LA MUERTE DEL CÓNDOR. POEMA de la TRAGEDIA

Este libro nos habla de la magnificencia que significo Eloy Alfaro al que Vargas vila se refiere como el más alto símbolo de la libertad

Eloy Alfaro nació en Montecristi, Ecuador, el 25 de junio de 1842, murió el 28 de enero de 1912.

PREFACIO

J. M. Vargas Vila

El estupor inmenso del momento de Horror, pasado había; la gleba próvida, la sangre heroica había absorbido; sobre las sílices, el sol magnífico, la había secado; la hierba empurpurada tornaba a hacerse cándida con un verdor divino de Esperanza, sobre el lugar siniestro donde el licor cálido de las abiertas venas, había esplendido en un róseo fulgor; el Espanto había dejado de cabalgar sobre la tierra trémula; y, hacía centinela cerca a la tumba augusta, hecha el rudo crisol, donde hervía el oro férvido de la Gloria; las cenizas del Héroe, ya dispersas tremaban como crisálidas de argento que sembraran del polvo de sus antenas el aire luminoso; las alas titánicas del Silencio, cubrían el lugar del Sacrificio; bajo ellas, mudo artífice, el Tiempo laboraba su Obra de Reivindicación; la voz de los siglos por entre los intercolumnios de los cipreses lánguidos, murmuraba su pánida canción; de Gloria; sin palabras; los corceles de las cuadrigas de la Victoria, yacían inermes, rotos ¿os frenos, ¿as soberbias cabezas inclinadas sobre ¿a Tumba Sagrada; en señal de Adoración; su relincho atronante había callado para venerar las manos audaces, ya inertes, de aquel que los había llevado tantas veces, por senderos de prodigios, hacia los campos del Triunfo; un suave frémito de selvas próximas, acariciaba con un hálito casto y triunfal, la sombra doliente del Segundo Libertador ecuatoriano, vagando cerca de su tumba en desamparo…: el lenón pútrido, que había abierto por mano de sus esclavos ebrios y pávidos, esa fosa, para sepultar en ella, la más alta Virtud de la América hispana, reinaba Omnipotente en el Imperio de fango y de Horror que había fundado.

Leónidas Plaza, ese felón de angiporto, lúbrico y fatal, que había hecho arrastrar el cadáver del Héroe, a las gemonías del fuego, imperaba en amella soledad de almas, donde los pocos hombres libres que aun vivían contenían el aliento, temerosos de ser denunciados por los esclavos, en orgasmo de su ignominiosa Fidelidad al vicio y al mendrugo; ese fantasma de Augústulo —y, perdóneme la ominosa comparación, la sombra del párvulo cesáreo— se creía Omnipotente; ensayaba gestos de una trágica comicidad, en el Solio Presidencial, sobre el cual, aun siendo el tablado de Arlequín, los cortinajes del dosel, fingían los lineamientos del maderamen de una horca sobre su frente de granuja Triunfador, epiléptico de Oprobio; y, era como un feto de hiena, reinando en el corazón de una selva dormida; agobiado de joyas y de crímenes, el asesino de Eloy Alfaro, temblaba ante el espectro sangriento que surgía del fondo bermejo de la hoguera inextinguible; sentía en el Silencio pasar el vuelo augur al de las victorias del Héroe, pidiendo el canto remoto de los siglos futuros; en el horizonte lejano sentía el aliento de la gran foresta histórica, hecha una selva de laureles inmortales, esperando la hora en que hubiera manos dignas de cortarlos para adornar con ellos la tumba del Héroe; y, tembloroso de Miedo y de Ignominia, cerraba los ojos ante el glorioso fantasma en cuya frente la saliva del esbirro se hacía una luminosa gema de inmortalidad; el Héroe dormía, bajo el manto de sus victorias, extendido sobre su tumba, como un sudario inconsútil, seminado de soles; y, el Asesino velaba en la sombra del Solio, torvo en el sillón presidencial, que era como un pílori de infamia, y pensaba: que él, había podido arrojar al Héroe fuera de la Vida, pero, no podía arrojarlo fuera de la Historia; que había podido hacerlo entrar en la tumba, pero, no había podido hacerlo entrar en el Olvido; entonces soltó tras de la sombra del Héroe, los dos canes amaestrados de su traílla; el Silencio; y, el Insulto; donde no imperaba el uno, aullaba el otro; silenciar a Alfaro, era la parte sospechosa del deber; insultar a Alfaro, era la parte gloriosa de él; toda la gloria del momento residía en aquel gesto asqueroso de matonismo bestial, ejercido contra un cadáver; casi toda la plebe mental del Ecuador se puso a esa tarea; el canallaje estipendiado rebasó los límites de la bajeza, hasta hacer fundirse los tipos de las imprentas, al calor de la vergüenza, reproduciendo tanta infamia; en el extranjero, la jauría difamadora aullaba, casi toda apoyadas las patas traseras en los cuarteles de un escudo consular; los más viejos mastines de la Detractación vieron cubiertas las lacras de sus lomos, por los entorchados de un uniforme de Embajador, con la sola misión de huchear los galgos del dicterio y deshonrar el nombre del Gran Muerto; entonces apareció este libro (I); como un homenaje al Héroe decapitado; como un desafío al Asesino coronado; coronado por el Éxito; y, por la Adulación; toda la Retórica del Serrallo vino entonces contra este libro; toda; los bonzos gelatinosos del Capitolio de Quito, se volvieron hacia su Amo para desagraviarlo, balbuceando cosas ineptas contra mí; los niños mamantones del Tiberio ecuatorial, soltaron aquello que les servía de biberón, para vomitar sobre mí sus prosas escrofulosas, y, se dispersaron por las repúblicas del Pacífico para polucionar las prensas con sus dicterios de foliculares vergonzantes; alguno de aquellos fetos de la prostitución, abortado sobre los diarios peruanos, osó embestir contra algún libro mío, con esa prosa enclenque y glutinosa con que luego ha abordado grandes temas literarios, sin embermejecer de su ineptitud, ni llegar a tener conciencia de su prodigiosa imbecilidad; hay que hacer esa justicia a la mentalidad ecuatoriana: el Despotismo bermellón de Plaza, no logró sobornar ninguna mentalidad verdadera contra mí; en cambio, en las bajas capas de la cerebralidad, fue una verdadera orgía de dicterios; regurgitó la cloaca; hubo levas de escudos en los presidios, donde los forzados más dignos de la cadena, ofrecían convertir el hierro de ésta, en una pluma para insultarme, o en un puñal para atravesarme el corazón; su oferta fue aceptada; y, los licenciados de presidio se hicieron escribidores para insultarme; los grandes rotativos de la Difamación, fatigaron sus máquinas en esta ímproba tarea; no hubo chimpancé prófugo en una selva ecuatoriana que no fuera traído a Quito o a Guayaquil, para arrojarme sus deyecciones, haciendo cabriolas colgado del rabo en las columnas de un diario; hasta la Pedagogía, casi siempre inofensiva, ofreció sus pámpanos de brutalidad para esta opima cosecha de servilismo proficuo; y, un cholo menesteroso, que deshonra, llevándolo, el apellido de una familia ilustre de la cual sin duda sus antecesores fueron esclavos, creyó llegado el momento de vender sus prosas de indígena tartamudo, y, escribió un libro de crítica bozal, contra todas mis obras, hasta entonces publicadas, y lo ofreció a su Amo, que lo pagó con munificencia; pero, todo eso allende el Atlántico sucedía; que aquende, no hubo fuerzas para tal; se ensayó; hízose venir de Buenos Aires, a donde deshonraba la miseria y fatigaba la crápula, un residuo de hampa cosmopolita, perenne locatario de cárceles en Centro-América y, prófugo entonces de tribunales españoles; ese tal, había deshonrado en sus mocedades ya remotas el tiranicidio, presenciando —según él decía—, el de García Moreno, y delatando luego a sus autores; mancillado había la emigración, ejerciendo de carterista en Lima, y de espía, cerca de Eloy Alfaro entonces proscripto, al cual robó su reloj, forzando la mano generosa del Héroe, de cuya munificencia había vivido, a tomarlo por el cuello y expulsarlo como a un lacayo, sorprendido en pleno ejercicio del robo; de ahí el rencor avieso y el odio cafre, que el menguado proxeneta profesaba al Caudillo Inmaculado; haciendo malos versos y ejerciendo sus artes de rufián como jefe de una casa de mancebía halló lo cierto tirano maya (I) a quien yo acosaba entonces con mis anatemas, en mis libros y en mi Revista «Némesis», y, ofreciósele, para venir a Europa, a acabar con Vargas Vila, que es la frase por la cual han majado gratis, todos los foraminados de la prensa, que han logrado engañar la sanguinaria incapacidad de algún déspota rural; y, fue nombrado Cónsul de aquella Satrapía, en una ciudad de España; vino; se refugió en la sombra y en el Silencio; no me vio, no me nombró, no escribió una palabra contra, mi; en Málaga, donde yo solía invernar, huía de mí, por temor, decía, de ser denunciado, y de perder el puesto; pero inició, por conducto de aquel tan noble espíritu, tan maravillosamente cultivado que era Isaac Arias Argáez, Cónsul de Colombia en aquel puerto, largos parlamentos conmigo, tendentes a exculparse de no visitarme por no perder el pan de su familia; el objeto verdadero, y al fin claramente expuesto de esos parlamentos, era que yo lo introdujera de nuevo, en la amistad del General Al/aro, cosa que no obtuvo, aunque llevara su intemperante duplicidad, hasta enviarme, un muy antiguo folleto suyo, sobre una vieja cuestión histórica muy debatida, con esta dedicatoria: a Vargas Vila, el Víctor Hugo, americano; a pesar de todo esto, no lo vi nunca; y, cuando Arias Argáez, después de haberlo librado de la cárcel? en la cual estuvo detenido por un hecho innombrable, organizó en su favor, entre cónsules y amigos, algo que no es del caso nombrar, yo contribuí a ello, si no con esplendidez, al menos sin parsimonia; supe luego, que perseguido por la Justicia, había emigrado a Buenos Aires; cuando Leónidas Plaza, tinto en la sangre de los mártires del Egido llegó al Poder, yo lo ataqué rudamente en mi Revista «Némesis»; entonces el granuja desconcertante y audaz, se le ofreció desde Buenos Aires, para venir a defenderlo; y, vino; fue nombrado Cónsul General del Ecuador en Madrid; llegado a aquella Capital, se refugió en el Silencio más absoluto; no escribió una sola palabra contra mí, ni sobre mí; antes bien, me hacía llegar ecos amistosos por la boca de poetas y escritores que me frecuentaban, ¡legando hasta solicitar mi benévola neutralidad (palabras suyas), para que no obstaculizara, la publicación de unos versos de él, en una Casa Editora de París, en la cual me suponía una influencia decisiva; y, obtuvo esa benevolencia; y, el manido esperpento impreso fue; cuando después de haber deshonrado un noble hogar y de haber fatigado el escándalo y, el chantaje, y, sido huésped de la cárcel de Madrid, escapó de allí perseguido por robo, supo que yo estaba en París, comisionó a un eminente artista ecuatoriano, para preguntarme, si lo recibiría; le hice saber que no; destituido de un Consulado ocasional que le habían dado obtuvo pasajes para su país; iba ya en vena de oposición contra Plaza, que en un rapto de decoro oficial, lo había destituido; de paso por Barcelona, estuvo en la Casa Editora de este libro, e hizo el elogio de la Obra y, el elogio mío; fue embarcado por la munificente caballerosidad, de alguien que desempeñaba un puesto oficial de su país; y, partió; sin escribir una línea sobre mí… él, que había venido a eso, exclusivamente a eso… alguien me dijo luego, que al llegar a Panamá, y, para congratularse con Plaza, me había insultado en un diario; tal vez; el innoble folicular, encontraría aún estrecho el mar, para escudar su cobardía; ignoro las dádivas, con las cuales Leónidas Plaza, pagaría al viejo fámulo, fatigado de corromper y corromperse; si no fue Ministro, mereció serlo; la canalla arrastradora, no tenía una más completa representación de su bajeza mental, que esta abominable flor de estiércol, nacida en el corazón putrefacto de la Cloaca; no lo nombro; este hombre es una deyección del Crimen en la Historia; su nombre, merece el mismo Silencio del excremento, del cual es hermano; yo, lo hundo en él; que las alcantarillas del Desprecio, le sean clementes. Después… este libro ha vivido… incontestado; ha vencido; agasajado por manos reverentes y, ojos inmaculados dignos de mirar hasta el fondo en el corazón de la Verdad; hoy; me toca releerlo y prefaciarlo, para introducirlo en la Colección Definitiva de mis obras completas, que la Casa Sopena, edita; es una tarea que cumplo con gran placer; porque ésta es, una de mis Obras Histórico-Políticas, que tocan más a mi corazón; y, me son más amadas; esta Síntesis Histórica, de uno de los crímenes más grande de la Historia, fue escrita con una gran pasión, desbordante de Justicia y de Verdad; la Piedad para el Crimen, no corrompió mis entrañas con-moviéndolas, como no debe corromper las entrañas de ningún Historiador; en ese caso: Piedad es Complicidad; ningún sentimiento innoble ha sobornado mi ánimo al escribirlo; los muertos que yo defiendo, no pueden darme nada; los vivos a quienes yo acuso, no habiendo podido corromperme con sus dádivas, ni herirme con sus ultrajes, me inspiran mucho desdén, para que puedan imponerme con su Odio; las condiciones dinámicas de mi carácter y de mi temperamento, dan a mi concepción y a mi criterio históricos, un sentido netamente personal, en éste como en todos los libros míos; si este libro tiene de Poema, es porque yo creo que la Poesía, es el alma verdadera de la Historia; la Realidad Integral de la Historia, está en el Hombre; el Hombre, es el factor del Hecho, no su creatura; el protoplasma de lo heroico está en el Hombre, que crea el Hecho; el Hecho es inerte; toda la grandeza vital está en el Hombre; en el Animador; así en la Historia como en el Poema; y, el Hombre que es la figura central de este libro —ELOY ALFARO— entra por igual en el Poema, y en la Historia; como Vencedor; entra y los magnifica; se agiganta y, los agiganta; los titaniza; porque tuvo los dos lados resistentes de la Grandeza Extrahumana; fue el Héroe, y, fue el Apóstol; él, hizo de su espada un arado de luz, y abrió con él hondos surcos en el corazón de un Pueblo sumido en las tinieblas; el Destino hizo de esa espada una cruz de Apóstol, y en ella clavó al Héroe, sobre la hoja aún trémula por la agitación de los últimos combates, atados los brazos sobre los de la empuñadura fúlgida, tibia aún de la mano generosa, que la había apretado con coraje en las últimas batallas por la Libertad; y, clavó esa cruz sobre un Gólgota de llamas; y, allí lo contemplará reverente, la procesión inacabable de los siglos por venir; férvidos de Admiración… Lentamente, cautamente, ya se esfuma la Tiniebla en el pálido horizonte; son las manos de una Aurora, redentora, y bienhechora, las que apartan esas sombras de las cimas del Desastre; esa Aurora, es la Justicia; la Justicia Histórica, que aparece sobre la tumba del Héroe, coronada de estrellas: las estrellas de la Inmortalidad; esperemos conmovidos el levantar de esa Aurora; ella trae entre sus ondas de azur, el Veredicto Inexorable de la Historia; de la Historia, de la cual este libro es un fragmento; inexorable también; como el alma de la Justicia; que fue su Numen; y de la Libertad; que fue su Dios.

Debería escribir un Poema; y, heme aquí, obligado a diluirlo, en las frías ondas de la Historia; el Poema, es el refugio natural del Héroe; como el cielo, es el refugio natural de un dios; los dioses y los héroes, entraban todos, en los cielos incendiados de los Poemas antiguos; la Historia, es un cielo inferior, en el cual, el Héroe entra despojado del prestigio sobrenatural que hace su gloria; una mesuración a lo Berthelot; la antropometría, aplicada a Aquiles… el Héroe, saliendo del Poema y entrando en la Historia, se evade de los cielos para entrar en una prisión; la Historia, es humana, y humaniza, a ese producto cuasi ultra humano, que es: un HÉROE AUTÉNTICO. HÉROE AUTÉNTICO, quiere decir: HOMBRE DE LIBERTAD; porque fuera de la Libertad, o contra la Libertad, no hay heroísmo posible; y, el Grande Hombre, cuya sombra evoco en estas páginas, era la representación completa del Héroe, en la más vasta y más pura acepción de la palabra; el Héroe de la Espada; el Héroe de la Idea. Libertador. Soldado; y, Soñador.

Desvirtuaría mi libro, si lo explicara aquí; la Vida del Héroe que yo relato, viola los horizontes de la Historia, que le son estrechos, y se desborda sobre los mirajes desmesurados de la Leyenda, para perderse en ellos; el Heroísmo de una hora, que es el Heroísmo de las batallas, es pequeño ante el Heroísmo de una Vida, que es el Heroísmo continuado y tenaz en todos los campos de la Acción, hasta en el campo amorfo y brumoso de la Idea; ése fue el Heroísmo de Eloy Alfaro; heroísmo de Guerrero y Conductor, que hizo de su Vida como un mar agitada y rumorosa, sobre la cual vibraron y se retrataron todas las tempestades de los cielos obscuros de su época; la Epopeya Alfárida, será cantada algún día, con toda la orquestación lírica que pide esta Marcha Triunfal de un Pueblo hacia la Libertad; este libro, es apenas, un canto del Poema; aédas de la Democracia, homerizarán un día, la gran figura central de esta Ilíada, que terminó tan brutalmente en los trágicos campos del Egido.

Al publicar este libro, sé que hago una obra de Justicia Histórica; y, sé también, que hago una limosna a todos los charlatanes foraminados de los bajos fondos de la prensa; lo doy en alimento, a esos cazadores de mendrugos, que vegetan en las caballerizas oficiales; libelistas de burdo pelaje, saturados de la más oprobiosa bestialidad; desde que se anunció la aparición de este libro, periodistas de merodeo, y gacetilleros de alquiler —aquende y allende el Mar—, se apresuraron a ofrecer, al Gran Asesino que impera en Quito, ese instrumento de tortura del Honor, que ellos llaman su pluma, para defenderlo contra mí; algunos de ellos, están aún en espera de esta aparición, para sacar su vientre de mal año; arrojo este libro, a la mendicidad rastrera de esas almas, y soy feliz, de que con las glorias de Alfaro, y las prosas mías, puedan aliviar por un momento, la lastimosa miseria, a que su ineptitud venal los condena, a pesar de su clamorosa corrupción; y, lo doy también, como un alivio, a la envidia insatisfecha de ciertos condottieres del dicterio, que después de haber deshonrado la servidumbre con sus bajezas, deshonran la proscripción con su cinismo; ¡caracoles náufragos de los mares del servilismo, que ensucian con el limo de su presencia, la roca áspera y sagrada del Destierro, en la cual algunas águilas vencidas posan el vuelo, cuyas garras aspiran ellos a mancillar con su baba licenciosa! es una alba, para estos merodeadores del renombre, la aparición de este libro; enfrentándose con él, creen enfrentarse conmigo, esos colilleros de la celebridad; vano empeño; su prosa mendicante y claudicante, hecha de harapos y de lodo, está condenada de antemano, a sufrir la derrota de mi desprecio; eso, lo saben ellos; y, seguros de esa inmunidad, ofrecen su venalidad sin peligros, al Gobierno Asesino, que no tiene tiempo de escoger los genízaros de su guardia; y, el Gobierno del Ecuador, pagará el fiemo de esos zorros pávidos, para abonar con él la GLORIA de Leónidas Plaza, como ensució con él, los laureles que crecen en la tumba de Eloy Alfaro; inútil oro; inútil fiemo; nada podrán los viles centuriones de la Tiranía contra la gloria tan pura que se alza de las páginas de este libro; los fragmentos de la lanza de Longinos, rotos contra el corazón del Mártir, no podrán nada contra su memoria, que se alza del fondo de la tumba, como la llama de las entrañas de un volcán: colérica hacia el cielo.

Pero; hay en el mundo algo más que eses pingüinos de alquiler, estipendiados para insultar la Gloria, con el pretexto de insultar el Genio; aún hay almas heroicas, que aman las cosas del heroísmo; aún hay almas enamoradas de la Gloria, que aman los hombres y las acciones gloriosas; a ellas ofrezco este libro; sonoro, como un cielo en borrasca; como un grito agudo de alciones; sobre el Mar… No todos los pámpanos del Heroísmo, se han secado; aún hay vides próvidas; y, almas sedientas de su jugo, que se embriagan de ellas; no todas las galeras del Honor, han naufragado en ciertas latitudes; aun van algunas, sobre los mares solitarios de la Justicia; lanzando gritos desesperados; prontas a anclar en las costas de la Verdad; sobre un estuario de luz… mi libro, es una de ellas…

Vargas Vila. 1921

 

 

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