Prosa para Orlando Martínez Howley
Escrito por: Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo)
Orlando no murió en la andanada perpetrada, sobrevivió a la celada de los sicarios uniformados. Pervive sobre la trágica emboscada orquestada por rufianes, rescatado en la memoria de la patria conmovida. Parpados cerrados a plomos homicidas sin compasión humana, labios cosidos con hilos del rosal del dolor derramado.
Canallas convirtiendo la noche en tenebrosas carcajadas enmudeciendo la voz épica de la palabra vespertina. Las hienas anduvieron en asechanzas acostumbradas, emboscaron la pluma predilecta del sol de mediodía rociándole pólvora fúnebre, escalofriante y pavorosa, abandonando inertes sus manos de silabas encriptadas
La maquinilla y el teclado sonaban de madrugadas pulsando letras mecanografiadas en vigilias prematuras, denunciando represión, deportación, miseria y muerte. Urdimbres de los barbaros incontrolables desaforados. Estupor. Horror. Espanto. Papelera de lágrimas secas. Patria trémula. Dolor plañido en rastrojos de utopías virtuosas. Férvida indignación de la tristeza sacudida en clamores repetidos. La sangre lustrando las botas de los criminales contratados
Era héroe por sus palabras cinceladas con conciencia; lo hicieron mártir arrancándole la sangre con violencia. Ahora pronunciamos su nombre inmortal: Orlando. Orlando. Voz y hombre: versos interminables en el corazón del cielo. Yunta de asesinos enjaulados en hierros encendidos, éxito de los camaradas incansables en sus reclamos. Orlando florece en los jardines de sueños redentores guiando jornadas libertarias esperadas en cada aurora anhelada. Sus palabras, certeras, desafiaron generales ladrones. Criminales de altos rangos aterrorizaron mozalbetes, enfrentaron opiniones vertidas con colores rojos. Hoz y martillo laminaron su verbo esculpido en flores.
Afloran en el recuerdo de su nombre ensalzado, reliquias blancuras de ideales claros y lozanos, tejidos bajo framboyanes y cerezos primaverales, frondas auríferas del otoño deshojado en la vejez extenuada.
Cuerpo amortajado donde la esperanza renace, votiva plegaria de canciones protestando la tiranía, evocando aquellos intrépidos desdentados de la manigua cabalgando bajo madrugadas peligrosas, forjando sus nombres a espuelas, balas y cojones
Un marzo 17, inolvidable, la abominación del odio cazó a Orlando, inmortalizando sus microscópicas verdades desafiantes, nobleza izada con gallardía entes banderas quemadas, alevosía de gorilas y chacales tenebrosos en su jauría. Desde aquel día perpetuado en honras puntuales, Orlando duerme sobre la acera ensangrentada. Vorágine de antagonismos enfrentados a cielo abierto cruzando caminos de visionarios inmolados.
Suspiros de rabia cosechada sobre adversidades ancestrales, ilusiones azogadas en rituales de frustraciones sembradas, esbirros gimiendo la postrera condena exigida en vigilias continuadas.
Madrigueras adornadas con miseria de huérfanos enlutados. Avistase en siglos venideros la grácil hemorragia de los martirizados por sus ideales libertarios, perforando el miedo retenido en el ombligo.
Sendas de patriotas fulminados en calles polvorientas, el coraje del coronel de abril sitiado por metrallas imperiales, obrajes de asesinos pagados con el oro del oprobio canonizado. Sonrisas irónicas del doctor de la Silla de alfileres putrefactos. Orlando venció a los malvados palaciegos envanecidos, sus palabras hirsutas recogidas en plenarias convocadas se cultivan en cantaros de azucenas cristalinas, reverberan en leales camaradas ungidos con su figura monumentada.
Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo)