Escrito por: Por Joel Rivera
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San Pedro de Macorís, 11 de mayo de 2019.- Sangro por mi herida. La Retroalimentación, entre otras variables, es un ejercicio de crecimiento personal que consiste en sentarse en el centro de un grupo de personas y escuchar de cada una de ellas las cosas negativas que piensan de ti. La regla principal de este ejercicio es permanecer en silencio, sin contestar ni tratar de justificar las opiniones desfavorables emitidas por los participantes. Simplemente debes aceptarlas y tratar de mejorar la percepción negativa que los demás tienen de ti.
Cuando publicamos una obra estamos sujetos a las críticas; por lo tanto, si son malas debemos aceptarlas y no tratar de justificar los errores señalados por el crítico o el lector. Sin embargo, cuando lo que se dice de una obra es una estupidez podemos violar las reglas y hacer ciertos señalamientos al respecto, por la salud de la literatura y de los bisoños que se inician en el difícil arte de escribir. Giovanni Di Pietro, un Cristóbal Colón del siglo XXI, ha venido a La Española 500 años después a decir qué sirve y qué no sirve de nuestra literatura. Como en el pasado, existen en la media isla algunos Guacanagaríx que reproducen y aplauden todas las estupideces literarias que este extranjero plasma en sus obras. Pero también hay un grupo de Caonabo que no estamos dispuestos a que un forastero inepto haga de nuestra narrativa (donde subyace nuestra cultura, costumbres y tradiciones) un trampolín para buscar, con enfoques antiacadémicos y despectivos, la notoriedad literaria que no pudo obtener en los países donde ha vivido. Di Pietro, de origen italiano, dice tener un doctorado de MeGill University en Canadá y haber sido profesor de literatura italiana en varias universidades de Estados Unidos. Afirma también haber sido docente de literatura inglesa y norteamericana en nuestra universidad primada de américa (UASD). Una persona con ese background académico debería aspirar a ser Profesor Titular o Decano de una de las universidades norteamericanas donde impartía docencia. O desarrollar su carrera literaria en uno de estos países de primer mundo. Sin embargo no es así, en la actualidad Di Pietro es profesor de humanidades y de italiano en Puerto Rico, lo que demuestra una involución en el ejercicio docente: porque devenir de prestigiosas universidades a una reducida cátedra en una universidad de un pequeño país caribeño es un claro retroceso.
(Foto del escritor y poeta Joel Rivera, autor de este trabajo
Para 1492, cuando Cristóbal Colon llegó a Las Indias, ya Italia tenía siglos de tradición literaria. Con la caída del Imperio romano surgieron voces como las de Casiodoro, Boecio y Símaco; en el Medioevo aparece la Divina Comedia; la era gloriosa del Renacimiento llenó de clásicos la literatura y todas las bellas artes; en el siglo XVIII el Mentiroso de Carlos Goldoni, entre otros; en el siglo XIX El Placer, de Gabriele D’Annunzio y otras obras de sus contemporáneos; en el siglo XX y XXI grandes nombres como el de Ítalo Calvino y Humberto Eco dejaron una impronta en las letras universales. ¿Por qué, entonces, venir a un país subdesarrollado, incipiente en la novelística, con deficiencia académica en todos los niveles, un país sin casas editoras, sin correctores de estilo, sin crítica formal, sin tradición de lectura y sin una industria del libro para promocionarlo como las hay en otros países latinoamericanos? ¿Por qué no escribir un bestiario italiano, o un bestiario sobre la literatura inglesa o un bestiario puertorriqueño, donde actualmente reside? Tampoco lo hace, prefiere abandonar países avanzados y con prestigio literario para venir a una tierra de mulatos, con realidades sociales y culturales distintas a las europeas y norteamericanas; un país que aún arrastra costumbres, tradiciones y leyes coloniales. Como en el país de los ciegos el tuerto es el Rey, Giovanni Di Pietro, como el conquistador genovés hace más de quinientos años, pretende vendernos espejitos con falsa erudición.
Cuando en 2013 leí de su autoría “Las mejores novelas dominicanas” quedé decepcionado por la falta de rigor crítico en sus análisis literarios, desde entonces en círculos cerrados, en tertulias y otros escenarios con escritores cercanos he dejado saber mi opinión sobre este navegante literario quien vino a “salvar” la literatura dominicana de la planicie abisal. “Bestiario dominicano 3 “, al igual que todas las obras de Di Prieto no aporta nada al discurso crítico, son simples reseñas, resumen de argumentos fruto de un subjetivismo infundado con el que trata de esconder su falta de rigor académico para analizar una obra.
“Bestiario dominicano 3”, al igual que los dos tomos anteriores, más que un libro sobre crítica literaria, destinado a enriquecer y fortalecer el debate en el mundo académico, entre estudiantes y público en general, es un pasquín de mala monta. El término Pasquín se originó en Roma a principios del siglo XVI, cuando surgió la costumbre de colocar escritos con críticas satíricas en la estatua de Pasquino. Lo único que diferencia esta obra del gendarme italiano de un pasquín stricto sensu, es que lleva estampada su firma: algo que no ocurría con el pasquín de la antigua Roma. Los “Bestiarios dominicanos”, de Giovanni Di Pietro, se han convertido en el famoso Foro Público de la era de Trujillo. El Foro Público era una columna que aparecía en el periódico El Caribe todos los días, en ella se hacían denuncias y se publicaban los chismes más bajos que una sociedad puede soportar. Todos los días, temprano en la mañana, los dominicanos abrían el periódico y buscaban sus nombres en la columna: si aparecían allí significaba que habían caído en desgracia con el Jefe. Con “Bestiarios dominicanos” pasa algo parecido: cada vez que se anuncia su puesta en circulación muchos escritores salen con miedo a procurar esta estupidez encuadernada, para ver si el pontífice Di Pietro bendijo o satanizó su obra. Es decir, para ver si cayó en desgracia con el italiano: porque él es quien decide quién es escritor y quién no en este pedacito de tierra. Como aquí existen las ententes literarias (grupos de escritores que se adulan entre ellos), los autores amigos del autor que reciben elogios críticos a sus obras, muchas veces inmerecidos, reproducen, con alegría facial las estupideces señaladas por Di Pietro de los autores de las ententes contrarias. Es inaceptable caer en el ridículo entreguismo de aceptar que lo que sirve o no sirve de nuestra literatura sea lo que dice un estúpido italiano que aún no domina la sintaxis y ni la cohesión del idioma español.