Crisis cultural y apropiación literaria

Crisis cultural y apropiación literaria

Prefacio del libro Freddy Gatón Arce vuela en arcoíris de palabras, página 18 hasta la 47, de la autoría de Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo)

San Pedro de Macorís, 24-Sep-2018. De manera intencional vengo introduciendo en cada ensayo o texto que escribo elementos atinentes que conduzcan al lector a indagaciones reflexivas más allá de las páginas que tiene en proceso de lectura. Mis escritos convertidos en libros tienen referencias externas por encima del tema expuesto, por cuanto con su contenido pretendo ilustrar y fortalecer lo abordado. Es un hecho exprofeso.

Históricamente ningún hecho particular puede des vincularse de la generalidad ambiental cuyo recorrido y trayectoria social y cultural vincula o influye en actitudes y comportamientos que sobrepasan el entorno del protagonista en cuestión, y que por consiguientes, pueda constituir algún estilo educativo novedoso, además, pone de manifiesto las relaciones de influencias de determinados autores y géneros literarios en la creación artístico cultural que se va articulando en el proceso de construcción; casos de la poesía, la literatura o cualquier obra de arte

Cuando abordamos cualquier re corrido biográfico de algún personaje de la historia; esos hombres y mujeres cuyas sobresaliente presencia social lo sitúa en un escalafón relevante antes sus congéneres, considero oportuno fortalecer su evaluación y juicio con algún pasaje interesante de hechos históricos cuya mención o inclusión en el texto procesado pudiese aportar algún valor agregado de importancia al estudio o ponderación dentro del análisis evolutivo del tema, (ya lo hicimos en los libros titulados Pedro Mir y René del Risco Bermúdez en la literatura dominicana, Jarvis levantado en la memoria y José Hazim Azar en el corazón de todos).

Es el caso del presente trabajo de crítica literaria titulado Freddy Gatón Arce vuela en arcoíris de palabras, quien fuera periodista, abogado, poeta e intelectual dominicano nacido en San Pedro de Macorís, fi gura que traspasó su entorno social y ejercicio profesional hasta descollar en un pluralizado ente público de sonada repercusión cultural e intelectual; también hacemos este ilustrativo trayecto. En toda lectura se produce una imantación entre el lector y el texto en una correspondencia creadora en función del rol activo que realiza el receptor. «Una lectura de un texto presupone una implicación estética, puesto que un lector pone en juego, aunque no quiera, toda la serie de lecturas que anteriormente ha hecho, y con ello contribuye a la constitución de una tradición de recepciones, que funciona como una implicación histórica. Es la concepción establecida por Jauss Hans Robert (1921-1997) partiendo de la recepción de los enunciados teóricos de Hans-Georg Gadamer 1900- 2002, según su trabajo La estética de la recepción: los orígenes de un discurso crítico.

Todo personaje de la historia camina influenciado por el ámbito social en que se desenvuelve y actúa, el medio social tiende a condicionar determinados reflejos sociales por cuan to hechos y situaciones que se le anteceden en determinado momento pudo haber tenido algún influjo intelectual, cultural, literario, político, psicológico, e ideológico, en su forma de ver y entender el cuerpo de lo ocurrido en la incubación de su creatividad intelectual y cultural, como es el caso que tratamos.

La acumulación del conocimiento cultural e intelectual está estrechamente conectada con la asiduidad en la lectura y la búsqueda inquietante de la verdad, en el esfuerzo intelectual de conseguir las respuestas más aproximadas en torno a la problemática planteada.

¿Acaso puede alguien al que se le presupone cierto nivel de conocimiento cultural desdeñar la ascendencia cultural y emocional que tuvo la obra de Homero más allá de su época, escrita en el siglo VIII a. C. en las constelaciones de escritores y poetas que le sucedieron?

La fuerza penetrante del pensamiento cultural y literario griego tuvo un fuerte magnetismo atrayente que a pesar de ser conquistado por el adversario romano supo transmitir sus valores humanitarios al grado de helenizar la civilización de aquella poderosa nación imperial. Grecia se convirtió en el pilar histórico de la cultura occidental y referencia del desarrollo de las artes, la filosofía, la política y la ciencia, en contraposición a creencias fundamentadas en mitos y percepciones misteriosas. “Los romanos estuvieron fuertemente influidos por la cultura, la religión y la filosofía griega que asumieron como propias y expandieron por toda Europa”. Hasta los Juegos Olímpicos iniciados por ellos fue asumido por occidente con paternidad deportiva seguida. Bajo su modelo la poesía ha tenido una función de motivación emocional, humana y social donde el dolor, la angustia, el despotismo, los anhelos, frustraciones humanas y la lucha por causas redentoras de los oprimidos, ha tenido el más potente sonido de sensibilidad en la conciencia de los hombres

¿Qué hubiese sido de la poesía, la filosofía, la ética y hasta los deportes si Grecia no hubiese tenido esa caterva de ilustrados y forjadores del pensamiento humano?

¿Qué hubiese sido de las artes plásticas y la arquitectura si Roma no nos hubiese dado la fantasía creativa de Miguel Ángel Buonarroti, Leonardo da Vinci y Sandro Botticelli?

¿Qué hubiese sido del nacimiento, desarrollo e inspiración en la creatividad de la américa hispánica si la Madre Patria no hubiese tenido su Siglo de Oro productor de un «boom literario de irrepetible calidad» en el que surgió la magia y el ingenio artístico de Diego Velázquez, Francisco de Goya, Murillo, Zurbarán, y Valdés Leal, ¿entre otros? época que sirvió de base, inspiración e influencia de lo que sería el descolló del talento en la literatura dominicana.

¿Qué hubiese sido del mundo de hoy sin los cambios cualitativos que produjo ese movimiento cultural, económico y político iniciado en Italia y que se extendió por toda Europa durante los siglos XV y XV1 conocido como el nombre conceptual del Renacimiento?

Jamás podemos sacar de nuestra memoria cultural aquellas obras de la antigüedad. Clásicos como La divina comedia, del italiano Dante Alighieri, «obra clave del Renacimiento»; ni la Ilíada y la Odisea, de Homero, considerado el más grande poeta de la literatura griega; ni la Eneida, del romano Virgilio, quien en su agonía de muerte pidió fuera destruida al entender que no había logrado en esa obra la perfección como era su deseo.

Toda la grandeza de Sócrates, Platón, Aristóteles, Eurípides, Sófocles, Esquilo, Aristófanes, Petrarca, Alfonso X el Sabio, Garcilaso de la Vega, Góngora, Petronio, Boccaccio, Quevedo, Cervantes, Lope de Vega, se inspiró en el arsenal de apropiación del conocimiento que le precedió. “Hay numerosos préstamos en los poemas de Homero y Hesíodo de la cultura del cercano oriente y de sus textos”.

Las renombradas figuras de la intelectualidad griega y romana tuvieron en las civilizaciones que se desarrollaron a orillas de los ríos Tigris, Éufrates y Nilo, en Asia y África, fuentes de inspiración nutricionales de su saber. Egipto se convirtió en la concurrencia de civilización y cultura que ambos pueblos supieron adoptar, modificar, agregar y actualizar al acervo de su profunda sabiduría y cultura social. Cuando el historiador griego Heródoto llegó a esa civilización milenaria buscando datos e información para la compilación histórica de su obra sobre las guerras médicas se encontró con una cultural social que superaba ampliamente la de Grecia. Egipto hipnotizaba a todos el que llegaba a sus tierras por sus monumentos faraónicos, su devoción religiosa y sapiencias de sus hombres cultos. Los griegos maravillados recurrieron a imitar su mitología, divinidades y rituales creencias politeístas, que también influyó en la romana.

Los egipcios a su vez se apropiaron del aporte de la civilización sumeria (3.000–2.350 a.C.), –del periodo neolítico–, considerada la primera civilización urbana de la humanidad, así como la de acadio, semita, fenicio y cartagineses. De los primeros reprodujeron su panteón religioso. “La humanidad le debe a los sumerios un enorme conjunto de avances que significaron una gran transformación en todos los aspectos de la vida. Quizá los más importantes fueron la invención de la rueda en torno al año 3,500 a.C. y la escritura cuneiforme en torno al año 3,300 a.C. pero no debemos olvidar que fueron los precursores de las primeras ciudades (Umma, Uruk, Ur, Eridu, Nipur Kish y Lagash entre otras). Los sumerios nos dejaron las primeras leyes escritas; inventaron el sistema sexagesimal, pioneros de la medicina; de las construcciones con ladrillos de adobe y los arcos arquitectónicos.» Además. «Las ciudades Sumerias eran ciudades estado, tenían un Rey, que a su vez era sumo sacerdote, hablaban en un idioma llamado: ENKI. Desde muy temprano poseían leyes y las comenzaron a escribir. Tenían una economía fuerte y organizada en agricultura, ganadería: Domesticación de animales (camellos, caprinos, vacunos, aves) Bancos: Préstamos, depósitos (Zigurats).

El poema sumerio de Gilgamesh sirvió de base cultural en la posterior confección de “La Ilíada” y “La Eneida”, y en las obras famosas que aparecieron en la Edad Media, verbigracia: “La Divina Comedia” de Dante, “ La Suma Teológica” de Tomás de Aquino, “El Cantar de los Nibelungos”, de Richard Wagner “Los viajes de Marco Polo”, “El Cantar de Mío Cid”, atribuido a Per Abbat, “El Libro del Buen Amor” conocido también como del Arcipreste o libro de los cantares, de Juan Ruiz; “Las Coplas” de Jorge Manrique o “La Celestina”, de Fernando de Rojas. Todo ese arsenal literario tuvo su desarrollo en la apropiación o apropiacionismo con la singularidad de que sus autores tuvieron la capacidad de adaptar, innovar, actualizar, enriquecer y revolucionar, su contenido desde su peculiaridad particular brindándole a la humanidad obras de una originalidad sin igual.

La Biblia, el libro mundialmente más popular traducido en casi todas las lenguas e idiomas, es una apropiación del Talmud originado en traducciones orales a través de varios siglos y cuya escritura se remonta a comienzos del siglo III d. C., exégesis que ha tenido un valor de continuidad histórica subsiguiente. Sus postulados han sido consagrados como código de comportamiento humano. “La religión judía, como es hoy día, desciende en línea directa, sin interrupciones a través de todos los siglos, de los fariseos”. Toda literatura parte de una raíz histórica que en la medida que se va ampliando se va modificando, actualizando, y adaptándose a la realidad imperante. «Las tendencias literarias, derivadas del pensamiento renacentista, que se difundieron en España durante la primera mitad del siglo de oro, no tuvieron realmente cohesión y fuerza ideológicas hasta finales del siglo XV1, cuando fueron asimilándose a la psicología nacional y aparecieron los grandes renovadores de los géneros literarios: Cervantes, Lope de Vega, Quevedo y Góngora, a los cuales no es difícil asignar los restantes valores de la literatura española durante los reinados de los tres Felipe de Austria, cuyo centro de esplendor es próximamente el año 1600», según indica el libro Una Guerra Literaria del Siglo de Oro, de Joaquín de Entrambasaguas Peña, versión pdf.

Por medio de la apropiación establecemos una dialogo textual histórico, emocional, empático, fenomenológico, entre lo que originalmente no nos pertenece y nuestra creación en una hermenéutica sucesión dialéctica hermenéutica […] “lo hacemos a partir de un proyecto, con alguna idea previa de lo que allí se dice. A medida que profundizamos la lectura, este proyecto va variando y se va reformulando según la lectura nos vaya confirmando o alterando nuestro pre comprensión. Como este proceso puede prolongarse al infinito, nunca podemos afirmar que hemos dado la interpretación última y definitiva” […] sin tener que […]” desentrañar la intención original que manejaba el autor cuando lo escribió”, pues “el significa cado de un texto no es reducible a las intenciones del autor, sino que es dependiente del contexto de interpretación” […], según indica la filosofía gadameriana (Hans Georg Gadamer).

Ha sido desde esa continuidad de apropiación o apropiacionismo asimilativo cultivando el contenido artístico de la escritura cuneiforme y pictográfica, y las creaciones culturales de semitas, sumerios, acadios, asirios, caldeos, persas, que egipcios, griegos y romanos, produjeron en su interior innovaciones revolucionarias que lo situaron en una admirable altura cultural y literaria histórica. Incluso hasta de China e India recogieron y heredaron valiosos aportes de su cultura y variada civilización milenarias. Los chinos que escribieron sobre la seda y bambú, el “Tao Te Ching”, de Lao Tse, escrito en el siglo IV a. C; que Inventaron el papel hacia el año 205 después de C, se afirma que hasta inventaron la imprenta entre los años de 1041 y 1048. Mientras que en La India se produjeron los extensos poemas sánscritos de características épico–mitológico conocidos como “Mahabarata”, “Ramayana”, y “Baideheesha Bilasha”, escritos sobre hojas de palma.

Todo ese talento inmenso entregado en creaciones sensacionales se ha transmitido como sinergia en la visión de los que desde el pináculo de su propia originalidad le han dado continuidad a la cultura escrita y al arte pictórico de los genios artísticos ya mencionado.

El escritor y poeta estadounidense Henry Charles Bukowski, nacido en Alemania, tuvo en Tolstoi, Gorki, Dostoievski y Hemingway, las fuentes primarias de su inspiración. Se apropió de sus lecturas para trascender como un escritor con signo original.

Esa tendencia cultural adherente desde el apropiacionismo se percibe en la segunda carta del escritor y poeta checo Rainer María Rilke, señalado como uno de los poetas más importantes en lengua alemán y de la literatura universal, al joven cadete Franz Xaver Kappus, quien aspiraba convertirse en poeta. El carismático autor de Historias del buen Dios (1904), Libro de horas (1905), el Libro de las imágenes (1902-1906), Los cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910), La canción de amor y muerte) (1912), Las Elegías de Duino (1923), los Sonetos a Orfeo (1923), y Carta a un joven poeta ( 1929), que recoge la epístola que respondía al mencionado cadete; le recomienda sin egoísmo a su admirador y aspirante a poeta que se recluyese en la lectura de La Biblia, los libros del escritor danés Jens Peter Jacobsen y las esculturas de Auguste Rodin, por el cual Rilke sentía una simpatía fascinante. Es necesario apreciar la influencia que tuvo la lectura apasionada de novelas de caballería en el período medieval en el español Miguel de Cervantes Saavedra, novelista, poeta, dramaturgo y soldado español, de cuya inspiración partió su apropiacionismo literario para la construcción de su famosa obra “Don Quijote de la Mancha”. «La literatura, por otra parte, exige por tradición un respaldo sustentable: «El Ingenioso Caballero de la Figura Hidalga» no habría podido escribirse si no hubieran existido antes los Libros de Caballerías. Un texto literario no puede estimarse de forma inmanente y autónoma, sino como consecuencia de otros textos: intertextualidad»

En la Gesta de Beowulf, un poema anónimo épico anglo sajón, encontramos en medio de su estructura intercalo de versos de la Eneida de Virgilio, notándose la influencia de ese autor en la composición de Finnsburh. El apropiacionismo literario se da continuamente, es resultado del vasto acopio de la lectura intelectual.

Ese apropiacionismo o apropiación en la literatura en el pensamiento intelectual lo encontramos en el libro del amigo Jimmy Sierra, titulado Idolatría, con una extensión de 392 páginas, en el mismo encontramos retrospecciones que nos refrescan y retroalimentan al aludir obras de Pitaco, del brasileño Guilherme, anécdota bíblica de Salomón, alusiones fragmentaria de Bertolt Brecht, del Éxodo del pueblo judío, del recorrido del hebreo Moisés, del “Quijote” de Cervantes, el poema “Compadre Mon” de Manuel del Cabral, citas de los siete sabios de Grecia, referencias de una novela de Voltaire, de Heráclito, de Nietzsche, Sófocles, Lope de Vega, poema de Walt Whitman, el dramaturgo español Alejandro Casona, el chileno Pablo Neruda, y de obras de los escritores criollo Lipe Collado, Santiago Estrella Veloz; Juan Bosch, Carlos Dobal Márquez. Nos menciona al clásico francés Honorato de Balzac, al mexicano Juan Rulfo, a la dominicana Aida Cartagena Portalatín, al poeta húngaro Imre Madach, a los historiadores criollos Emilio Cordero Michel y Emilio Rodríguez Demorizi, entre otros varios autores, con lo cual tiende a refrescar su obra y a llevar al ánimo del lector por rutas superior al texto en lectura.

Otro indicio de apropiación o apropiacionismo literario lo podemos ver en el escritor de fuste Tulio Manuel Cestero (1877-1935) conocido por su obra cumbre «La Sangre”. Su base intelectual partió del arraigó de su lectura devota del italiano D’ Annunzio y la novelística del francés Émile Zola. Una de su obra, Hombres y piedras (1915), le fue prologada por el famoso poeta nicaragüense Rubén Darío.

A lo largo de su rica producción este inquieto y rebelde autor de sobresaltado activismo político desarrolló formas y estilos que contemporizaran con los géneros literarios proclives a su temperamento cultural. Su condición de crítico literario mordaz lo llevó a desarrollar un instinto intelectual perspicaz destacado.

La influencia que determinado autor o autores ejercen sobre un escritor tiende a convertirse en pieza enriquecedora de su creación. El norteamericano Edgar Allan Poe y el novelista, cuentista, y músico, alemán Eta Hoffman tuvieron una presencia rutilante en la ironía poética del francés Charles Baudelaire.

Esa apropiación o apropiacionismo literario se palpa con amplitud en el pensamiento humanista representado en el francés Montaigne, el inglés Tomás Moro y el italiano Nicolás de Bernardo de Maquiavelo (1469- 1527), entre otros, cuyas premisas se convirtieron en el preludio de las ideas ilustrativas y progresistas en que se sustentó el desarrollo progresivo de la democracia.

Siempre hay un antes que ejemplariza y traza las pautas, es la dialéctica de la continuidad del conocimiento que mejora, eleva, amplía y profundiza su calidad. Shakespeare, Moliere y Corneille, transformaron la dramaturgia dotándola de un mayor colorido y alcance contrastante.

El Siglo de las Luces (XVIII) conmocionó la literatura. Quedó impreso en la historia por la honda lucidez de sus autores. Desde la contestación rebelde de sus propiciadores el espacio de las letras, la plástica y la filosofía, emergieron con desafío ruidoso. Su aparición revolucionaria tuvo en la Iglesia su más férreo opositor. Con temeridad resuelta se dedicaron a transmitir en su producción cimera las preocupaciones sociales y políticas de su tiempo. Sus voces denunciaron y enfrentaron el absolutismo imperante en Europa. Abrió la puerta de la conciencia que hizo posible la Revolución Francesa, (1789), La Comuna de París, (1871), la revolución mexicana, (1910), y la Revolución Bolchevique, (1917). Con estos acontecimientos históricos vinieron postulados de principios universales basa dos en el respeto a la condición humana.

La humanidad patentizó en las lides políticas los Derechos Humanos como una conquista universal de cardinales principios innegociables. Bajo su influjo y motivación las palabras Libertad, Igualdad, Justicia, y Democracia, resonaron con fuerza popular en el sentimiento de los expoliados y oprimidos. Se amplió el horizonte intelectual y el mundo se interesó en la justicia como reparación moral. La poesía actualizó su sonido musical para recoger la angustia de las víctimas del sufrimiento. Todo ese contexto histórico influyó en la personalidad sensible de los indignados. Sobre el peso en la conciencia literaria y cultural de los abanderados de la poesía, el teatro, y toda manifestación artística–literaria, se construyó un nuevo mundo intelectual cultivado en su apropiación, en su lectura. Enriqueciendo con innovaciones y espíritu crítico todo ese pasado esplendoroso cuyos moldes legamos con orgullo.

El mundo hispano si bien fue influenciado por la intelectualidad europea, en especial la procedente de España, Francia e Italia, tuvo en sus hombres y mujeres de letras una iniciación genuina y vernácula de competencia calificada.

Nuestro sensacional Pedro Henríquez Ureña, el intelectual dominicano más alto que ha producido el país, nos enseña que en el siglo XV111 se destacaron los escritores «Tomás Rodríguez de Sosa, Luis Jerónimo de Alcocer, fray Diego Martínez, Baltasar Fernández de Castro, Tomasina de Leiva y Mosquera. Según el bibliógrafo norteamericano Isaías Thomas, entonces se introdujo la imprenta; pero sólo se conocen impresos dominicanos posteriores»

Agrega el filólogo dominicano. «En el siglo XVII se distinguen Pedro Agustín Morell de Santa Cruz (1694-1768), autor del primer bosquejo escrito en rica prosa, Historia de la isla y Catedral de Cuba, donde fue obispo y tuvo valerosa actitud, bien recordada ante los ingleses que invadieron La Habana en 1762; el P. Antonio Sánchez Valverde (1729-1790) que, en su tratado El predicador (Madrid, 1782), intenta corregir los entonces frecuentes abusos de la oratoria sagrada (eran los tiempos de fray Gerundio), y que en su Idea del valor de la isla Española (Madrid, 1785) aboga en favor de su tierra, descuidada por la metrópolis; Jacobo de Villaurrutia (1757–1833), polígrafo a quien interesaron muchas de las grandes y de las pequeñas cuestiones humanas y la situación de los obreros hasta el progreso del teatro y de la prensa; sus variadas publicaciones abarcan desde una selección de una novela inglesa de Frances Sheridan (Alcalá de Henares, 1792); con Carlos María de Bustamante, fundó el primer Diario de México (1805)». Y que conste, que en el siglo XVI se comenzó a perfilar lo que sería la incursión del género poético en la isla. Como lo fueron: «Elegías de varones ilustres de Indias (1589), de Juan de Castellanos (1522-1607); Discursos medicinales (obra inédita cuyo manuscrito se encuentra en la Universidad de Salamanca), de Juan Méndez Nieto (1531-1616) y Silva de poesía (obra también inédita depositada en la Biblioteca de la Real Academia de Historia de Madrid), de Eugenio Salazar y Alarcón (1530-1602)».

De lo publicado por Pedro Henríquez Ureña y los señalamientos al respecto expuesto por investigadores en la materia, podemos colegir con conocimiento literario e intelectual, que los siglos XVI, XVII, y XVIII, tuvieron una repercusión asombrosa en la tendencia hacia las letras y el accionar culto en los hombres y mujeres de inclinación hacia el conocimiento intelectual en el desarrollo de su potencialidad en nuestro país. La iniciativa, apertura y aporte en esos periodos históricos sirvieron de antesala y motivación continua en la vasta producción que le siguieron en los distintos géneros literarios sucedidos. Estudiarlos, escudriñarlos, valorarlos y entenderlos en su profundidad cultural constituyó una pauta posterior en la consecución de los objetivos y metas trazadas en la impronta de las letras dominicana. Sobre sus pilares florecieron y se desarrollaron nuevas ideas más acorde y revolucionaria. Moderna y de cambio; que se han ido transformando a la par del ritmo del mundo humano. Toda la historia de la humanidad está llena de saltos cualitativos en procura del bien común. Del progreso de la sociedad. Las ideas innovadoras tienen un ingrediente revolucionario mayormente si la misma se identifica con los anhelos de los que padecen desigualdades y abusos.

El curso seguido por la literatura dominicana ha sido zigzagueante. Su potencialidad muestra algún prototipo de retrasos venido del desenlace repetido de los gobiernos dictatoriales que hemos tenidos. Superar la dependencia emocional del largo tiempo de colonia y dominio español y europeo implicó un gran desprendimiento cultural y emocional.

El entremés del autodidacta Cristóbal de Llerena cuya escenificación teatral contenía una sátira irónica en torno al des envolvimiento de la vida de la isla provocó la ira de los poderes españoles que raudo lo deportaron hacía, Nueva Granada, hoy Colombia; su obra marcó el camino emprendido desde entonces. Por su creación literaria se le considera, junto a Leonor de Ovando y la poetisa Elvira de Mendoza, como los pioneros en el que quehacer literario de la colonizada isla La Española.

Las lecturas y exégesis de los cronistas de Indias del siglo XVI sirvieron de herramientas importantes en las confecciones de narrativas en el llamado Nuevo Mundo. La composición de relaciones, el cuento, la novela, mediante el ejercicio de la palabra escrita, sirvió de antesala para las amplias creaciones escritas que vendrían, toda vez que la producción encarnada en aquellas crónicas fueron asimiladas como un nuevo género literario y cuya dimensión receptiva constituyó un referente y una base de apoyo en el desarrollo de la producción intelectual que la aferró en su particular creación para desde allí abordar y tratar la problemática y temáticas en torno a la vida de los hombres y las cosas que constituían “la maravilla de América” o “la novedad indiana”. Los gestores más sobresalientes de este género fueron Pedro Mártir de Anglería, Fray Antonio de Guevara, Antonio de Guevara. Juan López de Velasco, Antonio de León Pinelo, Antonio de Solís, Pedro Fernández del Pulgar, Juan Bautista Muñoz, Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Garcilaso de la Vega, Pedro Cieza de León, Hernán Cortés, López de Gómara, Diego Durán, Francisco Ximénez, Fray Toribio de Benavente, Fray Bernardino de Sahagún, Fray Francisco Vásquez y Gonzalo Fernández de Oviedo. Cada uno produjo narraciones, historia, documentos y textuales piezas contextuales en las cuales más que recoger y hacer descripciones testimoniales de hechos y acontecimientos; de mitos y leyendas, sobre las características de los aborígenes, o de las épicas en que participaron o de las que fueron protagonistas, desarrollaron una labor textual cuyo contenido apuntaló la herencia cultural y literaria precedente.

Fue a partir de la creación del grupo socio cultural Los Amantes de las Letras surgido en los años 1853 y 1854 y con la motivación directa del consagrado intelectual puertorriqueño Eugenio María de Hostos que se acentuó la inclinación de una literatura con ribetes independiente acompañado de un auge en su producción en la parte este de nuestra isla.

Dentro de esa asociación se encontraban Manuel de Jesús Galván, Francisco Javier Angulo Guridi, Manuel de Jesús Heredia, Manuel Rodríguez Objío, José Gabriel García, y la activa presencia de los exiliados españoles Javier Malagón, Vicente Llorens, Antonio Bernard, el linotipista Fernando Toba y el pintor surrealista Eugenio Fernández Granell, entre otros.

En 1873 surgió la Sociedad Literaria La Juventud, constituida por jóvenes con vocación cultural, al igual que la Sociedad Amigos del país, con el propósito de unificar a los hombres cultos alrededor de un proyecto con tendencia patriótica. Los años de 1868 a 1874 se caracterizaron por una constante ten sión política por los enfrentamientos entre los caudillos Pedro Santana, Manuel Jiménez, y Buenaventura Báez.

Nuevos aires desconocido en el ambiente intelectual comenzaron a flotar. Sus obras recogían esa mezcla de sincretismo cultural proveniente de lo español, francés, holandés, judíos, indígenas y africanos, que caracterizó el proceso de conquista, ocupación y guerras tanto de nuestro territorio como del Caribe atlántico.

La poesía, la novela y la línea editorial del ejercicio periodístico y la vida pública de Freddy Gatón Arce refleja su gran preocupación social y humana universal. Se incubó en esos postulados y transformaciones estremecedoras. El talento de su obra se desarrolló partiendo de esos pilares heredados; de su identificación con el pensamiento crítico de aquellos movimientos que traspasaron la frontera de su tiempo y que hoy influyen en el pensamiento cultural, literario e intelectual. A través de los mismos pudo catalizar su descontento y rebeldía cualitativa sin ambages. Su obra intelectual es un aporte certero a la calidad literaria y un rechazo a lo trivial y frívolo que surge en contraposición a lo conceptual, profundo, diáfano y autentico.

Su coraza era su propia personalidad libre de sospecha y dudas interesadas. En él habló la conciencia de lo justo, la esperanza de los afligidos y se visualizó el horizonte de los confundidos, y apareció luz en el camino de los desesperados e incrédulos de posibilidades. Porque como dijera el maestro Borges: “Somos nuestra memoria, somos ese museo quimérico de formas cambiantes, ese montón de espejos rotos». «Todo lo que nos sucede, incluso nuestras humillaciones, nuestras desgracias, nuestras vergüenzas, todo nos es dado como materia prima, como barro, para que podamos dar forma a nuestro arte»

Le herencia culta de las letras ha entrado a un caos angustioso por el rumbo que en los últimos tiempos ha tomado el acontecer cultural dentro y fuera del país. La disonancia e incoherencia con el legado encontrado es ampliamente contradictorio y contrastante. Los medios de comunicación radial, escrito y televisado que fueron promotores de la buena producción cultural y literaria se han distanciado de esa tarea educativa e instructiva.

Hoy, con honrosas excepciones, esos espacios se han puesto en manos de la improvisación inculta e iletrada. Una rápida mirada de su producción así lo demuestra. Por eso, al hablar o escribir un ensayo biográfico de Freddy Gatón Arce, como de cualquier otro intelectual nativo o extranjero de su categoría, podría ser hasta riesgoso y exponerse a recibir la burla ante el predominio actual de actitudes de mofa e indiferencia hacia las personas de estudios.

Vivimos en medio de la banalización de los atributos y el culto a los espectáculos ruidosos y comunes. Lo estridente ha sustituido la calidad del hecho cultural. Desde el común del ciudadano se mira de manera insignificante y peyorativa a los dotados de algún talento o conocimiento culto. Se prefiere lo simple, lo impreciso, lo sutil. Lo que no requiere de preparación ni dedicación. El ambiente de la diversión pura y simple acapara mayor atención que la puesta en circulación de un libro, la escenificación de una obra de teatro, la exhibición de pinturas artísticas de la plástica, la conferencia de un hombre o mujer erudito, entre otras. La rapidez del inmediatismo, del modernismo contagiante de las redes sociales ha ido deshumanizando las relaciones sociales. Todo fluye en un aparataje contaminante e irrespetuoso; no hay reparos ni principios en ese automatismo farandulero y consumista. Hay una decadencia de las ideas y un abandono de los moldes paradigmático en que se sustentó éticamente la sociedad en su largo trayecto de desarrollo cultural y científico. Hoy en República Dominicana vemos las librerías, bibliotecas, salas de lecturas y Ferias del Libro, con una presencia reducida.

El hecho cultural ha ido perdiendo su carga emocional, ha descendido a una permeabilidad y promiscuidad aberrante e insustancial, alejándose de su originalidad estilista y metódica. Estamos siendo contaminados por un utilitarismo comercial ruidoso, reduccionista e insubstancial.

El empobrecimiento es tan evidente que va marcando rituales espacios acumulativos. El montón que se le aglomera lo disfruta con diversión cadenciosa. El concepto real de loque es y significa la cultura y el valor del arte en la actualidad representa tantas cosas comunes que escasamente expresa un contenido importante.

Lo estrepitoso y populachero predomina con estupor. La cualquierización llena de estupidez carnavalesca traza las líneas culturales rompiendo el aura de la excelencia, de la solemnidad, para dar paso al espectáculo de los embaucadores y farsantes endiosados por los medios audiovisuales.

Los medios de comunicación dedicados mayormente a su negocio publicitario no vacilan en masificar y promover esa frivolidad energúmena que envilece, enajena y rebaja la capacidad de entendimiento cultural y la autoestima personal. Lo importante es hacer negocio a expensa de la seriedad y de la producción de un arte, una literatura y una cultura decente, fresca y de calidad.

No somos elitistas a ultranza sino defensores del valor de la cultura literaria en sus distintas manifestaciones. Apreciando en su magnitud la necesidad de respetar su jerarquización histórica en la civilización humana, pues, su producción, ejercicio y dedicación, representa esfuerzo, consagración, creatividad, entrega y amor en una brega de actitud personalizada cuyo resultado valoriza y prestigia a su hacedor.

Por estas razones debemos ser exigentes con la cultura; su producción autentica y genuina dependerá siempre de las manos de los dotados, de los leídos, de los artistas como tales; por los sacrificados por la humanidad; por los de conciencia sensible y con vocación de solidaridad encarnada. Y esa condición, esa particularidad, no se encuentra en las personas ordinarias sino en los que se dedican con entusiasmo y ahínco a acopiar inteligencia y entendimiento intelectual mediante el estudio, la investigación y el trabajo específico constante. Esta facultad no puede ser remplazada por la improvisación alegre y desmeritante.

El escritor mexicano jalisciense Juan José Arreola Zúñiga (21-9- 1918, al 3-12-2001) establece que “la cultura es una acción que debe ocurrir entre los cuatros paredes de las personas que antes de dormirse se entrega a ese otro sueño portentoso del poblado de miles de sueños que es la lectura, de su lectura, que es el libro, los libros”. “Hay una sola cultura que es lo que circula en un ser humano como su propia sangre tomando de esa lectura lo que me pertenece, el conocimiento, la intuición y el conjunto de intuiciones creadora y reproductora a través de unos cuantos mediato o inmediatos de la conciencia acumulada», nos indica el autor de Sueño de Navidad, Confabulario, Bestiario, La Migala, Varia invención, Estas páginas mías. La Feria, No hay dos sin tres. Historias de adulterio, Punta de plata, El sapo, Tres días y un cenicero y otros cuentos, entre otros temas, que le dieron notoriedad.

La contaminación y deterioro del cauce cultural nos lleva a pensar que al parecer ya no hay espacio para los Freddy Gatón Arce, Pedro Mir, Manuel del Cabral, Salomé Ureña, Pedro Henríquez Ureña, Fabio Federico Fiallo, Aída Cartagena Portalatín, Virgilio Díaz Gullón, Franklin Mieses Burgos, Gastón Fernando Deligne, José Joaquín Pérez, Hilma Contreras, Manuel Rueda, Héctor Inchaustegui Cabral, Flérida García de Nolasco, Julia Álvarez, Máximo Avilés Blonda, Emilio Morel Peguero, Miguel Alfonseca, Cayo Claudio Espinal, Jeannette Miller, Domingo Moreno Jiménez, Mariano Lebrón Saviñón, Federico Jóvenes Bermúdez, René del Risco Bermúdez, Norberto James Rawlings, Mateo Morrison, Tony Raful, Francisco Domínguez Charro, Víctor Villegas, Carmen Natalia Martínez, Rafael González Tirado, Diógenes Céspedes, Miguel Solano, Ana Teresa Martínez, Aurelia Castillo y Enrique Cabrera Vásquez.

También Marcio Veloz Maggiolo, Bruno Rosario Candelier, Rafael Peralta Romero, Avelino Stanley, José Rafael Lantigua, Manuel Ma tos Moquete, Carlos Esteban Deive, Pedro Peix, Virgilio Díaz Ordoñez, Juan Antonio Alix, Meso Mónica, Enrique Deschamps, Eu genio Deschamps y de Peña, Juan Isidro Jiménez Grullón, Emilio Cordero Michel, , Américo Lugo, Rafael Vidal Torres, (la pluma de la patria), Federico García Godoy, José Ramón López Lora, Adalberto Chapuseaux, Manuel Arturo Peña Batlle, Víctor Garrido, Corpito Pérez Cabral, Fernando Pérez Memén, Federico Henríquez Gratereaux, Juan Daniel Balcácer, Rafael Emilio Yunén, Franklin J. Franco, Roberto Cassá, Hugo Tolentino, Frank Moya Pons, Pedro Francisco Bonó, Andrés López De Medrano, entre otros, cuya idónea espacialidad trascendente, «un sitio electivo que representa una especie de paradigma poética», ha sido ocupado por charlatanes encofrados de patrañas y sonoridad vacua tenido en la actualidad como «fenómenos» en esta era de post–modernidad que deshumaniza todo lo que toca, convirtiendo el mundo humano, animal y la naturaleza en un gigantesco negocio corporativo de obtención de riqueza por la riqueza sin aprensión ni arrepentimiento autocrítico.

El trayecto de este fenómeno ha alarmado al escritor Premio Nobel de Literatura 2010 Mario Vargas Llosa quien con ardor literario, cultural e intelectual produjo el clarividente ensayo titulado «La Civilización del Espectáculo», en el que sostiene con la autoridad de su prestigio literario, cultural e intelectual, «que la cultura ha devenido en puro espectáculo». Indica, «la época actual puede ser definida como la era pos cultural. Un momento histórico en el que la filosofía y las bellas artes han sido desplazadas por el deporte, la gastronomía y la música popular; y donde la palabra escrita ha sido condenada a la des aparición total debido al surgimiento de medios electrónicos como el ipad o el ebook que favorecen la cultura audiovisual». Expresa en su enjundioso libro que vivimos «la banalización de la cultura que ha tenido lugar desde el final de la Segunda Guerra Mundial y que ya fue anunciado por prestigiosos autores como T. S. Elliot en su obra Notes Towards the Definition of Culture (1948), George Steiner en In Bluebird Castle. Towards the Redefinition of Culture (1971) y, sobre todo, en La Société du Spectacle de Guy Debord (1967)».

Señala con energía teórica: «En la civilización del espectáculo es normal y casi obligatorio que la cocina y la moda ocupen buena parte de las secciones dedicadas a la cultura y que los “chefs” y los “modistos” y “modistas” tengan en nuestros días el protagonismo que antes tenían los científicos, los compositores y los filósofos. Los hornillos y los fogones y las pasarelas se confunden dentro de las coordenadas culturales de la época con los libros, los conciertos, los laboratorios y las óperas, así como las estrellas de la televisión ejercen una influencia sobre las costumbres, los gustos y las modas que antes tenían los profesores, los pensadores y (antes todavía) los teólogos. Hace medio siglo, probablemente en Estados Unidos era un Edmund Wilson, en sus artículos de Th e New Yorker o Th e New Republic, quien decidía el fracaso o el éxito de un libro de poemas, una novela o un ensayo. Hoy son los programas televisivos de Oprah Winfrey. No digo que esté mal que sea así. Digo simplemente que es así»

Manifiesta con brillantez intelectual. «El vacío dejado por la desaparición de la crítica ha permitido que, insensiblemente, lo haya llenado la publicidad, convirtiéndose esta en nuestros días no sólo en parte constitutiva de la vida cultural sino en su vector determinante. La publicidad ejerce una influencia decisiva en los gustos, la sensibilidad, la imaginación y las costumbres y de este modo la función que antes tenían, en este campo, los sistemas filosóficos, las creencias religiosas, las ideologías y doctrinas y aquellos mentores que en Francia se conocía como los mandarines de una época, hoy la cumplen los anónimos “creativos” de las agencias publicitarias. Era en cierta forma obligatoria que así ocurriera a partir del momento en que la obra literaria y artística pasó a ser considerada un producto comercial que jugaba su supervivencia o su extinción nada más y nada menos que en los vaivenes del mercado. Cuando una cultura ha relegado al desván de las cosas pasadas de moda el ejercicio de pensar y sustituido las ideas por las imágenes, los productos literarios y artísticos pasan a ser promovidos, y aceptados o rechazados, por las técnicas publicitarias y los reflejos condicionados en un público que carece de defensas intelectuales y sensibles para detectar los contrabandos y las extorsiones de que es víctima. Por ese camino, los esperpentos indumentarios que un John Galliano hace desfilar en las pasarelas de París o los experimentos de la nouvellecuisine alcanzan el estatuto de ciudadanos honorarios de la alta cultura».

Cuestiona con preocupación cultural. «La masificación es otro dato, junto con la frivolidad, de la cultura de nuestro tiempo. En este los deportes han alcanzado una importancia que en el pasado sólo tuvieron en la antigua Grecia. Para Platón, Sócrates, Aristóteles y demás frecuentadores de la Academia, el cultivo del cuerpo era simultáneo y complementario del cultivo del espíritu, pues se creía que ambos se enriquecían mutuamente. La diferencia con nuestra época es que ahora, por lo general, la práctica de los deportes se hace a expensas y en lugar del trabajo intelectual. Entre los deportes, ninguno descuella tanto como el futbol, fenómeno de masas que, al igual que los conciertos de música moderna, congrega muchedumbres y las enardece más que ninguna otra movilización ciudadana: mítines políticos, procesiones religiosas o convocatorias cívicas. Un partido de futbol puede ser desde luego para los aficionados –y yo soy uno de ellos– un espectáculo estupendo, de destreza y armonía del conjunto y de lucimiento individual que entusiasma y subyuga al espectador. Pero, en nuestros días, los grandes partidos de futbol sirven, sobre todo, como los circos romanos, de pretexto y desahogo de lo irracional, de regresión del individuo a la condición de parte de la tribu, de pieza gregaria, en la que, amparado en el anonimato cálido e impersonal de la tribuna, da rienda suelta a sus instintos agresivos de rechazo del otro, de conquista y aniquilación simbólica (y a veces real) del adversario. Las famosas “barras bravas” de ciertos clubes y los estragos que han provocado con sus entreveros homicidas, incendios de tribunas y decenas de víctimas muestra cómo en muchos casos no es la práctica de un deporte lo que imanta a tantos hinchas –casi siempre varones aunque cada vez hay más mujeres que frecuenten los estadios– a las canchas, sino un espectáculo que desencadena en el individuo instintos y pulsiones irracionales que le permiten renunciar a su condición civilizada y conducirse, a lo largo de un partido, como miembro de la horda primitiva».

Nos dice con acento de enojo. «Tampoco es casual que, así como en el pasado los políticos en campaña querían fotografiarse y aparecer del brazo de eminentes científicos y dramaturgos, hoy busquen la adhesión y el patrocinio de los cantantes de rock y de los actores de cine. Estos han reemplazado a los intelectuales como directores de conciencia política de los sectores medios y populares y ellos encabezan los manifiestos, los leen en las tribunas y salen a la televisión a predicar sobre lo que es bueno y es malo en el campo económico, político y social. En la civilización del espectáculo el cómico es el rey. Por lo demás, la presencia de actores y cantantes no sólo es importante en esa periferia de la vida política que es la opinión pública. Algunos de ellos han participado en elecciones y, como Ronald Reagan y Arnold Schwarzenegger, llegado a tener cargos tan importantes como la presidencia de Estados Unidos y la gobernación de California. Desde luego, no excluyó la posibilidad de que actores de cine y cantantes de rock o de rap puedan hacer estimables sugerencias en el campo de las ideas, pero sí rechazo que el protagonismo político de que hoy día gozan tenga algo que ver con su lucidez o inteligencia. En absoluto: se debe exclusivamente a su presencia mediática y a sus aptitudes histriónicas.

Explica con aire culto. «Porque un hecho singular de la civilización del espectáculo es el eclipse de un personaje que desde hace siglos y hasta hace relativamente pocos años desempeñaba un papel importante en la vida de las naciones: el intelectual. Se dice que la denominación de “intelectual” nace durante el caso Dreyfus, en Francia, y las polémicas que desató Émile Zola con su célebre “Yo acuso”, escrito en defensa de aquel oficial judío falsamente acusado de traición a la patria por una conjura de altos mandos antisemitas del Ejército francés. Pero, aunque el término “intelectual” sólo se popularizara a partir de entonces, lo cierto es que la participación de hombres de pensamiento y creación en la vida pública, en los debates políticos, religiosos y de ideas, se remonta a los albores mismos del Occidente. Estuvo presente en la Grecia de Platón y en la Roma de Cicerón, en el Renacimiento de Montaigne y de Maquiavelo, en la Ilustración de Voltaire y Diderot, en el Romanticismo de Lamartine y Víctor Hugo y en todos los periodos históricos que condujeron a la modernidad. Paralelamente a su trabajo de investigación, académico o creativo, buen número de escritores y pensadores destacados influyeron con sus escritos, pronunciamientos y tomas de posición en el acontecer político y social, como ocurría cuando yo era joven, en Inglaterra con Bertrand Russell, en Francia con Sartre y Camus, en Italia con Moravia y Vittorini, en Alemania con Günter Grass y Enzensberger, y lo mismo en casi todas las democracias europeas. Basta pensar, en España, en las intervenciones en la vida pública de don José Ortega y Gasset. En nuestros días, el intelectual se ha esfumado de los debates públicos, por lo menos de los que importan. Es verdad que algunos de ellos todavía firman manifiestos, envían cartas a los diarios y se enzarzan en polémicas, pero nada de ello tiene seria repercusión en la marcha de la sociedad, cuyos asuntos económicos, institucionales e incluso culturales se deciden por el poder político y administrativo y los llamados poderes fácticos, entre los cuales los intelectuales sólo brillan por su ausencia. Conscientes de la desairada situación a que han sido reducidos por la sociedad en la que viven, la mayoría de los intelectuales han optado por la discreción o la abstención en el debate público. Confinados en su disciplina o quehacer particular, dan la espalda a lo que hace medio siglo se llamaba el “compromiso” cívico o moral del escritor y el pensador con la sociedad. Es verdad que hay algunas excepciones, pero, entre ellas, las que suelen contar –porque llegan a los medios– son las encaminadas más a la autopromoción y el exhibicionismo que a la defensa de un principio o un valor”.

Estos atinados convenientes del laureado escritor peruano-español y del universo robustecen nuestro planteamiento de preocupación ante esa ausencia de contenido depurado, crítico, y de voluminoso peso cultural y literario, que siempre adornó el mundo de los sabios.

En mi libro titulado, Conceptualización Científica del Arte. Emociones Humanas y Literarias, cuya primera parte fue publicado en el número 7 del periódico digital Opinión, Madrid, España, incluido entre sus principales titulares de primera página del viernes 30 de noviembre del año 2001, portadilla No. 7, sección Cultura, Ciencia y Sociedad, indicó oportunamente: «La sociedad demandará siempre un arte renovado, fresco, limpio, lleno de creatividad, substancial, ameno, con cierto marco ético, que inspire respeto; que llame la atención critica; que contribuya a elevar el nivel de comprensión del mundo al tiempo que proyecta ideas y valores nuevos que posibiliten un sistema de convivencia social más decente, humano y armonioso, bases fundamentales para construir los peldaños y andamios sostenedores del proceso de la dura brega en la lucha por la redención y la emancipación de la humanidad».

El apropiacionismo o apropiación intelectual, literario, cultural, científico, tecnológico, y demás etc., etc., se diferencia del plagio; esa vulgaridad de calcar, raptar, robar e indisponer de ideas ajenas, de otros, y presentarla como propia. El apropiacionismo o apropiación galvaniza, enriquece y actualiza el pensamiento expuesto. Garantiza su libre albedrío. Le asigna libertad de movimiento y actuación a la creatividad expuesta que al salir a flote se convierte en propiedad general de toda la humanidad. Evita el estancamiento, la atrofia, el deterioro, el anquilosamiento, y la oxidación intelectual por el envejecimiento de una práctica rutinaria cerrada a todo aporte y renovación de sus raíces ancestrales. Su utilización demuestra que el mundo del individuo no es aislado ni solitario por más que insista desde un encierro paranoico. Enseña que mediante la participación social y colectividad del producto cultural la humanidad participa de ello; la hace suya, la defiende, la difunde y le da continuidad desde la secuencia de su apropiación. Toda acción cultural sucede en una dinámica de intercambio de conocimientos. La vigencia de la pluralidad del YO sobresale como ribete en función de las necesidades humanas y la vida social; de la trascendencia individual hacia la participación comunitaria, social y organizacional que permite y posibilita dar a conocer y participar públicamente las ideas, el pensamiento, los razonamientos; única vía adecuada para situarse en un espacio de connotación, respeto, admiración y jerarquización en la sociedad global.

Más allá de nuestras humanas posibilidades; de nuestro aporte y esfuerzos denodado, de los sueños alojado en nuestro interior; de las múltiples preguntas acumuladas y sin respuestas ciertas; de las dudas y temores que nos limitaron en nuestro intento de andar con pasos más seguro; de las traiciones e in gratitudes padecidas; de los proyectos de vida inconcluso, de los amores frustrados y las ilusiones bordadas en lúdicos ensueños y fantasías alterado con la realidad de la limitación del tiempo en nuestra existencia. Muy a pesar de los sinsabores, desdén y vejámenes sufrido; de los anhelos y lucha por mejorar nuestra condición existencial, hay algo que pervive como evidencia de lo que fuimos y somos: la comprensión del legado encontrado, huellas que enseñan con plenitud que en definitiva somos memoria de nosotros mismo plasmada en el accionar de nuestra cotidianidad en la lucha por la vida.

La consagración que revistió la vida de Freddy Gatón Arce tuvo esa tintura de sensibilidad que lo llevó a solidarizarse con el dolor y la desgracia de los desvalidos. Por eso hoy ocupa un punto atractivo y luminoso entre los poetas, escritores, periodistas e intelectuales de República Dominicana. Este libro quizás no abarque todo lo que él encarnó, significó y significa. No obstante, es nuestro modesto y humilde aporte que viene a sumarse a los muchos ensayos, artículos, y opiniones ya producidas en torno a su persona. Un reconocimiento desde la crítica literaria a su obra estética, al valor de su consagración de periodista ético, a su condición de ciudadano de bien; a su ejercicio profesional transparente y vocación de solidaridad y entrega a causas nobles y a su amor denodado por la humanidad.

Este ensayo biográfico camina sobre un retorico discurso ciceroniano donde afloran ideas filosóficas, éticas y morales y cuyos valores constituyeron el estandarte durante todo el trayecto de la vida de Freddy Gatón Arce. Cimientes de sus prendas emocionales y de sus cultivadas palabras de arcoíris; savia de su proverbial sabiduría y que lo distinguió durante todo el proscenio de su esculpida vida de decencia y dignidad.

Gracias por leerme.

Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo)

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