro gran desfile, conmemorando el vigésimo quinto aniversario del inicio de la Era.
Todas esas conmemoraciones iba acompañada de una parafernalia escandalosa y cuyo objetivo principal era hacer propaganda de los atributos y bondades del dictador.
Cada vez que los funcionarios del régimen invitaban a algo había que asistir obligatoriamente y de no hacerlo se exponía el convocado a una situación peligrosa. Tintilín no era un político activo, además sentía temor por la integridad física de él y su familia. Era un hombre con una mentalidad conservadora, nunca estaba en oposición a lo que dijera u ordenara el gobierno de turno.
(“El 20 de diciembre de 1955 Héctor Trujillo cortó la cinta de apertura y Rafael Trujillo pronunció el discurso resumiendo sus logros. La hija de Trujillo, Angelita de 16 años, fue coronada como «Reina Angelita I» para presidir la feria. Acompañada por 150 «princesas», lució un vestido de satén blanco bordeado con 600 pieles de armiño rusas y una cola de 75 pies que había sido encargada por $ 80,000 en Fontana de Roma. Un desfile militar impresionó la fuerza del ejército dominicano”).
(“En la Plaza de las Naciones, entrada a la exposición, se erigieron dos grandes piezas escultóricas, un arpa entonando los vientos y un coloso (Atlas o Apolo) con brazos en alto sosteniendo una paloma y el universo; ambas estructuras fueron destruidas por el huracán David en 1979. Se construyeron setenta y cinco edificios permanentes para la feria. Xavier Cugat y su New York City Latin Band fueron contratados entre otros para entretenimiento. Los edificios permanentes notables incluyen el Ayuntamiento y el Congreso Nacional, ambos de Guillermo González Sánchez, y el Teatro Agua Y Luz en peligro de extinción de Carles Buïgas. Exhibiciones industriales y agrícolas acompañaron la feria. Una exhibición de ganado fue de especial interés para Trujillo por su interés en la cría de ganado”).
(“Entre los visitantes se encontraban el presidente Kubitschek de Brasil y dignatarios de muchas naciones”).
Foto de archivo tomada de Wikipedia del fenecido presidente de Brasil, Juscelino Kubitschek
Duró 13 años en su trabajo de cochero, tiempo en el que consiguió amistad con algunos políticos. En 1966 uno de ellos, que le decían El Flaco Veloz, ganó la sindicatura y lo nombró inspector municipal de Espectáculos Públicos.
Se sentía en esa posición más importante que como cochero por lo que al poco tiempo abandonó esa labor. Dos años más tarde, en 1968, el árabe, otro de sus clientes, sucedió en el puesto al Flaco Veloz, y lo ratificó en su posición.
Al ser favorecido con un empleo municipal, un trabajador del Estado, vino a convertirse en una contrariedad. Su vida dio un cambio brusco, las nuevas relaciones sociales surgidas de su condición de funcionario público, le exigía andar bien vestido, ponerse un traje nuevo cada rato para asistir a los actos oficiales y sociales. En ocasiones el incumbente de la ciudad lo enviaba a representarlo en algunas actividades públicas etc., etc., y esto disminuyó su presupuesto personal, si bien su nombramiento significaba un sueldo estable, en la vida de cochero económicamente recibía ingresos variados por las propinas que le daban los pasajeros burgueses, no era todos los días, pero cuando ocurría podía sorprender a su mujer y sus hijos con algunas compras extras, ahora el dinero no le alcanzaba, estaba obligado a gastar en ropas y tener una imagen de funcionario, de persona importante, como las llamadas gentes de sociedad.
Su desempeño como inspector municipal fue tan eficiente que fue ascendido como jefe del departamento y con ello su sueldo mejoró, empero, esta nueva categoría laboral representó también más gastos ya que la nueva posición jerárquica tendería a incrementar sus gastos. Ahora más que un simple empleado cuya función era vigilar y supervisar fiestas y evento social remunerativo actuaria burocráticamente. Tendría la responsabilidad de que las recaudaciones por ese concepto fortalezca las finanzas del cabildo.
Su ascenso le permitió vincularse de manera más estrecha con la burocracia del Ayuntamiento, ahora era un funcionario, y como tal, se le miraría con mayor respeto y su persona tendría una imagen de autoridad pública contrastante. Respiró hondamente, sonrió, miró hacia arriba y exclamó, bueno, de aquí para el cielo.
Su condición de burócrata vino a empeorarle su existencia envolviéndolo en una telaraña de líos y préstamos y deudas que sobrepasaban su capacidad de ingresos. Su Carmelia querida y sus hijos lo regañaban, le reclamaban y presionaban, al sentirse perjudicados.
Tras jurar el cargo en el Ayuntamiento continuó durante tres semanas haciendo de cochero en sus horas libres o esporádicamente. Entendió que seguir en el oficio de cochero empañaba su figura de inspector del cabildo. Decidió abandonar esa actividad.
Ameritaba lucir elegante, de urgencia compró ropas nuevas, que lo hicieran aparentar que ya era otra persona, un funcionario del cabildo y un nuevo notable de la ciudad.
Por el apuro de dinero para cambiar su aspecto personal le vendió su coche por 425 pesos a un señor del barrio que apodaban José el calvo, un hombre de baja estatura, de rostro entruñao y poco amistoso, con el dinero se compró varios cortes de tela para trajes. Su nueva condición lo demandaba.
No podía quedarse a pie por lo que adquirió a crédito una motocicleta marca Vespa para ejercer a cabalidad sus funciones y además montar las noviecitas que aparecieran. La moto contribuía lo presentaría con un aire de fastuosidad.
Su afán de que se le viera como un hombre interesante, que se codeaba con los de arriba; con los adinerados y políticos, con la gente de sociedad, le había producido una crisis en su presupuesto de subsistencia familiar.
Tintilín hizo su entrada a la ciudad del béisbol en verano de 1957 imbuido de ilusiones vastas. Como la mayoría del dominicano de esa época, evitaba hacer públicos comentarios atinentes a la situación política del país, evadió el servicio militar obligatorio al contraer viruela.
Los habitantes de su pequeño pueblo no pasaban de unos dos mil dedicado y concentrado en ganarse la vida al margen del enfrentamiento de la rivalidad partidaria. Todos respetaban la autoridad de manera automática. Un miedo colectivo lo impulsaba hacerlo. Pero personalmente él, que escuchaba emisoras de radio a bajo volumen y en solitario durante algunas madrugadas, cuando el radio tenía pilas, ya que su costo no se juntaba con su bolsillo, estaba consciente que eso era anormal; no opinaba y se guardaba su idea negativas sobre el gobierno.
Pero Tintilín descubrió en Macorís del Mar que tenía talento para expresarse con fluidez, en la medida que escuchaba los debates políticos por la radio se iba culturizando en los asuntos públicos y exponía sin rubor ni vergüenza sus pareceres. Estas cualidades lo distinguió y favoreció para granjearse un renombre en el ámbito de los cocheros y más allá. Supo recompensar en el desarrollo de su juventud su escacez escolar habituándose a leer los pocos periódicos a lo que podía tener acceso y todo la revista cubana Bohemia y Selecciones del Reader’s Digest, lecturas que combinó con sus habilidades de subsistencia y atrevimiento, lo que le abría los caminos de las relaciones sociales. Recordemos que en el país de los ciegos el tuerto es el rey.
Cuando ejercía de cochero lucía con regularidad un uniforme de color azul que se había mandado a confeccionar acorde con su labor y para variar los sábados y domingo usaba ropa normal sin mucho acomodo, el ambiente no le era tan exigente como la de funcionario de la municipalidad. En su nuevo empleo se veía compelido a estar mejor vestido, con trajes, corbatas y costosas guayaberas o chacabanas, que lo vieran acorde con lo que encarnaba; situación que lo aquejaba al tener que multiplicar sus gastos y cuyos costos desbordaban su apretado presupuesto.
Ahora sufría la diferencia contradictoria del pago que recibía comparado con su oficio de cochero y en la que también disponía de más tiempo para ocuparse de otras cosas y gastaba mucho menos dinero.
Sintió un deseo enorme de volver a ejercer de cochero. Le iba mejor, con menos presión familiar y social, como la que afrontaba en la actualidad. Se sintió arrepentido del paso dado.
Se diferenciaba de sus colegas funcionarios y políticos del cabildo por su comportamiento honesto y respetuoso, contrario a su limpia actitud, éstos aumentaban sus ingresos de sueldo mediante prácticas corruptas. Exhibían buenos y costosos trajes. Aceptaban sobornos y cometían todo tipo de actos de corrupción. Y esa conducta sucia e inmoral no encuadraba en su temperamento, pues a pesar de sus debilidades humanas y desarrollada inteligencia para socializar con los demás se consideraba un hombre serio y honrado. Era incapaz de cometer cualquier hecho que manchara su honra. Por eso sufría las penurias económicas que le aquejaba.
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Agobiado y acorralado por la presión familiar y las deudas acumuladas recordó aquella vida de cochero a la que no podía regresar porque le daba vergüenza ya que en su nueva función se comportaba pomposo y jactancioso, menospreciando sus ex colegas cocheros. Le daba apuro volver a esa condición.
Meditó engancharse a evangélico al ver que a los pastores les iba bien en ese negocio de creyente sectario, No podía ya que como inspector municipal tuvo que enfrentar a algunos predicadores y pastores que escandalizaban con su vocería en las plazas públicas e incluso tildó de demente y fanático a los que se le enfrentaron en el cumplimiento de su deber. Se lamentó con dolor haber desertado del digno oficio de cochero.
Un medio día de Navidad se paró frente a su residencia un vecino del frente de su casa al que apodaban Fellé, tenía una borrachera subversiva y vociferaba insultos y malas palabras en su contra.
Tintilín, Tintilín, le gritaba a todo pulmón, tú después que eres funcionario del Ayuntamiento casi no le habla a tus vecinos, y peor, ahora nos coge las mujeres, te acostaste con Brunilda, coño, Brunilda que lleva tres años conmigo, que me lava y me plancha la ropa y también me lo da, coño, tú le tenía el ojo echado hace tiempo, y ahora porque eres del gobierno y está en buena nos quitas las mujeres.
Le gritaba improperios, lo hacía tan alto que al poco tiempo se reunieron varias personas para escucharlo, se reían, celebraban los insultos que éste lanzaba contra Tintilín.
Carmelia al escuchar el murmullo de la gente salió a la calle y se encontró con el espectáculo de Fellé soltándole obscenidades a su marido. Sintió vergüenza de la situación y como devota y fanática creyente se arrodilló en medio de la calle, abrió sus brazos y mirando al cielo exclamó entre sollozos: Señor, Señor, te lo pedí muchas veces en mis oraciones que cuidara las travesura de mi marido de los ojos de la gente, hay que vergüenza nos hace pasar por estar de mujeriego. Perdónalo mi Dios que yo hace tiempo lo hice. Al rato algunos de los presentes se llevaron a rastra a Fellé que no cesaba de su griterío de hombre celoso vencido.
Las cosas no quedaron ahí, seis días después aconteció otro show parecido, esta vez fue Lola, una alcohólica del vecindario que alteró la tranquilidad del vecindario con una chillona pelelengua, lanzando duras retahílas de epítetos contra Tintilín, lo acusaba de haberse acostado con ella y no pagarle.
— Maldito mal nacido, pijotero, parecío a un saltacocote, me cogiste y me dijiste que era fiao, y hace tres meses y no me paga, tú priva en serio pero eso es hasta hoy, coño, dame mi cuarto, que tú ni para jabón da, azaroso, tacaño.
A los gritos volvió y se concentró un pequeño grupo de curiosos, todos reían y gozaban del escándalo.
Al escuchar la bulla su Carmelia querida volvió a salir del hogar y al percatarse que su marido era agredido verbalmente por la indecente mujer, se paró en medio de la calle abrió sus brazos y mirando al cielo imploró a su venerado Jesucristo:
“Mi Señor esto es cosa del diablo, esa desvergonzada tiene el demonio adentro, la mandaron los malos espíritus a blasfemar, Señor, Señor, toma esas injurias en tus manos y salva mi hogar de las tentaciones de satanás. Yo se lo he dicho que se arrepienta, que se salve porque si no irás para el infierno, como esa mujer bandida y deslenguada.»
La verdad es que a Tintilín le cayeron todas las calamidades juntas. Entró en un estado de desesperación angustiante, se encontraba en apuros y no sabía qué hacer, Iba de mal en peor.
— Tintilín, Tintilín, despierta. ¡Ay, despierta, párate de esa “colombina”, ya son las 4 de la tarde, le llamó su Carmelia con aspereza inusitada, nuestros hijos tienen hambre, mira lo tarde que está el día y no han almorzado, hemos pasado el día con café con pan y agua de azúcar; todos tenemos hambre, no hay carbón ni nada nada que cocinar, sal a ver que encuentra con tus amistades del Ayuntamiento, fíjate que nadie nos presta pues debemos demasiado, y el colmado nuestro tú lo quebraste, vamos, apúrate, no hay nada para comer…
Con parsimonia se levantó, miró a su entorno y el cuadro de miseria y pobreza que le rodeaba lo estremeció. Se encontraba impotente y sin fuerza para enfrentar aquel drama al que había entrado empujado por su interés de ser una persona de sociedad, un hombre público e importante.
Su ambición por alcanzar notoriedad social lo había conducido por decisiones pesarosas, ahora pagaba con creces su equívoco al dejar su oficio cocheril, abandonar ese ejercicio de caballeros donde todo transcurre en una atmósfera de sana competencia, bromas y el contacto con personas amables, clientes cuya espontaneidad empática inspiraba confianza de inmediato. Los había sobrio y cortantes pero con carácter respetuosos, distante de insinuaciones ofensivas o algún trato repulsivo. Todo en ese ambiente social giraba en un intercambio de solicito servicio y una receptividad comercial de cumplimiento. ¡Carajo, los altibajos de la vida! Se dijo malhumorado y maldiciéndose a sí mismo por haber caído en una estupidez e imbecilidad imperdonable.
Al llegar al Macorís Oriental y percatarse de la realidad social y económica su aspiración inmediata fue ejercer el oficio de cochero, pero sin proponérselo ni desearlo se había convertido en un empleado público. Aceptó un contrato de trabajo a expensas del presupuesto de la ciudad, condición que desfiguró su estilo de vida, conduciéndolo por senderos espinosos. Su renombre, su popularidad, habían llegado a un costo tan elevado e insoportable, chocante con sus hábitos de gastos. Era un hombre de abajo, humilde de nacimiento y formación, acostumbrado a vestirse y alimentarse producto de lo que apareciera en la intemperie de sus pasos. No estaba apto ni preparado culturalmente para esta nueva vida. Sus nuevos compañeros de trabajo eran unos veteranos curtidos en la brega de ingeniársela para obtener el doble de sus jornales mediante prácticas corruptas. Él no estaba formado para ese vaivén de extorsión, chantaje y permisibilidad a cambio de tolerar la reducción del pago de impuestos de las recaudaciones obtenidas en los espectáculos a los cuales era enviados como control para evitar la evasión del pago real.
Había retrocedido en su capacidad personal y por su culpa él y su familia estaba pasando por momentos graves y tensos. ¡Cuánto dolor y sufrimiento! ¡Cuánta vergüenza! Era un drama patético; se encontraba triste y abatido. Era para volverse loco, él como jefe de familia tenía la responsabilidad y el compromiso de resolver esa situación para que la paz y la armonía volvieran al hogar. Se encontraba impotente y desamparado para encarar la crisis. No sabía qué hacer. Comenzó a llorar, a dar sollozos incontenibles, era un caso sobrecogedor. Estaba al borde de la locura.
Las precariedades económicas y materiales habían irrumpido con fuerza de escasez al hogar familiar. Tintilín ya no tenía a quien recurrir por ayuda solidaria. Había perdido la vergüenza, él, un hombre orgulloso, se veía forzado a recurrir donde amigos, la mayoría, al igual que él, tacaños e individualistas. Estaba agobiado al máximo. Su instinto competitivo se derrumbaba.
Su obsesión por traspasar la frontera social de cochero lo introdujo en un laberinto ácido, e irónico caracterizado por una tempestad interior cuyos sacudiones interactivos ponían delante suyo la individualidad egoísta de sus compañeros; se encontraba entre la espada y su nuevo trabajo de servicio municipal y caminos filosos a sus pasos; de nada valía su labia y verborrea, no le abrían nuevas puertas para superar el percance que lo afligía, no lo conducían a mejorar su pésima situación personal, el agobio lo perseguía implacable con insistencia burlesca, y lo peor, a nadie parecía importarle su transe calamitoso y frustratorio.
Pasaron varios meses y su posición personal y familiar fue empeorando. Su cargo de funcionario del Ayuntamiento le cambio todo en su vida. Su mujer Carmelia con la que llevaba 17 años de matrimonio proyectaba una actitud pre indispuesta, emponzoñada, malhumorada, reclamándole, al igual que sus hijos, que buscara la forma de rebasar las precariedades que castigaba el hogar familiar. ¿Qué hacer?, se preguntaba desconsolado con intimista reiteración. No había manera de volverse atrás, y lo malo del caso era que había entrado a una edad de acentuada involución, pasaba los 54 años y el “rancho ardiendo”.
Y así las cosas, quien fuera un solicitado cochero al que sus clientes toleraban sus inventivas de entretención, su repentinismo locuaz, al dejar de ser lo que era, cochero, posición a la que llegó con dispuesto interés y donde salió a la luz su frívola potencialidad verborreica que lo convirtió en una celebridad entre su clase, al dar el salto social de empleado asalariado del Ayuntamiento, inspector de espectáculos públicos, se convirtió en víctima de un entorno descompuesto e individualista que despreciaba valores altruistas, con honrosas excepción, se perfilaban como amañadores, pastoso, su excreción inmoral se imponía contra toda decencia. En ese ámbito de policheques donde la mayoría de sus compañeros de trabajo solo se preocupaban por obtener dinero del sobornos y lucir costosas vestimentas para aparentar personas honorables y de autoridad, recinto que lo fue alejando de la originalidad creativa de su auténtica personalidad; ya no era el parlanchín social que caracterizó su presencia barrial y oficio de cochero; su nueva investidura obligaba a desenvolver una actitud sombría, escueta, lacónica y directa, había que demostrar Poder para obtener el pago de los arbitrios de las diversiones que se presentaban en lugares públicos y locales rentados para los eventos, y esa obligación no se podía obtener con risas ni chistes; sufría la cohibición de su auténtica personalidad, él un hombre acostumbrado a la espontaneidad, a soltar su lengua con discursos cantinflescos, ahora estaba compelido a limitar su resaltante esencia tipológica que lo condicionaba para evitar una imagen de chiflado, disminuyéndolo en una rígida figura de la municipalidad. ! Vaya vaina!
Una tarde su vecino José Aponte al que apodaban Bebeto el enflusao, se le acercó en confianza y le dijo en voz baja, oiga mi consejo usted quiere privar de serio, déjese de pendeja, que ahí, en el cabildo, todos cogen su parte, resuélvale a su familia, no siga pasando vergüenza endeudándose y mal viviendo, que si usted no lo hace los otros no le paran.
Tintilín se quedó mirándolo sorprendido y alarmado, no esperaba que ese vecino le saliera con ese mal consejo, y a seguida le respondió, yo me crie en un hogar donde nuestros padres nos enseñaros trabajar con honradez, y eso va contra mi formación, yo podré cometer errores, pero mi seriedad personal no tiene precio, allá ellos con sus actuar negativo, haciendo lo mal hecho, yo no sé cómo ellos miran a su familia y amigos, yo moriré jodido pero con la frente en alto, no se equivoque conmigo, tengo la esperanza de que más adelante conseguiré un mejor empleo. La seriedad debe tener algún valor y si me reconocen mi conducta tendrán que tomarme en cuenta.
A diario era hostigado por las burlas de sus colegas quienes además de enrostrarle su “cobardía” al no querer participar de su trama de sobornos también dudaban de él sindicándolo injustamente como un posible delator de sus prácticas ilícitas. Toda esa carga de atropello moral y emocional lo soportaba en silencio. Porque si bien no estaba de acuerdo con sus actuaciones tampoco se prestaría a ser soplón, su conciencia no se lo permitía.
Antes que engrosar sus ingresos mediante la deshonra preferiría caer en la locura.
Su gran pecado era enamorarse y decir sus mentiras constantes, lo segundo lo hacía para divertir y entretener a sus clientes durante su desempeño como cochero, creía que con ello no ofendía ni perjudicaba a nadie, había que ponerle algún colorido a la vida, enfrentar el aburrimiento y el tedio, además contribuía a que la gente sintiera empatía por él. Cuando llegó a la ciudad se encontraba solo, no conocía a nadie y tenía que buscársela para subsistir, sus ocurrencias fantasmagóricas contribuyeron a abrirles caminos, consiguió amistades, como la del bueno de don Mané Santana, que le abrió crédito con el que pudo obtener su coche, gracias a las historias que le contaba sacadas de su cabeza. Ese mundo que dejó por su puesto público lo añoraba con nostalgia, era lo auténtico en él, ahora había que actuar fingiendo, profesar una obediencia mecánica como garantía de conservar el empleo en un 60% de posibilidades, y a veces ni eso valía, pues los chismes y las intrigas competitivas opacaban méritos y eficiencia en las tareas. Se culpaba de su estupidez, jamás debió dejar de ser cochero, como tal la gente le expresaba distinción, ahora transcurría su brega rodeado de lobos disfrazados de ovejas, de inescrupulosos cuyas indignas actuaciones tenían el beneplácito de sus superiores. En los lugares públicos discurseaban ética y moral, más todo era bulto, demagogia, falsedad, su único interés era apropiarse de las ventajas del Poder. Eran unos rufianes vergonzantes.\
Sus cuentos; sus inventivas, eran para alegrar y entretener a sus clientes. Para ganarse su confianza y estima. Y aunque pudiesen sonar mentirosos él se lo cría y se reconfortaba al decirlo; no le importaba si sus pasajeros lo asimilaban. Les salían con una obstinada perseverancia memoriosa. Los disfrutaba con chabacana morbosidad.
Las mentiras tienen sus categorías; las hay piadosas e inofensivas, las que se dicen para salvar la vida en un momento de aprieto fatal, las soltadas en el enamoramiento para impresionar, las que acompañan cualquier inventivas, la verdad engalanada con una adulteración necesaria en un esfuerzo de convencimiento. Todas estas mentiras podrían calificarse de originales en la competencia social, empero, las mentiras con característica de embuste, constituyen una afrenta, un acto indigno propio de canallas. Y los rufianes son seres dañinos, peligrosos y malditos.
(» Qué es Mentira:
«La mentira es una expresión o manifestación que es contraria o inexacta a aquello que se sabe, se cree o se piensa. La palabra, como tal, deriva de mentir, que a su vez proviene del latín mentiri».
«La mentira es una expresión o manifestación que es contraria o inexacta a aquello que se sabe, se cree o se piensa. La palabra, como tal, deriva de mentir, que a su vez proviene del latín mentiri».
«La mentira es faltar a la verdad, es ser deshonesto, es decir lo que no se piensa, es expresar sentimientos que no se tienen, es crear vanas ilusiones, es ofrecer impresiones falsas, es ser infiel a nosotros mismos y a nuestros allegados, es temer a las consecuencias de la sinceridad, es engañar y, sobre todo, fallar a la confianza que el otro ha depositado en nosotros».
«En este sentido, la mentira es un antivalor, pues va en contra de los valores morales fundamentales sobre los cuales se fundamentan las relaciones interpersonales, como son la confianza, la honestidad, la sinceridad y la veracidad. Por eso, mientras la verdad propicia relaciones basadas en la confianza y el respeto mutuo, la mentira fomenta la desconfianza, el clima de sospecha, la duda y la incredulidad entre las personas. Así, la mentira destruye las relaciones que establecemos con los otros, pues traiciona la confianza que nos habían dado».
«Las razones por las cuales la gente miente son múltiples: por obtener un beneficio, para no aceptar una responsabilidad, para eludir una tarea, para no asumir una verdad, entre muchas otras razones. No obstante, el problema moral de la mentira es que los logros que se consiguen a través de ella se sustentan sobre bases falsas, sin cimientos sólidos. En este sentido, las mentiras crean espejismos e ilusiones, y suponen una forma de negación de nosotros mismos, de nuestra verdad y de quiénes somos en realidad».
«Por otro lado, como mentira también puede designarse la errata o la equivocación en un escrito o impreso. Asimismo, coloquialmente, se le suele denominar mentira a la manchita blanca que a veces aparece en las uñas. Mentira, también, es el nombre que se da al ruido que hacen las coyunturas de los dedos cuando nos estiramos».
«La expresión “de mentira”, por otra parte, se emplea para referirse a aquello que no es realmente lo que parece, sino que es una imitación deliberada: “Crearon un país de mentira donde todos los políticos son hombres decentes”.
Mentira blanca
«Una mentira blanca es una afirmación o información falsa que no afecta a nadie ni causa consecuencias o estragos en la vida de ninguno de los implicados. La mentira blanca únicamente tiene como función aliviar la conciencia, pero no causa daños a nadie ni tiene implicaciones morales».
Vea también A otro perro con ese hueso.
Mentira oficiosa
«La mentira oficiosa es aquella que se dice con la finalidad de agradar o servir a alguien y que beneficia en un sentido muy leve a quien la dice. Por ejemplo: “Te queda estupendo ese nuevo corte de cabello”, “Te ves más delgada”, “Alcalde, su obra política brilla por su eficiencia y su corrección”.
Mentira piadosa
La mentira piadosa es aquella que se dice a alguien para evitarle un disgusto, una situación incómoda o molesta, o una tristeza innecesaria. Un caso típico de mentira piadosa es aquella que se le dice a un niño para justificar la desaparición de su mascota: “Tu perrito se fue a vivir a una granja para perritos viejos”.
Mentira según la Biblia
«La doctrina cristiana asocia la mentira al pecado, cuyo origen se reconoce en el titubeo ante la palabra de Dios, de allí que, en el Catequismo de la Iglesia católica, se explique: “El comienzo del pecado y de la caída del hombre fue una mentira del tentador que indujo a dudar de la palabra de Dios, de su benevolencia y de su fidelidad (215). En este sentido, el origen de la mentira se relaciona con el Diablo, pues, según Juan: “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del Diablo” (1 Juan 3: 8). De allí que se vincule la mentira al Diablo, a quien también se refiere Juan como “padre de la mentira”).
En sus reflexiones angustiosas llegó a clamar para sí el regreso de la dictadura, por lo menos, pensó, había temor, orden, disciplina y los funcionarios se ceñían a los cañones del régimen. La verdad era que estaba cogido en su impotencia.
El recorrido de su emociones en su exitoso oficio de cochero había sido superado para complacer exigencia y reclamos de una sociedad desalmada y mezquina, tenía que asumir su imagen de superación, era una demanda continua, y garantizar el empuje de su esfuerzo personal para duplicar los resultados de los beneficios. Ahora todo su ser tendría una significación de autoridad competitiva, se recomponía en sí mismo doblegando su pasado de penurias y necesidades, en el limitado desarrollo social de su inolvidable Las Yayas de Viajama, municipio de la provincia de Azua, ciudad ubicada en la región sur de República Dominicana, en la sub-región de Valdesia.
Asendereado y asediado por la impotencia y desesperanza entró en un declinante estado de mea culpa, depresión y frenesí ascendente. La lucidez de su cerebro atormentado se obnubiló. Su mandato perturbado comenzó a tergiversar la objetividad de su raciocinio, se había desquiciado.
Y así una tarde de invierno llegó a la barbería de Papito situándose delante del gran espejo del local. Allí se contempló quietecito por largo rato observándose mientras entraba a un mundo fantasioso que lo iba liberando del fardo de calamidad que lo atenazaba, se miraba y se miraba, perdido en sí mismo. Los presentes lo contemplaban con curiosidad e intrigantes interpelaciones.
Papito le reclamamba que se quitara del sitio en razón de que obstaculizaba su trabajo de peluquero. Más Tintilín no le hacía ningún caso ni a él ni a nadie, seguía mirándose en el espejo mientras un aire de superioridad dominante se estilaba de su interior en la medida que dilataba el reflejo de su figura. Su mirada se perdía en otro mundo, el mundo nuevo al que había llegado su cerebro trastornado como consecuencia del alto costo que significó haberse transformado en una figura social relevante, un individuo público que por la naturaleza propia de sus funciones tenía que invertir para aparentar, sobre todas las cosas, un aspecto venerable.
Ese interés obsesivo lo había endeudado. La presión social del ambiente y su familia y la vergüenza personal derivada de su incapacidad para darle respuesta a los nuevos reclamos y compromisos económicos, lo había apalastrado psíquicamente. ¡Huy que desastre!
Su imaginación enajenada comenzó a desandar vertiginosamente, veía otros contornos y se creyó fantasiosamente otra personalidad, desafiante, y con nuevos bríos triunfante.
Tintilín se quedó alelado, paralizado, delante del gran espejo de la barbería. Había entrado en un ciclo emocional vesánico y oscilante. Comenzó a verse y a sentirse como los cómicos o payasos de los programas por televisión y películas de cine.
Y entonces creyó tener la capacidad de improvisar y hacer cosas provocadoras de risas como los artistas y actores que encarnaban los personajes de Cantinflas, Tin Tán, Viruta y Marcelo, del cine mexicano, el cubano «Tres Patines», los «Tres Chiflados» , a Dean Martin y Jerry Lewis del cine estadunidense, o como el inglés Terry-Thomas. Se consideró muy superior a ellos porque era capaz de entretener a los pasajeros que montaba en el coche cuando ejercía aquel oficio que lo proyectó en la comunidad y lo hizo popular. Ya no sería cochero, era insignificante ante su nueva identidad artística, sería un gran actor de la comedia, la risa, los espectáculos y la entretención. Superaría a todos los payasos, a Los Picapiedra y hasta los magos. Sus actuaciones superarían en ingenio y creatividad sus antecesores en ese oficio distinguido. Haría reír a la gente de todas las edades, hasta los locos lo aplaudirían; satisfacería esa terapéutica necesidad humana para superar la tristeza, el llanto, el dolor luctuoso, la pena emocional y la deserción amorosa traumática. Esa sería ahora su misión, rescatar y liberar almas atormentadas.
Se refugió y envolvió en una mitomanía y megalomanía, delirante y esquizofrénica.
Con un semejante aspecto desfigurado, propio en toda persona psíquicamente anormal salió el apreciado Tintilín para las calles de la ciudad anhelada en su juventud de sueños a exhibir su nueva personalidad trastocada; con vestimentas apropiadas para su incipiente condición artísticas.
Estas cualidades las había descubierto cuando se miraba frente al gran espejo de la barbería de Papito. Ahora trascendería en grande. Todos lo admirarán: los políticos y los adinerados que montó en su coche, las mujeres lo desearían. Sería un personaje de prensa, radio y televisión. El gran Tintilín de los espéculos y el dinero a borbotones, por el trabajo de sus actuaciones.
Las circunstancias y el azar se impusieron sobre los deseos del joven de 29 años que tuvo a bien salir una madrugada de Las Yayas de Viajama cargado de ilusiones en aras de mejorar su condición de vida, que recorrió cientos de kilómetros pidiendo aventones; que soñó con encontrarse al final de su jornada de viaje con un empleo bien remunerado,, y que al ver los coches tirados por corceles se dijo que esa era la oportunidad esperada para dar un salto cualitativo en su existencia sacrificada y penosa; que se destapó como un locuaz conversador de cuentos e inventiva para ganarse la confianza de sus clientes; que como cochero conoció empresarios y políticos importantes de la ciudad, por lo que logró un empleo que le dio otra característica a su desarrollo social; que saltando de cochero a funcionario, burócrata retrocedió en su economía, cayendo en un limbo de frustraciones y tormentos personales; que supo mantener incólume el legado de su formación hogareña desempeñando sus funciones con honradez cristalina; llegó a una situación caótica cuyos resultados lo lanzaron hacia un nuevo mundo imaginario, la creencia de que más que cochero o funcionario del cabildo, descubrió al mirarse en el espejo de una barbería del barrio que era un artista con las mejores cualidades atractivas.
Sí, ese espejo cambió su forma de ver el mundo, lo transformó en algo trascendente, y por eso, se encaminó con travesura y desafío por litorales pintorescos. No importa el final. Lo maravilloso era su nueva condición, extravagante, resaltante, ruidosa. Lo obligaba su nueva forma, la encarnación de la suma de personajes que descubrió al reflejarse frente al espejo.
Ahora si era grande y popular. Ahora si la gente lo miraría de otra manera. Y cuando volviera a Las Yayas de Viajama todos lo abrazarían porque había triunfado. Sería la atracción de todos y el orgullo de sus hermanos y padres, y lo convertirían en el rey de todos, porque él representaba tantas figuras del cine. Si era su triunfo, el resultado de su lucha a mano pelada abriéndose paso bajo nubes y lluvias, bajo sol y aire, caminando con firmeza en aras de la superación y el progreso. Exhibiría su triunfo a todo lo ancho de su comunidad y hasta a Azua y más allá llegaría la fama de su nombre, porque todos querrán estar con él, un artista celebre y un hombre de amplia fama.
A ese estado mental ilusorio llegó el cochero Tintilín. Cayó en una sombra fangosa al caminar, sin proponérselo por una barahúnda estrepitosa y confusa donde los desvarío se iban acentuando, llenándolo de fantasías absurdas y estúpidas que al final le produjeron una desfiguración mental irreversible.
Y así de pronto lo vieron un día en el parque principal del pueblo vociferando palabras disparatadas e incongruentes; haciendo morisquetas, invirtiéndose las ropas, voceando y gritando discursos filosóficos lleno de incoherencias mientras un grupo de personas le rodeaba, algunos se burlaban y exclamaban palabras despectivas, empero, otros reaccionaban asombrados al verlo en ese estado alborotado y delirante; sucio, barbudo, demacrado, con muy mal aspecto, malos olores y lanzando retahílas de disparates incomprensibles por su boca.
Al pasar uno de sus vecino exclamó con asombro, miren al pobre Tintilín por hablar tanto embustes y disparates en loco paró.
Minutos después se escuchaba el ulular escandaloso de una ambulancia que llegó al lugar para llevárselo amarrado para el psiquiátrico del 28.
Y desde esa época y aquel episodio que sonó de boca en boca como chisme y noticia, se le recuerda con sorna y chercha a cualquier parlanchín desbordado en tono de advertencia, tú eres más embustero que el cochero Tintilín, o, ten cuidado con tus mentiras no vayas a volverte loco como Tintilín.
¦- Colombina se refiere a una cama con el bastidor cubierto de alambre sujetado por esprines pero que con el peso de la carga y prolongado uso se estiraban hacia abajo hasta casi pegar el suelo.