Escrito por: Agustín Perozo Barinas
«Todos los que parecen estúpidos, lo son y, además también lo son la mitad de los que no lo parecen». Francisco de Quevedo
Estaba inmerso en un medalaganario disfrute de los encantos naturales del Caribe insular, cavilando porqué la gente sigue votando a favor de sus verdugos, hasta que dos eventos con consecuencias globales frenaron de golpe esta fantástica historia.
A pesar de los mosquitos, huracanes, terremotos (estos rara vez), atracos, robos, desorden vehicular, ruido extremo, corrupción impune, violencia y la depredación del medioambiente y de los hábitats costeros, nuestro territorio goza de playas paradisíacas, canotaje en ríos de alta montaña, un cálido clima y exuberante vegetación; en fin, si este terruño no padeciera sus problemas seculares fuera lo más cercano a la idea del Edén.
Alguien que se fue de estos lares, no sabemos hacia dónde, sentenció una frase lapidaria: «Me voy y os dejo, que el más vivo viva del más pendejo». Cuando la escuché por primera vez no sabía aún que yo también era de los pendejos a quienes hacía referencia.
Se puede pecar de pendejo de muchas formas pero la más notable es serlo y no reconocerlo: «A mí nadie me coge de pendejo», es un dicho muy generalizado.
Pues bien, pendejear es un atributo más universalizado de lo que se asume. Podemos repasar algunas «cogidas de pendejo» entre muchas tantas, sin antes señalar que, gracias a estas tecnologías que dieron paso a la Internet (incluyendo las redes sociales), el ciudadano de a pie tiene una poderosa herramienta, para bien o para mal, como el libre albedrío, para empoderarse como nunca antes en su historia como bípedo racional.
Hay arrogantes, soberbios del conocimiento, «doctos-eruditos» de la vieja escuela que buscan imponer sus ‘verdades sociopolíticas’ obviando aquella frase de Marco Aurelio que reza: «Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no la verdad». A esos sabelotodo podemos guiarlos con unas palabras: La falibilidad de los seres humanos implica que no pueden obtener certezas absolutas salvo casos triviales donde una afirmación es cierta por definición.
La escurridiza última verdad que erróneamente creemos poder alcanzar con los sentidos y la razón en esta vida, quizá, probablemente, en el misterio de la muerte puede que se encuentre.
Cada quien tiene su propia versión de como su buena fe, ingenuidad, desconocimiento o imprudencia, da cabida a hábiles del provecho para quitarle lo suyo… y no solamente lo material. Lo más patético es cuando esto se hace a poblaciones y naciones enteras, como sucede con los impuestos, por ejemplo.
Usted tributa a favor de los ricos, por un lado, y a favor de ladrones públicos, por el otro. Aquí no se aplica aquello de: «¡A coger a otro de pendejo!» Los tributarios cabemos todos en el mismo cajón.
Una de las pendejadas mayores es tan simple como saber que de un conflicto en Europa, que desencadene en una guerra nuclear, lo cual no es enteramente imposible, nos tocará a todos un pedazo del pastel radioactivo o hasta un «invierno nuclear».
Sería el escenario extremo pero, en lo que alcanzamos esa meta, pues parecería que la especie humana lo desea, tenemos, sumado a una pandemia histórica, precios exorbitantes de las materias primas, los fletes marítimos, el petróleo y el gas.
¿Quiénes se benefician de ello y de la espiral inflacionaria resultante? Como técnica de investigación criminal, para resolver un crimen hay que analizar el motivo. El gran capital internacional, titiritero de gobiernos, ejércitos, fuerzas policiales y judiciales, bancos, congresos legislativos, etc., podría ser… De hecho, los congresales son peones claves para legitimar lo ilegítimo. Una vez «legal» ya es concretamente posible: cogernos de pendejos.
Fidel Castro advirtió en un discurso: «Cuando surgieron los medios masivos de comunicación se apoderaron de las mentes y gobernaban no solo de mentiras sino de reflejo condicionado. No es lo mismo la mentira que un reflejo condicionado. La mentira afecta el conocimiento. El reflejo condicionado afecta la capacidad de pensar. Y no es lo mismo estar desinformado que haber perdido la capacidad de pensar».
Al general Augusto Pinochet le gustaba un proverbio de Antonio Machado, con un evidente contenido filosófico: «El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve». O sea, lo esencial del ojo es ver, no ser visto. El ser no es porque sea captado: es en sí mismo. Su existencia es independiente de quien lo pueda percibir.
Entonces, para pensar… el pendejo, ¿nace con esa tacha o evoluciona a ese nivel?
Los ladrones públicos (no les gusta que les llamen de esa forma) son aquellos, civiles o militares, que succionan del erario, vía salarios y privilegios excesivos de manera «legal», pues los mismos han sigo legalizados por el sistema que responde a los dueños del gran capital.
En ese grupo también están empresarios que, como sabemos los pendejos (aunque finjamos no saberlo), estructuran negocios y despojos contra los intereses y patrimonios del Estado y todo esto, de nuevo: «legalmente». Hay de todo en estos litorales, desde empresarios/políticos hasta políticos/empresarios, que no es lo mismo ni es igual, pero ambos coinciden en un objetivo primario: Robar, que constituye la especie más grave de los delitos contra la propiedad, pública o privada.
La definición de pendejo es, en dominicano llano: un tonto, pasmado, cobarde, pusilánime o, sencillamente, estúpido. Este siempre cree «que no es pendejo». También es común el oportunista que «se hace el pendejo» y tiende a defender, o ser indiferente, a lo mal hecho.
Héctor Barnés nos aporta un buen artículo del cual extraemos la ley número cinco de «Las cinco leyes de la estupidez», de Cipolla: “Una persona estúpida es lo más peligroso. Es más peligrosa que un bandido”.
Y continúa: “Después de la actuación de un bandido perfecto, este obtiene un beneficio que es exactamente igual a lo que ha perdido la otra persona. La sociedad en su conjunto no sale perdiendo ni ganando. Si todos los miembros fuesen bandidos perfectos, la sociedad permanecería igual y no había grandes problemas. La diferencia es que los estúpidos no ocasionan ese equilibrio en la sociedad: simplemente, la hacen peor».
Aún más: «La gran pregunta por lo tanto, es si de verdad es preferible una sociedad de bandidos a una de estúpidos. Es lo que se deduce de la (irónica) teoría de Cipolla, con todo lo que ello implica. ¿Es mejor una sociedad donde todo el mundo se robe mutuamente, porque ello causaría un nuevo equilibrio? ¿Se produciría un estado de homeostasis en el que, finalmente, nadie saliese ni ganando ni perdiendo?»
El incauto también se divide en dos clases: El incauto inteligente (o tonto útil) es aquel cuya pérdida propia es inferior al beneficio ajeno. El incauto estúpido es aquel cuya pérdida propia es superior a la ganancia que otros obtienen de él.
Ver: https://www.filco.es/las-5-leyes-la-estupidez-humana/
A veces los pendejos reaccionamos y publicamos en las redes algo como: «Sr. Presidente, Usted habló de esfuerzo patriótico. Empiece entonces eliminando las jubilaciones de privilegio de diputados, senadores, exministros y demás avivatos. Piense en la vida que llevan después de dejar la función, habiendo «trabajado» y aportado tan poco. Es un insulto a la sociedad. Eso es un cáncer social. Todo el que trabaja por cuatro años en el Estado en una posición de dirección en adelante se cree merecedor a recibir una pensión vitalicia. Si un día se hiciera una lista de los que se han beneficiado y se benefician sin trabajar a costa del resto de los ciudadanos se generaría un escándalo».
Propuesta: Indígnese. Ya a usted le robaron buena parte de su pasado y su presente, y a sus hijos, casi el futuro. Ya indignado usted sabrá lo que debe hacer y lo que no debe hacer.
Concluimos con Voltaire: «La idiotez es una enfermedad extraordinaria; no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás».
Autor del libro sociopolítico La Tríada II en Librería Cuesta.