Escrito por: Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo)
SAN PEDRO DE MACORIS.– Viscerales ambiciones per se emanada de un egoísmo patológico amenazan las perspectivas de un proyecto político concebido inicialmente como negación dialéctica a esa especie de fetichización faraónica expresado toscamente por ese personaje irreverente a toda manifestación democrática llamado Miguel Vargas Maldonado. Y quien ha hecho del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) el mejor y mayor negocio de su vida como empresario. La imposición a la fuerza por encima de todo sentido de razonamiento político de parte del destructor de ancestrales sueños perredeístas obligó a tomar el camino esclarecido de construir el Partido Revolucionario Moderno (PRM). Frente a la traición, la mezquindad y la intolerancia los perredeístas mayoritarios no tuvieron otra opción que protagonizar la dignidad y lo vergüenza. En consecuencia supieron separarse, y a tiempo, de los abanderados del odio, el resentimiento, la mediocridad, la perversidad, el engaño y la traición. La construcción del PRM vino a recoger el sentir popular de impulsar un amplio como profundo instrumento político que aglutine a todas las fuerzas democráticas del país contra el dominio avasallante, humillante, indecoroso y malvado del peledeísmo gobernante. Ese que ha abrazado el cohecho y la corrupción como negación histórica al legado ejemplar de su líder fundador profesor Juan Bosch.
Empero este sano esfuerzo corre el riesgo de esfumarse en el sentimiento popular. Lo que surgió con gran impacto y con loables perspectivas de triunfo corre serias amenazas ante la necedad desenfrenada de aguas fiestas profesionales que han hecho de la división partidaria una constante de su ejercicio público priorizando por lo regular intereses sectarios y mercuriales. Simuladores acomodaticios imbuido por su vanidad pequeño burgués ilustran su accionar atrincherado en rimbombantes poses bien calculadas que engalanan con florituras tautologías y un teórico discurso tendente a impresionar. Su afán de sobresalir erigiéndose como sabelotodo, de figurear como «asesores», a cuyo redil hay que llegar obligatoriamente so pena de sucumbir mengua su capacidad de pensar con atino y correcta apreciación política. Fastidian y boicotean adrede el normal desenvolvimiento del quehacer político; atrincherado en su cultura entorpecedora solo saben promover el encono, la tensión y la mordacidad. Su desatino continúo lo llevará irremediablemente al fracaso y la frustración. De no rectificar, de persistir en su empecinada conducta irónica, irresponsable, timorata, cínica, y díscola, podrían encaminarse por la ruta consultiva de un Sigmund Freud. ¡Pobre de ello!
El PRM amerita conducirse por senderos ecuánime y sensatos. Sin zancadillas ni emboscadas prohijada por algún pretendido mesianismo caudillesco. Atrás debe quedar, por el bien de todos, ese aire irreverente de menospreciar y subestimar la realidad coyuntural que siempre se yuxtapone en todo proceso político.
Todo liderazgo esta cimentado en circunstancias especiales. Prolongarlo en espacio y tiempo descansa en la coherencia y diafanidad del que lo ejerce. Impulsarlo desde una óptica egoísta, burda y mezquina constituye un abuso atropellante y una falta de consideración detestable. No medir la meridianidad coyuntural del tiempo político implica correr el riesgo de cosechar desdén. Aferrarse desde postura de fuerza a ejercer un liderazgo fuera del contexto sensato que el momento aconseja más que una torpeza política constituye un desafío temerario al tiempo mismo; semejante actitud solo tiende a provocar rechazo y burla. Es reivindicar desde la egolatría y el culto a la personalidad un caudillismo ya defesado. Es no medir el daño que se le hace al PRM y a la mayoría del país que reclama un cambio en la dirección del estado y gobierno dominicano; y sobre todo, creerse insustituible e irremplazable. Es sabotear desde una posición de irrespeto hacia las nuevas generaciones el necesario relevo emergente. Al final la valoración histórica sabrá situarlo en el archivo de los ególatras indeseables.
La capacidad carismática debe estar al servicio del interés colectivo y no de caprichos personales y de grupo alguno. La fuerza magnética del carisma manejado con inteligencia y sabiduría disuade cualquier intento nefasto de perturbación. Alimentar por razones egoístas un liderazgo populachero o numinoso en aras de salirse con la suya, es decir, imponerse a sabiendas de que su momento pasó sería una estulticia calamitosa.
La incoherencia en puntos de vistas elementales refleja una falta de estabilidad emocional, Caminar zigzagueante, inseguro, dubitativamente, manifestando credos de compromiso incapaz de cumplir evidencia elocuentemente una debilidad intrínseca de carácter muy cuestionable propiciadora de confusiones innecesarias.
El líder debe tratar de perfilarse por asumir postura de principio que le granjeen respeto y admiración. La claridad de sus actos acentúa su credibilidad. La mentira y desmentirse asimismo con frecuencia desdice mucho de la autoridad de todo líder. Sus buenas intenciones deben estar a cara pública distante de toda sospecha. De toda duda. Nunca dejarse arrastrar por presiones interesadas y chantajistas. He aquí la grandeza de un liderazgo fluido, perspicaz y fuerte. Lo contrario evidencia un liderazgo artificial, temeroso y acorralado a expensa de la capacidad de intriga, chismes, perversidad y manipulación de los embaucadores, adulones y envolvente que siempre están al acecho. Expertos en secuestrar a los líderes para impedirle que éstos puedan maniobrar con certeza, poniéndolo exclusivamente a sus servicios espurios. En el PRM hay que superar ese círculo de aguajeros, bulteros y allantosos, y cuya práctica consuetudinaria pone en peligro el desarrollo de un proyecto serio, decente, ético y de claro propósitos democrático como el que sustenta el Partido Revolucionario Moderno.
Hay que evitar por todas las vías posibles que el PRM se mantenga en una situación interna tirante, tensa e incierta. Y esto depende de sus líderes principales los cuales deben comportarse a la altura de lo que la ciudadanía espera de ellos: auto respeto, decencia y vergüenza pública.
Cuando surgió el Partido Revolucionario Moderno amplios sectores nacionales lo recibieron con desbordada alegría. Lo vieron de inmediato como el instrumento político idóneo del momento para desde el mismo impulsar un frente nacional opositor anti PLD. Por eso surgió como un partido grande y con amplios respaldo social y popular. Pensaron que sus principales dirigentes iban a fomentar desde su interior hacia el seno de la sociedad y del pueblo un proyecto unitario de cambio. Que las ambiciones por legítimas que parezcan serían dirimidas en un ambiente de prudencia, sensatez y sentido común. Que la sinceridad marcaría cada paso de su crecimiento dialectico. Que no habría emboscada artera y que todo se conduciría en un ambiente de respeto reciproco. Mas todo parece indicar que desde su cúpula dirigencial algunos personeros respondiendo a intereses bastardo pretenden malograr esta iniciativa que desde ya viene recibiendo el favor popular. No medir la magnitud de su daño y en consecuencia insistir en provocar un antagonismo sin sentido e innecesario constituiría un inevitable suicidio. El PRM no tiene todavía la madurez para embarcarse en una lucha interna cuyo resultado podrían ser catastróficos. La prudencia aconseja evitar toda fisura. Ya habrá espacio para encauzar a su debido tiempo medios para impulsar justas aspiraciones. La naturaleza democrática del partido así lo indica. Sin embargo, la realidad interna y externa del momento obliga a evitar cualquier diferendo que pueda enturbiar la unidad interna y posibilitar conflictos traumáticos. Solo el buen juicio garantiza en estos momentos la unidad. Y sin unidad no hay posibilidades gananciosas de cara a las elecciones de mayo 2016, frente a un PLD carente del mínimo de escrúpulo y que utiliza sin rubor los recursos públicos en aras de perpetuarse en el poder; un PLD inmoral y carente de toda ética, capaz de la peor vileza. Delincuente, corrupto, ladrón, mafioso, desdeñable, execrable e inhumano, se impone una acerada línea unitaria que descanse en el consenso, la pluralidad y el respeto a todo acuerdo establecido. No hay otro camino. Ignorar esta premisa puede ser fatal para todos.