Don Julio Escoto Santana narra las torturas que recibió en la cárcel trujillista «La 40»; habla de su lucha por la libertad y la democracia

Escrito por: Avelino Stanley

(El autor es escritor, criado en el Ingenio Consuelo de San Pedro de Macorís. Ha publicado unos veinticinco de libros en los géneros de novela, cuentos, ensayo y literatura infantil y juvenil. El presente trabajo se publicó originalmente bajo el título de “Don Julio Escoto: la vida entera dedicada a luchar por la libertad dominicana”, en: Revista MEMORIA, Órgano Informativo del Museo Memorial de la Resistencia Dominicana, enero-diciembre 2022, Año 11, No. 13, diciembre del año 2022, págs. 7-11).).

«La cárcel secreta conocida como “La 40”, fue instalada por la dictadura con el fin de interrogar aplicando crueles torturas y asesinar a los opositores. Sus actividades estaban íntimamente ligadas a la existencia del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), organismo de inteligencia organizado en principios bajo las orientaciones del general Arturo Espaillat, un personaje tenebroso al que llamaban “Nabajita” y quien tuvo destacada participación en 1956, como jefe de lo que fue el Servicio de Inteligencia en el Exterior, en el secuestro y asesinato del español Jesús de Galindez». Alejandro Paulino Ramos. Acento.com.

Don Julio Escoto Santana fue un hombre de principios firmes. Sostener esa firmeza durante toda una vida puede ser fácil para algunos, sobre todo, si le tocó vivir únicamente una generación. Pero durante 91 años de vida don Julio sobrevivió a la dictadura de Trujillo, a las luchas postrujillistas, a la revolución de abril, al régimen despótico de Balaguer, y a los gobiernos clientelistas que tuvo el país desde 1978 hasta la hora de su muerte, ocurrida el 10 de enero del año 2022. Había nacido el 1 de junio del 1930, cuando los obreros tenían su ciudad natal, San Pedro de Macorís, convertida en el centro de ebullición del país. Llegó al mundo pocos meses después de que tomara el poder el tirano de San Cristóbal.

La niñez de Julio Escoto Santana transcurrió en Angelina, uno de los ingenios azucareros de San Pedro de Macorís. Difícilmente las fibras de la sensibilidad social le quedaban intactas a quienes crecían en un ingenio dominicano. Demasiado eran los ajetreos de los obreros con unas jornadas de trabajo sobredimensionadas. Demasiado bajo eran los salarios restringidos por jornadas de doce horas diarias. Más que bajas, las conquistas laborales eran casi inexistentes. Un niño no podía saber de explotación en la industria azucarera, pero veía en demasía por doquier los ánimos caídos por tan extensas jornadas laborales y las interminables precariedades en que vivían a los obreros. Nadie podía quedar indemne de tan horrible situación social.

Menciona Escoto Santana la forma en que comenzó a tomar conciencia social. Ya vivía en San Pedro de Macorís y estudiaba en la normal, lo que luego devino en ser el bachillerato. Lo marcó el “verdadero terror psicológico y la represión que llevaba a cabo el régimen despótico de Trujillo, y a palpar las angustias y sufrimientos de la condiscípula Francisca [Paquita] Casanovas Garrido cuando apresaron a su hermano Juan Casanovas, y de mi amiga Carmela al ser apresado su tío el profesor Roberto McCabe, y de los familiares de chino el fotógrafo que vivía frente a la casa donde residía mi tía Enriqueta la vez que se lo llevaron preso.” (Julio Miguel Escoto Santana, Mi testimonio 1J4, Santo Domingo: Editora Búho, 2017), 39.

Escoto Santana habla de la persecución a personas conocidas, allegadas. Pero ya debía tener dieciséis años cuando ocurrió el acontecimiento más trascendental para la clase obrera. Mauricio Báez y los demás dirigentes sindicales paralizaron en 1946, mediante una huelga general, más de diez ingenios de San Pedro de Macorís petromacorisanos y el monstruoso Central Romana de la ciudad con ese nombre. Nadie quedó intacto con ese hecho. No solo por el efecto positivo dado que la tiranía tuvo que reducir la jornada de trabajo de doce a ocho horas, e instaurar el pago de las horas extras y mejorar las condiciones de trabajo. Nadie quedó intacto porque la persecución sin antecedentes se destapó de tal forma que, solo en La Romana y en San Pedro de Macorís, asesinaron varios dirigentes sindicales. Y Mauricio Báez tuvo que exiliarse con una consecuencia fatal, porque a los cuatro años fue asesinado en Cuba. Esos hechos también tienen que haber estremecido a ese joven que se formaba llamado Julio Escoto. Así sucedió con muchos otros.

Era devoto con sus progenitores; pero en contra de la voluntad de ambos Escoto Santana estudió derecho. La oposición del padre se debía a que conocía a su hijo y sabía que esa decisión era un riesgo durante la tiranía porque su hijo era “contestatario” y no lo quería ver preso. No obstante don Julio Escoto confiesa que su padre no se equivocó porque “A los seis años de graduarme como abogado caí preso”. Es que durante la tiranía nadie quedaba intacto. Y desde 1959 don Julio Escoto se unió a los que realizaban acciones organizativas de forma clandestina. El 10 de enero de 1960, en Mao, Valverde, tuvo lugar la asamblea constitutiva del Movimiento Revolucionario 14 de junio. Y don Julio Escoto fue uno de los 14 integrantes del primer Comité Central de en organización. En ese momento llevaba ya seis meses realizando la labor de captación de miembros en toda la región este del país.

Los integrantes del primer comité Central del Movimiento Político 14 de Junio fueron: Manuel Aurelio Tavárez Justo, presidente; Rafael Enrique Faxas Canto, Ing. Leandro Guzmán Rodríguez, Dr. Luis Gómez Pérez, Dr. Julio Escoto Santana, Carlos Aurelio Grisanty (Cayeyo), Luis Álvarez Pereyra (Niño), Dr. Abel Fernández Simó (Abelito), Dra. Minerva Mirabal de Tavárez, Dulce Tejada de Álvarez, Carlos Bogaert Domínguez (Charli), Ramón Rodríguez Cruz (Rodrigote), German Silverio (EI Guardia); y el Dr. Efraín Dotel Recio (Gurún). Escoto Santana. (Escoto Santana, Mi testimonio 1J4, 155-156).

La constitución del movimiento 14 de junio para luchar contra el tirano fue tan necesaria como riesgosa. La tiranía había comenzado a dar los últimos zarpazos que la llevarían a su fin. Los fundadores del movimiento fueron delatados. Apenas creada el 10 y al día siguiente, el 11 de enero, comenzaron los apresamientos a todos los que participaron en la asamblea constitutiva del movimiento 14 de junio. La casa del doctor Julio Escoto, ubicada en la calle Dánae no. 32 del sector de Gazcue, fue asaltada aproximadamente a las 3 de la mañana del lunes 18 de enero. Fueron sobresaltados don Julio Escoto, su esposa, sus dos pequeñitas hijas y Joaquín Escoto, su hermano. Para penetrar a la residencia las puertas fueron estruendosamente rotas con ese instrumento llamado “pata de cabra”.

Los violadores de la privacidad, por supuesto con órdenes superiores, fueron Ciriaco de la Rosa y Manuel Estrada Malleta (dos de los que poco tiempo después participaron en el asesinato de las Mirabal), Ernesto Scott y César Rodríguez Villeta. Narra don Julio Escoto que, como hambrientas aves de rapiña, de inmediato “se me tiraron encima y me agarraron por ambas manos las que colocaron detrás de mi espalda, y por la violencia ejecutada caí al suelo donde me patearon con saña, y luego de pararme César Rodríguez Villeta y su tema de calieses brutales, dándome trompadas y patadas me introdujeron a empujones en el asiento trasero de un carro Volkswagen de los denominados «cepillos» que tenía un gran número once [11] pintado en ambas puertas y en su parte trasera las siglas SIM, el cual estaba estacionado frente a mi casa junto a otros vehículos del mismo modelo, y en el lado izquierdo del mismo asiento ya estaba sentado Estrada Malleta, luego subió Ciriaco de la Rosa, y de pronto, me vi colocado entre dos asesinos”. (Escoto Santana, Mi testimonio 1J4, 169). Esa misma madrugada se lo llevaron al centro de torturas de la tiranía llamado “La 40”.

En la cárcel “La 40” lo recibieron como “el Fidel Castro del Este”. Y cuando lo llevaron al lugar donde “ablandan y le sacan lo que saben” a los detenidos se encontró con que allí tenían, totalmente masacrados, “salvajemente torturados”, a Manolo Tavárez, Alfredo Parra Beato, Manolo González y Marcos Pérez Collado. Narra don Julio Escoto que, después que lo obligaron a que se desnudara, entre tres torturadores (César Rodríguez Villeta, el Dr. Faustino Pérez, y el sargento Manota o Mi Sangre) lo tomaron “y así desnudo como estaba, de manera violenta me sentaron en un sillón que se parecía al trono de Lucifer, que resultó ser la diabólica silla eléctrica. Entonces, me amarraron fuertemente con las gruesas y anchas correas de cuero por las muñecas, el tórax y los tobillos, quedando totalmente inmovilizado e indefenso, y a merced de mis torturadores; y luego, colocaron una barra de hierro debajo de mis pies descalzos y le echaron agua al piso de cemento y comenzaron a darme fuertes y sostenidas descargas eléctricas, y aquello fue la del diablo”. (Escoto Santana, Mi testimonio 1J4, 181). Doblemente duro debió ser todo aquello porque el segundo jefe de aquel centro de tortura, y quien se presentó en persona, era Cándido Torres Tejeda (Candito); y resulta que este sujeto, muy conocido entonces por ser un emblemático represor, había sido compañero de estudio de don Julio Escoto en la escuela normal de San Pedro de Macorís. Impredecible el ser humano, pues de las mismas aulas salió un defensor de la democracia y un torturador contra quienes luchaban a favor del suelo patrio.

Escoto Santana llamó “máquina de maldad” a la silla eléctrica y “perversos maestros de los choques eléctricos” a sus operadores. Y no era para menos. Allí sentado, entre descarga y descarga también le aplicaban “el platillo”, esto era que al mismo tiempo le batían manotazos en ambos oídos, lo apaleaban por el pecho con un tubo plástico con varilla metálica en el interior, y concomitantemente le decían “maldito comunista, confiesa si no quieres morir electrocutado”. Luego el abogado Faustino Alfonso Pérez procedió a interrogarlo “a trompadas y chuchazos”. Y como si no hubiera sido suficiente, “Con la cabeza llena de truenos”, volvieron a torturarlo, esta vez con las acciones a cargo de Luis José León Estévez, Pechito, a la sazón marido de Angelita Trujillo, la hija del tirano. Hasta que finalmente, en estado seminconsciente, lo volvieron a encerrar en la celda para que “descansara”. Esa fue su bienvenida a la temible cárcel de tortura “La 40”.

Al día siguiente, hacia las nueve de la mañana, a don Julio Escoto y a Leandro Guzmán, después de “ablandados”, les volvieron a propinar otra golpiza. Les dieron golpes hasta que se desmayaron. Don Julio, con sus propias palabras, narra lo que sucedió a continuación: “Ambos recuperamos la conciencia después que colocaron nuestras cabezas debajo de una llave de agua, y al sentir un gran ardor en toda la piel y un sabor salobre en la boca asumí, que además, nos habían lanzado agua salada; entonces, nos quitaron las esposas y con la saliva sangrante que brotaba de nuestras bocas por los golpes, las patadas y trompadas recibidas, nos obligaron a recoger con las manos los excrementos que estaban en el suelo producto de la distensión de los músculos de nuestros esfínteres, por lo que nunca hemos podido saber si él recogió los míos o yo los de él; y así mojados, con las manos sucias de heces fecales, volvieron a sentarnos y amarrarnos en la fatídica silla eléctrica –a él primero, y a mí después– donde continuaron torturándonos”. (Escoto Santana, Mi testimonio 1J4, 184.).

Solo que los suplicios de Escoto Santana no terminaron en ese momento. Aquellos hombres, “perversos maestros de los choques eléctricos” descubrieron una razón adicional para seguir aplicándole más suplicios a su cuerpo indemne. Narra don Julio que: “Cuando arrestaron a René del Risco Bermúdez, mi contacto en San Pedro de Macorís, después de torturarlo lo interrogaron, y al mencionar mi nombre, me sacaron abruptamente de la celda y el propio Candito Torres volvió a torturarme «por no haberle dicho mi contacto, por hablar mentiras, por citar sobrenombres para encubrir personas; y por no haber denunciado los otros contactos»; y finalizada esta nueva tanda de tormentos, me llevaron por segunda vez ante el mismo abogado Dr. Faustino Pérez, para que, entre trompadas y chuchazos fuera nuevamente interrogado por este torturador y «colega». ¡Qué ironía! Para que prestara una segunda declaración”. (Escoto Santana, Mi testimonio 1J4, 181.).

Durante los días siguientes las torturas de Escoto Santana no disminuyeron. Fueron horas ininterrumpidas en las que vivió los distintos métodos que aplicaban los torturadores del régimen. Estos, además de la silla eléctrica y “el platillo”, también hacían uso de “los irónicos saludos de la cólera en movimiento”, los “ciclos de terror y espanto”, “el coliseo”, “los ceniceros humanos, “los choques eléctricos y el agua salada”, “Minervino y su perra Diana”, “el terror y el experto en estrangulación”, “la pileta y el alicate oxidado”, “la picana o el bastón eléctrico” y “los interrogatorios extremos: el enceguecedor reflector eléctrico”. (Ver los detalles de los mencionados métodos en: Escoto Santana, Mi testimonio 1J4, 182-189). Solo por las denominaciones dadas a estas formas de martirizar a los seres humanos se pueden deducir los métodos que tenía la tiranía de hacer los interrogatorios a los presos políticos. No pocos fueron los que perecieron en el camino de aquel calvario. Otros tuvieron mayor dicha, pues vivieron para contarlo. Y así existen desalmados que claman por la vuelta a esa forma de vida.

Del centro de tortura conocido como “La 40” un grupo de presos políticos fue llevado a la cárcel “La Victoria”. Allí se encontraron con otros catorcistas y, por igual, personas apresadas por sus ideas manifiestas o sospechadas en contra de la tiranía. Con el paso de los días los miembros del movimiento 14 de junio, mediante una farsa judicial, fueron condenados a 30 años de cárcel y a 600 mil pesos de multa. Y en lo sucesivo los pusieron a realizar trabajos forzados, entre ellos labores agrícolas. Hasta que, siete meses después de aquellas dantescas situaciones vividas, “por orden superior”, fueron puestos en libertad. Esa “orden superior” no fue una gracia del tirano. De ninguna manera. Aquella acción se debió a que el déspota fraguó un atentado contra el presidente venezolano Rómulo Betancourt. Y ante esa acción fallida, según lo señala el propio Julio Escoto, la OEA le puso una serie de sanciones al gobierno del dictador Trujillo. También incluye Escoto Santana como parte de las razones de la puesta en libertad a la posición crítica asumida en ese momento por la Iglesia Católica.

Escoto Santana fue puesto en libertad, pero se le mantuvo en ascuas con una vigilancia permanentemente, en unas ocasiones menos discretas que en otras. A veces, más que vigilancia, fueron amenazas. Las mismas no cesaron con el ajusticiamiento del tirano. Hasta que le “crearon las condiciones” para que saliera del país. Salió hacia el destierro el 25 de julio de 1961. Junto a él partieron su esposa y sus dos hijas aun pequeñas. Llegó a Nueva York, vía Puerto Rico. Y una vez allí se vinculó con el exilio dominicano y a las actividades que desde este sector se realizaban a favor de la libertad de la patria de Duarte. Militando entre los exiliados, vigilado también en Estados Unidos, trabajó incluso como “bus boy” en la gran manzana. Hasta que la familia del tirano tuvo que abandonar el país en el mes de noviembre y, un mes después, don Julio Escoto y su familia retornaron a su patria el 28 de diciembre de 1961.

A su regreso al país Escoto Santana volvió a vincularse con Manolo Tavárez y con el movimiento 14 de junio. Tuvo una activa participación, con la anuencia de su partido, como intermediario entre el gobierno y los trabajadores de los ingenios del Este en huelga. Confiesa don Julio que hubo un momento en que, “En el balcón de la historia instalé mi vieja mecedora y me senté en ella para ver pasar los sucesos por venir”. (Escoto Santana, Mi testimonio 1J4, 507). Ya entrado en edad, siempre al lado de las causas justas del país, se pronunció permanentemente a favor de que se creara en la República Dominicana la Comisión de la Verdad. Afirma que con ello se lograría “la victoria de la memoria sobre el olvido; la democracia sobre la violencia; y la justicia sobre la impunidad”. (Escoto Santana, Mi testimonio 1J4, 652.). Con su deceso no se fueron sus ideales ni tampoco la razón de su lucha. Don Julio Escoto Santana es uno de los ejemplos que tiene la juventud dominicana para emular sus acciones y seguir encaminando el país hacia la firmeza de la libertad y la democracia.

 

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