Escrito por: Luis Manuel Gómez Gatón *
Santo Domingo de Guzmán, D.N, sábado, , 1ro, agosto, 2020.- Me cautiva repetir, unas veces como oración, otras por hábito y costumbre, el incontenible imperio del ¡Padre Nuestro!
La razón es sencilla, el Padre Nuestro reafirma en mi la búsqueda y el encuentro con el Dios paterno, inmenso desde su inmensidad como un horizonte y sin embargo tan cercano, como cuando de chico caminaba a la vera de papá, tratando de igualar la longitud de sus pasos. Es cierto que muchas veces tropezaba, pero estaba seguro de que mi mano dentro de su mano era la garantía necesaria para cruzar la calle o elevarme sobre las calzadas.
Yo amo este poema, me gusta proclamarlo con fuerza, porque sus versos trasmiten con singular belleza el imperio de la majestad de Dios. Mas aun, es Dios reafirmándose, como un canto sostenido de boca en boca en la comunión fraterna de la carne y de las almas en un mismo padre; único de alabar, puesto que es dador perfecto en Dones, perdón, Misericordia, y escudo contra el mal.
(Foto de Manuel Gómez Gatón, autor del presente artículo de opinión)
Escudriñar la secuencia de cada una de sus palabras conlleva horas intensas de discernimiento, mas el espíritu de su plenitud solo se desvela en la lectura orante.
En ese sentido San Pablo nos trasmite, por medio de la Palabra, una de sus muchas acepciones:
«Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, 5. para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. 6. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!»
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*Por: Luis Manuel Gómez Gatón
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